Anomalía
La película del director boliviano Sergio Vargas Paz se inscribe en el género de la ciencia ficción.

En medio de la, en principio, bienvenida avalancha reciente de estrenos de producción nacional con títulos que suben a la cartelera y dejan a menudo de figurar en ella con una convocatoria en el mejor de los casos fugaz a los espectadores, Anomalía, ópera prima del realizador paceño Sergio Vargas Paz, rodada íntegramente en Cochabamba, a diferencia de otras, desplegó una sostenida campaña promocional incluyendo anuncios no del todo fieles a la verdad, como la aseveración de ser esta la primera producción acomodada al género futurista, o de ciencia ficción, puesto que hubieron antes títulos locales que de igual manera aspiraban a inscribirse en el mismo clasificador genérico.
Es el año 2058. Buena parte del metraje discurre en los asépticos consultorios y pasillos de Memorias Corp., instituto especializado en la recreación vívida de las experiencias guardadas en algún lugar del recuerdo de sus clientes. En el sitio las recepcionistas actúan a similitud de cualquier robot, cumpliendo así a cabalidad con su tarea de impedir que la más mínima salida de tono de aquellos modifique un ápice de los procedimientos establecidos. Son, en otros términos, burócratas perfectas de sonrisa congelada, blindadas contra cualquier posibilidad de que un atisbo siquiera de simpatía, solidaridad humana o compresión las aparte de las reglas dadas.
Doña María Ana Bioy C. —¿el apellido dará cuenta de la admiración del realizador hacia el novelista argentino?— a la cual reiteradamente le dicen Mariana, obligándola a corregir a los interlocutores en el único, repetido, guiño, digamos, humorístico del relato, acude a diario a la institución. Aparcada en la soledad que suele envolver a las personas de tercera edad va allí a reencontrarse con Alessandro, el amor de su vida, muerto años atrás víctima de una patología terminal. Así, conectada a una máquina, vuelve a saborear la felicidad durante un rato.
La idea argumental contenía un par de filones que el guion, coautoría del realizador junto a Jorge Rollano, desaprovecha dejándolos en esbozos apenas. Para el caso la moda actual de la neurociencia, convertida en auténtica neuromanía expresada en la aplicación del prefijo neuro a infinidad de materias que de esa forma se atavían con una pátina de prestigio en el intento de disimular su déficit de cualquier sentido. O los no menos estridentes excesos de las filosofías trans y posthumanistas, empeñadas en profetizar el inminente advenimiento de un porvenir en el cual las máquinas perfeccionadas del big-data estarán en condiciones de almacenar todo el contenido trasvasado desde un cerebro para tomar decisiones impecables, exentas de las limitaciones e imprevisibilidades del defectuoso organismo de los sapiens.
Pero bien. Cierto día la Sra. María Ana se ve encarada a una anomalía a causa de la cual sus recuerdos se tornan confusos, vaporosos, impidiéndole de tal suerte acceder al placebo del regreso momentáneo al ayer, poniendo de paso en cuestión la fiabilidad del oneroso servicio ofrecido por Memorias Corp.
Eventualmente podría entenderse tal giro narrativo en el modo de un guiño crítico a las propias predicciones distópicas acerca de la inminente sustitución de los humanos por androides en casi todos los campos de actividad, aun cuando el referido atisbo de reproche a los campantes vaticinios en dicho sentido, sea otra veta malversada por la trama.
Si antes del incidente la narración ya daba cuenta de severos tropiezos en el armado de su trama, el problema mayor es que a partir del momento en el cuál la protagonista resulta ser víctima de la anormalidad el relato, incapaz de tomar distancia, extravía irremisiblemente el rumbo y queda igualmente enredado en una confusión conceptual que lo va empantanando en la nada.
Mencionábamos antes algunas de las distracciones de los guionistas al momento de traducir su idea en un argumento capaz de interesar y de retener la atención. A ellos puede agregarse el escaso desarrollo de una historia que incurre en la mecánica reiteración de secuencias y situaciones muy pronto desvestidas de cualquier sentido de la progresión dramática. O de otras que dejan la sensación de agregados sin aporte tampoco a dicha progresión. Valgan a título de ejemplo las conversaciones entre María Ana y su peinadora, o los insistentes diálogos de la paciente con las recepcionistas encalladas en un automatismo que resulta suficientemente patentizado en un par de escenas sin precisar de tanto subrayado.
A Sergio Vargas no se le puede atribuir ninguna tentación de mostrarse modesto a la hora de opinar acerca de su debut. “Anomalía es una película audaz y renovadora”, afirmó durante una entrevista. Y en otra desafió: “Animémonos a hacer películas diferentes”. La autovaloración es un derecho de todo creador. Pero es asimismo un siempre saludable freno para mantenerse a buen recaudo del extravío en el autobombo y la autocomplacencia el ejercicio de la indispensable capacidad autocrítica, inconfundible con la falsa humildad.
En tal sentido resulta muy difícil admitir que Anomalía sea en verdad audaz y renovadora, así se aleje de las líneas argumentales más frecuentadas por nuestra producción fílmica. Pero no se distancia en cambio un ápice de los tópicos prevalecientes en el mainstream, abocado a la copia de copias de asuntos futuristas sustentados en la explotación a destajo de los efectismos visuales fabricados por ordenador.
Tampoco de las alegaciones a propósito de las cosas que podrían suceder a corto plazo si nos rendimos a los cantos de sirena de las empresas hegemónicas en la administración de redes y plataformas. Más allá de la trillada vulgata de la sublevación de la máquina, series como la británica Black Mirror, o la española Estoy vivo, entre otras, vienen transitando hace ya unos cuantos años por esa senda temática, con una perspicacia distópica que el trabajo de Vargas dista mucho de exhibir.
Resulta entonces por demás dudoso suponer que el camino hacia la audacia y la renovación pase por apartarse de los asuntos recurrentes en el cine nacional optando, a guisa de desvío, por la opción de aproximarse a los sobados tópicos de incontables sagas televisivas y fílmicas moldeadas con la vista enfocada exclusivamente en el rating de audiencia o taquilla. Todo ello por añadidura a costa de resignar cualquier atisbo de identidad. Que el colombiano Felipe Morell aparezca asociado a la producción seguramente explica en buena medida tal desorientación. Afincado hace más de dos décadas en Hollywood, y especializado en la animación digital no ha sido evidentemente inmune al contagio de los estereotipos temáticos y de puesta en imagen elevados al rango de fórmulas excluyentes para el éxito contante y sonante.
Es la primera producción financiada en parte por una cadena televisiva nacional. Ya era hora que estas comenzaran a honrar, aun cuando no sea más que en modesta medida su deuda social. Algún aspecto formal también amerita ser mencionado: la ambientación sobre todo. No resultaba sencillo construir icónicamente un escenario que no semejara una caricatura de los costosos entornos visuales ofrecidos por tanta mega producción puesta a diario en cartelera. En dicho rubro Anomalía sortea dignamente el escollo. No puede afirmarse lo propio respecto a la despareja interpretación de los personajes, algunos de los cuales no han conseguido impedir quede en evidencia la insuficiente carnadura de sus personajes, ni en definitiva el desbalance entre los propósitos del emprendimiento y su anómalo producto final.
Ficha técnica
Título original: Anomalía
– Dirección: Sergio Vargas Paz
– Guion: Jorge Rollano, Sergio Vargas Paz
– Fotografía: Ernesto Fernández
– Montaje: Sergio Vargas Paz
– Arte: José Bozo
- Música: John Guaremas
– Sonido: Gerardo Kalmar, Etienne Bousac,
Eric Villarroerl, Luis Bolívar
– Efectos: José Orozco
– Maquillaje: Romelia Perales
- Asistencia de Dirección: Luna Rosas
– Producción: Felipe Morell, Sergio Vargas Paz, Gerardo Guerra
– Intérpretes: Beatriz Spelzini, Juan Pablo Barragán,
Julián Trujillo, Flor Antonucci, Paola Salinas,
Patricia García, Camila Rocha, Elisabeth Salazar,
Gunther Revollo, Bernardo Müller, Mercedes Salazar,
Enrique Escóbar, Claudia Zegarra, Ricardo Vidales,
Ana María Vargas, Romel Vargas, Ricardo Gumucio,
Frashely de la Zerda, Raúl Zabala, Magda Ross,
Ricardo Camargo, Stephany Cabrerizo,
Ernestina Arias, Mariana Llobet, Isabel Fraile
– BOLIVIA, COLOMBIA/2019