El arte de la calle

Imaginemos a la ciudad de La Paz como una urbe planificada, ordenada, silenciosa, de belleza equilibrada… y está claro que jamás la reconoceríamos como tal. Esto, porque ella expresa grandes y sorprendentes cualidades, pero referidas esencialmente a su vida efervescente, la cual eclipsa al visitante por sus expresiones propias. De ahí que su habitante aprendió a vivir entreverado y al medio del movimiento de esta ciudad.
Esta visión nos acerca a definirla como una urbe singular, cuya imagen dominante se impone no solo a la mirada del espectador, sino al vivir citadino, apoyada por un conjunto de expresiones que reafirman que La Paz es una ciudad real pero llena de contradicciones. Y eso invita a prestar mayor atención a sus cualidades y problemas, los cuales inspiren nuevas manifestaciones de un arte, el de las calles.
Actualmente, las urbes comenzaron a amplificar sus expresiones particulares para que relaten el hecho de que una ciudad, además de ser vivida, inspira mensajes artísticos que muestran la fuerza de su esencia vivencial. Se busca intervenciones de arte que conlleven un discurso que articule su sentido de constructo expresivo y su contenido imaginativo, el cual logre crear signos que aparecen y desaparecen de la ciudad.
Hoy existen ciudades como Viena, la capital del arte moderno, cuya singularidad se asienta en importantes academias o universidades de formación artística. Es más, esa urbe cuenta con un número apreciable de obras de arte mural, como es el caso de la denominada Gustav Klimt sosteniendo un gato, en homenaje a ese pintor de talla mundial que cautivó al espectador por la voluptuosidad de su dibujo, el trazo caleidoscópico de sus pinturas y la belleza del ornamento de sus obras.
Y no faltan otras ciudades como México, que desde hace décadas incorporó al arte mural en diferentes áreas y ambientes, donde esas obras conmemorativas reflejan a personalidades como Frida Kahlo en lugares estratégicos del Distrito Federal.
La Paz tuvo un primer mural, pintado aproximadamente en los años 60, en el lateral exterior del edificio que hoy es el Ministerio de Justicia. Una obra supuestamente realizada por Wálter Solón Romero, hoy desaparecida. Sin embargo, en los últimos tiempos la población joven aprovecha ciertos muros en lugares estratégicos para plasmar el arte de la calle con distintos motivos. Ahí están, por ejemplo, los caballos pintados en la zona Sur o aquella obra que se esconde en un muro de la avenida Arce.
Pequeñas intervenciones de arte imaginario que se distinguen del arte urbano porque conllevan un discurso que sugiere una ciudad posible y se acerca en ciertos casos a lo virtual.
Muestras que implantan en la urbe imágenes que exaltan el estado de ánimo del ciudadano a través del arte. Una nueva expresividad que aparentemente ha dejado atrás aquellos mensajes políticos burdos y agresivos que la población veía con desagrado. Hoy, en cambio, no faltan los ejemplos sutiles que vienen cargados de significados.
El arte urbano aprendió a expresar realidades distintas, desde las más sencillas que representan a la sociedad, hasta aquellas que conllevan un sentido social enmarcado en lo estético y con un contenido profundo.
Por el contrario, el arte de la calle no se ocupa de la transformación física-espacial, sino de buscar aparecer en la ciudad. De esa manera, se interesa en el individuo, quien —como afirma Popper — es el actor urbano y el catalizador y mediador de crear un diálogo entre el espacio y la ciudad. Una nueva propuesta que denota que en La Paz existe “más energía que materia”.
Patricia Vargas es arquitecta.