La cruz de Muriel

Muriel Cruz, de Santa Cruz, fue brutalmente golpeada y aquí no pasó nada. Bueno, sí pasó algo. Pasó que los medios informaron de “peleas” o de una agresión a esta asambleísta cruceña pero, como solemos decir, “por aquí pasó”. Y luego se pasó a la siguiente noticia. Pasó que las redes hicieron circular las imágenes de lo sucedido e inmediatamente se pasó (y pisó) a la superficie de los comentarios y el ya conocido odio de la Bolivia polarizada. Pasó también que gran parte de periódicos cruceños hicieron desaparecer este ataque de sus portadas; pasó que se mostró poco, se tituló sin peso y se pasó de largo. ¿Qué le pasó a esta A amante? ¿Qué percibió esta A con ojos de mujer? Les cuento a continuación.
Corre el video. Corre ve y dile. Es un barrio cruceño, pasa un bus cruceño y a la izquierda se ve un árbol cruceño también. Las imágenes registradas por los teléfonos comienzan cuando un grupo numeroso de personas se agolpa hacia un punto: es el punto donde están las asambleístas masistas. Se acercan hombres y mujeres; un par de ellos llevan palos largos en las manos. Una mujer de rosado lanza en la cara de la agredida un líquido. Atrás se acercan otras dos mujeres de gorra y poleras negras, una de ellas, con el rostro cubierto, tiene claro su objetivo: caerle a la asambleísta masista. Un par de varones ayudan a las muchachonas de negro y toman violentamente a Muriel por la espalda para tumbarla en el suelo, entre dos. En ese momento llega el primer palazo de una de las nenas de gorra negra. El traje verde agua de Muriel Cruz nos permite identificar claramente a la asaltada ya en el piso. Es cuando entra en escena la mujer fortachona que se abalanza sobre Cruz para golpearla con toda su rabia contenida. En esos mismos segundos, la otra mujer jala brutalmente de los cabellos de su presa; luego su compinche se monta sobre el cuerpo torturado y le propina una seguidilla de puñetes que se alternan con los manotazos y las patadas en la espalda por parte de la misma mujer que no le suelta la cabellera. Hay un hombre que aleja efectivamente con los brazos a quienes intentan detener tan redonda golpiza. La doña de rosado también cuida que nadie se acerque a detener la violencia. Todo transcurre con gran vehemencia hasta que se cansan de patearla, de darle bofetadas, de intentar arrancarle todos y cada uno de sus cabellos, de patearla mientras se pueda coordinar la difícil fórmula “puñete/patada”. Pero atacar a una mujer cansa. Golpear también cansa. Los golpeadores también se cansan. Los agresores también lloran. Golpearon hasta ver correr la sangre, golpearon hasta dejar inmóvil a la que llamaban repetidas veces “vendida hija de puta” las voces masculinas mientras las “chicocas de la paliza” no daban tregua. El resto es más de los mismo: pasa otro bus cruceño; llega la prensa a preguntarle a Muriel Cruz si la agredieron cuando la asambleísta estaba casi inconsciente, el gran árbol sigue en el mismo lugar, la gente va y viene, un par de mujeres tratan de levantar a la masista ensangrentada, los celulares dejan de registrar, otro bus pasa delante del mismo árbol. Han pasado escasos minutos. Una eternidad.
El otro resto son los titulares: Investigación en curso: 15 activistas enfrentan cargos por agresión a asambleísta departamental del MAS en Santa Cruz; Padre de la asambleísta cruceña Muriel Cruz: ’A mi hija casi me la han matado’. No faltó el periódico que comparó en su titular el caso de Cruz con lo que ocurre en estos días con la española Amparo Carvajal y el pleito en torno a quién representa a la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia y la posesión de las instalaciones en la sede de gobierno. Sin embargo, hay que admitir que varias autoridades y periodistas (en ningún momento el gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho) expresaron indignación frente al feroz ataque: “matonaje político” es una de las más precisas para describir lo visto aquel viernes de odio y brutalidad.
Pasadas las luces de los medios, en esa cama de hospital, solo Muriel sabe cómo los recuerdos le hacen doler nuevamente cada milímetro de su cuerpo, solo ella escucha los insultos y las amenazas en la obscuridad de su cama sin sueño, solo a ella le duelen los ojos más que por lo llorado, por la inmensa soledad de su llanto. Solo Muriel Cruz carga todo el peso de su cruz. Solo Muriel. Sola, Muriel.
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.