Voces

Thursday 27 Jun 2024 | Actualizado a 21:40 PM

Minería e industrialización (parte I)

La premura por resultados del actual modelo político impide seguir el protocolo técnico necesario.

/ 9 de junio de 2017 / 04:12

Cada vez que se habla sobre industrializar nuestra producción minera, entrar en el mercado de productos acabados y dar ese pasito mágico pero difícil, una tensión involuntaria produce desazón y abundan comentarios de expertos sobre lo mal que van los intentos de dar ese salto cualitativo. No es que sea pesimista (o un optimista bien informado, como dirían algunos), pero evidentemente las cosas no andan bien.

A diario, la prensa tradicional y las redes sociales registran declaraciones de todo tipo: que el costo de producción de la planta de urea de Bulo Bulo es superior al precio de este producto en mercados de ultramar; que el proyecto siderúrgico del Mutún no tiene un avance que pueda indicar la posibilidad de su concreción en el mediano plazo por razones de infraestructura de transporte y energética; que las refinerías de zinc son un cuento en tanto no se tenga un adecuado planeamiento de suministro de materia prima; que el nuevo ingenio de Huanuni, con capacidad para tratar 3.000 toneladas de concentrados de estaño al día, es otro cuento por la esmirriada potencialidad de nuevas reservas en el distrito y los problemas de agua y dique de colas no previstos en su oportunidad; que el proyecto de litio y potasio del Salar de Uyuni no puede avanzar más allá del pilotaje y el diseño de la planta industrial por causas que se guardan en el más cerrado hermetismo; y podemos seguir.

No soy afecto al facilismo de tomar partido por estas afirmaciones ni de tratar de justificar lo contrario; no me incumbe y tampoco es mi intención hacerlo. Lo real es que en la década precedente se desenterraron proyectos y sueños de grandeza por diseñadores, planificadores y operadores imbuidos de un  impulso hormonal e instinto político, que desconocieron el protocolo técnico y la investigación previa, aspectos clave en este negocio que se llama minería, así como también de su horizonte inmediato: la industrialización de sus productos. He opinado por años sobre el tema y he recopilado ese trabajo en la segunda edición de mi libro De oro, plata y estaño, ensayos sobre la minería nacional (Plural Editores, 2017) al que el investigador acucioso puede remitirse; deseo resaltar algunas pautas generales del libro y del análisis de la realidad que hoy vive el sector minero.

i) Las medidas políticas antisistémicas del actual Gobierno se han trasladado a la planificación sectorial; se renacionalizaron los hidrocarburos y algunas operaciones mineras; y se constituyó un portafolio de proyectos con base en estas unidades sin tener en cuenta las peculiaridades de cada una de ellas. En el caso minero (v.g. Huanuni, Colquiri y Vinto) no se tomó en cuenta la declinación de reservas de Huanuni ni el hecho de que estas tres unidades se planificaron como un “combo” a ser operado por una empresa privada de escala media y de gran rendimiento. Lo cual es diferente a operarlas como unidades aisladas con sus problemas particulares de supernumerarios, cooperativistas y de actualización tecnológica.

ii) No se evaluaron algunos viejos proyectos como Corocoro y el Mutún antes de incluirlos en el portafolio de nuevos proyectos. Corocoro ya registró un fracaso en los años 80 como proyecto de open pit, y el Mutún ya en el pasado no atraía inversionistas pese a su potencial por su ubicación geográfica, las leyes marginales del mineral de hierro y la falta de infraestructura y energía.

iii) La premura por resultados del actual modelo político no ha permitido seguir el protocolo técnico necesario; por ejemplo, no se conocen los costos unitarios de la producción de sales en Uyuni, y recién se los va a calcular para el diseño de la planta. Para un proyecto que superará los 700 millones de dólares de inversión, ya deberíamos saber si la producción va a ser competitiva o no (continuará).

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Propuestas indecentes

Lucía Sauma, periodista

/ 27 de junio de 2024 / 09:53

El municipio de La Paz ha propuesto cambiar las placas de los vehículos. Justifica esta medida arguyendo que así se evitaría la clonación de autos chutos. Asimismo, ha dado una serie de especificaciones sobre las nuevas placas, por ejemplo que tendrán medidas de seguridad visibles e invisibles. Entre las que se verían a simple vista están el contorno con una línea azul para vehículos privados y roja para automotores del servicio público, así como un “holograma personalizado adherido a la placa”. Entre las invisibles estaría el contorno del escudo de Bolivia que solo podría verse bajo la luz ultravioleta. ¿Cuál será el costo de cada placa? La respuesta parece una broma: $us 40 por placa. Nadie se atrevió a preguntar: ¿A qué tipo de cambio?, porque entonces la broma se tornaría muy pesada.

Consulte: Mire la calle

En la propuesta a nivel nacional presentada por las autoridades municipales paceñas, también se dio un dato interesante que nos pone a multiplicar: el parque automotor de todos los municipios de Bolivia tiene registrados a dos millones cuatrocientos setenta mil motorizados en el padrón de contribuyentes legalmente establecidos. Multipliquen esa cantidad por 40, a cualquier tipo de cambio, la cantidad siempre será jugosa.

Arguyen que es necesario cambiar las placas para evitar la clonación de las mismas. ¿Qué clonación necesitan las placas inexistentes? Vaya usted por donde vaya, calle, avenida, suburbio, ciudad grande, intermedia o pequeña, póngase a contar cuántos vehículos pasan sin placa. No se asuste, ni piense que contó mal. La realidad es muy dura: de cada 10 autos, minibuses, colectivos que circulan, por lo menos cuatro no tienen placa.

Antes de cambiar placas vigilen que los motorizados que circulan a vista de las autoridades tengan este sistema de identificación vehicular. Que las tengan adelante y atrás. Que estén debidamente colocadas. Hace unos días vi que a las motocicletas se les ha dado por colocar la placa de costado, en uno de los pedales, otra la llevaba a un lado sobre su caja de delivery. Cada vez son más los minibuses que no tienen la placa de atrás, otros la colocan en cualquier otra parte, menos en el lugar indicado, siendo muchos más los que tienen la placa borroneada a propósito. Nadie vigila, nadie controla esta falta. Antes de proponer cambiar placas, controlen que los vehículos las porten y las coloquen donde deben estar.

Como nota final y con un toque de advertencia y pícara curiosidad pregunto a los contribuyentes: ¿Quién pagará las placas? ¿$us 40, a qué tipo del cambio?

(*) Lucía Sauma es periodista

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Idiota

Están los idiotas desinformados, que basan sus opiniones y decisiones en información errónea o sesgada

Claudio Rossell Arce

/ 27 de junio de 2024 / 09:49

Muy antiguamente, se decía que una persona era idiota cuando no participaba en la vida pública o en los asuntos políticos de la polis; en ese sentido, un idiōtēs (que viene de la palabra griega ἰδιώτης) era alguien que se centraba únicamente en sus intereses privados y no contribuía al bien común ni participaba en el debate público. Es evidente que ese tipo de gente existió y existe, sin importar su estatus educativo, económico o de clase.

Revise: Historia

Es probable que el desprecio que esta gente provoca entre sus pares que sí participan en el debate público sea la razón por la cual el vocablo idiota se fue llenando de connotaciones negativas a lo largo de la historia, hasta convertirse en lo que es hoy: sinónimo de estupidez o falta de inteligencia, un insulto duro como piedra que se arroja con furia contra quien actúa de manera displicente o abiertamente negligente.

Se dice que los griegos (nótese que en este caso el género de la palabra importa, pues entonces ni las mujeres ni los esclavos participaban de la cosa pública) valoraban altamente la participación activa en la política y consideraban la vida pública como una parte esencial de la ciudadanía y la virtud, mientras que la falta de participación se veía como una forma de ignorancia o desinterés por el bienestar de la comunidad: una idiotez. En la década de 1960, Jürgen Habermas, sin nombrarlos, deploró el daño que le hacen los idiotas a la comunicación pública al convertirla en mero instrumento de propaganda.

En la literatura universal (y tiene que ser una idiotez creer que la humanidad y sus obras están en el centro no de su país o su planeta, sino del universo) hay idiotas famosos, y muy a menudo se les considera tales por razones diferentes a las señaladas hasta aquí. El príncipe Myshkin, de Fiódor Dostoyevski, es llamado idiota no por su falta de inteligencia, sino por su pureza, bondad y honestidad, que contrastan con la corrupción y el cinismo de la sociedad decimonónica que lo rodea.

También es considerado idiota, por no conformar con la sociedad, el personaje del cuento de Marcel Ayme, quien emplea el término para cuestionar las normas sociales y destacar la inocencia y la autenticidad de su personaje, Léonard. Miguel de Unamuno escribió La historia de los idiotas contada por ellos mismos, empleando la palabra de manera crítica y filosófica, y explorando la paradoja de la idiotez y la sabiduría. Sin ser nombrado de esa manera, Mersault, el personaje de Albert Camus en El extranjero queda como un idiota al ser condenado por no haber llorado la muerte de su madre y no por haber asesinado a un hombre a sangre fría; idiotas sus juzgadores, también.

Entre los idiotas contemporáneos puede identificarse al que pese a tener acceso a la información y la educación, elige mantenerse desinformado por comodidad o apatía; la realidad le resulta sobrecogedora y teme hacerle frente: es el idiota voluntario, que siempre resulta funcional a los intereses de quienes administran el poder o cuando menos intentan tomarlo. Eso explica la existencia de idiotas engreídos, quienes, a pesar de su falta de conocimiento o competencia, actúan con gran confianza y arrogancia, desestimando el consejo y la experiencia de los demás o, a menudo, hasta la simple razón; en la clase política abundan, y hasta toman decisiones.

Hay idiotas conformistas, como quienes siguen a la mayoría sin cuestionar, adoptando opiniones y comportamientos por simple presión social. Desinteresados, como quienes muestran una total falta de interés por aprender o entender asuntos importantes que les afectan directamente. Y están sobre todo los idiotas desinformados, que basan sus opiniones y decisiones en información errónea o sesgada, sin buscar verificar la veracidad de sus fuentes; las redes sociales no solo los han convertido en legión, sino que, como lamentaba Umberto Eco, les han dado voz y les han hecho creer que tienen algo relevante que decir.

Así, en tiempos de idiotez universal, probablemente también sea idiota, en el sentido literario de la palabra, creer que es posible recuperar valores democráticos como la confianza, la tolerancia y la predisposición al diálogo. Solo queda preguntarse ¡¿Y ahora, quién podrá defendernos?! Esperando al Chapulín Colorado, que era torpe, pero nunca idiota.

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación

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La extrema derecha acorrala a Francia

Francia podría tener una primera ministra de ultraderecha cohabitando con Macron hasta las presidenciales

Alfredo Jiménez Pereyra

/ 27 de junio de 2024 / 09:35

En una situación nunca antes vista, los franceses acudirán el próximo domingo a las urnas para tratar de detener el avance de la extrema derecha que preocupa a varios países europeos.

Los cuatro principales partidos situados a la izquierda del espectro político francés dejaron atrás sus diferencias y contradicciones para pactar la creación de un Frente Popular.

Lea: La crisis económica ya está y el Gobierno, ‘bien, gracias’

El nacimiento del Frente Popular de la mano de La Francia Insumisa (LFI), los partidos Socialista (PS) y Comunista (PCF) y Europa Ecología Los Verdes (EELV), esperanza a los franceses que miran con incertidumbre si la extrema derecha se alzaría con la victoria.

La organización de extrema derecha Agrupación Nacional (RN), amplia ganadora de las elecciones europeas el pasado 9 de junio, generó un terremoto político en suelo galo y dejó en claro las intenciones del partido nacionalista liderado por Marine Le Pen y Jordan Bardella de llegar al poder, escenario que provocó la disolución de la Asamblea Nacional y, por ende, la convocatoria a elecciones adelantadas por parte del jefe del Estado, Emmanuel Macron.

Para muchos políticos y para el electorado, Macron se ha convertido en un lastre en Francia por su mal manejo sobre el genocidio israelí contra Palestina y su total apoyo a Ucrania en el conflicto bélico con Rusia.

Los candidatos centristas evitan la imagen y levantar el nombre del presidente Macron en la campaña para las presentes elecciones legislativas. Consideran que su jefe de filas ya no suma, más bien resta.

La creación del Frente Popular resulta más de la urgencia que ven insumisos, socialistas, comunistas y ecologistas de frenar a la extrema derecha con una propuesta alternativa que de la coincidencia de postura en algunos de los grandes temas del momento.

Para dar más fuerza a la cruzada “anti extrema derecha”, reapareció el socialista François Hollande, quien fue presidente entre 2012 y 2017 y se presentará a estos comicios para lograr un escaño de diputado en el departamento de Corrèze (centro), que fue su feudo electoral.

Pese a haber respaldado plenamente la constitución del nuevo Frente Popular, Hollande mantiene distancias con la Francia Insumida de Jean-Luc Mélonchon, con el que tiene profundas divergencias.

Hollande criticó duramente la decisión de su sucesor en el Elíseo, Macron (que fue ministro durante su presidencia), por la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas a la que calificó como “el peor momento y en las peores circunstancias”.

Recientes encuestas dadas en el país galo dan como ganador a RN, con más del 30% de los votos en la primera vuelta, mientras que el nuevo Frente Popular (donde está el Partido Socialista de Hollande) se colocaría en segundo lugar con entre el 25% y el 28%. El bloque macronista tendría que conformarse con una tercera posición, con menos del 20%.

Como van las encuestas, es posible que Jordan Bardella  tenga que ser nombrado primer ministro. Según el Consejo Constitucional, el presidente de la República tiene por vocación designar al frente del gobierno a una personalidad respaldada por la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, lo que se traduciría en una rarísima cohabitación política.

Este escenario ya se dio bajo la Quinta República, cuando en 1986 el entonces mandatario socialista, François Mitterrand, nombró primer ministro a Jacques Chirac, representante de la derechista Agrupación por la República, a partir del resultado de las legislativas.

El nuevo escenario político de Francia muestra a un país totalmente dividido, sobre el que se cierne la ingobernabilidad si la Asamblea Nacional no conformarse una mayoría absoluta.

Los análisis de políticos y medios de información manejan distintas hipótesis. Mientras que, para algunos dirigentes, especialmente de la derecha y la extrema derecha, la decisión era la única posibilidad que tenía Macron ante su derrota electoral; representantes de fuerzas ecológicas y progresistas subrayan el riesgo enorme que conlleva la misma.

De confirmarse la actual tendencia electoral, si no se produce un cambio significativo en la política nacional, el domingo o en la segunda vuelta a celebrarse el 7 de julio, Francia podría tener una primera ministra de ultraderecha cohabitando con Macron hasta las presidenciales de 2027.

(*) Alfredo Jiménez Pereyra es periodista y analista internacional

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Tu maldito perro interior

‘La batalla’ nos habla a todos, el público (activo) completa la obra. Los actores mueren un poco, nosotros también

Ricardo Bajo

/ 26 de junio de 2024 / 10:09

(«A la estetización de la política respondemos con la politización del arte», Walter Benjamin)

Primer acto: estamos sentados en el pasillo/callejón de El Búnker. A la venta, anticuchos, flanes caseros, vino caliente, café y mates. La obra se llama La batalla del alemán Heiner Müller, adaptación libre de Marcelo Sosa. Sin previo aviso, Luis Caballero y Wenceslao Urquizo —que hasta hace un ratito estaban sirviendo corazones— arrancan con la obra. Somos una quincena de espectadores y hemos sido sorprendidos. No será la única vez. Urquizo y Caballero interpretan a dos hermanos. Uno es un traidor. Uno ha jugado con la sangre de los suyos. Se retan en medio del callejón mientras se escuchan gritos de la multitud: “No más muertes, no más muertes”. Retrocedemos a los días del último golpe.

Estamos otra vez en las calles. No será la única vez que los quince espectadores se sientan interpelados. Hemos regresado a la noche de los incendios. “¿Quién arrastra a quién?” Es la pregunta (entre muchas) que nos lanza la obra. Los que sumaron su granito de arena para el golpe fueron utilizados. “Donde hay un perro, hay un pellejo”. El hermano que no ha traicionado le dice al otro: Deja de ser un perro. ¿Se puede matar a un hermano?

Lea: Morir en la montaña

Tres encapuchados con megáfonos gritan consignas y reparten panfletos. “La verdad es siempre revolucionaria”, dice uno de ellos, citando a Lenin. Nos meten a la rápida en la sala de teatro. “Cuando el fascismo llegue, lo hará en nombre de la libertad”, dice uno de los alborotadores. Pienso en la Argentina de Milei.

Segundo acto: estamos en un búnker de Berlín. Delante de un nazi que está a punto de matarse. Hay una mesa, una radio, una linterna y una silla. Una lámpara, una botella de trago y un retrato de Hitler. Está todo oscuro. En la pared se proyectan sombras. El nazi lee la Biblia, un versículo sobre el mal, otro sobre Saulo perseguido. Habla con su esposa e hija, convertidas en muñecas. El nazi se para delante de los espectadores, se acomoda la corbata. Somos el espejo, él se mira en nosotros. ¿Seremos algún día como él?

“Queridas mías, pronto el enemigo llegará a la ciudad”. ¿Quién fue el enemigo en los días del golpe? ¿En qué lado de la barricada estabas tú? ¿Cuántos de tus amigos soltaron/liberaron a su “maldito perro interior”? La obra te obliga a tomar partido. El nazi mata a sus dos hijas. Y luego se ahorca. “Mejor muerto que rojo, mejor muerto que indio, mejor muerto que colla”. Son las últimas palabras del nazi, interpretado por Antonio Peredo González.

Tercer acto: salimos de la sala/búnker. Otra vez estamos afuera. Al fondo, hay una fogata. A su alrededor, cuatro hombres. Están bloqueando y pasan hambre. Pelean. Fueron noches de humo. Rabia y fuego. Días de miedo. La batalla interpela hasta los huesos, te sacude. El teatro, como memoria colectiva. El teatro, hurgando heridas, abriendo cicatrices que todavía no lo son pues no cerraron.

Cuarto acto: pasamos a la carpintería claustrofóbica del Búnker. Estamos ahora en Santa Cruz. Dos hombres apalean un saco. Son de la Unión Juvenil Cruceñista, “al servicio del cliente”. Los actores están entre nosotros. Nos chocan y empujan. Da miedo. Otra vez el miedo. Gritan y hacen chistes racistas. Es un pequeño infierno. “Mejor pardo que azul de campaña”. Una mujer (la actriz Vanesa Méndez) carnea trozos de chancho. Media ciudad se pasa el gatillo de mano en mano. «¿Mataste al colla?», pregunta. “La guerra es la guerra”, responden. Peredo deja la piel de sus personajes y sostiene entre el público un proyector. En el fondo del matadero vemos ciudades bombardeadas; vemos Gaza, vemos masacre. Son nuestras mismas matanzas, Sacaba y Senkata.

La mujer escucha disparos que vienen de la otra ciudad. «Eran ellos o nosotros», dice. Sale del matadero, enfila el pasillo y se marcha por la calle. Una cámara la sigue. Vemos las imágenes en la pared del fondo donde luego se proyectan los créditos. Suena una canción/samba feliz. Fundido en negro. Ha pasado una hora, ha pasado una vida delante de nuestros ojos. Han recorrido nuestros cuerpos dolores impronunciables.

Epílogo: La batalla es teatro vivo/político. Fragmentado/roto. No es un teatro banal/complaciente, es un teatro necesario/terrible. Crítico ante el avance de la ultraderecha. Provocador. Brechtiano. Es un collage de estilos, cuadros y texturas. Son personajes destruidos y/o espantados por el odio. Nos habla de creencias y consignas, de sacrificios y decepciones, de autoritarismo y racismo. De nuestros ogros internos, espejo de contradicciones. La batalla nos habla a todos, el público (activo) completa la obra. Los actores mueren un poco, nosotros también. Después de eso, solo llega el silencio, conspiración de los muertos.

(*) Ricardo Bajo está al otro lado del espejo

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México lindo y sufrido

En el caso de México, los ‘electorados’ votaron por un mayor gasto fiscal y por mayores impuestos

Gabriel Loza

/ 26 de junio de 2024 / 10:02

Los resultados tan favorables para Claudia Sheinbaum, el 2 de junio de 2024 en las elecciones presidenciales en México, “sorprendieron a los mercados” que si bien esperaban que iban a ganar Morena y su alianza, no se imaginaron ni por tanto, cerca del 60%, ni con una mayoría aplastante en el Congreso.

Al día siguiente de la victoria, el 3 de junio, las bolsas de valores mexicanas cayeron y el peso mexicano “se desplomó”, se depreció y siguió esta tendencia hasta hace pocos días. Si los mercados votan, por qué no se les pide el nombre del candidato(a) ganador(a), así se ahorran millones en encuestas, preparativos y gastos electorales, de tal manera que, al día siguiente de su elección, los mercados lo saluden con un aumento de las ganancias de las bolsas y con una estabilidad de la moneda nacional. No olvidemos que los mercados no son millones de agentes económicos sino un grupo oligopólico de empresas, que son las que “votan” en función de la cantidad de dinero que tienen o manejan.

Consulte: ¿Mirando al futuro?

Bloomberg en Línea tituló Incertidumbre por elecciones en México, riesgo para la economía en 2024. ¿Cómo habría que entender al “mercado” o mejor dicho a los directivos de las grandes empresas? Si el resultado de la votación hubiera sido muy estrecho y con mayoría opositora en el parlamento, hubieran dicho empate catastrófico, ingobernabilidad, polarización o división del país.

¿A qué se debe esta sobrerreacción de los mercados? Directamente porque “la presidenta electa apunta a una reforma judicial que tiene en incertidumbre a los inversionistas”, según Bloomberg. Por tanto, da la impresión que los mercados quieren que una presidenta haga las cosas que les gustan y luchan anticipadamente en contra de una “reforma judicial” que no les interesa saber cómo será y si refleja la decisión de la mayoría de la población. Lo mismo da su aprobación sobre el gabinete.

El 19 de junio, los líderes de los principales grupos empresariales de México pidieron a la presidenta electa privilegiar la certeza jurídica para potenciar el desarrollo económico: “La certeza jurídica es indispensable para construir un país verdaderamente justo”. Plantearon la “preocupación reciente de los mercados financieros ante la expectativa de la reforma judicial y otras que buscan eliminar órganos autónomos y regulatorios, como al sistema electoral, de transparencia y competencia”. “Es importante que toda reforma que se presente tenga el objetivo de que promueva más inversión, empleo y base gravable, teniendo especial cuidado en la revisión del TMEC” (Tratado de Libre Comercio).

Cualquier reforma judicial o de determinadas instituciones es sinónimo de autoritarismo, dictadura, aunque pueda ser resultado de una Asamblea Constituyente o de una reforma con la mayoría del Congreso que expresa a la mayoría de la población. Eso no cuenta para 500 empresarios y el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) de México.

El apego al no cambio de las reglas del juego en realidad está explicado por la aversión al cambio de las normas fiscales y especialmente en las reformas tributarias “hacia arriba”, que pretenden subir impuestos al patrimonio, a la riqueza, a los ingresos, puesto que las reformas “hacia abajo”, de la disminución de los impuestos o exenciones a la herencia, al patrimonio, a los ingresos, a las utilidades, bienvenidas sean.  

Estos conceptos o premisas o presunciones derivan de la economía de la oferta que postula alcanzar el crecimiento económico con mayor eficacia, con medidas que incrementen la oferta agregada, especialmente las referidas a la reducción de impuestos y a la desregulación de la actividad económica. La evidencia económica encuentra pruebas sólidas de que la reducción de los impuestos a los ricos aumenta la desigualdad de ingresos, pero no tiene ningún efecto en el crecimiento o el empleo.

En el caso de México, los “electorados” votaron por un mayor gasto fiscal y por mayores impuestos. Ahora, cuando la nueva presidenta de México tiene mayoría en el Congreso se le acusa de autoritarismo o posible dictadura populista: ¿entonces de qué vale la mayoría de votos si las decisiones las toma una minoría ligada a la gran empresa y a las grandes familias?  Para cuentos ya tenemos bastante con el del tío, como para no tragarme más esto de la “certeza jurídica”.

(*) Gabriel Loza Tellería es economista, cuentapropista y bolivarista

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