Voces

Wednesday 3 Jul 2024 | Actualizado a 08:18 AM

¿Dónde está la vida?

Lucía Sauma, periodista

/ 15 de junio de 2023 / 10:26

Hace unos meses caminando por la avenida Arce en La Paz, vi venir a una joven con una blusa transparente y sin corpiño, no había persona, hombre, mujer joven o mayor que no se diera la vuelta y la siguiera con la mirada, mientras ella muy altiva caminaba a las cuatro de la tarde bajo el sol paceño. Claro que era una escena inusual. No sé si se trataba de algo intencional o no, si era una modelo, un ensayo sociológico, una investigación, parte de un anuncio publicitario, o simple desparpajo modernista.

Una semana después en pleno El Prado paceño, un hombre caminaba totalmente desnudo, pero era como si no existiese, parecía invisible, claro, era un indigente que a nadie le llamaba la atención, ni siquiera a los guardias, a los entendidos en desnudeses o a los filántropos. El hombre caminó todo El Prado y se perdió entre los ríos de gente que iban y venían. De lo que estoy segura es que no era parte de ningún comercial o ensayo académico, simplemente era un hombre perdido en su mundo al que nada le importaba y él no le importaba a nadie.

Lea también: Hecha la ley…

La ciudad, nuestras ciudades, están en cierto modo deshumanizadas. No había con quién comentar la altivez de la muchacha de la avenida Arce, ni la absoluta desnudez del indigente. Todos, muy ocupados en sus trámites, en sus cosas, en su individualidad pasaban de largo sin ver o mirando de reojo, intentando lo antes posible dejar todo atrás.

Surgen las dudas, si me pasa algo en la calle, un desmayo, una caída, un traspié, ¿alguien me ayudará? Si lloro, ¿alguien se conmoverá? Quizás sería más efectivo sacar la foto y subirla a las redes. La reacción se daría de forma inmediata, la viralizarían y los influencers nativos estarían listos para hacer su tarea, detrás vendrían sus cientos, sus miles de seguidores anónimos, creyentes a pie juntillas de cuanto mensaje les llega por algunas de sus redes, dispuestos a poner un like, son los mismos que en la calle no dicen ni mu frente a lo que pasa a su lado. Creo que vivimos una confusión entre la realidad y lo que llega a través del internet, a veces tengo la sensación de que se confía más en este último que en lo que vemos y vivimos. ¿Nos estamos olvidando de lo que es vivir?

(*) Lucía Sauma es periodista

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Propuestas indecentes

Lucía Sauma, periodista

/ 27 de junio de 2024 / 09:53

El municipio de La Paz ha propuesto cambiar las placas de los vehículos. Justifica esta medida arguyendo que así se evitaría la clonación de autos chutos. Asimismo, ha dado una serie de especificaciones sobre las nuevas placas, por ejemplo que tendrán medidas de seguridad visibles e invisibles. Entre las que se verían a simple vista están el contorno con una línea azul para vehículos privados y roja para automotores del servicio público, así como un “holograma personalizado adherido a la placa”. Entre las invisibles estaría el contorno del escudo de Bolivia que solo podría verse bajo la luz ultravioleta. ¿Cuál será el costo de cada placa? La respuesta parece una broma: $us 40 por placa. Nadie se atrevió a preguntar: ¿A qué tipo de cambio?, porque entonces la broma se tornaría muy pesada.

Consulte: Mire la calle

En la propuesta a nivel nacional presentada por las autoridades municipales paceñas, también se dio un dato interesante que nos pone a multiplicar: el parque automotor de todos los municipios de Bolivia tiene registrados a dos millones cuatrocientos setenta mil motorizados en el padrón de contribuyentes legalmente establecidos. Multipliquen esa cantidad por 40, a cualquier tipo de cambio, la cantidad siempre será jugosa.

Arguyen que es necesario cambiar las placas para evitar la clonación de las mismas. ¿Qué clonación necesitan las placas inexistentes? Vaya usted por donde vaya, calle, avenida, suburbio, ciudad grande, intermedia o pequeña, póngase a contar cuántos vehículos pasan sin placa. No se asuste, ni piense que contó mal. La realidad es muy dura: de cada 10 autos, minibuses, colectivos que circulan, por lo menos cuatro no tienen placa.

Antes de cambiar placas vigilen que los motorizados que circulan a vista de las autoridades tengan este sistema de identificación vehicular. Que las tengan adelante y atrás. Que estén debidamente colocadas. Hace unos días vi que a las motocicletas se les ha dado por colocar la placa de costado, en uno de los pedales, otra la llevaba a un lado sobre su caja de delivery. Cada vez son más los minibuses que no tienen la placa de atrás, otros la colocan en cualquier otra parte, menos en el lugar indicado, siendo muchos más los que tienen la placa borroneada a propósito. Nadie vigila, nadie controla esta falta. Antes de proponer cambiar placas, controlen que los vehículos las porten y las coloquen donde deben estar.

Como nota final y con un toque de advertencia y pícara curiosidad pregunto a los contribuyentes: ¿Quién pagará las placas? ¿$us 40, a qué tipo del cambio?

(*) Lucía Sauma es periodista

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Mire la calle

Lucía Sauma, periodista

/ 30 de mayo de 2024 / 00:29

¿Cómo puede usted ser
indiferente a ese gran Río
de huesos, a ese gran Río
de sueños, a ese gran Río
de sangre, a ese gran río?
¿A ese gran río?

(Nicolás Guillen)

Mire la calle, pero véala de verdad, es decir quitándose la rutina de los ojos, unas veces se llenará de asombro ante tanta indiferencia, hay gente que llora y nadie le pregunta qué pasa, o si necesita consuelo o si quiere llamar la atención; ante otras, en cambio, se quedará quieto ante tanto despliegue de violencia, de gritos, de pelea. En las calles hay tanta gente con la mente fuera de este mundo, están en las aceras o cruzan las calles sin ver los semáforos o lo que pisan o lo que les rodea, tienen la mente en otro tiempo, en otro lugar y uno se pregunta cómo serían de niños, si tendrían una casa, una cama, un padre, una madre, si hubo un tiempo en el que iban a la escuela. Ahora de tan idos ni siquiera son mendigos.

Mire la calle, todo se vende, todo se compra, fruta, juguetes, ropa, verduras, dulces, audífonos, todo tipo de quimeras, hierbas para curar o para enamorar, recetas para hechizar, para llamar la plata, para comprar la casa. Cualquier lugar es bueno para improvisar un puesto de venta, para transportar una carretilla, no hay inconveniente si se estorba el paso, los transeúntes están acostumbrados, bajarán de la acera o saltarán por encima del puesto de venta, esquivarán el mantel tendido en la calle o lo pisarán, finalmente todo seguirá su curso.

Mire la calle, está atestada de gente, son ríos humanos, así son las avenidas del centro de nuestras ciudades, unos van y otros vienen, jóvenes, niños que a rastras siguen a los adultos, que de la mano los llevan quién sabe a dónde, los pequeños irán igual. Unos están más apurados que otros, caminan, corren, otros simplemente andan un poco sin rumbo, sin apuro o quizás con desgano, sabiendo que es mejor resignarse.

La calle, las calles están llenas de basura, hay quienes barren en la madrugada, pero al mediodía ya se amontaron las bolsas plásticas, los papeles que envolvieron comida, las cáscaras de frutas, miles de otras cosas desechables se acumulan, si hay viento varias de estas cosas se elevan, por un momento quedan suspendidas en el aíre y vuelven a caer justo en alguna de las cloacas embotadas.

Mire la calle, minibuses, colectivos, taxis, autos, van por las avenidas, las callecitas estrechas, sangran y desangran la ciudad, se amontonan, hacen mucho ruido, se persiguen, se entremezclan, avasallan, crean estrés.

Entre todo ese caos, de repente se escucha una voz pequeñita y dulce que canta la canción que aprendió ese día en el kínder y la calle se ilumina, por un momento deja de lado todo lo gris, uno se deja llevar por el sonido y aunque dure unos segundos tiene el poder de cambiar la soledad, lo gris, lo feo de la calle, aunque sea solo por unos segundos…

Lucía Sauma es periodista.

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No despreciar la oferta

Lucía Sauma, periodista

/ 16 de mayo de 2024 / 07:04

Un festival de cine europeo, otro de teatro (Fitaz), conciertos de música, los habituales martes, viernes o sábados de cine por países proyectados en diferentes salas o centros culturales, cuentacuentos, charlas diversas, presentaciones de libros, talleres y exposiciones de pintura, fotografía para públicos de todas las edades, anuncios de lo que vendrá, como la Larga Noche de los Museos, la entrada del Gran Poder, estrenos de musicales, espectáculos de danza clásica y moderna, etcétera, es decir, una actividad cultural en gran número gratuita, deslumbrante, apabullante, diversa, tentadora, la que se ofrece este mayo en la ciudad de La Paz.

Consulte: ¡Qué triste espectáculo!

Uno se pregunta si hay público para tanta y tan variada actividad y la respuesta la encontramos en las puertas, por ejemplo, del Centro Cultural de España, donde la gente hace fila, sin importar el tiempo que permanezca parada, para ingresar a la película que se anuncia para ese día: Ramona, dentro del Festival de Cine Europeo. La curiosidad hace que quiera ver quiénes están en su biblioteca, en su mediateca, o su ludoteca. La sorpresa es alucinante cuando vemos todas sus estancias abarrotadas de jóvenes, adolescentes y niños. Están escribiendo a mano o en una computadora, buscando entre los estantes de libros aquellos que se podrán llevar a casa o quedarse a leer allí mismo. El lugar tiene además un precioso patio con sillas donde se realizan actividades de cine, teatro, etc.

Ese mismo día había un concierto de guitarra en el patio del Hotel Torino. Sobrepasando lo imaginado, la escenografía fue de un gusto exquisito, el sonido fantástico, la música rendía homenaje a la obra completa de Alfredo Domínguez. El público, muy variado en edad, llenó el patio que había sido preparado para el evento, incluidas estufas que gratamente calentaron el ambiente.

Al día siguiente se inauguraba el festival de teatro y el aforo en el Municipal estuvo colmado, lo que se repitió en todos los otros escenarios preparados para ese encuentro internacional, en los días sucesivos.

La ciudad tiene teatros nuevos, con elencos que van desde el monólogo hasta la ópera, pasando por los musicales. Grupos orquestales de todo tipo, desde la sinfónica hasta una orquesta de cámara que suele tocar los sábados en el mercado Achumani, con obras de Vivaldi, Mozart, todos los clásicos para deleite de quienes pasan por allí y rompen su rutina auditiva con una hermosa melodía. Contamos con una orquesta para ópera, lo que hace que de verdad podamos disfrutar de composiciones tales como Cavallería Rusticana o Il Pagliacci.

Uno piensa que no hay público, que la gente está ocupada solo en ver telenovelas o estar pendiente de lo que dicen las redes sociales, y no es así. Es necesario salir de la modorra y aventurarse en las ofertas que tiene la ciudad para darse un baño de actividad cultural. La sorpresa más bonita es que ahí están los jóvenes, organizando, ensayando, presentando, discutiendo, creando, imaginando, inventando. Nos queda fomentar, apoyar, incentivar, participar, aprender y podríamos seguir con estos verbos, pero es mejor entrar en acción y estar allí ocupando un espacio y participando, disfrutando del arte, la lectura, el teatro, el cine, la música…

(*) Lucía Sauma es periodista

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¡Qué triste espectáculo!

Lucía Sauma, periodista

/ 2 de mayo de 2024 / 06:55

Hace unos días, la BBC publicó la lista de las 100 mejores universidades del mundo, entre las que figuran tres de Latinoamérica: la Universidad de Sao Paulo (Brasil), la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Buenos Aires, de Argentina. Además de ocupar un lugar entre ese prestigioso centenar, en la de México se graduaron tres premios Nobel y en la de Argentina, cinco de sus egresados fueron galardonados con ese premio. ¡Qué privilegio! ¡Qué honor! Las tres son universidades públicas y gratuitas. En las tres, la exigencia es muy alta y el esfuerzo que hacen los estudiantes para aprobar las materias y concluir la carrera es también muy alto porque saben que cuanto mejor sea su rendimiento y cuanto antes finalicen, mayores serán sus oportunidades de trabajo. 

Revise: Dejarlos ser

Por esas casualidades que a veces uno no termina de entender, en el preciso instante que estaba pensando en ese ranking de universidades, el taxi en el que me transportaba pasaba por un costado de la UMSA, cuando finalizaba uno de los actos de fin de campaña por la elección de rector, la máxima autoridad de la principal universidad de Bolivia. Mientras el taxi redujo al máximo la marcha por la JJ Pérez, pensé tristemente que la San Andrés está a años luz de figurar entre las 1.000 (mil) mejores de Latinoamérica. El espectáculo que ofrecían los estudiantes era degradante. Hombres y mujeres estaban en un patético estado de ebriedad, caminaban por mitad de la calle sin poder mantenerse parados, este era el motivo de la congestión vehicular que ocasionaban a las 10 de la noche. Las aceras o cualquier lugar, y a vista de todos, se convirtieron en baños públicos. La música que se reproducía desde un escenario armado en el atrio universitario invitaba a beber y continuar con la decadencia de los miles de estudiantes que tienen fecha de ingreso pero nunca de salida, de jóvenes que no están dispuestos a leer un libro entero y recurren a los resúmenes que ofrece el internet o “encargan” la lectura, sus tareas e incluso sus tesis a los negocios que frente al Monoblock ofrecen realizar estos trabajos por un monto, generalmente negociable, con los que se obtienen los títulos universitarios.

Por supuesto que no todos los alumnos, ni todos los docentes de la UMSA, están de acuerdo con ese comportamiento, pero qué impotencia la que deben sentir ante tan bochornoso espectáculo. Ese mismo sentimiento de vergüenza e impotencia deben experimentar quienes saben de los casos de acoso, violencia, extorsión que se presentan a diario en las diferentes facultades de esa casa de estudios. Es cierto que en varias oportunidades se hicieron algunos intentos de poner en claro lo que sucede dentro de la universidad pública, pero el sistema que rige tiene un tejido demasiado siniestro y profundamente entramado. Apenas se vislumbra un resquicio de cambio que pretende corregir la desfiguración que sufre la UMSA, salen todos los “defensores” de inconscientes y profanos detractores del saber y el conocimiento que han invadido la universidad. ¡Qué lástima! ¡Qué difícil ser optimista frente a este panorama!

(*) Lucía Sauma es periodista

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Dejarlos ser

Lucía Sauma, periodista

/ 18 de abril de 2024 / 10:02

Niños, niños, niños. Todos fuimos parte de ese mundo que en la adultez, misteriosamente y para nuestra desventura, se convierte en una pócima de olvido, en un laberinto imposible de seguir, se reduce a la búsqueda de un tesoro, sin mapa, sin isla, sin brújula.  Sabemos que vivimos esa etapa en la que unos fueron muy felices, otros no tanto, tenemos flashes de lo que sentíamos, pero ya no está el panorama completo, es un vuelo muy rápido, crecemos demasiado pronto y solemos deshacernos raudamente de la niñez, seguramente por temor a seguir siendo inocentes, francos, despojados del miedo a amar sin medida.   

Cuando la niñez queda en el pasado, buscamos que los niños respondan y actúen como adultos en miniatura, es decir que si nuestro hijo pequeño o nuestro nieto interviene en  una conversación como si sería una persona mayor, inmediatamente lo catalogamos como un ser inteligente, una verdadera lumbrera, un superdotado, es cuando se pone en evidencia que nuestro mayor deseo es tener un hijo o un nieto que no actué como un niño, sino como un ser pequeño, alguien que copia muy bien a sus mayores.

Lea: Mal vestidas

Este 12 de abril, “Día del Niño Boliviano”, se volvió a repetir la historia: sentamos a niños (cuanto más pequeños mejor) para que lean o repitan de memoria lo que sus profesores, o padres, o pastores de iglesias evangélicas, o cualquier otro adulto escribió para poner en la boca de los niños que hicieron de parlamentarios, concejales, repetidores de citas bíblicas u otras autoridades, para que, precisamente el Día del Niño, dejen de hablar, de actuar como niños. ¿Tan mala nos parece la infancia que pedimos a los niños que parezcan grandes para calificarlos de inteligentes?

Los niños debieran actuar, sentir y sobre todo hablar como lo que son: niños. Es un enorme trabajo aprender la vida, verla con ojos de niño, construirla con corazón de niño. Ser niños, esa es su labor. Y a lo que debiéramos dedicarnos los padres, abuelos, tíos… es a facilitarles lo que pueden o deben hacer para crecer sanos y felices. Los adultos tampoco podemos cambiar nuestro verdadero papel pensando en que lo hacemos muy bien cuando muy ufanos decimos: “más que su padre soy su amigo”, olvidando que tu hijo o hija tendrá los amigos que quiera, lo que necesita son padres, que lo quieran y acompañen como padres.

En resumidas cuentas, este mundo, nuestra sociedad, necesita niños que actúen como niños, padres que actúen como padres. Que cada quien cumpla con su papel en el momento que corresponde. Los niños son maravillosos actuando como niños, no tienen por qué cambiar de papel.

(*) Lucía Sauma es periodista

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