El legado bolivariano
El legado que deja Chávez al pueblo venezolano no es precisamente una herencia próspera

Tras el fallecimiento del Presidente de la República de Venezuela, “el comandante”, el patriarca bolivariano, no puede garantizarse aquello de “a rey muerto, rey puesto”, lema que se aplicaba a la sucesión hereditaria de la corona de algunas monarquías.
Pues bien, después de los actos fúnebres del gran jefe, muerto el autócrata, el caudillo, por no llamarle dictador, nadie sabe lo que pasará en Venezuela. ¿Le sucederá en la jefatura del Estado otro caudillo, como podía ser el hasta ahora vicepresidente, Nicolás Maduro, ahora en supuestas funciones presidenciales desde que Chávez cayó gravemente enfermo? ¿O estallará la pugna con el presidente del Poder Legislativo, Diosdado Cabello? ¿O se impondrá una junta militar?
En cualquier caso, los venezolanos encontrarán el legado de Chávez, que no es precisamente una herencia próspera. El verdadero legado de Chávez es que, habiendo gobernado durante tres mandatos, ahora entrega un país que pudo ser uno de los más ricos del mundo, gracias a sus grandes reservas petroleras, pero la realidad es otra. Venezuela es un país en total derrota. Mencionaré algunos indicadores.
Empecemos por las instituciones republicanas que el chavismo desnaturalizó. Al Poder Legislativo lo convirtió en disco rayado de las órdenes de Chávez. El fenómeno se trasladó a otros países. El sector económico y financiero está descuajeringado. Ninguna potencia financiera le prestaría ni un centavo al Banco Central de Venezuela. La antigua perla de la corona, la petrolera PDVSA, es ahora la guarida de los perros de presa bolivariana, muestra notable de la corrupción que domina la Administración. La seguridad ciudadana, violada por el crecimiento de la delincuencia impune. El capital de la universidad se encuentra disminuido por la fuga de cerebros. La infraestructura industrial, ídem de ídem.
Corto aquí la lista de triunfos del “legado” bolivariano, porque considero más importante su valoración ética. Considero que la prolongación de la vida artificial de Hugo Chávez es un grave atentado contra los derechos humanos del difunto.
Mantener por un tiempo el simulacro de vida artificial a un conjunto de órganos humanos que ya no tienen posibilidad real de vida podrá ser una operación médica sorprendente, pero es tan sólo un malabarismo científico, muy semejante a la alquimia medieval. En efecto, utilizar un montón de órganos que constituyeron un ser humano —pero que ya no lo son— para hacerlos durar el tiempo necesario, a fin de montar un simulacro de vida humana es inmoral. Tanto más cuanto su objetivo muy preciso fue una simulación para hacer creer que el difunto podía representar el papel de un ser biológicamente vivo y consciente de sus actos y así poderle investir como presidente.
En concreto, simular que el que fuera candidato a presidente estaba en condiciones vitales y jurídicas para asumir por cuarta vez la presidencia de Venezuela fue una sofisticada farsa, destinada a dar el tiempo suficiente para que los aspirantes al ascenso veloz en el oficio político reforzaran su propia maquinaria del poder.
No señoras y señores, esto es mucho más serio que el dramón de José Zorrilla que se representó por primera vez en 1844: Don Juan Tenorio.
Es sacerdote jesuita y director de ANF.