Conflictividad social
Solo una sincera voluntad de salvar a Bolivia de esta crisis podrá brindarnos algo de certidumbre
Bolivia vive tiempos de profunda confusión. Los sucesos desencadenados desde la noche del 20 de octubre han llevado a la sociedad a un estado de conmoción generalizada en la que importa más lo que las personas creen que lo que los datos parecen mostrarles. Así, en medio de pequeñas y grandes escaramuzas entre bandos rivales, la población mira, hipnotizada, el abismo.
Ha sido evidente, aunque muchas personas prefieren negarlo: el estado de zozobra generalizado ha causado comportamientos corporativos y discriminadores en uno y otro extremo de la polarización política. A falta de mejores argumentos, la descalificación, basada en una presunta militancia política, asignada solo por el tono de la piel, ha dado paso a múltiples formas de violencia.
Esto ha llevado inevitablemente a profundizar las diferencias que ya existían y que durante la campaña preelectoral fueron llevadas a sus peores extremos. Hoy, como tal vez ni siquiera en los peores momentos de la Asamblea Constituyente, el racismo es palpable en las calles del país, incluso a pesar de que algunos dirigentes cívicos lo niegan en sus discursos.
Asimismo, se vive la ironía de que quienes han salido a las calles a defender la Constitución se toman la libertad de impedir la libre circulación e imponer el toque de queda en muchas zonas de la ciudad, fundamentalmente por las noches. Tales excesos, sin embargo, fueron motivados por actos de abierta violencia vandálica realizados por grupos que fácilmente fueron etiquetados como “masistas” sin necesidad de pruebas, permitiendo abonar el odio político que ha comenzado a florecer en algunos corazones.
En el mismo sentido, se celebra el “retorno de la Biblia a Palacio” sin considerar que significa un retroceso en la construcción de un Estado laico; muy a tono con los discursos religiosos que han estado recubriendo la incertidumbre generalizada y la evidente carencia de un proyecto político razonable, viable y, sobre todo, sostenible. Quienes resisten al cambio de presidente tampoco parecen tener claro el rumbo a seguir en lo inmediato.
Es también posible que haya retrocesos en otros ámbitos, como el de los derechos de pueblos indígenas, que gran parte del conservadurismo considera atentatorios de sus propios derechos, aunque no haya evidencia en ese sentido, y de minorías sociales, mucho más amenazadas por los extremismos religiosos, como por ejemplo la población LGBTI.
Las tendencias autoritarias de los individuos de cualquier sociedad humana, estudiadas con gran detalle desde el final de la Segunda Guerra Mundial, han vuelto a florecer; la desinformación y la crispación son su mejor abono. Solo una sincera voluntad de salvar a Bolivia de esta crisis de parte de quienes tienen algún factor de poder podrá brindarnos algo de certidumbre. Mientras tanto, mucha gente arrastra el país al desastre.