Voces

Thursday 27 Mar 2025 | Actualizado a 13:50 PM

Sobre la ‘tribu carai’ (III)

Carlos Macusaya Cruz

/ 18 de enero de 2023 / 02:24

Una de las más recientes hazañas de la tribu carai ha sido exigir censo para 2023 y aceptar que éste se realice en 2024. Para ello llevaron adelante un “paro general selectivo” entre ciudadanos de primera y de segunda, el cual duró más de 30 días. Esta medida mostró claramente su repliegue ya no solo a lo regional, sino a lo departamental. Si en 2019 le hablaban a Bolivia en general (y en 2008 hablaban de la “media luna”), ahora, tras su fracaso político con el “gobierno transitorio” de Jeanine Áñez, se han ensimismado, incluso lanzando amenazas al resto del país si no se sumaba a su pedido.

Uno podría decir que en todo esto, a pesar de su retórica antiestatal, mostraron su estatalismo (pidiendo censo para recibir más recursos). Y es que, si bien se presentan como hombres valientes que heroicamente han forjado sin la ayuda de nadie todo lo que tienen (olvidándose, por ejemplo, del trabajo forzado al que sometieron a los “cambas cambas”), menos aún del Estado, lo cierto es que ese mismo Estado les dio un trato sumamente privilegiado; todo lo contrario de lo que hacía con los indios. No existirían como élite sin el apoyo estatal; claro que reconocer ese determinante apoyo significaría perder credibilidad, demoler sus propios mitos y erosionar la capacidad de cohesión que han logrado.

Empero, algo que no se debe perder de vista es que aquel paro fue también una forma de reordenar su trinchera en el marco de sus usos y costumbres: sentando la mano a quienes consideran sus “enemigos naturales” y a los “traidores”. Santa Cruz no es un espacio social homogéneo y menos aún está exento de problemas y contradicciones, la tribu carai lo sabe bien y por eso, para imponer sus decisiones y lograr sumisión de los “otros”, despliegan a grupos paramilitares y lanzan amenazas de “muerte civil”. Así frenan cualquier intento de desobediencia.

La imposición es su modo de hacer política y así oscilan entre el autoritarismo y lo dictatorial, enmascarado su accionar como movimiento cívico. Esto podría parecer contradictorio siendo un grupo que presume de modernidad; pero en su formación como clase han jugado un papel central elementos premodernos y estamentales que se expresan en su práctica política. Esto les ha permitido disciplinar eficazmente a su mano de obra y repartirse “tierras vaciadas”. No es algo extraño ni contradictorio que el capital se reproduzca con formas que no son fruto de la modernidad y esto pasa en distintos niveles y espacios (el “capitalismo con valores andinos” es otro ejemplo).

Esa forma de ejercer poder es legitimada con la construcción ideológica de un enemigo invasor, a quien se presenta como la razón de todos los males (como hacían los nazis con respecto de los judíos): los kollas. Desde luego, en muchísimos casos, son personas de origen andino o sus hijos quienes reproducen esta forma de entender Santa Cruz y quienes operan como “agentes de seguridad” de la tribu carai.

En esa situación, la población kolla asentada en Santa Cruz es objeto de asedio constante para mantenerlos a raya, para colocarlos en condición de ciudadanos de segunda en nombre de la “democracia”. Los medios de comunicación de esta tribu y sus opinadores despliegan intensas campañas para edulcorar sus prácticas autoritarias y dictatoriales. Así, por ejemplo, vimos que cuando paramilitares atacaban a comerciantes kollas los presentaban como “vecinos”.

Han venido ejerciendo violencia racista impunemente con el apoyo de los “defensores de la democracia” de la parte andina del país, porque para estos últimos los agredidos son “ciudadanos de segunda”.

¿Puede mantenerse sometida a una población de manera permanente? ¿No se está incubando una respuesta ante esta situación? La tribu carai se ha formado con el respaldo del Estado y no ha enfrentado grandes resistencias; pero la historia no se detiene y, en ciertas circunstancias, quienes la sufren suelen cambiarla.

Carlos Macusaya es miembro del grupo Jichha.

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Espartaco en Fausto Reinaga

Carlos Macusaya

/ 25 de marzo de 2025 / 06:00

Fausto Reinaga (1906-1994), famoso por sus obras referidas al indio, suele “moverse” en los extremos del rechazo y la admiración. Sobre sus ideas circulan opiniones que lo decalcifican o lo exaltan. Esto, muchas veces, impide que se haga un balance serio acerca de las distintas facetas de su trabajo. Por ejemplo, se suele dejar de lado cómo influyó entre activistas e intelectuales “indios” en la forma de pensar las rebeliones de 1780 y 1781. A este respecto, vale la pena tener en cuenta la manera en que Espartaco aparece en la obra del escritor potosino.

Espartaco, conocido por dirigir una rebelión de esclavos en la antigua Roma, es mencionado en varias oportunidades a lo largo de la producción de Reinaga, principalmente para hacer comparaciones con la situación de los indios y con las rebeliones anticoloniales. Es decir, cuando Reinaga trata de dimensionar las condiciones de vida de los “naturales” y sus luchas, en ciertas ocasiones, lo hace tomando como “parámetro”, sin entrar en detalles, la esclavitud y la rebelión de quienes vivían esa condición en Roma.

En su primer libro, Mitayos y yanaconas (1940), dice que Tupaj Katari y Bartolina Sisa “se yerguen, a la cabeza de 15.000 indios, en actitud semejante a la revolución esclavista de Espartaco”. En La ‘intelligentsia’ del cholaje boliviano (1967) afirma que “el indio que hizo con Tupaj Amaru una epopeya libertaria tan grande como la de Espartaco”.

En La revolución india (1970), en específico, en el capítulo III (Epopeya india), tras exponer su versión sobre las luchas anticoloniales de 1780 y 1781, indica que “el indio del siglo XIX y de nuestro siglo es semejante al esclavo romano que se levantó con Espartaco”. Seguidamente, cita algunas líneas de Howard Fast expresadas en su novela histórica Espartaco (1951), entre las que se puede leer: “La historia fue escrita por uno que era dueño de esclavos y los temía y los odiaba”. Claro, Reinaga se veía a sí mismo como el escritor de la historia de los temidos y odiados indios.

Lo más llamativo en Reinaga sobre el “uso” que hace de Espartaco tiene que ver precisamente con la novela de Howard Fast, que es, dicho sea de paso, la única fuente que cita al respecto y esto lo hace en La revolución india. En concreto, toma la sexta edición de dicha novela, publicada por Eneas en Buenos Aires el año de 1959 y la cita que hace se refiere, como se mostró, a los esclavos y a quienes escriben la historia.

Empero, lo que merece ser resaltado es que en la narración de Fast sobre Espartaco, este último aparece como quien habría dicho la famosa frase “volveré y seré millones”, que, posteriormente, Fausto Reinaga se la adjudicará a Tupaj Katari en su libro Tesis india (1971): “La ciudad antiindia de La Paz, capital de Bolivia, soporta hoy un cerco indio, que es como un cinturón de acero. Tupaj Katari esta vez, no ha de perder la batalla. Su palabra: ‘volveré y seré millones’, se cumple”. Reinaga afirma esto sin mencionar el libro de Fast.

Para Reinaga, el indio en la colonia vivía como esclavo y su rebelión era equiparable a la de Espartaco. Además, en su perspectiva indianista, la lucha anticolonial no había terminado y eran los indios del presente quienes debían concluirla. Es en ese marco que le atribuye a Katari la frese “volveré y seré millones”. Posiblemente, la muy difundida creencia en que dicha frase fue una especie de sentencia lanzada por Katari antes de ser ejecutado tenga su origen no en la “memoria larga” ni en la trasmisión oral de generación en generación, sino en la Tesis india de Reinaga.

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La ‘hazaña’ de Arce y Choquehuanca

Carlos Macusaya

/ 11 de marzo de 2025 / 06:01

Luis Arce y David Choquehuanca llegaron a la presidencia y vicepresidencia de Bolivia, respectivamente, en circunstancias bastante particulares, logrando el 55,1% de los votos en octubre de 2020. Entonces se produjo la rearticulación de diferentes sectores en torno al Movimiento Al Socialismo (MAS) frente a quienes no solo representaban un retroceso, sino que, por medio de un “gobierno de transición”, pusieron en marcha su proyecto de “reconstitución del Estado q’ara”. Hoy, Arce y Choquehuanca viven el derrumbe de su legitimidad, tras priorizar, aun a costa de su propia gestión, la “guerra interna” con Evo Morales.

Podría pensarse que el Gobierno, bajo una comprensión no solo limitada de los procesos políticos, sino incluso idiota, se desgastó en la disputa por la sigla del partido y en la cooptación de dirigentes. No trabajó en el fortalecimiento de la rearticulación que se dio en 2020 ni en la priorización de problemas o definición de objetivos, dejando así desatendida su propia gestión gubernamental. Pero también podría pensarse que todo ello fue premeditado, en tanto Arce y Choquehuanca asumieron, por encargo o voluntad propia, la tarea que no pudo realizar la oposición: desarmar al MAS.

Lo cierto es que, con el derrocamiento de Evo, en noviembre de 2019, la oposición se embriagó “hasta las patas”. En ese estado asumió, a ojo cerrado, que no solo se había sacado a Morales del poder, sino que ello significaba a la vez el “descanse en paz” para MAS. Dando por hecho que este partido no se levantaría de la lona y tras el repartimiento de espacios de gobierno (con pugnas de por medio), la unidad antimasista se quebró. Los caudillos vieron eufóricos la oportunidad de “gárranle al muerto” y lanzaron sus candidaturas. Empero, el MAS ganó las elecciones de 2020 sin su dupla histórica: Evo Morales y Álvaro García.

La llegada del MAS al gobierno en 2006 y su permanencia en él no respondían a las virtudes o miserias de Evo. En unas condiciones históricas de alta politización y la formación de una voluntad de cambio, la sigla de MAS pudo funcionar como un paraguas bajo el cual se desarrollaron una serie de articulaciones y la persona que en su momento expresó esa situación fue Morales. En 2020, con pandemia de por medio y un “gobierno transitorio” que buscaba prorrogarse a toda costa, protagonizando escándalos de corrupción y una desastrosa gestión, se dio, hasta cierto punto, una rearticulación en torno al MAS, en la que operaron tanto organizaciones sociales como el rechazo a quienes cogobernaron con Añez. Ahí se vio que el MAS no se reducía a Evo.

Hoy, tras la “guerra interna” del MAS, esa articulación, que ya venía desgastada, se ha resquebrajado y no solo entre organizaciones nacionales o departamentales, sino que esto ha llegado a niveles locales. En ese sentido, se puede decir que Arce y Choquehuanca están logrando lo que no pudo la oposición en 2019 ni en 2020: desarmar las articulaciones que daban cuerpo al MAS. Claro que está hazaña del arcismo se desarrolla en ciertas condiciones favorables. En las dos últimas décadas, los procesos de individualización se aceleraron entre los “sectores populares”, entre los que el MAS tuvo un gran respaldo electoral. En buena medida, el MAS ya no expresa las expectativas de estos sectores.

En todo este desarme, Arce y Choquehuanca han sembrado rechazo entre el propio electorado que los puso donde están. Se trata de un rechazo pasivo que implica la idea de que el gobierno no tiene la capacidad de enfrentar la situación por la que atraviesa el país.

*Es miembro del grupo Jichha.

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Nunca fue simplemente Evo

Carlos Macusaya

/ 25 de febrero de 2025 / 00:26

En los años 90 era inimaginable, por ejemplo, que en las grandes cadenas televisivas del país se le diera espacio a Maroyu o que esta agrupación tuviera como bailarina a alguien que en su momento fuera candidata a Miss Santa Cruz (que es el caso de Wendy Callaú Durán). También era inimaginable que los “indios” se articularan como mayoría política y colocasen a un igual suyo como presidente de Bolivia, cosa que pasó en los primeros años del siglo XXI.

Ni el “boom” de la cumbia chicha ni la articulación étnica fueron accidentes o “perturbaciones externas”. La música que escuchan y bailan los sectores populares en sus fiestas es la cumbia chicha, esos mismos sectores que masivamente votaron por el MAS. La emergencia política de éstos (aglutinados en distintas formas organizativas) y los procesos de ascenso social que vivieron se han manifestado no solo en la preferencia electoral, sino también en el posicionamiento de su música (¡el proceso de cumbia!).

Sería tonto creer que lo inimaginable hace más de cuatro décadas se concretó por obra de algún ser superdotado y casi “divino”. Curiosamente, esto es lo que creen los “evistas”. En su “guerra interna” con el gobierno vienen rindiendo pleitesía a Evo Morales, presentándolo como el artífice individual del proceso de cambio y como quien con su sola presencia repetirá las glorias de tal proceso y así salvará a Bolivia.

Empero, Evo llegó a la presidencia tras una serie de movilizaciones masivas, entre 2000 y 2005, en las que no tuvo un papel protagónico y en las que surgieron dos demandas que articularon el descontento acumulado en los años anteriores y lo transformaron en esperanza: nacionalización de los hidrocarburos (2003) y Asamblea Constituyente (2005). Se había producido un “nosotros indígenas” masificado frente a los “gobiernos tradicionales” y que expresaba a la vez una voluntad de cambio, articulando demandas sectoriales en una perspectiva general.

En las elecciones de diciembre de 2005, el MAS hizo suya la “agenda” de las movilizaciones y cosechó electoralmente tanto las expectativas de cambio y el rechazo a los partidos tradicionales. Evo, a diferencia de Felipe Quispe, mostró habilidad en la negociación y sumó el apoyo de distintos sectores que tenían gran capacidad de movilización. Además, también a diferencia de Quispe, logró acercamientos con personajes provenientes de estratos medios dispuestos a buscar otras alternativas políticas. En ese contexto, una formula compuesta por un “indio” (Evo Morales) y un “q’ara” (Álvaro García) tenía mucha fuerza. Nunca fue simple y llanamente Evo.

Así se abrió el proceso de cambio, desde el cual se construyó la imagen de Morales como el “gran líder indígena”. Se “nacionalizó” los hidrocarburos, lo que, sumado a un contexto favorable de precios, permitió que el Estado tenga mayores ingresos. Se llevó adelante una Asamblea Constituyente y se aprobó la Constitución hoy vigente. Con el pachamamismo se acompañó, y se desfiguró a la vez, la reconfiguración de las relaciones de clase y de estratificación, principalmente entre los sectores populares.

Sin embargo, en la medida en que las condiciones económicas mejoraron, las fuerzas sociales que emergieron entre el 2000 y 2005 fueron erosionándose tanto en su capacidad de articulación interna como en su capacidad de interpelar a otros sectores. El amplio proceso de ascenso social dio lugar a que la apelación a la pertenencia étnica sea menos relevante. Pero, además, hoy ya no se tienen los ingresos económicos que se tuvieron durante los años gloriosos del proceso de cambio. En lugar de esperanzas en torno a “ideas fuerza”, reina la incertidumbre y no “alcanzaría” con buscar un acompañante “q’ara” (que remplace al “traidor”) para revertir la situación.

Ante este panorama, Evo no muestra capacidad de articulación y vive paranoico identificando traidores entre sus leales. Solo tiene la tozuda voluntad de ser candidato. No sorprende que hace varios meses atrás planteara que su acompañante de fórmula sea alguien que tenga una propuesta (no de los “movimientos sociales”) para resolver la crisis económica o para cambiar la justicia. Es decir, él solo tiene la intención de ser presidente, pero no tiene algo que proponerle al país. Siendo justos, lo mismo les pasa a los demás aspirantes a presidente.

En su “incansable afán” por ser candidato, Evo Morales logró un acuerdo con el Frente Para la Victoria (FPV). Empero, es dudoso que su participación se concrete, pues si bien el “gobierno antievista” ha mostrado gran incapacidad en el cumplimiento de sus responsabilidades, ha sido todo lo contrario a la hora de forzar ciertas medidas en otros órganos del Estado, por ejemplo, a la hora de arrebatarle la sigla del MAS a Morales. Con toda la ineptitud que Arce y Choquehuanca han derrochado en el ejercicio de sus cargos, también han mostrado la clara voluntad de sacar a Morales del escenario electoral y lo más probable es que esto se concrete en los siguientes días.

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¿Una trinchera aymara frente al Gobierno?

Carlos Macusaya

/ 26 de agosto de 2024 / 16:11

Álvaro García Linera, cuando era vicepresidente de Bolivia, solía decir que la fortaleza del MAS radicaba en ser una coalición de organizaciones sociales. Esa fortaleza implicaba no solo a la dirigencia sindical nacional y departamental o, en general, a estructuras organizativas formales, sino también a la capacidad de movilización “molecular” con gran incidencia en definiciones políticas. “Curiosamente”, el gobierno del MAS, en este caso dirigido por Luis Arce, ha erosionado esa fortaleza (que hasta cierto punto ya venía desgastada). Incluso, en el marco de una disputa que va más allá de lo electoral frente a Evo Morales, la ha dividido. Así, en la actualidad, con David Choquehuanca haciendo el “trabajo sucio”, existen organizaciones sociales “arcistas” y “evistas”.

Hace un par de semanas atrás el “arcismo” fracturó a la Federación Departamental de Trabajadores Campesinos de La Paz-Túpac Katari (FDTLCP-TK), encabezada legal y legítimamente por David Quispe Mamani, quien cuestionó de manera abierta a inicios de julio que Arce haya abandonado una reunión con su sector sin atender sus demandas. Un par de semanas después, Quispe anunció que “la Túpac” no participaría de una movilización en favor del oficialismo. Si bien la FDTLCP-TK dirigida por Quispe no es “evista”, su “descarada insubordinación” ante el Gobierno ha dado lugar a que sea objeto de un “golpe sindical”.

Empero, a diferencia de lo que pasó con otras organizaciones, la división de “la Túpac” no ha logrado neutralizar, hasta el momento, a los “indios insubordinados”. De hecho, se han generado reacciones en varios niveles del sindicalismo campesino paceño desde donde no solo se oyen protestas contra el Gobierno, sino también pedidos de renuncia de Arce. Todo esto queda en segundo plano a nivel de las agendas mediáticas; sin embargo, en este conflicto podría complicar más aun la situación del Gobierno.

Entre sectores populares de La Paz y El Alto, con fuertes vínculos con áreas rurales y entre los que el MAS ha tenido su bastión electoral, se oyen quejas, por ejemplo, por al alza de precios de distintos productos, relacionando el hecho a la gestión gubernamental (la cual es señalada como pésima). Esto se está convirtiendo en parte cotidiana de los “murmullos” callejeros y puede llegar a formar un “espíritu activo”. Ante una situación de crisis que cada vez es más identificada como producto del Gobierno actual, una entidad con legitimidad podría articular los descontentos dentro de la población “masista” en el departamento de La Paz.

No se puede dejar de lado la importancia histórica que ha tenido “la Túpac”. Así como la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) fue, por decirlo de algún modo, la columna vertebral de las grandes movilizaciones que se dieron a inicios de este siglo y que abrieron la posibilidad de que el MAS llegue al gobierno, la FDTLCP-TK fue el “núcleo duro” de la CSUTCB en ese mismo periodo. Además, uno de los primeros espacios “de masas” en los que, en la segunda mitad del siglo XX, se desarrolló el proceso de politización de la etnicidad fue este ente sindical.

Desde luego, es dudoso que “la Túpac” legítima alcance la capacidad de movilización que mostró en los primeros años del siglo XXI. Empero, con la situación de descontento que va siendo atizada por la voluntad del Gobierno de no gobernar, se van generando posibilidades de articulación de descontentos en lo rural y lo periurbano que bien podrían ser capitalizadas por la dirigencia de la FDTLCP-TK. Si fuera el caso, a Luis Arce no le serviría de mucho haber formado un gabinete para asuntos de indios o “gabinete social”. Afortunadamente para el Gobierno, por el momento, David Quispe apela a la discursividad indianista clásica, lo que le puede permitir interpelar de manera limitada a algunos sectores. Aun así, podría estar generándose frente al Gobierno una trinchera entre la población aymara.

Carlos Macusaya
es docente de Comunicación Social (UPEA).

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Sobre la ‘grandeza’ del MAS

Esta sobrevaloración del Movimiento Al Socialismo también es compartida, aunque en un modo distinto, por su oposición

Carlos Macusaya

/ 9 de noviembre de 2023 / 08:14

La disputa entre “radicales” y “renovadores” en el MAS no tiene nada que ver con radicalizar su proyecto o con renovarlo y, entre otras cosas, termina desfigurando el proceso que dio lugar a que esta organización política llegue al Gobierno. No existe ninguna polémica, por ejemplo, respecto a las luces y sombras en la puesta en marcha del Estado Plurinacional o sobre medidas que, en distintos ámbitos, podrían apuntalarlo. Curiosamente estos temas “masistas” no son de interés para los bandos confrontados pues no aspiran más que a imponerse, sea en nombre del “líder histórico” o de la “renovación”, para tratar de dirigir “el ocaso de un ciclo político”.

Desde luego, esta “guerra interna” no es irrelevante, pues incluso condiciona de gran manera, directa e indirectamente, el accionar de los otros actores políticos (que han perdido toda iniciativa). Dada la gravitación del MAS se puede afirmar que el resultado de esta confrontación incidirá de manera determinante en la reconfiguración del campo político que se viene dando en el país.

Lea también: Forma subjetiva de aspectos históricos

Sin embargo, en el fuego cruzado que se ha desatado y en el afán de legitimación retórica que cada bando trata de esgrimir, se echan por tierra los hechos que determinaron el papel que el MAS jugó desde 2006 y en esto caen también muchos opinadores antimasistas maquillados de analistas. Así, entre los confrontados todo se atribuye a la grandeza del MAS, que para unos sería fruto de la voluntad casi divina de Evo, mientras que, para los otros, dicha grandeza estaría dada “por el destino” a pesar de la presencia de Morales. Esta sobrevaloración del Movimiento Al Socialismo también es compartida, aunque en un modo distinto, por su oposición, desde donde se suele “explicar” el advenimiento del proceso de cambio como obra de la manipulación de un imaginado todopoderoso MAS.

Es bueno recordar, aunque sea brevemente, que desde 2000, cuando se visibiliza una “crisis general”, se fue expresando en las calles y carreteras una voluntad de cambio que rebasaba por mucho la capacidad organizativa del Movimiento Al Socialismo de aquel entonces. Se dieron una serie de grandes movilizaciones en las que lo identitario indígena se relacionaba a protesta y cuestionamiento al modelo económico vigente entonces y a los partidos políticos tradicionales, así como a la intención, cada vez más generalizada, de buscar un rumbo en el que el Estado juegue otro papel y en el que amplios sectores de la población tengan participación en las definiciones políticas del país. Un síntoma de esto se expresó en el resultado del Censo de 2001, donde más del 60% de la población se autoidentificó con un pueblo indígena.

En ese “ambiente” la idea de nacionalización de los hidrocarburos se proyectó como una condición ineludible para abrir ese otro rumbo y se convirtió en una demanda articuladora de amplios sectores y ante la cual el MAS tuvo pociones ambiguas. La reacción de los estratos más acomodados ante esta situación se dio, por ejemplo, con el cabildo organizado por el Comité pro Santa Cruz en junio de 2004. Se hicieron más evidentes las expresiones de racismo e incluso algunos sectores llegaron a plantear la división del país. La tensión era tal que incluso había quienes veían posibilidades de una guerra civil. En esa situación se posicionó la idea de Asamblea Constituyente como salida pacífica y como medio para concretar demandas.

Lo indígena se iba convirtiendo en una identidad política masiva desde los bloqueos aymaras de 2000 y 2001, y la demanda de nacionalización proyectada desde El Alto logró ser un eje de articulación entre distintos sectores del país. En todo esto el MAS no tuvo un papel relevante, pero tenía la ventaja de ser parte del sistema de partidos, lo que le abría la puerta para participar en las elecciones de 2005.

Si bien todo ese proceso abierto desde el 2000 rebasaba al MAS, éste, sacando provecho de su condición de organización legal, tuvo la habilidad de encimarse en esa situación, en la que la mayoría de la población optó por una salida pacífica, y así cosechó en las urnas la fuerza social que se había desplegado en las calles.

El MAS llegó al Gobierno por primera vez en unas condiciones históricas en las que emergió una identidad política y se proyectó una demanda articuladora. Esas condiciones han cambiado, la identidad política indígena se ha difuminado y no existe demanda articuladora que abra perspectivas de futuro.

(*) Carlos Macusaya es comunicador social

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