Louk Hulsman, el de hoy
Hulsman, mi profesor y uno de los referentes principales del abolicionismo, aquel vikingo de cerca de 2 metros, que vestía camisas floreadas sueltas y bermudas, quien, si bien no pretendía la abolición del Estado, pero sí la reducción del sistema penal, y por ello se prestaba a la confusión de si era un liberal o anarquista, como se lo pregunté en aquella clase en Maracaibo-Venezuela (1987), afirmaba que el abolicionismo se da principalmente en los países del noreste de Europa.
Caminando por las calles de Santa Cruz de la Sierra, observaba a los peatones y a conductores de vehículos, de servicio público y a los privados.
Observé que, en una intersección, mientras el semáforo estaba en verde, tanto para el transeúnte como para vehículos, aquel inicia el cruce de la calle, pero el vehículo sin poner guiñador ni observar, dobla justo hacia donde el transeúnte cruzaba, poniendo en riesgo su integridad y además propiciándole una reprimenda, el conductor y quienes lo acompañaban, como si tuviesen la razón.
Recordé a Hulsman, quien decía que los semáforos (símbolo del orden y del Estado) no deberían existir, porque cuando el ciudadano que va caminando o conduciendo por la calle se atiene al semáforo y descuida a la persona que están también caminando o conduciendo, es aquí donde pueden producirse los accidentes. Claro, implica toma de conciencia, de conocimiento y voluntad.
En repúblicas fallidas como la nuestra, de raquítica institucionalidad, por esas mismas razones, la mayoría no respeta —o no conoce— al sistema que es lo que representa un semáforo; desde la “autoridad”.
Con el pasar del tiempo me di cuenta de que sí, Hulsman, tenía razón. Vivimos, sufrimos y hacemos sufrir continuamente, ya que pareciera que quienes conducen vehículos nunca fueron a un curso o dieran examen sobre las reglas del tráfico, que los vehículos teniendo guiñadores no son utilizados para cruzar de una línea a otra, o cuando están girando hacia otra calle. Y también los peatones cruzamos la calle y en cualquier parte, tomamos servicios públicos en cualquier lugar, nos parqueamos en aceras, doble fila, e inclusive habiendo espacio donde está permitido, igual parqueamos en lo que corresponde a un doble espacio. Como diría Foucault, reproducimos fallas del Estado fallido, pero al final… poder.
Alejandro Colanzi Zeballos es criminólogo.