Un sociólogo en New York
El cine, la televisión y la literatura han hecho de New York uno de sus escenarios favoritos

Escribir sobre New York no es tarea fácil, porque es una de las ciudades más conocidas del mundo. El cine, la televisión y la literatura han hecho de ella uno de sus escenarios favoritos, su punto de encuentro y desencuentro; tanto que cuando la visitamos creemos que ya hemos estado antes en sus parques, calles y avenidas; que hemos recorrido sus metros y sus museos, sus cafés y restaurantes, para no hablar de los edificios icónicos y la famosa estatua obsequiada por la libertaria Francia; todo nos parece conocido, más aún si recordamos las horrorosas imágenes del fatídico 11 de septiembre de 2001 que se hicieron virales por todo el planeta.
Hugo José Suárez se impuso esta tarea en su libro titulado Un sociólogo vagabundo en New York, que es una bitácora de viaje, y la verdad verdadera es que sale muy bien librado del desafío. Nos muestra una visión diferente de los lugares comunes, descubre otros, revela detalles imprevistos y se centra en la diversidad cultural de una urbe que es la capital del mundo capitalista y que no solamente es la “entraña del monstruo”, sino también su corazón.
Hugo José la recorre con ojos latinos, sudamericanos, bolivianos. La ve con el ojo del cíclope de la cámara, con la mirada del recién llegado, dispuesto a asombrarse y a perderse en esta ciudad tan universal que parece de todos y de nadie. “Salgo, camino por la misma W 4 St. hacia la plaza perdida —o yo perdido— en su búsqueda”. Nos cuenta el autor. Perderse en una metrópoli es también encontrarse, porque no es fácil perderse en una ciudad como New York, hay que saber hacerlo. Todo viaje a otra ciudad es también un viaje hacia uno mismo, porque en el exterior, en el paisaje, en los otros y en lo otro, también nos reencontramos.
Y, porque como dice la cita de Marc Auge a la que recurre Hugo José para abrir su libro, “tal vez una de nuestras tareas más urgentes sea volver a aprender a viajar, eventualmente a lo más próximo de nosotros mismos, para aprender nuevamente a mirar”. Y eso me pasó en la lectura de este libro; yo viví un par de años en esa tremenda ciudad, allí nació mi hijo Luis Antonio. Recuerdo que antes de partir no quería ir a hacia ella, porque para mí representaba lo peor de un sistema que yo aborrecía; lo hice porque a mi esposa la nombraron cónsul en 1988, y al llegar me encontré con una ciudad hermosa, plena de gente diferente, cada uno en lo suyo; una ciudad construida por migrantes; con grandes puentes y edificios como solamente los migrantes pueden hacerlo, porque no temen arriesgar la vida en el trabajo.
La visión y sentimiento que le provoca la música góspel a Hugo José es similar a la que yo sentí. El autor lo describe así: “Comprendo por qué no es necesario el soporte de las imágenes a las que acude el catolicismo con frecuencia o la deslumbrante arquitectura de sus iglesias: aquí, como diría Sáenz, “el milagro es la palabra”. La palabra, la música, el ritmo, son los puentes hacia lo divino. Por eso la góspel tiene su lugar tan bien ganado en el universo religioso”.