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Lo importante es saber que Carmelo Flores es un hombre de campo y no un atormentado ser urbano

Encontraron a un boliviano longevo que dice tener 123 años. Diré a los incrédulos que la exactitud de su edad poco importa, ya que dos cosas son innegables: es un centenario de verdad y vive en el campo. Me pregunto si será bueno llegar a tanto y, sobre todo, con qué físico. Cuando Oscar Niemeyer, el gran arquitecto brasileño, pasó la centena declaró: “Cumplir 100 años es una mierda”.
Más allá de las quejas, lo importante es saber que nuestro recordman, Carmelo Flores, es un hombre de campo y no un atormentado ser urbano. Un homusas faltus como tú y como yo. Pienso que si don Carmelo hubiera vivido en la ciudad de La Paz (y en estos atribulados tiempos), quizás no hubiera sobrevivido al stress o al smog, y todo por creerse un workaholic. Es decir, asesinado por una serie de anglicismos que no hacen nada bien a la salud.
La ciudad nos brinda un abanico de sensaciones contradictorias. Junto a bellas impresiones, nos reta con perversidades inhumanas. De todas las malignidades citadinas probablemente la mayor sea el automóvil. Sus virtudes y sus defectos son motivo de innumerables debates entre urbanistas y sociedad que, al final, siempre coinciden en declararlo como un incordio insalubre. Para ilustrar esta aseveración revisemos la experiencia de dos ciudades de gringolandia: Los Ángeles y Mackinac. La primera es el paradigma de la ciudad al servicio del automóvil: un infierno sobre ruedas que se pierde en el horizonte y que consume más de un mamut por día. La segunda es una isla en el Estado de Michigan donde, hace más de un siglo, prohibieron taxativamente el ingreso de automóviles. Los felices ciudadanos de Mackinac van a pie, en bicicleta o en carruajes tirados por caballos. No existen datos comparativos sobre la calidad de vida entre ambas ciudades y menos se han cotejado sus esperanzas de vida, las familias Bush y Ford no lo permitirían.
Todo este rollo viene a colación de las múltiples quejas que escucho a diario acerca del tráfico y el transporte en esta ciudad. Es insoportable, inaguantable y enervante; en suma, nuestro pueblo se está matando en las horas pico. ¿Qué pasará cuando se incorporen más vehículos al parque automotriz y nuestro límpido Alajpacha se llene de moscardones llevando gente por los aires?
No quiero pasar por negativo-activo y poco propositivo. Tengo la vivencia y el estudio de otras experiencias urbanas, y puedo afirmar que, a este paso, vamos a reventar. Si no descentralizamos (interior y exteriormente) esta ciudad, no resolveremos nada. Cuanta más gente amontonemos, menos posibilidades tendremos de una vejez digna y saludable como la de don Carmelo, y apenas alcanzaremos a farfullar: “cumplir 70 años es una… caca”.