‘The Art of the Deal’
En ‘The Art of the Deal’ solo se sientan a la mesa de negociación un tú y un yo.

The Art of the Deal (El arte de negociar) es el título del libro más reconocido de Donald Trump. Por supuesto que él no lo escribió, sino un escritor profesional contratado para tal efecto, igual como lo hacen todas las personalidades estadounidenses al estilo de Madonna o Hillary Clinton. Tony Schwartz fue quien redactó las experiencias del joven Trump en forma de memorias, convertidas después en su carta de presentación en la vida empresarial. Yo nunca hubiera leído aquel libro si no lo hubiese recomendado el propio Trump al principio de su mandato. Para él es la Biblia de su nuevo gobierno. Y probablemente el libro sea la clave para entender cómo piensa y actúa el Presidente norteamericano.
Las conversaciones que Trump sostendrá con el líder norcoreano, Kim Jong-un (el little rocketman, transformado en el glamour boy con quien la prensa engatusa sus páginas), pueden servir para ilustrar cómo se aplica The Art of the Deal en la política internacional. Trump maneja el gobierno como a su empresa. Le vale un bledo el multilateralismo, los acuerdos, la ONU o lo políticamente correcto. Para él la base de la política es la negociación y no importa con quién. Tampoco hace algo distinto a lo que hicieron sus predecesores. Negociar con el diablo ha sido una tradición entre los presidentes estadounidenses; basta recordar el encuentro de Richard Nixon con Mao Tse Tung en 1972, en los tiempos de la estrategia de Kissinger. A su vez Obama abrió las puertas a Irán y Cuba, rompiendo el eje del mal y asignándoles el papel de enemigos controlados.
Trump hace uso de los principios descritos en su libro de maximizar sus opciones y utilizar sus ventajas. Él pretende deshacerse de aquella cifra idiota que significa el enorme presupuesto de defensa para el sudeste asiático y a la vez volver a su enemigo inofensivo. Para nadie es un secreto que Kim Jong-un quiere tener un país rico y poderoso, y su única carta de negociación son las armas nucleares. Y curiosamente las bombas atómicas siempre fueron la base de la paz. Si Kim Jong-un busca negociar es porque ha conseguido sus objetivos. Es distinto hablar con un Estado paria que con una potencia nuclear; a través de una ingeniosa construcción diplomática de ceder sin entregar su seguro de vida. No hacer lo mismo que Ucrania, que entregó las armas nucleares y quedó a merced de su adversario. Ser potencia nuclear no solo significa poseer la bomba. A los amantes de los gadgets hay que decirles que la tecnología no es el cacharro, sino el conocimiento y la capacidad para producirla.
Trump sabe que Corea del Norte, a pesar de su capacidad nuclear, no es una amenaza real, sino un punto engorroso en su estrategia geopolítica, y muy incómodo para sus aliados. Una Corea del Norte neutralizada sería un espaldarazo a su liderazgo mundial. El resto, como el encuentro en la frontera, igualar el huso horario, la apertura a los periodistas es solo parte del teatro mediático.
Si la paz se acuerda entre ambas Coreas, nadie podrá negarle a Trump el Premio Nobel de la Paz, y así enterraría definitivamente el fantasma de Obama. Para el resto del mundo, se convertirá en la bancarrota definitiva de la ONU como instrumento de convivencia civilizada entre países. Trump lograría su objetivo: el de no tener que pedir permiso a nadie para solucionar los problemas del mundo. Adiós a los acuerdos globales. En The Art of the Deal solo se sientan a la mesa de negociación un tú y un yo. Estados Unidos pasaría de ser el guardián del mundo a ser el capataz.