Lluvias, lluvias y más agua, pero se deja rebalsar…
Esteban Ticona Alejo
Entre los meses de octubre y noviembre de 2023 había mucha preocupación, sobre todo en los ayllus y las comunidades andinas por la posible sequia de este 2024, ya que no habían caído las primeras lluvias, como suele suceder para realizar las primeras siembras agrícolas. Se realizaron muchos ritos para que llueva, por ejemplo, visitando a las wak’as con cánticos de los niños. Incluso algunos grupos evangélicos se aprovecharon para “ganar almas” en su fe, incorporando las rogativas para que llovizne.
Parece que las plegarias tuvieron sus grandes efectos, porque hoy en la región andina boliviana llueve a cántaros, pero también en la Amazonía. Aunque en algunas regiones del valle alto de Cochabamba realizaron bombardeos para que llueva. Para la gran región de los Andes no es ninguna novedad que llueva mucho o que haya sequía. A lo largo de muchos años los pobladores andinos se enfrentaron a estas climatologías extremas y aprendieron a diseñar estrategias para que ambos efectos no golpeen a los pobladores. Varias prácticas siguen vigentes, como el uso de las qhutañas o el almacenamiento del agua para un mejor uso, posterior a la época de las lluvias.
En tiempos de la escasez de agua se abren nuevamente la gran pregunta, no solo para las sociedades ancestrales, sino para todos los habitantes, incluidas las ciudades: ¿Cómo fue antes, cómo es ahora y cómo debería ser a futuro la relación del agua con los pobladores?
¿Qué pasa hoy en las ciudades como La Paz, Oruro, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba? Presenciamos dramáticamente el crecimiento de varios ríos y las consecuencias de la fuerte precipitación pluvial que terminan en riadas, inundaciones, mazamorras, etc. Está claro que un primer aspecto es el olvido de esa antigua relación equilibrada entre seres humanos y la lluvia.
Hace unos días escuché la declaración del interventor de EPSAS, entidad gubernamental que administra el agua potable en la ciudad de La Paz. Utilizando la metáfora del vaso que se llena de agua y se derrama inevitablemente, justificaba el desperdicio de las aguas de las represas que se llenaron. Oír a una autoridad del agua, en una ciudad como La Paz después de la difícil experiencia de 2016 cuyas consecuencias aún se sienten cada año, totalmente desatinada. La gran pregunta del año es si no habrá racionamiento del agua por falta de lluvias y de políticas adecuadas por parte de los niveles de gobierno. Afirmar con la metáfora citada es no entender de la escasez de agua y tampoco de sus posibles soluciones. Lo mínimo que esperaría de la autoridad citada es que las aguas de las represas que están al tope sean muy bien utilizadas. Por ejemplo, su traspaso a otras represas o destinarlas para el riego de algunas comunidades agrarias. Esta absurda declaración hace pensar que el Gobierno central y otras autoridades del agua casi nada han hecho para contar con más represas y su mejor uso en momentos difíciles.
Lo más preocupante, urge trabajar en torno a la relación profunda de los seres vivos con el agua, su uso adecuado, su almacenamiento o cosecha concreta e incluso sobre las formas de solidaridad que genera. Recuerdo que en 2016, varias comunidades aledañas a la ciudad de La Paz fueron muy fraternas, posibilitando el acceso, es decir, autorizaron el uso de sus manantiales para el consumo en la urbe. Pero hoy, la ciudad cuenta con el agua al tope en sus diques y solo se mira el rebalse, que es una forma de desperdicio.
Para la Amazonía e incluso para los valles que se han inundado también con el agua, urge recuperar las técnicas hidráulicas de los pueblos moxeños que supieron controlar la gran cantidad de agua. Hoy la ciudad de Cobija aparece casi llena de agua, urge preguntarse: ¿cómo adaptar esa técnica moxeña para ciudades que crecen sin tener en cuenta estas consecuencias de fuertes precipitaciones pluviales? Jichha maraxa walipunirakiwa jalluntawayxi. Lup’iñasawa kunjamsa uka jallu uma katuqsna ¿ jach’a qhuthañakaru? mach’a pachanxa uka jallu umxa, suma apnasqnaxa ¿ janicha?
Esteban Ticona Alejo es aymara boliviano, sociólogo y antropólogo.