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Sunday 23 Mar 2025 | Actualizado a 06:00 AM

123

Lo importante es saber que Carmelo Flores es un hombre de campo y no un atormentado ser urbano

/ 20 de agosto de 2013 / 04:02

Encontraron a un boliviano longevo que dice tener 123 años. Diré a los incrédulos que la exactitud de su edad poco importa, ya que dos cosas son innegables: es un centenario de verdad y vive en el campo. Me pregunto si será bueno llegar a tanto y, sobre todo, con qué físico. Cuando Oscar Niemeyer, el gran arquitecto brasileño, pasó la centena declaró: “Cumplir 100 años es una mierda”.

Más allá de las quejas, lo importante es saber que nuestro recordman, Carmelo Flores, es un hombre de campo y no un atormentado ser urbano. Un homusas faltus como tú y como yo. Pienso que si don Carmelo hubiera vivido en la ciudad de La Paz (y en estos atribulados tiempos), quizás no hubiera sobrevivido al stress o al smog, y todo por creerse un workaholic. Es decir, asesinado por una serie de anglicismos que no hacen nada bien a la salud.

La ciudad nos brinda un abanico de sensaciones contradictorias. Junto a bellas impresiones, nos reta con perversidades inhumanas. De todas las malignidades citadinas probablemente la mayor sea el automóvil. Sus virtudes y sus defectos son motivo de innumerables debates entre urbanistas y sociedad que, al final, siempre coinciden en declararlo como un incordio insalubre. Para ilustrar esta aseveración revisemos la experiencia de dos ciudades de gringolandia: Los Ángeles y Mackinac. La primera es el paradigma de la ciudad al servicio del automóvil: un infierno sobre ruedas que se pierde en el horizonte y que consume más de un mamut por día. La segunda es una isla en el Estado de Michigan donde, hace más de un siglo, prohibieron taxativamente el ingreso de automóviles. Los felices ciudadanos de Mackinac van a pie, en bicicleta o en carruajes tirados por caballos. No existen datos comparativos sobre la calidad de vida entre ambas ciudades y menos se han cotejado sus esperanzas de vida, las familias Bush y Ford no lo permitirían.

Todo este rollo viene a colación de las múltiples quejas que escucho a diario acerca del tráfico y el transporte en esta ciudad. Es insoportable, inaguantable y enervante; en suma, nuestro pueblo se está matando en las horas pico. ¿Qué pasará cuando se incorporen más vehículos al parque automotriz y nuestro límpido Alajpacha se llene de moscardones llevando gente por los aires?

No quiero pasar por negativo-activo y poco propositivo. Tengo la vivencia y el estudio de otras experiencias urbanas, y puedo afirmar que, a este paso, vamos a reventar. Si no descentralizamos (interior y exteriormente) esta ciudad, no resolveremos nada. Cuanta más gente amontonemos, menos posibilidades tendremos de una vejez digna y saludable como la de don Carmelo, y apenas alcanzaremos a farfullar: “cumplir 70 años es una… caca”.

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Inestable y fragmentada

Son décadas de frustraciones colectivas en nuestro desarrollo urbano

/ 21 de marzo de 2025 / 06:01

Con el fin de renovar pensamientos y planes para esta ciudad, retratémosla de otra manera: somos una mezcla tóxica entre una sociedad fragmentada sobre un territorio inestable.  A pesar de nuestra escala provincial, nuestros problemas son enormes y surgen de una combinación tóxica entre una sociedad poco cultivada que vive sobre un cráter de suelos deleznables con cientos de ríos visibles y subterráneos. 

La sociedad urbana está marcada por una creciente fragmentación política, un fenómeno que refleja las profundas divisiones ideológicas y sociales no sólo por el acceso a los recursos materiales, sino también por el consumo de lo cultural (la consabida Batalla Cultural). Por otra parte, Manuel Castells en La sociedad red, analiza cómo las tecnologías de la información han transformado la política, fragmentando las identidades colectivas. Las RRSS, argumenta Castells, han creado múltiples comunidades virtuales que vigorizan las posiciones ideológicas extremas, dando lugar a la desconfianza y la desconexión entre distintos grupos.

Revise: Cine sobre arquitectos

Por otra parte, nuestra ciudad está construida sobre terrenos inestables, y enfrenta desafíos tremendos en términos de sostenibilidad y seguridad. Nuestra infraestructura urbana requiere de un diseño superlativo y de una regulación estricta que se logran con inversiones multimillonarias, imposibles de pagar con solo nuestros impuestos. Como otras ciudades situadas en geografías deleznables, somos el resultado de decisiones políticas y económicas (ser una sede de gobierno sometida al mercado libertino del suelo urbano) que priorizaron el desmadre urbano que sufrimos antes que una sostenibilidad a largo plazo.

En este siglo, las diferentes gestiones municipales han enfrentado deslizamientos y tragedias de gran magnitud en medio de interminables pugnas de nuestra fragmentación social. Va un resumen de ese “mosaico social”: decenas de escandalosas y codiciosas agrupaciones políticas, centenares de alevosos sindicatos del transporte, centenas de pedigüeñas juntas vecinales, innumerables agrupaciones de comerciantes minoristas, un estado desestructurado con gobiernos municipales fraccionados, y decenas de canales de televisión que amplifican morbosamente las desdichas.

Conclusión taxativa: Son décadas de frustraciones colectivas en nuestro desarrollo urbano por el aumento irracional de la fragmentación social; si no corregimos ese modus vivendi no podremos implementar planificación urbana o la panacea llamada metropolización. Por el momento, políticos y ciudadanos nos contentamos con evacuar los detritos de nuestras desgracias e incapacidades en la alcantarilla común conocida como las RRSS.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Cine sobre arquitectos

/ 7 de marzo de 2025 / 06:03

Hollywood ha presentado dos grandes producciones sobre arquitectos: Megalópolis de Ford Coppola y El Brutalista de Brady Corbe. Las comentaré en mi condición bipolar, como arquitecto en ejercicio y como aficionado al buen cine. 

Vea: La nueva Guerra Fría

Megalópolis acaba de ganar el premio Razzie 2025 que corona la peor película del cine berreta; y El Brutalista ganó sólo tres de 10 nominaciones al Oscar. Tanta plata y lobby no pudieron con el cine independiente.  El largometraje de Corbet es aburrido, inconexo y melosamente dramático: un atormentado judío, de buen corazón, llega a EEUU para triunfar como arquitecto/sirviente del gran capital. Fue filmada en formato VistaVisión, la técnica ideal para fotografiar arquitectura porque permite abarcar grandes espacios sin las distorsiones del gran angular. Pero, esa súper técnica, sirvió para fotografiar la mediocre arquitectura que el arquitecto László Tóht diseñó y construyó para un pretencioso magnate llamado Lee Van Buren.  La maqueta del enorme centro religioso y cultural es un bodoque desproporcionado. En la película, se ve una construcción con ambientes sosos y triviales, carentes del material protagónico del estilo arquitectónico llamado Brutalismo: el hormigón armado. El hormigón aparente, que no tiene revoques ni pinturitas, fue usado por arquitectos célebres como Le Corbusier, Marcel Breuer u Oscar Niemeyer. Actualmente, Tadao Ando, un galardonado arquitecto japonés, lo usa en todas las superficies, obligando a los propietarios a vivir en bunkers o tanques de agua. Sus casas son de un hormigón gris, áspero y brutalmente frío. La tortura incluye la prohibición de colgar adornos en los muros que rompan el aura artística original; o sea, un cruel suplicio oriental.

Pero László, el dizque arquitecto brutalista, no sólo hace edificios horribles. Es también un ser estoico, con una esposa lisiada, que logra triunfar a pesar de la soberbia de su mecenas Van Buren.  Pero, los guiones berretas siempre nos guardan perlas: el cerdo millonario no solo presiona al arqui con sus caprichos, sino que lo viola empujándolo en unos parajes oscuros de Roma. La perversidad capitalista según Corbet.

Moraleja: las megalomanías arquitectónicas no son garantía, per se, de buen cine (ni tampoco de buena vida).  Después de interminables 3 horas y 35 minutos pensaba que para hacer una propaganda pro israelí en un momento de enorme repudio universal, no era buena idea usar un arquitecto brutalista. Hubiera sido preferible un veterinario que, dado el animalismo activista por los peluditos, hubiera cosechado más lágrimas condescendientes para el objetivo propagandístico de esa mediocre producción del cine hollywoodense.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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La nueva Guerra Fría

Trump lanzó el programa Stargate con el escandaloso presupuesto de 500.000 millones de dólares

/ 21 de febrero de 2025 / 06:02

Desde nuestra marginalidad en el sur global asistimos a una nueva Guerra Fría entre dos potencias tecnológicas: Estados Unidos y China. No es un enfrentamiento entre capitalismo y comunismo para conquistar tierras y colectividades, como suponen los ideólogos trasnochados. Estamos en otro escenario histórico donde ambas potencias actúan en un mismo ordenamiento económico: un particular capitalismo de Estado (ya sabes, no importa el color del gato) que reúne gobiernos con actores privados.

Consulte: La ciudad como tuna

Ambos imperios han reconocido que la IA será clave en la configuración del futuro económico, militar y geopolítico. Se invierten grandes cantidades de dinero y recursos en el desarrollo y la implementación de tecnologías de IA para ganar ventaja estratégica. Silicon Valley tuvo avances con ese objetivo. Pero el gobierno estadounidense no tenía una fuerte relación con las BigTechs como lo hace China hace décadas. Recién abrió sus puertas a los megamillonarios que festejaron el juramento del segundo mandato de Trump con Elon Musk a la cabeza.

En esta guerra, China tiene dos ventajas sobre Silicon Valley: gracias a una educación superlativa tiene nuevas generaciones de brillantes científicos y tecnólogos; y, sobre todo, tiene una capacidad instalada de energía eléctrica (con hidroeléctricas, centrales nucleares, eólicas etc.) que garantiza cubrir el consumo salvaje de electricidad de las instalaciones de IA. En respuesta, Trump lanzó el programa Stargate con el escandaloso presupuesto de 500.000 millones de dólares, una cifra que puede paliar el hambre de la humanidad. Pero, esa misma semana, un joven emprendedor chino de 40 años, Liang Wenfeng, amargó la fiesta republicana lanzando al mercado DeepSeek v3, un modelo de larga escala, de código abierto, más eficiente y de menor inversión que ChatGPT, logrando tumbar mercados y bolsas en occidente.

La competencia entre Estados Unidos y China no es solo la lucha por un liderazgo tecnológico. Se batalla por el control de la próxima fase de la economía global y la geopolítica de territorios digitales, esos sitios insondables a los que te internas desde tu celular en todo momento.

En esta Guerra Fría del siglo XXI, una sociedad tan marginal como la nuestra, que se pelea eternamente por el control de un Estado desestructurado, y que se presenta al mundo contemporáneo con un elemental pensamiento binario, es presa fácil. Los imperios globales nos ven y tratan como criaturitas corruptibles, y solo les interesa una materia prima necesaria para el nuevo armamento llamado IA: el litio. A esos imperios no les interesa el futuro de 11 millones de seres humanos. Somos nomás una cifra despreciable en el contexto geopolítico actual.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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La ciudad como tuna

/ 24 de enero de 2025 / 00:12

Trampeando con la metáfora voy a proponer como fruto/símbolo representativo de nuestra ciudad a la tuna.

Me atrevo a este juego simbólico porque nuestra sociedad urbana alucinó con ese pequeño fruto (de la familia de las cactáceas conocido científicamente como Opuntia ficus-indica) cuando doña Emilia, un niño en amargo llanto, un anciano en pantuflas y un doctor hecho el custodio, se enzarzaron en un tunal de un cerro perdido en los Andes. El encuentro dio pie a una infinidad de exageraciones raciales, mediáticas, políticas, y sensibleras que se remató con el recibimiento del mismísimo presidente constitucional del Estado Plurinacional a doña Emilia. Sin duda alguna, una historia de puro realismo mágico, amplificada codiciosamente por los medios y las RRSS, que culminó con demagógicos regalos y condescendientes elogios a la víctima.  La agenda mediática cambió en un tris con infinidad de comentarios, desde las sabihondas cavilaciones de la ideología woke hasta el lamento boliviano del soberano.  Hasta este enero del año 2025 no sabíamos que la Opuntia ficus-indica, era el fruto más representativo de esta ciudad.

Tenemos, metafóricamente hablando, las siguientes coincidencias con la tuna: Somos un mini fruto urbano, tan pequeño como la tuna, de menos de un millón de habitantes; no somos una gran sandía como la Franja de Gaza.   Somos también, un fruto urbano que cambia de color en breves intervalos de tiempo; las coloridas gestiones municipales van del amor al odio en un santiamén.  Somos una sociedad urbana protegida por una gruesa cascara llena de minúsculas púas (conocidas como kepus), invisibles y etéreas, que joden más que las púas de verdad.  Somos, además, un conjunto social aislado en múltiples burbujas (como las pepas de la Opuntia ficus-indica) que nadan en un líquido viscoso y azucarado; es decir, nuestras relaciones de amor y odio son aparatosamente melosas. Y, por último, nos asemejamos a la tuna porque crecemos en un terreno yermo, tirados de la mano de Dios, sin cuidados materiales ni sentimentales; somos una ciudad silvestre que se alimenta y desarrolla de la nada. 

El escudo de nuestra ciudad lleva, inexplicablemente, hojas de olivo y laurel ¿a quién se le ocurrió semejante desvío iconográfico? ¿dónde se cultivan? Propongo que se reemplacen esas ramas por tunales.

Más allá de las ironías emergentes de esta metáfora, agradezcamos infinitamente que nos asemejamos a la tuna y no a la sandía. Nuestros problemas, incluso los más trágicos y adversos, son silvestres. Los resolvemos con una ingenuidad humana que raya en la bobería y no con auténticos genocidios ni guerras globales como sueñan algunas pepas.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Una IA soberana

/ 10 de enero de 2025 / 08:11

El Foro Económico Mundial ha lanzado el desafío histórico a los pueblos del planeta para desarrollar una Inteligencia Artificial (IA) soberana, entendiendo a ésta como la urgencia de formar talento propio y centros de desarrollo (infraestructura de hardware, etc.) que contribuyan a formar, con sentido propio, la más disruptiva de todas las tecnologías digitales. Esta convocatoria plantea una IA soberana como una estrategia nacional de sobrevivencia ante el avasallamiento imparable de las Big Tech (Google, X, Amazon, Facebook, etc.), que inauguraron una nueva fase del capitalismo al formar parte del gobierno americano con la alarmante sociedad Donald Trump/Elon Musk. Pero, el imperialismo americano no está solo en la cuarta revolución industrial. El nuevo poder imperial chino, con larga experiencia en la sociedad del poder político con el empresarial, también trabaja en tecnologías disruptivas y conquista continentes.

Nuestro avance en una IA soberana es casi cero. Somos consumidores irreflexivos y maquinales. En Bolivia hay tantos teléfonos inteligentes como población, y más de la mitad de los hogares tiene internet fijo. Es decir, no hay lugar en este vasto y despoblado territorio que no tenga un consumidor aculturizado de toda la influencia extranjera que viene con esos artilugios. Pasamos el tiempo embobados con memes en TikTok o en FB, y deslizamos ociosamente los dedos en la pantalla buscando estupideces en la infinita basura universal de la nueva sociedad digital/global. En cualquier casona de la clase alta o en un rincón perdido del Altiplano intercambiamos esas boberías para reírnos de nuestra existencia. Pero, detrás de ese “entretenimiento”, se está gestando la mayor de las inequidades de la historia humana que afectará radicalmente a las sociedades del sur global sin haber lanzado un solo misil ni desembarcado tropas.

Un estudio llamado ILIA, Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial, analiza el desarrollo de la IA en la región con datos y gráficos país por país. Chile, Brasil y Uruguay encabezan el ranking en todos los temas. Bolivia está casi al final en todos los aspectos analizados: talento humano, investigación, regulación, institucionalidad, etc. En el último ILIA, donde solo participó un docente boliviano, se menciona: “Bolivia no cuenta con una Estrategia en IA ni de una institución abocada de forma específica a esta materia ni tampoco de mecanismos que generen participación ciudadana o de stakeholders”.

Somos y seremos pasto del imperialismo digital/global mientras reímos intercambiando memes sobre los mediocres y anacrónicos candidatos en la pugna electoral de este año 2025, que ya se percibe de espanto.

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