Julian Assange, el héroe Wabi-sabi
Los héroes modernos ya no son la encarnación de los valores o la proyección estética de una sociedad

Los héroes son lo que nosotros vemos en ellos: una ficción, una simple proyección del álter ego colectivo. No se trata de personas o de hechos reales, sino de la construcción imaginaria de valores y de la estética. Desde la Iluminación, se ha desatado en este terreno una batalla descarnada entre lo apolíneo y lo dionisíaco: la destrucción paulatina del ideal griego de la perfección. Para las religiones politeístas, los héroes eran una mezcla de dioses y humanos armados con poderes de las fuerzas naturales. Ellos eran nuestros protectores. Para el monoteísmo, eran mesías que venían a salvar el mundo. Y para el humanismo evolutivo, el ideal del superhombre. La diferencia la marca el liberalismo, que olvida la estética y solo resalta el valor: la voluntad individual hace al héroe.
En los últimos 300 años, los héroes son gente dotada de un extraordinario talento, capaces de cambiar y dar nuevo rumbo a la historia gracias a su capacidad individual. Allí están Bolívar, Washington, Superman o Mickey Mouse. Un héroe es la exaltación del individuo. En cambio, el socialismo creía en el colectivismo, la fe en la masa amorfa del pueblo. Aunque en Latinoamérica se fue creando un sincretismo con el monoteísmo y fueron surgiendo figuras mesiánicas como el Che Guevara, con su paraíso revolucionario y el hombre nuevo. O sea, el ideal del colectivismo fue desapareciendo.
Pero ahora en siglo XXI, cuando el liberalismo es la religión mundial, la que debería firmar el fin de la historia, en el seno de sus contradicciones se va destruyendo la estética del héroe liberal. Los héroes modernos ya no son la encarnación de los valores o la proyección estética de una sociedad, sino una imagen transitoria, una suerte de cantante a quien admiramos el momento en que está en el podio. Nuestros héroes son un objeto más de consumo. Admiramos a quien más discos vende; al artista como Bansky que destruye sus cuadros; al genio borracho de Maradona. Idolatramos lo que hace, no lo que representa; y su valor nos lo da el momento de nuestro disfrute.
Con Julian Assange encontramos este tipo de héroe. Muy lejano de lo apolíneo y lo dionisíaco. No somos sus fans por sus valores o su estética desprovista. Lo que nos une a él es su acto heroico. La creación de una plataforma con la que se puede cuestionar al poder. Donde es posible la venganza de los débiles contra los superpoderosos. Por eso Julian Assange es y será el auténtico héroe Wabi-sabi, tal como la estética zen japonesa es representada con la imperfección y la impermanencia.
No es un Alan Turing que no soporta el heroísmo y muere a lo Blancanieves. Tampoco es alguien que se perfecciona como Gandhi o Mandela a través del sufrimiento. Assange mata el aburrimiento con un monopatín. No le interesa la visita de pinches, solo atiende a celebridades como Lady Gaga. Su existencia es fáctica. No acaba en un calvario cristiano, sino en el linchamiento mediático al que lo sentenciaron los servicios secretos para matar lo que representa. El castigo a Assange es el mejor precedente para quienes se atreven a desafiar el orden establecido.
Ahora, después de su tormentosa detención, a Estados Unidos ya no le interesa extraditarlo, pues no quiere crear un escenario tipo OJ Simpson a su alrededor, porque eso significaría mucha televisión y un gran podio donde seguiría viviendo el héroe incómodo. Julian Assange está condenado a ser un personaje del arte efímero, del que todos se olvidan cuando se acaba la presentación.
* es escritor y agricultor.