Sobre la cultura y el arte

En la vanguardia de la producción cultural de toda sociedad están los y las artistas. Históricamente hablando, ese grupo social interpreta, tanto desde las esferas cultivadas como desde la base popular, el sentir y la razón de vida de todo un conjunto social con expresiones que nacen de pulsiones propias, sin libretos preestablecidos. Por esa potencia expresiva, el poder político siempre quiere encaminar a los artistas hacia objetivos político- partidarios desconociendo la esencia inasible y atemporal de las expresiones del alma. Peor aún, algunos sueñan con un sentido común hegemónico que terminaría con esa “insoportable” libertad de la que gozan los creadores. Vayamos a un ejemplo de la vida real.
1000 años de alegrías y penas son las memorias del célebre artista chino Ai Weiwei, un libro subyugante que retrata su periplo hasta lograr consagrarse internacionalmente. La primera parte está dedicada a su familia, sobre todo a su padre Ai Qing, reconocido poeta chino. En la segunda parte relata su recorrido personal por el mundo. De todo ese abanico de experiencias me interesa su vida en los extremos del péndulo político: desde la extrema izquierda con la Revolución Cultural en la China de Mao (1966-1976), a la extrema derecha en su viaje al imperio americano (1981-1993).
La primera es un martirio familiar inacabable. Su padre, amigo de Mao y miembro de las altas esferas revolucionarias, fue culpado durante la Revolución Cultural de “revisionista” y lo mandaron al destierro a las localidades más sórdidas. La familia pasó la seca y la meca y de esas tensiones se nutrió el futuro artista. La caída del maoísmo permitió al promisorio joven ir al sueño americano. Ahí cebó de muchas tendencias y conoció a notables creadores mientras limpiaba casas, renunciaba a los estudios y experimentaba la vida acelerada del mundo libre. Esa experiencia tampoco llenó su espíritu y volvió a China cansado de la frivolidad y la violencia de la sociedad americana. Es decir, ni unos ni otros, ni izquierdas ni derechas, pudieron excitar su llama creativa. Decidió entonces seguir un itinerario sin imposiciones ni coerciones.
Ese libro, burdamente resumido, me permite colegir algunos pensamientos. Toda revolución cultural, toda transformación del pensamiento artístico y creativo no debe someterse al dictamen voluntarista y ortodoxo de unos cuantos; más bien, debe nutrirse del signo libertario que está en la base-social-creativa y es, per se, un signo ingobernable. Y el poder político debe saber que esa autonomía creativa, ese signo ácrata, es patrimonio del grupo social más encomiable de Bolivia: los y las artistas.
Carlos Villagómez es arquitecto.