A merced de Camacho

Rubén Atahuichi
Imagen: La Razón
El país está, otra vez, sometido a los designios de Luis Fernando Camacho, que ha tomado el control de la situación política del país cual si fuera un dirigente cívico más, como en 2019, cuando socavó la democracia al punto de derrocar a Evo Morales.
La receta ya es conocida: la premisa aglutinadora, la movilización de los conservadores, las alianzas perniciosas (Fuerzas Armadas, Policía, mineros…), los medios, los políticos oportunistas y el batacazo final.
También, el discurso del presunto fraude, los plazos conminatorios, “el punto final”, la carta de renuncia, la “propuesta” de sucesión, la “junta de notables”, la vuelta de la Biblia al Palacio de Gobierno y el derrocamiento. Y su seguridad plena de consumar lo que se propone, conspirar.
Todo naturalizado por los medios y políticos de oposición, y la complicidad de la Iglesia Católica y el silencio de la comunidad internacional.
Ahora estamos en otro escenario y los argumentos son distintos, aunque la receta — tanto habló de esto Rómulo Calvo— es la misma: censo, cabildos y duro discurso, que raya con la conspiración.
Camacho se puso por encima de todos desde el principio del conflicto. No asistió al Consejo de Autonomías que sugirió la postergación del Censo de Población y Vivienda, a diferencia de los otros ocho gobernadores.
Cuando el común de las autoridades —el presidente Luis Arce y sus ministros, gobernadores y asociación municipal— optó por reencauzar el empadronamiento fallido de 2022, Camacho desahució la decisión conjunta.
Al verse en evidencia, solo atinó a la descalificación: los ocho gobernadores son “masistas” y “vendidos” al Gobierno, como los rectores y los alcaldes. Sin mayor razonamiento, solo con bravuconadas. Y el país, a mirar de palco tremendo atrevimiento.
Solo él tiene la razón, pero solo es capaz de movilizar aunque no tenga argumentos suficientes; su discurso altisonante y confrontacional basta. Luego, a encantar a militancias, convencer a los divergentes y contagiar a sus pares de la oposición.
¿Se acuerdan de cómo Carlos Mesa y Jorge Quiroga fueron a buscarlo sin éxito cuando en 2019 llegó apenas a La Paz? Ahora Mesa se ha puesto a su disposición e Iván Arias intenta colarse a sus propósitos después de haber fracasado en su argumentación particular sobre un Censo 2023.
No importa la carencia de argumentos técnicos para esa demanda, la cosa es secundar a Camacho, con él se puede lograr la desestabilización del Gobierno o cosas peores. Los ingredientes están en la mesa, se sabe la receta y hasta Fernando del Rincón entró en escena, como en 2019, cuando hizo de órgano de prensa.
Camacho no es un hombre del diálogo. No ha estado en el Consejo de Autonomías, pudo asistir a la mesa técnica del 15 de agosto y la desacreditó inmediatamente después de haberla aplaudido; se dejó llevar por sus pasiones para eludir la mesa que pidió, el 11 de octubre, y el sábado, simplemente tenía la intención de gritar y salir.
Si dijo que no tiene que traicionar las decisiones del cabildo del 30 de septiembre, que optó por el paro indefinido en caso de no conseguir Censo en 2023, sabe que lo puede consumar, sin importar el costo del paro indefinido, las fisuras de la democracia y, peor, la estabilidad del Gobierno.
Ya se encargaron otros de llamarlo mitómano, pero se pone en evidencia al disimular que quiere diálogo sin estar convencido de ese mecanismo democrático. Al diálogo se asiste con convicción democrática, sin trampas ni condicionamientos.
Acaba de desahuciar una nueva posibilidad de diálogo, en Cochabamba. Está por encima de todos y de la ley, hasta se atrevió a conminar las veces que pudo a Arce, fijarle fechas, llamarlo cobarde y “convocarlo” a Santa Cruz.
Por algo recordó el otro día que esto hay que enfrentarlo sin miedo, bajo resistencia civil. Su lugar no es la democracia ni la convivencia pacífica. Pero la democracia sabe de resiliencias.
Rubén Atahuichi es periodista.