No se trata de dibujar un doble
Espacios como la plaza de San Francisco se han convertido en una especie de narradores de mitos
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Todas las ciudades han contado con espacios públicos estratégicos que han sabido conectar históricamente todo tipo de concentraciones populares. Lugares que consagraron obras de arquitectura o, en su caso, esculturas y monumentos instalados en esos espacios públicos. De ese modo, muchos de éstos se convirtieron en hitos aglutinadores de los sucesos de esas sociedades.
Desde el nacimiento de las ciudades aparecieron infraestructuras como la Stoa en Grecia (edificio aporticado destinado a actividades comerciales, sociales y políticas, que al borde del Ágora cumplió la función de espacio público), o la Plaza Roja de Moscú, cuya arquitectura de su entorno fue testigo de ceremonias públicas, incluso para coronar a los zares en el siglo XVI, para luego convertirse en el símbolo de un pensamiento político a inicios del siglo XX. En ambos casos fueron testigos de hechos históricos que colaboraron en la memoria de esas sociedades.
De igual manera, La Paz cuenta con la plaza de San Francisco, cuya basílica no solo reúne bellos órdenes arquitectónicos, sino que además se ha convertido en el eje aglutinador de expresiones sociales y políticas. Hoy, lamentablemente, solo se observa la concentración de grupos como el de los militares en días pasados. Fue esa obra relevante que nació del arte popular (columnas) la que justamente el pueblo eligió para ser el territorio donde se asienta la mayor integración simbólica de esta urbe.
Pero la urbe paceña también tiene otro tipo de espacios públicos, como las plazas con vegetación, que se han convertido en un remanso de paz para la población y que son otro tipo de ejes articuladores urbanos. Esto esencialmente por su belleza natural y su entorno, remarcado por alguna obra escultórica que relata hechos de la sociedad actual. Es el caso de la plaza Bolivia, que está siendo considerada como posible lugar de nuevas intervenciones. Hoy es muy concurrida y su entorno cuenta con hermosos árboles, entre ellos variedades nativas como las kiswaras, espacios que sería desatinado hacer desaparecer, ya que si algo necesita esta ciudad es que ese tipo de vacíos urbanos estén embellecidos por naturaleza. Si aquello sucediese, quizá después el cambio sea de la escultura existente, que representa a un alcalde que hizo obras fundamentales en el centro de esa urbe.
Por las experiencias que ha vivido la ciudad de La Paz, parece evidente que en lo que se refiere a los espacios públicos no se trata de dibujar un doble; a no ser que esas plazas nunca hayan tenido utilidad para la ciudad y menos para la población. La defensa de ciertos espacios públicos se da porque en esos lugares no solo acaecieron sucesos singulares, sino que con el tiempo se han convertido en una especie de narradores de mitos, como sucede con la plaza de San Francisco.
Asimismo, existen otras tantas plazas en esta urbe, muchas de grandes dimensiones, como la de Irpavi, donde rara vez se ve a alguien que las atraviesa. Este hecho debiera motivar a que los artistas exploten su creatividad y erijan en esos sitios obras de arte (esculturas) —quizás con nuevos temas simbólicos— que incentiven a visitarlos para dotarles de significación.
La Paz posee plazas y espacios públicos que no son vitales solo por alguna expresión genial de alguien o un tiempo, sino porque la población los siente suyos.