Primavera boliviana en incendio planetario
Si a esa generación se le escamotea el voto, la ira se apodera de ella y se rebela, como ha sucedido en Bolivia.
Toda revolución comienza con una chispa, a veces aparentemente irrelevante. La Primavera Árabe se inició por el suicidio de aquel vendedor callejero en Túnez; mientras que la boliviana se desató por el fraude electoral detectado en las elecciones presidenciales del 20 de octubre pasado. Llama la atención que, paralelamente, en Santiago de Chile el alza mínima en el costo del transporte público provocó una rebelión popular difícilmente controlable. En Conakri, la tercera repostulación del mandatario también fue causa de disturbios letales. En Beirut fue el desplome de la trípode gobernante que permitía un equilibrio frágil. Igualmente, la toma de las calles en Hong Kong, Bagdad y en Barcelona muestra la fuerza de los indignados que, por diversos motivos, objetan la transparencia de quienes detentan el poder. Curiosamente los mencionados estallidos ocurren durante una misma semana, cuya fecha emblemática, el 9 de noviembre, recuerda que la caída del Muro de Berlín, hace 30 años, abriría nueva etapa de democracia con libertad.
En la actualidad, hay características propias que han aflorado, superando la era de la televisión, para dar paso al internet, cuyo dominio ha resultado fundamental para la movilización de las masas, particularmente de jóvenes: una imagen, un mensaje apropiado se propaga como imparable fuego que estimula la lucha y la resistencia a la tentación totalitaria de los menores de 24 años, quienes representan el 40% de la población mundial.
Y si consideramos la geografía electoral, sorprende que en la India, por ejemplo, cada mes un millón de jóvenes se inscriben en el padrón. Si a esa generación se le escamotea el voto, la ira se apodera de ella y se rebela; ya sea en Guinea, en Argelia, en Venezuela o como sucede estos días, en Bolivia. Hay pensadores que afirman que la democracia vive sus últimas horas si no cambia y si no se ajusta a la fresca realidad que sacude el planeta. Caso contrario, se abre vía libre a la demagogia populista.
A este triste retrato se añade que los superricos siguen acumulando obscenas ganancias, retornando al capitalismo neolítico muchas veces como gestores de la corrupción, que halla en políticos venales presas ávidas de corromperse. Tal como denuncio, pruebo y compruebo en mi reciente libro ¿Corrupción: sumisión o rebelión? Y ratifico que un camino para frenar esa nefasta tendencia tendría que convertirse en ley de hierro en la praxis de la vida cívica, como registra mi ensayo No hay democracia sin alternancia, que es un trabajo investigativo de 195 países.
En la actual controversia acerca de la cuarta reelección del ahora expresidente Evo Morales, fuera del país se ha esgrimido como causa del rechazo de los electores la aparición del racismo en su contra. Barato argumento para quien gobernó a plenitud durante 14 años. Más aún, entre varios candidatos indígenas, Félix Patzi denunció que el fraude alcanzó su candidatura, rebajándole aproximadamente 200.000 votos.
En los últimos días, turbas digitadas desde el oficialismo han cometido horrorosos gestos de verdadero racismo al discriminar a bolivianos identificados por el color blanco de su piel. Peligroso rumbo de “limpieza étnica”, que recuerda a la ex Yugoslavia de Milosevic o a la masacre de los tutsis en Ruanda. Estos atropellos constituyen crímenes de lesa humanidad, penados internacionalmente y que no prescriben para los actores materiales y los instigadores intelectuales.
* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.