¿Quién le teme a la RAE?

Miguel Vargas Saldías
“Su cuenta ya está ‘aperturada’”. Cada vez que iba al banco y escuchaba que me hablaban de “aperturar” o “recepcionar” algo, sentía que la sangre me hervía desde el pecho, se iba hasta mi espalda y subía cual volcán hasta el principio de la columna, haciendo que mi cabeza hierva. ¿Qué acaso no existen los verbos abrir y recibir? ¿No se les hace suficiente el idioma como para venir a deformarlo?, pensaba furibundo. Como editor y periodista de más años de los que me gusta admitir, el buen manejo del lenguaje siempre ha sido un importante objetivo, una misión, sobre todo después de encontrar tantos errores en textos periodísticos, justamente, con la consciencia de que “los niños aprenden de los diarios”.
Pero hace años que pienso distinto. Si bien soy un apasionado de la gramática, con especial interés en la ortografía, la sintaxis y la semántica, hoy me da mucha vergüenza esa superioridad moral que muchos tenemos cuando dictaminamos que unos hablan bien y los otros no; esas caras que hacemos cuando alguien dice haiga, almóndiga o subir arriba. Ese sentirnos especiales, mejores, porque sabemos cuándo se pone “v” de vaca o “b” de burro. El atribuirnos la potestad de decir que todos son ignorantes y compartir publicaciones en redes sociales que anuncian que la Real Academia de la Lengua (RAE) aprueba o desaprueba algo, como si su propia convicción no fuese suficiente y necesitasen ayuda de alguien superior.
Entonces es que recuerdo que la RAE no se inventó el idioma y se ocupa de registrar, proponer, articular… “Velar por que la lengua española, en su continua adaptación a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad”, dice en su página web. El lenguaje se hace en la calle, en el día a día. Y por eso cambia. Lo entendí cuando aparecieron las críticas a quienes escribían todos y todas “porque la RAE dice…”; a quienes han incluido la “e” en palabras como amigues, chiques y compañeres… a quienes el idioma como estaba hasta ese momento no les era suficiente para sentirse incluides.
Y sí, escribí incluides. Y lo voy a seguir haciendo porque he comprendido que no se trata, como reclaman muchos movimientos antiderechos, de una imposición. Es simplemente una decisión personal. ¿Quién soy yo para imponer nada? Si la RAE jamás pudo hacernos decir “balompié” en lugar de fútbol, ¿por qué alguien podría obligarnos a usar la “e” de una forma diferente a la que la hemos usado siempre?
Recientemente edité el cuarto volumen de crónicas de Manuel Monroy Chazarreta, Subibaja, un texto que pasó por muchas manos editoriales previas que todo el tiempo buscaban “arreglar” su forma de escribir, de expresarse, de jugar con el lenguaje; cuando se trata más bien de un valioso documento que recoge la forma de hablar de muchos bolivianos en la calle, en las redes sociales y la expresiones tan únicas del autor mismo. El día es que dejemos de escondernos detrás de las polleras de la RAE para “hablar/escribir bien” y comprendamos mejor nuestros procesos lingüísticos, quizá empecemos a entender de lo que se trata la descolonización.
Admito que cuando voy al banco me sigue picando algo en el pecho cada vez que dicen aperturar; eso está ligado a mi ser. Pero al final de este texto lo pongo sin comillas. No creo que yo pueda usar esa expresión nunca, pero admito que no porque no me guste, los bancarios están mal.
No te tengo miedo, RAE.
LA RAZÓN da la bienvenida a nuestro nuevo columnista Miguel Vargas Saldías. Tenemos la certeza de que sus opiniones enriquecerán la pluralidad de visiones que habitan estas páginas. Sus textos se publicarán cada 15 días. Esta casa periodística sigue creciendo.