El perjuicio de la fe
Estamos programados para ser creyentes, lo cual tiene la consecuencia directa de hacernos crédulos.

La fe que todos llevamos programada en la mente es uno de nuestros tesoros más preciados. Nos hace el cotidiano milagro de salvarnos cuando no entendemos algo; o dicho de otro modo, nos salva del trabajo de pensar para entender. Cuando encontramos algo que no entendemos, tenemos la opción de pensar para entenderlo, o podemos aceptar la respuesta prefabricada que esté más a nuestro alcance. Lamentablemente la segunda es nuestra opción predeterminada.
En realidad estamos programados para ser creyentes, lo cual tiene la consecuencia directa de hacernos crédulos, con todo el peligro que eso acarrea. Es por eso que, por muy bien que lo disimulemos, andamos y desandamos por los mismos laberintos, perdidos, y en un estado psicológico deplorable. Vivimos hipnotizados, ignorando nuestro ser y nuestro estar. Eso es, sin reconocernos como somos (con defectos), sin darnos cuenta de dónde estamos (qué respuesta demanda la condición externa) y, consecuentemente, sin solucionar muchos de nuestros crónicos problemas.
Como buenos creyentes que somos de nuestra “imperfección” interna, y de una lejana “perfección” externa, estamos programados para buscar afuera respuestas prefabricadas para dudas muy particulares de nuestras mentes. Eso significa que, en esta era de la posverdad, o distorsión generalizada y deliberada de la verdad (difundida además por las redes sociales), estamos actuando como autómatas, todos repitiendo las mismas falsedades.
Qué lejos estamos de entender que hemos renunciado al uso de nuestras facultades mentales, a nuestra capacidad de análisis y de entendimiento; a ser individuos y a responder ante la vida con nuestra mejor respuesta en lugar de dejarnos arrear y acorralar como ovejas para ser trasquiladas, ordeñadas y devoradas por toda clase de pastores, sean éstos religiosos, políticos o comerciantes.
Qué irracional es no poder siquiera entender que en ese estado de alienación sobrevivimos siendo usados como estropajos, reaccionando a lo que quieren otros; desde nuestras mentes angustiadas y confundidas, que habiendo sido diseñadas para pensar brillantemente han sido reducidas a funcionar como una máquina repetidora.
Pero lo peor de todo es que estamos muy lejos de reconocer que toda esta tragedia empezó allá lejos, en lo más tierno de nuestra inocencia, cuando nos programaron en la mente la aparentemente inofensiva enseñanza de la fe, como substituta del conocimiento y represora del pensamiento.
Esa fe que nos dijeron “movería montañas”, nos programó para no pensar. Solo para creer y, por lo tanto, para no ver la monumental irracionalidad en la que caemos de rechazar, por ejemplo, los rituales, atuendos, sacrificios, crímenes, encubrimientos, manipulaciones y creencias de las miles de religiones en las que no creemos, sin cuestionar siquiera los de aquella en la que sí creemos.
Esa misma programación de fe es la responsable de que nos causen repulsión la demagogia, la falsedad y la corrupción de los políticos en los que no creemos, pero ignoremos las de aquellos en los que sí creemos. Esa misma programación es la que nos hace reconocer instantáneamente la equivocación ajena, pero no la nuestra. La fe, en definitiva, al habernos bloqueado el pensamiento cometió el crimen de lesa humanidad de reducirnos de humanos a ovejas, de seres pensantes a máquinas repetidoras, o dicho sin eufemismos, de seres lúcidos e inteligentes a perezosos mentales, pero creyentes fervorosos… de vivir eternamente despistados.