Solidaridad
La multiplicación de estos actos podría, ojalá, ser el incentivo que estaba faltando para reconstituir el tejido social

Como es fácil imaginar, las largas semanas de inactividad forzada por la cuarentena dictada ante la creciente amenaza del COVID-19 han comenzado a hacer mella en quienes menos recursos tienen; el futuro próximo se muestra sombrío para toda la población, pero especialmente para estas personas, que subsisten al margen de la institucionalidad pública y privada.
La respuesta del Estado, que de por sí tardó más en ser implementada que anunciada y hasta declarada como cosa realizada, se ve limitada por la burocracia y la imposibilidad de llegar a todos, particularmente a quienes no están en el sistema bancario y no podrán acceder a formas de reparto de bonos de emergencia por esta vía. Por ello, reemplazar la distribución de alimentos por dinero para comprarlos no parece haber sido la mejor opción.
Algunas empresas privadas han hecho esfuerzos no solo por mantenerse a flote, sino también por compartir lo que tienen con quienes más pudieran necesitarlo, pero en general las cámaras de industrias del país tienen perspectivas sombrías para el sector, que fácilmente podría registrar pérdidas de un 5% si no mucho más, dependiendo de las condiciones en las que estaban al llegar la crisis.
En ese contexto, todavía resta ver cómo afectará la recesión a la economía en el mediano y largo plazo, lo cual ya ha sido señalado de modo general por los organismos financieros multilaterales en términos poco esperanzadores, pero sobre todo cómo manejarán la tempestad quienes estén al mando de la nave, habida cuenta que sigue siendo un misterio el cómo y cuándo llegará el país a la elección presidencial, y qué gobernabilidad tendrá quien obtenga el favor del voto popular.
Es fácil predecir que quienes sentirán el embate de la crisis con más fuerza son las familias de escasos recursos, quienes no tienen o no pudieron conservar su empleo, y quienes viven del comercio informal y hasta ahora han visto cómo las medidas extraordinarias les han obligado a dejar de trabajar o a hacerlo en condiciones cercanas a la clandestinidad, pues las fuerzas policiales y militares tienen claras instrucciones de impedir la interacción callejera.
En esas condiciones, la solidaridad aparece como el antídoto a la crueldad de una circunstancia no deseada y que difícilmente puede ser resuelta únicamente con discursos de buena voluntad o las limitaciones inherentes a quienes se ven inclinados a seguir únicamente la razón práctica y la lógica del costo-beneficio. Cientos de vecinos en toda la ciudad ya han comenzado a articular grupos para identificar personas en necesidad y, sobre todo, para darles respuesta en la medida de sus posibilidades.
Cuantitativamente el resultado todavía parece modesto, pero cada acción de esa gente solidaria es la evidencia de que es posible escapar de los determinismos que ponen el futuro del prójimo en manos del mercado, la divinidad o el Estado. La multiplicación de estos actos podría, ojalá, ser el incentivo que estaba faltando para reconstituir el tejido social, tan dañado luego de octubre y noviembre de 2019.