‘Dos espías en Caracas’
Sorprende el parecido de la secuencia política de esa época con lo que ocurre actualmente en Bolivia.

Resulta difícil desasociar la imagen de un “personaje de ficción” cuando se lo ha conocido y frecuentado en la realidad. Eso me sucede al leer la última novela de Moisés Naím, Dos espías en Caracas, cuyo largo subtítulo resume su contenido: “Una historia casi ficticia de amores y conspiraciones en los tiempos de Hugo Chávez”.
Mi tránsito por la carrera diplomática me permitió encontrarme con ese legendario venezolano en cuatro oportunidades, todas ellas apropiadas para conocer y admirar su innegable carisma, el genuino calor humano en su trato con las gentes más humildes, y el marcado interés que demostraba en el diálogo con su interlocutor, cualquiera fuese su rango. Naím, columnista y ensayista conocido, incurre en la aparente licencia literaria para contar la historia reciente de su país sin tener la obligación de mostrar evidencias de hechos ocurridos al otro lado del espejo.
Todo comienza cuando el entonces desconocido coronel Hugo Chávez convence a sus camaradas de seguirlo en el fallido golpe de Estado perpetrado el 4 de febrero de 1992 para derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez. Luego de dos años de cárcel, empieza la leyenda que lo lleva a la presidencia, de donde solo un cáncer fulminante lo arranca 20 años después. Venezuela, entonces uno de los emporios petroleros más rico del mundo, despierta la codicia tanto de Estados Unidos como de Cuba, cuyos servicios de inteligencia destacan a dos de sus mejores agentes para tratar de seducir al impredecible gobernante y enlistarlo en sus redes, respectivamente. Esta es la historieta paralela que el autor expande con menos brillo. Sin embargo, su relato sobre la colonización política y cibernética que La Habana teje para apropiarse a bajo costo del petróleo venezolano es altamente verosímil, y corresponde a la realidad geopolítica que persiste plenamente hasta nuestros días, aún en la era poschavista.
Naím retrata en filigrana la personalidad narcisista de Chávez, sus alucinaciones esotéricas de monólogos frente al espejo, así como sus tertulias con los óleos del Libertador o frente a su osamenta en el Panteón, donde una necropsia pretende asegurar que murió envenenado. La novela, aunque pletórica en hipótesis, explica el despilfarro del maná petrolero, cuyo principal objetivo no fue la instauración del socialismo del siglo XXI, sino, la conservación del poder per se.
Sorprende el parecido de la secuencia política de esa época con lo que ocurre actualmente en Bolivia. Ambos escenarios bajo la férula del caudillo “predestinado” que, a pesar de perder sendos referendos, se reelige con cambios constitucionales y difunde medidas populistas con obras intrascendentes de efecto electoralista. La persecución de opositores y de los medios de comunicación mediante el uso del terrorismo fiscal es semejante a la que aplica la Justicia boliviana, como lo es también el empleo de hordas de matones que disuelven manifestaciones adversas.
Naím cuenta que una trípode siniestra mantiene el régimen: las bayonetas militares plagadas de generales corruptos; la concentración de los poderes estatales, particularmente el electoral, donde el asesoramiento técnico cubano es fundamental; y la conexión con el hampa organizada, que incluye las externas redes del narcotráfico.
La leyenda de Hugo Chávez, amado por su pueblo, finaliza con su triste agonía, en la que demuestra su indomable fortaleza de carácter, cuando casi moribundo gana su última elección. Su muerte fue, según Naím, programada por Fidel, quien además fue el gran elector de su sucesor: Nicolás Maduro, aún más dócil que Hugo, pero útil proveedor del petróleo tan necesario para la supervivencia de la isla.
* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.