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Friday 7 Feb 2025 | Actualizado a 23:05 PM

Encuestas y paranoia extrema

/ 13 de septiembre de 2020 / 05:39

El anuncio de la primera encuesta de intención de voto, precisamente en el día que se daba inicio a las campañas electorales, desató una fuerte ola de expectativas indisimuladas. O de pronto, el punto de máxima expresión de la tesis de Lacan: “La paranoia es la personalidad y su fórmula definitiva, todo el mundo delira”. Esto es, que todos tienen rasgos paranoicos de miedos exagerados, temor y persecución. La paranoia instalada en actores políticos, que escenifica el clivaje que caracteriza la política boliviana: MAS/antiMAS, refiere a un pensamiento y comportamiento, con trastornos delirantes que producen hostilidad constante, actitud defensiva, persecuciones y autorías expandidas a cada hecho. La paranoia extrema que gobierna al poder político nacional, también desnuda otra de sus mayores incompetencias: la fortaleza de autocorrección.

A la presentación del estudio de intención de voto antecedía en el país un eje discursivo en extremo violento. La creencia de que la degradación del adversario político termina por reducir sus perspectivas electorales enfrentaba su prueba de validación. El conjunto de medios nacionales habló inagotablemente sobre las encuestas. Sin embargo, los estados de ánimo fueron la voz que mejor retrató a cada uno de los interesados. 

En el absolutismo negacionista, no parece ser más ingenioso quien mejor contradice su realidad. El siempre exaltado Ministro de Gobierno, que mantiene una presencia sostenida en las redes sociales, no hizo una sola mención a las encuestas, eso después de decir meses antes que “si las elecciones son este domingo, Jeanine les gana a todos”. El líder de Creemos se mantuvo en silencio absoluto, sin valorar de pronto, que el resultado que le otorga la encuesta tiene un valor excepcional en el proyecto de sustitución de poder que él está generando en Santa Cruz. Libre 21 desestimó las encuestas que los sitúa marginalmente en el proceso electoral. Comunidad Ciudadana a través de su candidato tampoco hizo alusiones al estudio de intención de voto. Sin embargo, ante la crítica y a consecuencia de los resultados, buscó retomar la iniciativa: propuso un debate con Luis Arce y busca atribuirse el haber “frenado y sacado” a Evo Morales del poder. En el MAS las pulsaciones fueron intermitentes, la distribución del voto les viene bien, pero la segunda vuelta es una sombra que no los abandona.

Las encuestas han desacomodado el humor político en el país, lo que no imposibilita anotar algunos elementos conclusivos que refieren a la posibilidad de una segunda vuelta y la aparición nuevamente del voto útil. El sufragio es un acto personalísimo que contiene significados culturales, pero también hábitos, preferencias, identidades, filiaciones y fobias políticas. Un conjunto de elementos que, en el momento electoral, deben ser complementados con factores determinantes de base política territorial y estructuras partidarias e institucionales extendidas.

La segunda vuelta está anexada al voto útil. Requiere centralizar el sufragio en quien va segundo en la preferencia electoral. Esto le confiere una naturaleza de voto blando y volátil, lo cual impide certeza en las proyecciones. Se agrega a esto, la naturaleza y caracterizaciones propias del clivaje instalado, que multiplica la presencia de voto duro y fidelizado diluyendo el voto útil. Sería un error pensar que la actual elección es una segunda versión de lo ocurrido en octubre de 2020. Los actores son otros, la polaridad social es ya una grieta insondable y los factores de poder tienen hoy una titularidad contraria. La encuesta así, deja percibir que el escenario electoral está señalado por la confrontación del voto dual, donde contienden la unipolaridad del “voto corporativo” y la multipolaridad del “voto de ira”.

Jorge Richter es politólogo.

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Crisis: cuando el negacionismo hace aguas

El modelo económico actual está agotado, exigiendo urgentes transformaciones. Más allá de los números, se necesita reconstruir la vida social.

/ 7 de diciembre de 2024 / 21:59

“Es cierto que muchas cosas cambiarán a causa de la crisis. El regreso a un mundo anterior a la crisis está excluido. ¿Pero estos cambios serán profundos, radicales? ¿Irán incluso en la dirección correcta? Hemos perdido el sentimiento de urgencia y lo que hasta ahora ha ocurrido proyecta un mal augurio sobre el futuro». Esta aseveración, que en las primeras sensaciones pareciese que describe nuestro transitar por el momento de crisis económica, política e institucional corresponde, en realidad, al premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz. Están anotadas en el libro que publicó en el año 2010 y al que tituló “Caída libre: América, los mercados libres y el hundimiento de la economía mundial». 

Stiglitz, conclusivamente, recomienda la necesidad de avanzar hacia economías más sostenibles, introducir reformas centradas en la creación de empleo y establecer una suficiente regulación de los mercados para prevenir crisis financieras. Ello permite colegir que estas tienen, finalmente, un efecto transformador, profundo y duradero, en la economía y la sociedad, pues la afirmación de que «el regreso a un mundo anterior a la crisis está excluido» sugiere que las condiciones previas a la crisis ya no son alcanzables. Si pensamos en Bolivia podemos afirmar, siguiendo la línea de pensamiento de Stiglitz, que el Modelo Económico Social Comunitario Productivo, afectado por la pérdida de su fuente de financiamiento ha dejado de ser sostenible, siendo previsible que enfrenta su final o cuanto menos una necesaria e ingeniosa transformación. Nada será como antes en términos económicos, pues el final del ciclo político del proyecto social popular cierra consigo también un ciclo económico.

Crisis en la economía

“El desenvolvimiento de la actividad económica no se realiza de una forma equilibrada y sin alteraciones. Por el contrario, las perturbaciones de las variaciones económicas se suceden de forma recurrente. A una fase de expansión en la que se incrementa la producción, los beneficios, los salarios, el consumo, etc., le sigue, luego de haberse producido una crisis de la fase anterior, otra de contracción (recesión) en la que las características experimentadas por las variables en el momento expansivo se ubican en una situación inversa y comienzan a declinar. Esta marcha de la economía y las etapas disímiles en que se desenvuelve su actividad conforman los ciclos económicos”.

“A una fase de alza le sucederá, luego de una etapa de transición, otra de baja que, una vez concluida, señalará el punto de partida hacia la iniciación de un nuevo ciclo. El desarrollo de los ciclos económicos se compone de cuatro fases: 1.) fase de iniciación de un nuevo ciclo (recuperación); 2.) fase de prosperidad (expansión); 3.) fase de crisis (interregno que conduce a la recesión); 4.) fase de depresión (recesión)”. La economía boliviana está transitando el último tramo de la de la fase de crisis para ingresar al tiempo y momento más complejo y crítico: la recesión económica.

El momento de la crisis

Hoy, la fase de crisis, el momento del interregno, exhibe indicadores de alta criticidad sin medidas que la contradigan, un incremento constante del déficit fiscal; la ruinosa situación de las reservas internacionales que evidencia el Banco Central; la carestía dramática de dólares y en consecuencia la falta de combustible en provisiones normales en el país. Déficit comercial, inflación cercana a los dos dígitos y una credibilidad en caída libre de las expectativas sobre si desde la presidencia del Estado se está en condiciones de resolver el atasco económico. Todo ello nos colocará en la cuarta etapa profundizando la molestia social y colapsando la economía.

Lo que suena es la palabra crisis, lo que se escucha es un hay que cambiar el modelo y la conclusión repetida es que el modelo está agotado. El negacionismo intransigente de no reconocer que el modelo económico ha perdido definitivamente su solvencia impide pensar e implementar políticas que puedan reconducirlo. Esta obsesión incomprensible facilita la instalación de economicismos radicales que razonan sobre la idea de un Estado mínimo y una economía desregulada y de pleno mercado.

Entrados ya prematuramente en el tiempo electoral, los presidenciables, sus equipos y el mundo opinador y analítico van de la mano de un cuantitativismo liviano, donde lo estadístico y la economía es lo único que define la vida de un ciudadano. Esta crisis económica, que la separan de la sociedad y su integralidad de problemas complejos para convertirla en un festival de números y ofertas insustanciales e intimación electoral, ¿en qué ha convertido las esperanzas y la vida social de los bolivianos?

Buscando una salida

Hay que superar la crisis tantas veces desmentida, por supuesto que con soluciones económicas, pero fundamentalmente, rehaciendo la vida social, la política, las convivencias sanas, acudiendo sin temores al principio universal de la autodeterminación, ese que debe dar paso a nuevas formas de organización institucional, gobernabilidad y transformaciones sociales que amparen la dignidad de todos los bolivianos y bolivianas.

Las crisis económicas son el espacio donde se desarrollan los autoritarismos, algunos, en distintos actores políticos, ya empiezan a manifestarse en sus rasgos primeros. Si el final del ciclo económico ha coincidido en la misma temporalidad que el fin de ciclo político, estamos obligados, con sentido de urgencia, a comprender la necesidad del cambio social, y exige a su vez, saber y tener conciencia de que cualquier retroceso al periodo anterior a la crisis, no es más que la vía atropellada de preparación de otro tiempo de nuevas criticidades.

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Cuatro años después de una nueva normalidad

La fragilidad de los factores ordenadores en el proyecto político boliviano ha generado una nueva normalidad marcada por la polarización y el agotamiento del ciclo histórico iniciado en 2006.

/ 9 de noviembre de 2024 / 23:02

Octubre de 2020 fue el momento de resolución electoral de la ruptura institucional del año 2019. El clivaje MAS/anti-MAS se dirimiría, finalmente, en la voluntad democrática que cada boliviano expresara en las urnas de votación. De forma inapelable y terminante, Bolivia volvía a encaminarse, en confianza, por el proyecto social popular. La agenda para el mandato presidencial que se iniciaba estaba determinada de antemano: el libreto social señalaba como tareas inmediatas, consecuencia del quebrantamiento constitucional y el hecho de la pandemia, unas acciones de urgente reconstrucción: rehacer la economía colapsada hasta lograr su crecimiento y estabilidad, restablecer las capacidades del sistema sanitario del país para aminorar el impacto de la pandemia y devolver las aulas escolares a niñas y niños que estudiaban precariamente a distancia.

Lo que en noviembre de 2019 parecía un ciclo político concluido volvía a recomponerse con prontitud a partir de la compactación histórico-electoral de la corporatividad social popular. El horizonte enmascaraba una luz que el país imaginó de esperanza. Existía ilusión y necesidad de creer, un hálito de fe que nos encontrara en el trayecto con la necesitada pacificación social.

A partir de entonces, el misterio por desentrañar estaba en imaginar cómo sería un gobierno del MAS sin Evo como presidente, y cuál sería el distintivo que el nuevo mandatario aspiraría a construir para su gestión gubernamental. Los escenarios proyectados fueron diversos y anunciados en cantidad, pero ninguna imagen graficaba a un Evo Morales en los umbrales de una detención judicial, y tampoco a un presidente refiriéndose, en todo espacio posible, al líder indígena como el causante de cuanto mal existiera. El hecho es que, conocidos estos cuatro años, los dos opuestos son refractarios, incompatibles y excluyentes, al extremo que, en el paso de sus acciones, destrozan el proyecto popular y a la vez el mismo país. Lo cierto es que han dado paso a una nueva normalidad en distintos contornos.

Lo normal es lo habitual, lo cotidiano y lo natural, lo que aceptamos de forma acostumbrada. En la construcción de nuevas normalidades, algo deja de ser usual y corriente para ser sustituido por una situación distinta. En momentos de crisis, se instala una nueva época o tiempo. Hoy, el hecho cotidiano es una realidad que ya preconfigura la actual normalidad de los bolivianos: desabastecimientos graduales, paulatinos y en ascenso; resignaciones malhumoradas por la incomodidad de una crisis soportable aún, pero molesta y de preocupaciones ya evidentes. La nueva normalidad va dejando sus primeras consecuencias: salarios disminuidos, ciudadanos empobrecidos y nuevas exclusiones. Pero también un ciclo político acabado.

La nueva normalidad en la estructura partidaria y de la «corporatividad social popular» enseña que el «factor ordenador» de este proyecto político ha dejado de estar únicamente en la palabra y decisión del expresidente, pues tiene hoy, en los espacios estatales y dirigencias matrices, otra decisión de referencia e imposiciones, encarnadas en el ánimo de lo que piensan, separadamente, el presidente y vicepresidente del Estado. Si el «factor ordenador» se debilita o quiebra, la estructura partidaria resiente su unidad, su capacidad movilizadora e, inmediatamente, se agrieta, hiende, fracciona y, en el último extremo, se despedaza.

La nueva normalidad de lo social popular, construida con paciente desafecto, antipatías e irracionalidad, dice también que el tiempo de las victorias concluyentes se va desvaneciendo, que ya nada está asegurado y que hoy, como las palabras escritas en el Manifiesto Comunista, un fantasma recorre el país popular: el fantasma del fin de la historia.

Las consecuencias de esta malquerencia entre los factores ordenadores del movimiento y la estructura popular han intervenido, además, en los espacios socioestatales y, por supuesto, en lo económico. La nueva normalidad de 2024 es la de una Bolivia sofocada por conflictologías interminables y absurdas, agobiada en su profunda desinstitucionalización y debilitada por el parón de las posibilidades económicas públicas y privadas.

Lo cotidiano de hoy es la no respuesta a los problemas inmediatos y la búsqueda constante de transferencia de responsabilidades y eximición de culpas. La crisis deja en evidencia que el pueblo, la sociedad y la ciudadanía no están en el centro de las preocupaciones de los decisores político-estatales. Lo otro que demuestra esta crisis es que las referencias políticas, dueños del facilismo económico y del propietarismo estatal, no construyen nuevos paradigmas de Estado y Sociedad, pues, alejados de la complejidad sociopolítica del país, se muestran indiferentes en la necesidad de actualizar el Pacto Social, ese que articule lo estatal con el mercado, lo público y lo privado, la concentración de riqueza con la redistribución del ingreso, y establezca convivencias sociales necesarias y diálogos institucionalizados.

Esta normalidad, caracterizada por el estado de policrisis, debe ser solo un espacio de transición resolutivo de los impases políticos, económicos y sociales polarizadores; el tiempo precedente a la construcción definitiva de la nueva normalidad positiva, ordenada por el sentido común de la coexistencia pacífica de los opuestos necesariamente complementarios.

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Conflictos multiplicados con estética perversa

El autor advierte que el progresismo nacional enfrenta su momento más crítico, atrapado entre la autodestrucción interna y el desgaste de sus valores democráticos.

/ 22 de septiembre de 2024 / 00:31

Primera afirmación: entre el griterío anárquico y la delirante búsqueda de respaldos nacionales en una sociedad desatendida históricamente, el proyecto progresista más importante de los últimos 70 años ha preferido inconscientemente el camino de la autodestrucción. Octavio Paz siempre repetía: no hay nada más incómodo que una verdad pronunciada antes de tiempo. Esas son las verdades que en la historia han abarrotado las listas de quienes, por el desagrado de sus palabras, son malmirados y señalados de traidores. Pasó allá, acá y en todos lados.

Superado el gran desafío de la construcción arquitectónica institucional del Estado Plurinacional, se esperaba que la convivencia política y social quedara rehecha en términos de tolerancia y aceptación a la diversidad de una sociedad profundamente multicolor, desde su vértice cultural hasta de sus nacionalidades mismas, pues el nuevo Pacto Social, hacía presumir que este era el siguiente estadio del proceso de inclusiones y transformaciones iniciadas. A partir de aquella creencia, la obra siguiente señalaba la necesidad política de articular una conciliación posible entre el Socialismo de la memoria histórica universal y la institucionalidad de la Democracia Liberal sobreviviente. Estábamos situados para entonces en el año 2009. Ese fue un reto que exigía pergeñar una vía socialista democrática propia. Queda en el lector, conclusivamente, afirmar si tal cometido se logró, quedó mutilado o si el proceso aún continúa en evolución y progreso.

Tensiones

Segunda afirmación: la marcha avanza hacia La Paz, en ella las escaramuzas exponen el odio que separa a los partidarios -obligados y urgidos- de las dos expresiones enfrentadas. La violencia está en presencia latente, si esta se exacerba y descontrola lo difundirán los informativos, pero todos trabajan descarnadamente en los horarios no percibidos, cuando la gente duerme, para desatar un hecho que indigne y permita operar en el desenlace buscado: incapacitar, inhabilitar al otro. Ambos son excluyentes, ello quiere decir que no pueden, siquiera tolerar la posibilidad de concurrir a un mismo espacio partidario o electoral. Por ello se invalidan, se degradan y anulan, es la fórmula del matar muriendo o morir matando, en todo caso, un suicidio colectivo.

Tercera afirmación: el desangrarse en una interna política absurda y carente de comprensión y valoración histórica no es solo una cuestión de afectar y dañar el curso del proyecto de la izquierda nacional, implica también un quebranto para la democracia, pues ofrece su rostro más antidemocrático en quien defendió, avanzó y creció sobre un capital simbólico de pluralidad, inclusión, tolerancia y lucha contra toda forma de discriminación. Ese rostro antidemocrático deja instalada la incógnita de si es solo una coyuntura y circunstancia propia del internismo ya violento o marca el perfilamiento de formas autoritarias y despreciativas de las buenas maneras de la convivencia política. La izquierda nacional transita un momento de infortunio político, un andar por la cornisa que separa lo democrático de lo no/democrático. Así se apagan los ciclos, de forma decadente, sin grandes auspicios, encerrados en su propia ruina y nublando lo que en un momento de gloria constituyó el paradigma de cambio, reformas y transformaciones de una sociedad que amplió su base social para agregar a nuevos sujetos históricos.

Devenir

Cuarta afirmación: las organizaciones sociales naturales fueron, desde la mediados de la década de los años noventa, la posibilidad histórica e irreductible de poder de los sectores excluidos y empobrecidos del país. Hoy, esos hombres y mujeres, dirigentes y líderes, los referentes de decisión y conducción política que, reunidos todos ellos, conforman la corporatividad social y popular se muestran como una familia disfuncional. Esta condición se manifiesta cuando los conflictos, las nocivas conductas y también la presencia de excesos de parte de cualesquiera de sus miembros se multiplican de forma constante y regular. La disfunción lacera el normal funcionamiento de algo. Desde lo institucional hace que los estándares de nuestra democracia se hundan, ayudados también porque frente a ellos, la derecha se anima a reconstruirse con los inoxidables protagonistas centrales del odio y la arrogancia de clase del año 2003.

Quinta afirmación: encaminados hacia un “estado de cosas inconstitucional”, ese que reduce la CPE a un sentido apenas nominal por su inobservancia y no acatamiento, la coyuntura de Policrisis actual se define como un momento de conflictos multiplicados con estética perversa, algo que se entiende como las aviesas intenciones de dos en disputa que multiplican las atribulaciones del Estado, la sociedad y la economía con búsqueda de daño intencionado y beneficio propio. En 1969, Teodoro Petkoff, venezolano, comunista activo y sin dobleces en la crítica y palabra, publicó su célebre libro “Checoslovaquia. El socialismo como problema”. En él, recriminó la represión húngara de 1956 y las formas violentas del paseo de los tanques rusos por Praga en 1968. Reprochó y expuso severamente su disconformidad con la estatización y el totalitarismo soviéticos. En acuerdo con ese pensamiento separó las distintas izquierdas que asomaron en el amanecer del siglo XXI, habló de unas “izquierdas reales” que fueron centrales en las luchas anti-autoritarias y de “la izquierda borbónica” que, como la Casa Real, “ni olvidan ni aprenden”. El dilema y contradicción de no aprender es imaginar que se avanza en la lógica que, mientras peor mejor.

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El voto útil NO es útil

/ 27 de septiembre de 2020 / 07:21

Agotada la pandemia como hecho discursivo, el “noviembrismo” en alianza con grupos de apoyo político y económico busca instalar ahora un nuevo eje temático que module y establezca la agenda de prioridades electorales que deben ser debatidas e instaladas en las portadas de la atención mediática. El actual y urgente tema es la exigencia de un voto útil acompañado de una presión mediática y de redes sociales para que los candidatos, aquellos que las encuestas señalan como menores, abandonen sus candidaturas. La fijación del objetivo político electoral ya suma también una voz de mando: “Para que el MAS no vuelva nunca más”. A ello se agrega todo un trabajo, a momentos desesperado, con gestiones para agrupar a la derecha del país en una sola candidatura. La presión va esta vez sobre Luis Fernando Camacho, para que abandone su candidatura condicionado por la urgencia que impone el voto útil.

Y es que el voto útil es útil para generar un resultado electoral, pero la cuestión excede ese beneficio corto, pues lo central está en conocer si lo es también para el país o únicamente para un sector de la población. En una mirada de prospectiva institucional y estatal, corresponde comprender y saber cómo incide el voto útil sobre la estabilidad, la gobernabilidad y la pacificación del país. Este pedido a la no dispersión del voto de los sectores de clase media y urbano bajo la asustada lógica de voto útil obliga a deconstruirlo y observar sus caracterizaciones y consecuencias.

Primero que busca polarizar la elección entre Arce/Choquehuanca y Mesa/Pedraza. La intención está puesta en una rápida apariencia, impedir la victoria en primera vuelta del MAS, pero hay otras intencionalidades: crear, en una visión reduccionista, un bipartidismo que distribuye el poder bajo la lógica de los bloques MAS/Anti MAS, sin Creemos como actor político. Este empeño electoral encierra adicionalmente otro elemento de fin profundo: el bloqueo de los sectores medios y urbanos conservadores del occidente al poderío político de oriente. Un voto llamado útil para dejar vacío de poder a Santa Cruz y a Luis Fernando Camacho.

Pero también, el voto útil se convierte en una excusa que disuelve la responsabilidad de cumplimiento del programa de gobierno de cualquier candidato, ya que los objetivos se reducen simplificadamente a buscar un escenario final.  Los impulsos que mueven a los electores a votar se basan en diferentes factores: creencia en una estructura partidaria y su líder político; afinidades identitarias; hechos históricos; factores inclusivos o en una causa finalmente entre otros motivos, pero todo esto siempre en concordancia con el programa y propuesta electoral. El voto útil extingue todas las consideraciones y razones establecidas a priori que encaminaban el voto, exigiendo una dejación de afinidades programáticas, esto es, de todo aquello que convencía a “su” electorado. La maximización del resultado obliga al ciudadano a estar menos comprometido con un partido, un líder y un programa. La consecuencia es una circunstancial legitimidad. Estamos en ese caso, ante la prevalencia de la argumentación utilitarista de corto plazo que opaca mirar con prioridad la debida gobernabilidad. La lógica pragmática degradando lo programático.

Otra variable propia del voto útil está en la pretensión de instalar una tendencia de falsa responsabilidad. Quienes rechazan esta lógica de voto útil y persiguen construir un proyecto político diferente, ejercen la pluralidad del sistema democrático. Las acusaciones de responsabilidad que buscan efectos inmediatos y censuras colectivas envilecen la calidad democrática, pero también la obligatoriedad que tiene un candidato de comunicar y establecer una ineludible conexión con la población en el esfuerzo de sumar adherentes a su propuesta. Lo contrario equivale a firmar un cheque en blanco para quien no persevera en aglutinar y empatizar con la ciudadanía.

Hoy en Bolivia, el voto útil está instrumentalizado para inhabilitar a un grupo social, algo que trasciende el proceso electoral. Si nos detenemos en la comprensión de que aún está pendiente e inconclusa la cuestión social y la tolerancia inclusiva por el que es diferente en piel, en origen y apellido, sabremos también que el voto útil solo puede ahondar el problema.

Jorge Richter es politólogo.

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La Calle frente a la Corporación

/ 26 de agosto de 2020 / 01:47

En un país donde los que no tienen votos para gobernar intentan mandar como elegidos, han sustituido la carencia con factores de poder y realidades construidas. Esta artificialidad conduce a una interpretación que configura un microclima social, que en los hechos es, la vista mínima y parcial de aquello por donde transita la esencia de un país. Muy por encima de la subjetivación política montada, de forma inevitable, la situación evidencia su caracterización por acumulación repetitiva de sucesos. Producto de ello, tres elementos sobresalen cotidianamente impregnando la dinámica nacional más allá de los ocultamientos o acciones de soslayo.

La polaridad social irresuelta desde el amanecer mismo de la república se presenta cíclicamente bajo lógicas circulares de sustitución de élites, con periodos de dominio que consumen ciclos políticos enteros. En un lado, una ingente corporatividad social y popular, diversa y enormemente plural, extendida por el territorio nacional en sus cuatro ejes como formas de organización comunitaria a momentos, sindical en otros espacios y económica y comercial habitualmente.  Frente a ella, los estamentos urbanos y clases medias, articulados como muestras de validación social y referencias de éxito con el Estado y sus posibilidades de administración. Visiones distintas de la vida en sociedad, de la política, la economía y la igualdad social y étnica. Unos clamando ser visibilizados y los otros evitando no ser señalados ante la evidente resistencia al pedido.

Una conducta crónica de no obediencia a la ley, las normas y la estructura legal del país se ha instalado desde hace unos años como hábito corriente entre los actores sociales e institucionales, condicionando su aceptación a una compatibilidad estricta con sus agendas políticas y corporativas. La exacerbada rivalidad social en momentos de desenfreno político y de sobrevivencia de sus principales figurantes, hace que la institucionalidad de la norma sea degradada a un acatamiento condicionado por circunstancias de contextos favorables en función de quien concentre el poder. La consecuencia es una CPE que va quedando en suspenso, para ser simple referencia discursiva ante la acometida politizadora del poder que ha desnaturalizado la Justicia y la institución que da cumplimiento coactivo a la misma. En términos institucionales, un retraso corrompido desde hace más de cuarto de siglo.

La tercera variable de incidencia sobresaliente en la actual coyuntura nacional está señalada por el accionar de la corporación mediática empresarial, en ella convergen intereses económicos y de grupo antes que comunicacionales. Con puntualidad calculada avanza en sintonía coordinada con el poder, modulando la agenda política y social con campañas marcadas que inciden en el ánimo de la sociedad, fundamentalmente, en los estratos medios y urbanos. Ese accionar, desprovisto de ecuanimidad y acentuadamente político, ya va visibilizando los efectos colaterales que contribuyen a la distancia polarizada de los sectores sociales en la disputa estatal.

Con estos factores interviniendo, a momentos simultánea o indistintamente sobre nuestro contexto y coyuntura, la agenda del grupo de poder actual, que trasciende al Gobierno central pues representa en sí un proyecto de clase multipolar, vuelve a proponerse —utilizando el mismo término nuevamente— modular la opinión pública para buscar otra postergación del proceso electoral, en desobediencia crónica a la nueva Ley 1315 y dañando los acuerdos de tranquilidad momentánea conseguidos con el TSE, la Iglesia Católica y los organismos internacionales que se constituyeron en garantes del proceso.

Ante la corporación mediática empresarial y la conducta crónica de no obediencia a la ley, lo social popular contrapesa con ese espacio inacabado donde la realidad no puede ser desconocida porque es invisible a ellos. La calle ha devuelto el poder a su único dueño: el pueblo.

Jorge Richter es politólogo.

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