El reto crucial de Evo Morales
El Gobierno siente que le debe lealtad perruna a mineros y cocaleros, lo cual le quita racionalidad.

El informe del embajador estadounidense en La Paz, Irving Florman, al Departamento de Estado del 12 de abril de 1950 define a Bolivia como a una paradoja, y al indígena, como a imbécil. Desde esa perspectiva, ahora los analistas políticos en Washington ven el linchamiento del viceministro Rodolfo Illanes, la demanda de ampliar a 20.000 hectáreas la producción de coca, y la tozuda nominación presidencial de Evo como la confirmación de la paradoja e imbecilidad boliviana. Sin embargo, eso solo confirmaría la incapacidad cónica que existe en Washington para entender Bolivia. En todo caso, lo que sí es cierto es que ha llegado el momento de hacer una nueva evaluación de la actuación del indígena boliviano en el proceso de cambio.
En primer lugar, eso de que el indígena es la columna vertebral de la revolución boliviana no se refiere a la raza, sino a la acción de sus organizaciones sociales, desde donde actúan en calidad de trabajadores mineros, campesinos productores de hoja de coca o vecinos de El Alto. Esos bolivianos son valiosos para el proceso de cambio, es verdad, pero no por ser indígenas, sino por ser militantes, lo cual será el objeto de este análisis.
La historia universal demuestra que la revolución se destruye a sí misma cuando los sectores radicales que la llevaron al poder dejan de ser indispensables en democracia, pero se niegan a ceder el espacio a la racionalidad de sus pensadores moderados, cuya función es conducir el proceso con preservación del Estado de derecho y el respeto a la democracia en una convivencia civilizada. La historia boliviana lo confirma. En 1950 el MNR ganó las elecciones, pero un golpe militar apoyado por Washington le impidió asumir el poder, y los trabajadores mineros tuvieron que salir a las calles a defender la democracia a dinamitazos en la revolución de 1952. Las milicias obreras y campesinas derrotaron y disolvieron al Ejército, pero después impusieron el cuoteo del poder y se masacraron entre ellas durante una década, por ejemplo en el valle de Cochabamba entre las milicias de Ucureña y Cliza. Esa guerra interna fue la excusa para que el MNR, totalmente derechizado, aceptara la reconstrucción de las Fuerzas Armadas y su entrega a Estados Unidos. Por otro lado, después de 12 años en el poder, el MNR tuvo la “brillante” idea de modificar la Constitución para permitir la reelección consecutiva del presidente, lo cual condujo al golpe de Estado del Gral. Barrientos en noviembre de 1964, que inauguró el periodo sangriento de las dictaduras, que volvieron a masacrar al indígena. En ese ciclo, el indígena “llegó” y cayó del poder, sin entender siquiera su error: una paradoja boliviana fraguada en Washington, donde no se respetó la victoria democrática del MNR.
Evo transita por el mismo círculo vicioso, porque después de haber ganado el poder para gobernar en libertad siente que le debe lealtad perruna a mineros y cocaleros, lo cual le quita racionalidad. Es una paradoja, hay que admitirlo, pero otra vez, una paradoja made in USA, porque el gobierno de Evo, a pesar de ser democrático, tuvo que ser defendido de la acción subversiva de sectores radicales de la derecha apoyados por Estados Unidos. Esa defensa es lo que infló el ego de los mineros y cocaleros, y los hizo cometer los excesos que destruyen el proceso. El reto crucial de Evo Morales es convencerlos de que la democracia es el arte de la popularidad, no del capricho. Bolivia no es paradójica, y mucho menos, imbécil.