A 75 años de Auschwitz
Cientos de hombres, mujeres y niños que eran solo piel y huesos deambulaban sin voluntad en una cárcel a cielo abierto.

El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo ingresó al campo de concentración nazi de Auschwitz, en Polonia. El espectáculo con el que se encontraron los militares rusos fue dantesco. Cientos de hombres, mujeres y niños que eran solo piel y huesos deambulaban sin voluntad en una cárcel a cielo abierto. Pero lo peor estaba bajo tierra: se estima que al menos 1,1 millones de personas murieron y fueron enterradas en aquel campo de exterminio nazi, muchos de ellos judíos.
Han pasado 75 años desde entonces, de allí que ya sean muy pocos los testigos directos de esta tragedia que aún siguen con vida. Por ello, además de justos homenajes como los que se han organizado en diferentes partes del mundo para honrar a las víctimas del Holocausto, resulta esencial rescatar y difundir los recuerdos de los propios protagonistas con el fin último de evitar que una tragedia de estas proporciones se repita. Pues éstos han dejado relatos excepcionales como el de Primo Levi: “Nosotros, los que sobrevivimos a los campos no somos testigos verdaderos… Los que estuvieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin palabras”; o el de Nelly Sachs: “Nosotros, los salvados, /todavía cuelgan las cuerdas enroscadas para nuestros cuellos, /todavía se alimentan de nosotros los gusanos del miedo… Tú recuerdas las manos de la madre que buscaron una tumba para el hijo muerto de hambre en su pecho (…)”. Relatos que contribuyen a entender, aunque sea someramente, el horror incomprensible del nazismo y del Holocausto.