Hitos degenerativos de la democracia

El más reciente informe que ha hecho público IDEA Internacional denominado “Iniciativa del Estado Global de la Democracia” y que se constituye en una importante referencia de nivel global sobre el tema, da cuenta de que, de manera general, en las democracias del mundo “el declive de (su) calidad (…) continúa siendo mayor que los avances”, lo que establece una preocupante mirada panorámica con base en los hallazgos presentados en el mencionado documento.
De manera concreta, se presenta un especial énfasis en la salud de la democracia electoral, respecto a la que se concluye que “la calidad de las elecciones ha empeorado” y que esta desmejora se hace evidente en los últimos cuatro años de medición en los que “1 de cada 5 elecciones un candidato perdedor desconoció los resultados” y además de ello “la participación electoral ha venido disminuyendo”, lo que conduce a un problema de credibilidad del ritual de las elecciones. Finalmente, apunta el informe, que otras variables en cuestión en torno al “deterioro” de las democracias, estaría concentrado “en los componentes de Representación y Derechos”.
A pesar de que el mismo informe señala, sobre Bolivia, que nos encontramos “entre el 25 por ciento de los países más ricos del mundo en Participación Electoral” —dato que se coteja con la realidad cotidiana altamente politizada de nuestra sociedad—; nuestro país no está exento de atravesar estos obstáculos que operan en detrimento de la calidad y legitimidad de los componentes de la democracia y, en consecuencia, de ella misma.
Como se podía esperar, el informe complementa el diagnóstico en el caso particular del país, señalando algunos hechos particulares que en el pasado inmediato han malogrado la calidad de la democracia en nuestro país; un par de referencias son a la intentona de insubordinación encabezada por el general Zúñiga en Plaza Murillo y a la auto prórroga de las autoridades judiciales, entre otras.
De leerse este par de alusiones a la luz de los ya varios hechos actuales que se constituyen como hitos degenerativos de la democracia nuestra de cada día, estamos en condiciones de aseverar de que las amenazas no provienen exclusivamente de la acumulación de actos, discursos y hechos que debilitan la institucionalidad democrática, sino que éstos se vienen incrementando de forma burda y descontrolada en estos últimos meses. Pensemos solamente, además, en el debilitamiento de la Asamblea Legislativa Plurinacional, producido por su propio (in)accionar o por el accionar de otros poderes (léase Poder Ejecutivo) a la hora de evadirla.
A esto le podemos sumar, el hecho político de la última semana mediante el cual la organización política más relevante de un debilitado sistema de partidos, enfrenta a sus facciones de cara a la ciudadanía toda, llevando el tono de la confrontación hacia la violencia fratricida, debilitando hasta el absurdo la épica que le consolidó como tal y sumando con ello, el descrédito generalizado hacia la política formal. Quedando sobre la mesa evidencia de una desmejorada legitimidad de: instituciones, organizaciones políticas, representación e incluso elecciones.
Así, si como ya se ha postulado desde varios flancos, este periodo se constituye en un fin de ciclo con múltiples implicancias en la sociedad y la política, se debiera cuando menos intentar que los efectos colaterales que tengan sobre la calidad y legitimidad de la democracia sean menores. Lo contrario significaría que un fin de ciclo se lleve, en su fugacidad, lo construido durante décadas ante los ojos de generaciones (quizás) poco convencidas de la necesidad de defender lo avanzado.
Verónica Rocha Fuentes
es comunicadora. Twitter: @verokamchatka