Público y privado
En la política deben exigirse comportamientos y compromisos que reflejen la ética individual

No te metas en mi vida privada! Cada hogar es un mundo. El hombre es el señor de su castillo. ¡Se trata de una invasión a la privacidad! No se lavan los trapitos sucios fuera de la casa. Los problemas conyugales se resuelven puertas adentro ¡Ella es la reina del hogar!… ¿Cuántas veces hemos escuchado frases como esas para zanjar una discusión respecto a los límites entre los mundos de lo público y lo privado, aparentemente dicotómicos e irreconciliables?
Privadas son nuestras emociones, las relaciones, los pensamientos y sentimientos que nos habitan antes de darlos a conocer por la vía de la palabra, cualquier forma de arte o sencillamente los innumerables gestos de la convivencia. Públicas son las expresiones humanas, canalizadas a través de diversos medios para convertirse en discurso, para ser parte de acciones e instituciones. Público es, en definitiva, el mundo de la política.
Y, sin embargo, no es tan simple. La filósofa Norah Rabotnikof menciona tres dimensiones básicas en las que la oposición público privado aparece como una trama de complejidades. Lo individual, asumido como privado, dice la académica, se diferencia de lo colectivo, que es asumido casi intrínsecamente como público. Otra esfera es la oposición entre lo público como visible, expuesto y, por tanto, susceptible de ser publicado; mientras que lo privado vendría a ser la intimidad, lo oculto. La tercera dimensión se refiere a la dicotomía entre lo privado como secreto, mientras que lo público es abierto y accesible. De este modo, lo privado queda asumido como el ámbito de la vida doméstica y lo público como el del mercado y el de la política.
Aunque hay numerosas dependencias culturales que matizan o exageran las diferencias entre ambas esferas, de esa comprensión devienen, probablemente, concepciones y construcciones como lugares públicos y políticas públicas (pensadas en un inicio como concepto equivalente a la acción del Estado solamente, excluyendo a otros actores no estatales).
Sobre la base de esas oposiciones, a lo largo de varias décadas, el pensamiento feminista ha propuesto una comprensión integral de las relaciones entre mujeres y hombres expresada en la consigna “lo personal es político”. De este modo, se cuestionaron las conclusiones fáciles que pretendían dejar “puertas adentro” las relaciones de dominación patriarcal, mientras que el mundo “de afuera” debía seguir su curso. Las críticas feministas se refirieron tanto al contenido con que definen las esferas como a la forma en que se marcan sus fronteras.
De ese modo nacieron las luchas públicas y masivas contra la violencia hacia las mujeres, cuyos frutos se ven en conquistas como las leyes contra la violencia doméstica o de género. Pero, fundamentalmente, en la percepción de que si muchos hechos de la vida cotidiana (considerada privada) devienen de fenómenos políticos (como las violencias, como la educación, como el abuso), en la política deben exigirse y resguardarse comportamientos y compromisos que reflejen la ética individual.
Hay, pues, un traspase permanente entre ambos ámbitos. Esa puerta ya se abrió hace mucho tiempo y no es posible volverla a cerrar. Los hechos privados ya forman parte de lo público. Que recuerden eso las y los funcionarios públicos violadores, golpeadores y padres irresponsables.