Tras el Gran Paitití
Fantasías como el Gran Paitití fueron descritas en varias crónicas que tienen valor testifical
Qué fantasías se tejen alrededor del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS)? Son imágenes que van desde las que retratan un territorio con los brillantes colores de lo inexplorado, pintando una tierra virgen aún, donde campean y abundan flora y fauna de especies salvajes, defendidas por “avatars”; hasta las que pintan una zona postergada, cuyos habitantes se autocastigan con el aislamiento y el atraso.
De concretarse el tramo de carretera que falta, los de la primera imagen profetizan intrusos sembrando la mala cizaña de plástico y coca; mientras que, de no hacerse el tramo, los de la segunda prevén la pobreza y el rezago eternos. En cierto modo, el TIPNIS está representando el Gran Paitití de esta época.
“Nada novedoso se expresa al afirmar que el mito fue poderosa palanca en la obra de exploración y conquista” —escribió en 1961 el historiador cruceño Hernando Sanabria— citando los inverosímiles imaginarios que, espoleando la codicia española, llevaron a los conquistadores a territorios ignotos en busca de riqueza. De esos imaginarios surgieron las fantasías de la Fuente de la Eterna Juventud, el Reino de las Amazonas, el País de la Canela, El Dorado y el Gran Paitití.
Tales fantasías fueron descritas en varias crónicas, un género literario que, como apunta Parejas, “tiene valor testifical, hablan de lo que se ha visto o de lo que se escuchó de primera mano”; los cronistas son “apasionados, toman partido, no buscan explicaciones y sólo narran los hechos”.
En la construcción de los imaginarios de América están crónicas famosas, como las escritas por Garcilaso de la Vega, Ruy Díaz de Guzmán, Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela o Guamán Poma de Ayala. Menos conocidos son textos como los de Juan de Castellanos, quien escribió, ¡en verso!, Las Elegías de varones ilustres de Indias (1568), sobre el territorio de la Nueva Granada, que hoy es Colombia y Venezuela. Obra rescatada del olvido por el colombiano William Ospina en su libro Las Auroras de sangre (Bogotá, segunda edición 2007).
Parejas apunta otros nombres que cubrieron zonas y retazos de historia en tierras bajas, como el fraile Luis de Miranda, quien acompañó a Pedro de Mendoza en la fundación de Buenos Aires en el Río de La Plata (1540); y Pero Hernández (1554) en Asunción, donde también se encuentra “a la española Isabel de Guevara (1556), quien escribe una carta a la princesa gobernadora doña Juana, protestando por el injusto olvido en que se mantiene a las mujeres”.
El mito de Mojos, confundido luego con el del Paitití, ronda en los relatos de los denominados “cronistas cruceños” del Alto Perú Virreinal del siglo XVI: Diego Felipe de Alcaya, Lorenzo Caballero, Alfonso Sotelo Pernia y Pedro de Arteaga. Estos textos están disponibles a lectores curiosos, con estudios de Hernando Sanabria, Germán Coímbra Sanz, Marcelo Terceros Banzer y Leonor Ribera Arteaga, respectivamente para cada cronista. La primera edición fue en 1961 de la Universidad Gabriel René Moreno; y la segunda, en 2010, con edición de Alcides Parejas Moreno y bajo el sello de La Hoguera.
Leyendo a esos cronistas se hace patente el convencimiento de Ñuflo de Chaves, cuando en 1561 escribió que “aunque no se siguiese otro interés que poblar y desencantar la tierra (la exploración de Mojos), era gran servicio a su majestad, porque de este bien resultará que otros no se perdiesen”.