¿Caras nuevas en la Convención chilena?

Este fin de semana Chile está votando para conformar su Convención Constituyente, en una de las elecciones más importantes de su historia. Producto de las masivas protestas de 2019 y el voto afirmativo en un referéndum, la ciudadanía podrá elegir a las 155 personas encargadas de elaborar una nueva Carta Magna que sustituya la heredada por la dictadura de Augusto Pinochet. Esta será la primera vez en la historia que Chile cuente con una Constitución elaborada y aprobada por su ciudadanía, y será también la primera vez que esté escrita de forma paritaria y con la participación de representantes de sus 10 pueblos indígenas. Las mujeres nunca han constituido más de una cuarta parte del Congreso chileno, por lo que una convención con paridad de género es un hito importante; más aún la incorporación de los 17 escaños reservados para los indígenas, que en Chile viven una larga historia de negación.
En un momento de profundo desapego de la ciudadanía con su élite política, el mayor desafío de la Convención Constituyente es su legitimidad, que depende de que la Asamblea sea vista como lo suficientemente diversa e inclusiva, de modo que las élites políticas tradicionales no puedan controlar el proceso. Los partidos políticos tienen uno de los índices de aprobación más bajos entre las instituciones de Chile, con una reputación de liderazgo encapsulado.
Por ello, la ilusión está centrada en que la Convención aporte una mejor distribución del poder y permita que nuevas voces rompan lo que en Chile se denomina la “casta política” (de izquierda y derecha), que ha generado la profunda rabia contra todo el establishment, expresado por ejemplo en las palabras de Roberto Avila: “los dueños de Chile son un puñado de familias, dueños de todo: de la tierra y del agua, de tu trabajo de hoy y de mañana, dueños hasta del último ahorro que hagas para tu vejez. En todo lo que hagas, como tomar el Metro o fumarte un cigarrillo, debes pagarle un peaje institucionalizado”.
Frente a los datos estadísticos presentados por Jennifer M. Piscopo y Peter M. Siavelis, sobre las listas de candidatos y candidatas a la Convención, existe un moderado optimismo sobre el cambio de esa élite. Usando la información de los 1.373 candidatos aceptados por el Servicio Electoral de Chile (Servel), se puede afirmar que cerca del 80% de los candidatos y candidatas a la Convención son caras nuevas y no políticos experimentados. Si bien muchos de ellos y ellas pueden tener apellidos conocidos, o ser miembros antiguos de partidos políticos, la mayoría de los candidatos y candidatas nunca antes ha buscado ganar una elección. Y esta novedad por supuesto es mayor entre las postulantes que entre los hombres.
Si bien los rostros y las voces podrán ser nuevos, solo el 44% tiene menos de 40 años. Aunque estos datos pueden decepcionar a aquellos que tenían esperanzas de que el proceso constitucional atrajera a más juventud, protagonista en la conquista de la Convención, de todos modos, la proporción de jóvenes es relativamente alta. Por ejemplo, la Unión Interparlamentaria reporta que solo un 15% de los parlamentarios en el mundo tienen menos de 40 años, lo que significa que la Convención chilena podría coincidir o superar el promedio global solo eligiendo una fracción de los candidatos jóvenes.
Esta Convención Constitucional, que promete una renovación de la política con rostros jóvenes, indígenas y femeninos, es solo el inicio de un cambio verdadero en las estructuras de uno de los países más desiguales de la OCDE. Muchos analistas tratan de prevenir una posible desesperanza y retorno a las calles del estallido social chileno cuando afirman que cambiar el texto de la Constitución no significa inmediatamente cambios profundos en la sociedad, pero sí significa tener un marco legal que permita hacer cambios. El inicio del camino en esa dirección lo definirán este domingo los chilenos y chilenas.
Lourdes Montero es cientista social.