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Tuesday 18 Mar 2025 | Actualizado a 10:18 AM

El espectro marginal del indio

/ 12 de febrero de 2025 / 06:00

El indio es una categoría política representada por un cuerpo y una idea, un ente que sirvió para ordenar el proceso de ocupación colonial y jerarquización social desde la llegada de los españoles y mantuvo su presencia hasta nuestros días. Los barrios de indios, la vestimenta, la forma de hablar y, con el pasar del tiempo, el tono de piel se consolidaron como los márgenes por donde se formó esta figura que señala lo que es aceptable o no en la sociedad colonizada y no india.

En lo que hoy es Bolivia, es sabido que “lo indio” fue la categoría que se asentó como forma descriptiva de un segmento de la población luego del declive de las élites incas y aymaras en la época colonial. Así, “lo indio” hace referencia al espectro que va quedando como “marginal” respecto al centro “civilizador”. Durante siglos esa marginalización fue en aumento, porque se convirtió en la ley del proceso mismo de reproducción social y el sentido de su desarrollo. Para vivir en estas tierras, nadie quiere ni debe ser indio, dicta la Colonia.

En las dinámicas de explotación hay vencidos y vencedores; lo indio para la sociedad colonizada es el vencido. Sin embargo, lo indio, desde el territorio geográfico, social e imaginario que ocupó durante siglos expandió sus formas propias, más allá del margen del cual fue arrojado. En ese ámbito de lo barbarizado, lo marginal, lo que estaba destinado a morir, surgieron hechos que rompieron las barreras impuestas por los jerarcas. Es decir, los vencidos crearan formas de vivir, de ahí el registro de sus resistencias a lo largo de la vida colonial y republicana y el relato de sus victorias.

Con el tiempo esas resistencias de “lo indio” llamaron a la fascinación de intelectuales (hoy callados o borrando con el codo lo que escribieron con la mano) que veían con asombro cómo se presentaban a puertas del siglo XXI una efervescencia de poblaciones movilizadas en torno a su derecho a la vida: marchas, sindicatos, música, sensibilidades artísticas, formas sociales, lenguajes e idiomas rebalsaban de los márgenes donde se habían acumulado los cuerpos y las ideas de lo indio. Irrumpieron en el espacio con un proyecto político que se cristalizó finalmente en la llegada de Evo Morales al poder.

En la actualidad, la marginalización de lo indio ha vuelto a retomar protagonismo en la sociedad colonizada. Las jerarquías y el orden social que reclaman colocar al indio en su lugar, se han aliado para cumplir el rito del desprecio: el indio no puede ni debe hablar, su voz es la barbarie, el indio desde ser expulsado de la ciudad y en las afueras, junto a sus masas de indios, finalmente ser vencido. Pero, una vez más, esa lógica nunca funcionó. Por el contrario, alimentó la insurgencia de aquellos que saben que una vez vencieron y que hoy pueden volver a hacerlo.

Hoy, la falacia democrática del colonialismo interno intenta justificar la lógica de la marginalización para reproducir su capital. Figuras que tanto necesitan los “dueños” de Bolivia: indios buenos, dóciles, domesticables para servir sus intereses, vasallos de la “civilidad” son llamados a servir en las haciendas del poder. Mientras que el bárbaro, el díscolo, el cuerpo e imaginario del indio marginal está representado en el territorio Chapare, en completo aislamiento. Su espectro provoca el rechazo de los “demócratas” bolivianos, nadie puede ver a los ojos al indio del Chapare, nadie puede pensar en debatir con él, su palabra no tiene valor y sin interlocutores; él representa al indio que vivió siglos en los márgenes, al que las jerarquías quieren ver vencido, pero que no se deja; vuelve y gana, porque en ese margen viven millones como él.

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Renovación e injuria

Lenin señala la fórmula para reconocer dicho clivaje, lo denomina ‘Commanding Heights’

/ 22 de febrero de 2025 / 06:00

Las acciones del gobierno de turno lo califican y autoadscriben a una corriente denominada “renovadora” dentro del partido. En ese sentido, es importante rescatar algunos elementos que definen con mayor precisión ese carácter reformista o renovador que marca las decisiones que se vienen tomando, así como su marcado talante policial.

En los estudios de Lenin sobre el imperialismo destaca el apunte que realiza sobre la lucha contra el reformismo dentro de la corriente revolucionaria. Dice: “toda lucha contra el imperialismo es humo o una frase vacía, si no va acompañada de la lucha contra el oportunismo reformista”. Esta relación entre reformismo e imperialismo es fundamental para señalar algunos elementos de la retórica teñida de marxismo, propia de las burocracias de “izquierda”.

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Lo primero es que son las burocracias como entes políticos las que conllevan la división del movimiento revolucionario entre “revolucionarios” y “reformistas”. Esto, porque al acceder al aparato del Estado y cumplir un rol (que esperaban algún día tener), los burócratas renovadores son parte de los negocios del monopolio de los recursos, lo cual, sumado a su corte antihistórico con el pasado, es decir, con las formaciones sociales del país en cuestión, convierte a su propia labor en un apéndice de los intereses del capital financiero internacional. La burocracia renovadora, enajenada y ajena a su pasado, piensa que el país comienza y termina en sus escritorios.

Lejos de reconocer a las burguesías nacionales como entes productores y aglutinadores de demandas en pugna, la burocracia renovadora se acomoda rápidamente a cuidar el monopolio de los privilegios y entrar en negociación con los intereses del capital internacional, para la expansión del saqueo de recursos y mano de obra barata. Lenin lo ve y lo estudia de forma directa: la superganancia monopolista que les facilita a “los reformistas” el acceso al Estado, los impulsa al soborno de dirigentes obreros para crear una base social que legitime los negocios con el capital financiero internacional.

El problema que los reformistas no ven es el que se produce en la base económica de la formación social históricamente en movimiento. Lenin señala la fórmula para reconocer dicho clivaje, lo denomina “Commanding Heights”, es decir, los núcleos estratégicos aglutinadores de capital, enclaves de producción y creación de riqueza que un gobierno revolucionario puede controlar para entrar en disputa con el capital financiero internacional. Sin esta lectura histórico-económica, los reformistas comprenden el problema económico/político solo como escollos del comercio y el financiamiento, no entienden que el problema está en los modos de producción y, por tanto, recurren ciegamente al control policial del mercado interno. Para los reformistas, el control de precios se regulará solo o a la fuerza, mientras el impacto del capital financiero internacional socaba las bases del Estado.

Sin horizonte político ni comprensión económica, el gobierno renovador ha socavado su propia legitimidad basada en una supuesta superioridad moral, que hoy solo le sirve en el plano discursivo para el disciplinamiento social. Parafraseando a Lenin, podemos decir: al no entender el imperialismo como nueva fase del capitalismo, la política renovadora solo se basará en la injuria y la persecución, dando pie desde una postura protofascista al avance de los intereses ajenos al país. En ese contexto, el pacto político colonial de desprecio a la legitimidad popular, promovido por el TSE, intentará sobreponerse de forma “democrática” al país: ¿una condición más para la ruptura entre las anquilosadas burocracias jerárquicas coloniales contra los estratos subalternos en movimiento?

(*) Juan Luis Gutiérrez Dalence es politólogo

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