Escape, el suplemento dominical de La Razón, incluirá en su edición de mañana una entrevista con el presidente abolicionista de Estados Unidos, Abraham Lincoln. En la entrega, la primera de una serie de 15 denominada Grandes Entrevistas, el barbado político es abordado por el periodista Goldwin Smith, quien publicó la nota en el Macmillan’s Magazine, el 7 de febrero de 1865.
En el encuentro del historiador y periodista inglés se advierte sobre los elementos de las entrevistas de la época: “Hay pocas palabras literales del protagonista, pero muchas apreciaciones personales del entrevistador”. Y pese a que el resultado es casi un monólogo del reportero, el diálogo resulta fascinante pues muestra las apreciaciones típicas de la época acerca de Lincoln, muy alejadas de la imagen del estadista que actualmente tenemos. Algo que llama la atención en la introducción del encuentro es cómo se define a la cita de Smith con el Presidente del joven pueblo norteamericano: “Llegó a Washington para entrevistarse con un ‘patán’. Esa era, en términos generales, la idea que solía tener un inglés de los estadounidenses en general y de Lincoln en particular”.
La entrevista deja ver a un presidente extravagante marcado por el conflicto racial que vivía su país. “Contó una de las historias que lo caracterizan: Un negro había estado aprendiendo aritmética. Otro negro le preguntó: ‘Si disparo a las tres palomas que están posadas en la valla y mato a una, ¿cuántas quedan?’. ‘Una’, respondió el que estudiaba aritmética. ‘No’, dijo el otro negro. ‘Las otras dos volarían y se irían’”. El suplemento Escape también le traerá la serie Grandes Fotos y el humor crítico del dibujante argentino Quino.
El “Chino” Saldías, así le decían, fue el gran pilar en la historia del rock boliviano. Vio llegar el movimiento musical y cultural que empezó a conquistar al mundo, con ese ritmo estridente y verba subversiva que puso en grito revolucionario a las juventudes inconformes con el sistema que domina. Hace unos días nos dejó por una enfermedad terminal y la escena local se puso de luto. Javier Saldías, dueño de una carrera que trascendió el tiempo y las modas, es el prócer del rock en Bolivia.
Nacido en La Paz en 1948, Saldías estudió en el colegio San Calixto y a temprana edad abrazó, como muchos de su generación, al recién aterrizado rock & roll. Junto a su camarada de aventuras colegiales, José “Pepe” Eguino, el espigado muchacho empezó a imaginar una versión boliviana que emulara a grupos como The Beatles, The Yardbirds y The Ventures, los preferidos de aquella primera progenitura rockera. Eguino había vivido parte de su niñez en los Estados Unidos, donde tuvo acceso a todo tipo de corrientes musicales y donde llegó a formar un grupo. Este anteojudo guitarrista había rescatado a Saldías que, a pesar de su talento para la música, prefería distraer sus horas de ocio escuchando música con su grupo barrial Los Pájaros Negros. Ambos convocaron a otro vecino miraflorino que manejaba una empresa de amplificaciones llamada La Récord, con la cual solía alegrar fiestas de 15 años, llamado Boris Rodríguez. A ellos se sumó el también guitarrista Fernando Peña, y en consenso decidieron tomar el nombre de aquel grupo miraflorino que había integrado Saldías, pero traducido al inglés: The Black Birds.
El cuarteto empezó ensayando temas de sus grupos de culto, pero también afrontaron un problema que a la larga iba a ser una constante: la pérdida de la segunda guitarra. Peña se marcharía, y pese al escepticismo en torno al futuro de la agrupación, dieron con un personaje que influiría enormemente en la producción de la banda. El hijo del agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, Mike Yoder, junto a quien el grupo asentó su propuesta y se lanzó a la escena interpretando canciones de sus ídolos, además de sumar las primeras composiciones en su repertorio. Así, tras una serie de presentaciones, el grupo participó en el concurso convocado por la empresa Philips, el cual ganaron haciéndose acreedores del primer premio consistente en la grabación de un disco simple en Buenos Aires, Argentina. Pero lamentablemente para el grupo y el naciente movimiento “nuevaolero”, el padre de Yoder culminaba su gestión de trabajo, por lo que el muchacho tuvo que retornar a su país en 1967, no sin antes grabar el segundo EP del grupo. Su lugar fue ocupado momentáneamente por el venezolano Billy Quik, de paso fugaz, y posteriormente por el tecladista Alfredo Careaga, aunque con escasa repercusión. El 14 de enero de 1968, el grupo programó su última presentación, pues Saldías había decidido, junto a Eguino y un amigo colega de otra banda, Álvaro Córdova, viajar a los Estados Unidos.
Evolución sónica
Irrumpido 1968, Javier, junto a “Pepe”, confirmaban un viejo anhelo: viajar hacia la Meca del rock con Álvaro Córdova, quien también se había desvinculado de su grupo Las Tortugas para cumplir su sueño. En San Francisco, California, se había desarrollado un estilo de rock experimental bautizado como “vanguardista” o “sicodélico”. Entonces, el trío Eguino-Saldías-Córdova se radicó por diez meses en Denver, Colorado, desde donde tuvieron acceso a todo tipo de conciertos. Fueron privilegiados espectadores en actuaciones de Jimi Hendrix, Cream y The Doors, y aquel nuevo estilo les abriría la mente hacia la experimentación. Bajo aquella influencia y tras concluir que abrirse espacio entre los músicos norteamericanos sería tarea imposible, los bolivianos alistaron sus maletas para el retorno a fines de 1968.
Nuevamente en La Paz, su llegada empezó a generar gran expectativa aún sin saberse si iban a dar vida a una nueva formación pero, una vez formalizada su propuesta, los chicos no defraudaron. Rebautizados como Climax, el estado purificador al que aspiraban llegar mediante la música, los Saldías y compañía intentaron personificar la versatilidad de los avezados músicos del Norte, pero con sello propio. “Lo que vimos allá realmente nos cambió las perspectivas de lo que se había hecho hasta ese momento en Bolivia. Y nos propusimos cambiar las cosas”, dijo alguna vez Saldías, que ya se había hecho un experto con el bajo.
Las primeras presentaciones se realizaron en el Cine Teatro Monje Campero de El Prado, en el Teatro al Aire Libre y en terrenos del Coliseo Cerrado de la calle México, con una receptividad avasallante. Los interminables solos de guitarra de Eguino, la incansable a la vez de melódica base de Javier y la aceleradísima percusión de Córdova fueron la fórmula alquímica que catapultó a Climax como el “power-trío” nacional. En una actuación en el Círculo de Oficiales del Ejército de Calacoto tuvieron la visita en camerino de un marine estadounidense de servicio en el país llamado Bob Hopkins, quien pidió colaborar con el trío tocando su armónica. La química fue instantánea, los músicos bolivianos quedaron impresionados por la forma de tocar del norteamericano, y junto a él se lanzaron a la composición del material de su segundo EP, que vería la luz en 1970 con la canción El abrigo café de piel de gallina, (original de Ottis Rush) como el hit del ahora cuarteto.
Aquel disco se agotó por completo. Pero luego de algunas presentaciones por ciudades de todo el país, la carrera de Climax entró en receso y posterior desmembramiento. El primero en marcharse fue Hopkins, a quien le siguió “Pepe” Eguino. Pese a ello, Saldías y Córdova, en 1971, convocaron a Nicolás Suárez en los teclados y Félix Chávez en la guitarra, formación con la que viajaron hasta Buenos Aires, Argentina, para algunas presentaciones que concluirían con un proyecto binacional entre Saldías y Córdova, que formarían el grupo Mahatma junto al guitarrista argentino Jorge Montes. “Jorge era un gran guitarrista del grupo Séptima Brigada, nos conocimos y nos invitó a formar un grupo que lamentablemente no duró mucho”, contó Saldías sobre aquella incursión “gaucha”.
Tras idas y venidas, finalmente en 1974, el trío original de Climax confirmó su reunión, que tendría como producto Gusano Mecánico, un Long Play conceptual con canciones como Pachacutec (Rey de Oro), Transfusión de Luz y Cristales soñadores, entre otros títulos, que revolucionaría el mercado local, disco que también se agotó y hoy es una reliquia muy apetecida por coleccionistas. Lamentablemente, al trío no le quedaría mucha vida, pues hacia fines de 1975, el eterno baterista migrante hacía maletas una vez más, dejando colgados a los otros dos músicos.
A medida que la década de los 70 llegaba a su fin, la escena musical mundial empezaba a experimentar una serie de cambios; el impacto de la sicodelia y el rock duro empezaba a decrecer. En ese contexto, los hermanos paceños Barrionuevo, Charly y Mauricio, habían dado vida a un grupo que llevaba el nombre de Tercera Generación a principios de 1977, que interpretaban canciones de grupos de la naciente moda disco como The Bee Gees y The Commodors. Casi en paralelo, Saldías intentaba dar vida a un nuevo proyecto que buscaba internarse hacia una tendencia enmarcada en el jazz-rock bajo el nombre Años Luz, pero la iniciativa finalmente no fue consumada. Entonces los hermanos Barrionuevo invitaron a Saldías a sumarse a su grupo y el bajista aceptó entusiasmado aquella idea.
El acoplamiento fue genial. Así, el grupo debía rebautizarse y Charly se encargó del asunto proponiendo el nombre Luz de América, con el que pasaron a tocar en las típicas “Fogatas estudiantiles” que se organizaban en colegios interpretando canciones de ese estilo bailable. Y también fueron incorporando algunas de sus composiciones, que intentaban fusionar la música electrónica con aires andinos, una preocupación por los ritmos autóctonos que les valió un reportaje para el programa español 300 Millones, que concluyó en la grabación de un video de la canción Thinku, incluida en su segundo EP.
Tiempo después, la llegada del cantante argentino Hugo Ojeda se dejó sentir en las futuras creaciones. Hasta su arribo, Saldías y los Barrionuevo se turnaban en la parte vocal, pero con Ojeda sosteniendo el micrófono, cada uno de los músicos se dedicaba a lo suyo mientras el de la voz demostraba un timbre que le daba sello y cualidad a la banda. Tras varias presentaciones de gran receptividad, el grupo volvió a estudios para grabar su tercera producción con éxitos como Es mejor el amor y Ven a mi disco show. Pero tras concluir con el itinerario de actuaciones por ciudades del interior, el argentino Ojeda sorprendió con la noticia de su retorno a su país.
Aquella inestabilidad sería el fin de la banda. A mediados de los 80, los hermanos Barrionuevo partían hacia los Estados Unidos, donde actualmente continúan su carrera como músicos al frente de Luz de América. En 2004, Saldías intentó relanzar a Luz de América junto a “Pepe” Eguino y músicos de acompañamiento, y tras una serie de presentaciones a pub lleno, el grupo a nivel local volvió a sellar su historia.
Juego de cartas
A mediados de los 90, la fugaz agrupación del guitarrista cruceño Glen Vargas, Tero y los solteros, visitó La Paz para ofrecer algunas presentaciones en el pub El Socavón, con jornadas en las que contó con un público selecto, entre ellos, Javier Saldías. En una de esas sesiones de música improvisada, Saldías le mencionó al “camba” la posibilidad de un proyecto que tenía como norte la explotación del rock clásico. Sin meditarlo mucho, Vargas sorprendió al bajista con su decisión de quedarse en La Paz, para formar el soñado grupo y juntos convocaron a músicos de acompañamiento para darle vida al mismo. Acoplaron muy bien y fueron bautizados como Black Jack por Sol Mateo, propietario del lugar, inspirado en aquel juego de cartas, con un repertorio marcado por lo mejor de The Rolling Stones, Pink Floyd y The Police.
Aquella formación se presentó durante meses hasta que Vargas retornó al Oriente y fue reemplazado por otro consuetudinario de las seis cuerdas, el ex Climax “Pepe” Eguino, con quien continuaron en escena. Tras un breve paréntesis hacia 1992, volvieron a la carga con la cantante Claudia Reinhart, presentándose en el circuito de boliches paceños, hasta que un lamentable accidente dejó temporalmente lesionado a Saldías a fines de 1994. El músico resbaló de las gradas de su casa, se dislocó el hombro y requirió de un costoso tratamiento en el exterior, que fue financiado en parte por la FM Contemporánea, que organizó un concierto masivo para recaudar fondos en noviembre de 1994.
Durante su recuperación, el bajista conoció a un admirador de Mick Jagger, el cantante José “Cacho” Cisneros, con quien planearon un nuevo proyecto que iba a tomar cuerpo mientras el bajista sanaba su dolencia. Por otro lado, la formación alternativa de Black Jack empezaba a desmembrarse por falta de continuidad. Entonces la historia del grupo corrió el riesgo de quedar en el camino de no ser por el retorno de Saldías en 1996, que continuó en inclaudicable carrera rockera hasta iniciada la primera década del nuevo milenio. Pero la energía ya no era la misma.
De intermitencia en los escenarios, de ahí en más Javier Saldías continuó de igual manera aportando en el ámbito de las culturas. Fue profesor en el Conservatorio Nacional de Música, donde dictó clases de Panorama de la música popular, y previamente locutor de radio en emisoras como FM Contemporánea y FM Graffiti, medios desde donde intentó educar a las huestes rockeras que hacían a su audiencia. Participó en la película Nostalgias del Rock de Tonchy Antezana. También recibió un reconocimiento de parte del Senado por sus contribuciones como artista junto a otros colegas del naciente movimiento nuevaolero boliviano. Hace un par de años, Córdova y Eguino intentaron rearmar Climax en su versión original para goce de sus devotos, pero el mal estado de salud de Saldías se lo impidió. Hasta que el destino nos los quitó.
Melodías para un ídolo
Glen Vargas, guitarrista de Track
“Conocí a Javier en la década de los 80, él era integrante de Luz de América, y tuve la oportunidad de conocerlo mejor en el año 90, tocamos juntos en David Lamar y después en Black Jack. Tuvimos una hermosa amistad, en una oportunidad de muchas en La Paz me alojé en su casa. Era un muy buen músico y buen tipo, Dios lo tenga en su presencia. Lo tengo bien presente con su abrigo negro largo, empuñando su Alembic”.
Hernán Laguna, guitarrista de Laguna Mental
“Es muy triste lo de Javier, que seguramente ha sido la influencia para muchos bajistas y un referente para todos los seguidores del rock boliviano y el rock progresivo en especial, con Climax por sobre todo, que es una joya de banda que tuvo muchas influencias que se pudo traducir desde una voz muy boliviana. Además, tenían una presencia escénica imponente, Javier tenía una manera de tocar muy particular. Es una terrible pérdida”.
Peggy Martínez, productora y radialista
“La partida de Javier marca un momento en el que debemos reflexionar sobre el trato a nuestros músicos; la situación del arte en Bolivia sigue siendo la misma, seguimos viviendo en la mediocridad y en el olvido. Los artistas no reciben el mínimo de atención y esto se ve reflejado precisamente en la situación en que viven sus últimos días aquellos que aportaron a la cultura de tan alto nivel, con tanta trayectoria y que han marcado nuestra historia”.
Luis Reyes Ortiz, periodista y radialista
“Como componente de un universo paralelo, sin dudas es nuestro Jack Bruce (Cream). Las razones son varias, como la obvia conformación de un power-trío como fue Climax. En el plano personal, la comparación irrumpe en los planos del virtuosismo, versatilidad y crudeza interpretativa, tanto del bajo como de su voz rasposa y con marcada articulación del inglés, sello característico en su modo de hablar habitual”.
Doña Luisa y Leonel Fransezze demuestran que las redes sociales son una poderosa herramienta para representar la identidad boliviana en el mundo digital y triunfar.
En El Alto, un grupo de exboxeadores ha habilitado un centro de ceremonias como foco de adiestramiento para alejar a los varones del vicio y preparar a las mujeres ante al abuso masculino
La música de Eye of the Tiger es inevitable. La canción principal de la banda sonora de Rocky III, compuesta por el grupo Survivor a pedido del mismísimo Sylvester Stallone, se escucha desde la planta baja del edificio Camel en la zona 16 de Julio. Sus gradas empinadas conducen a lo que fue antaño, en un primer piso, un lugar de festejos, donde se celebraban diversos aniversarios tradicionales de la sociedad alteña. Pero hoy, y desde hace más o menos tres meses, en lugar de un escenario para artistas, con mesas, sillas y luces de colores, se sitúa un ring iluminado con un solo foco y, alrededor, bolsas de entrenamiento que cuelgan desde el techo. Allí hay jóvenes saltando a la cuerda, algunos amagando movimientos de defensa y ataque frente a un espejo, y otros pegándole una y otra vez a esas bolsas de cuero relleno. Es el Boxing Gym, donde se reúnen, en ajetreadas faenas, mujeres, hombres y niños para aprender el oficio de la defensa personal con los puños en alto.
La metrópoli alteña se encuentra a 4.150 metros de altura y es la más joven del país, al ser fundada en 1985. Creció en la adversidad, en medio de un clima y paisaje agreste, con una población que se acerca al millón de habitantes en la actualidad. Empero al progreso logrado en los últimos años, la ciudadanía de esta urbe también ha sufrido las consecuencias de su crecimiento. Según informes del Gobierno Autónomo Municipal de El Alto, en 2022 se registraron 3.172 casos de violencia en diversas tipologías, femicidios que suman 14, violencia física (213), violencia psicológica (607) y falta de asistencia familiar, que alcanza a un total de 1.726; muchos de estos casos son producto del elevado consumo de alcohol. Pero en medio de aquel torbellino altiplánico, un grupo de instructores de box, a la cabeza de Johnny Zegales, se propuso instruir a jóvenes de ambo sexos en el arte del boxeo con el fin de escaparle a los vicios y a la violencia machista, de uno y otro lado. “Aquí enseñamos a quienes quieren aprender a defenderse en la vida. Siempre aclaramos que la violencia no es buena, pero es necesario aprender la exigencia del esfuerzo físico porque cuando uno entrena ya no bebe alcohol, se cuida del cigarrillo y otros vicios. Y en el caso de las mujeres, pues aprenden a defenderse de aquellos abusivos golpeadores”, comienza explicando este hombre que ronda los 60.
Zegales empezó con el pugilismo en 1981, inspirado tras la realización de los Juegos Bolivarianos en 1977 en Bolivia, donde destacó el recordado Walter “Tataque” Quisbert arriba del ring. Peleó hasta mediados de la década de los 90, tiempo en el que las obligaciones laborales y familiares lo obligaron a renunciar a la actividad profesional. Entre sus duelos más importantes se encuentra la pelea que tuvo contra Faustino “Comando” Barrios, el boxeador argentino que llegó a ser guardaespaldas del Papa Juan Pablo II. Y en este nuevo trajín lo acompaña Poli Flores, otro instructor de pugilistas de aquellos años dorados de los guantes bolivianos. “En los 80 vivimos una suerte de furor en el ambiente boxístico, entrenábamos en el Coliseo Cerrado (Julio Borelli Viterito), al frente se encontraba el gran púgil boliviano y campeón latinoamericano y bolivariano, Isidro Guarachi”.
Zegales y Flores intentaron hasta hace poco instruir a los interesados en el Julio Borelli Viterito, pero se encontraron con un ambiente tomado por otros boxeadores de renombre que impidieron sus objetivos. Entonces miraron hacia arriba y encontraron un entorno que los necesitaba. “Queremos dejarles un legado a estos jóvenes, el deporte les puede dejar un mejor destino y también podemos encontrar grandes valores que representen al país”, apunta Flores.
Boxing Gym
El Salón Camel se encuentra en la avenida 16 de Julio del barrio alteño del mismo nombre. Estaba destinado al alquiler para la organización de prestes (celebración en comunidades que pueden ser familiares, gremiales o religiosas), cumpleaños, casamientos y etcétera. “Encontramos el lugar y, gracias a la colaboración de algunos amigos, pudimos construir el ring. También compramos las bolsas de entrenamiento que ya se fabrican aquí en El Alto al igual que los guantes, y de esa manera empezamos a correr la voz entre vecinos para que vengan los interesados de forma totalmente gratuita, aunque aceptamos colaboraciones para cubrir los servicios de este gimnasio”, explica Zegales.
Al llamado acudieron hombres, mujeres y niños y el lema —por demás trillado, pero no por ello menos cierto— es el “mente sana en cuerpo sano”. “Queremos ayudar a los jóvenes contra las malas conductas. El deporte es la salida a los vicios; nosotros no tenemos incentivos con el lucro, lo que buscamos es impulsar a los jóvenes a una vida donde el ejercicio físico sea lo más importante”, dice Zegales sobre los cerca de 30 consuetudinarios diarios del Boxing Gym. Entre ellos hay varones que estuvieron a punto de virar hacia caminos pedregosos. Uno de ellos, que no quiso ser identificado por razones obvias, admite que encontró en el boxeo su tabla de salvación. “Yo tuve un grupo de amigos con los que íbamos a tomar y a veces nos portábamos de forma violenta. Era típico de nuestra edad. Pero después la cosa fue empeorando, algunos probaron la droga y cayeron en la adicción. A mí siempre me dio miedo, y aunque estuve a punto de hacerlo, pues uno siempre encuentra un pretexto, por suerte me dediqué al deporte y por ahora elegí el boxeo. Me alejé de aquellos amigos que no se pueden recuperar”.
Catherine Apaza es otra habitué del Boxing Gym. Aún cursa la carrera para recibirse como policía y vio la necesidad de aprender boxeo como una forma de defensa personal. “Soy alteña y he sido testigo de varios casos de abusos de hombres contra mujeres; aquí la verdad no hay muchos policías varones, menos mujeres”, explica. Catherine va por el Título Profesional en el nivel de Licenciatura que le conllevará el uniforme verde, previo cumplimiento de los requisitos exigidos para cada carrera durante los cuatro años de formación. Y también es consciente de que debe aprender a enfrentar la violencia de los abusadores sueltos. “Me enteré de este gimnasio hace poquito, al principio dudé en venir porque sabía del prejuicio de que esto no es para mujeres. Pero mis mismos compañeros de la academia (de Policía) me animaron”, confiesa esta mujer de cabello corto y pegada dura.
Asimismo, la familia Alarcón empezó a preocuparse por los constantes casos de abuso en la urbe a 4.150 metros de altura, y anotó en el gimnasio a su segunda hija, Camila, la menor de su prole (la primogénita ya fue anotada en taekwondo), para aprender técnicas para enfrentar mejor la vida. “Mis padres me han dicho que venga para aprender a defenderme y a mí, como también a mi hermana, nos encanta hacer deporte”, explica ella, por un lado. Y por el otro, José Luis Alarcón, padre del hogar, dice que tanto él como su mujer empezaron a alarmarse por los casos de inseguridad de su ciudad. “Ella tiene nueve años y empezamos a pensar en su vida de aquí a futuro. Claro que no queremos que sea una chica violenta, pero nosotros pensamos que el deporte es muy importante para su salud y también para su seguridad en estos tiempos de terribles noticias”.
Mientras los padres ayudan a quitarle las vendas de protección para los nudillos a Camila, Johnny instruye a gritos desde el fondo. Luego explica que las jornadas semanales incluyen ejercicios de calentamiento, saltos a la cuerda y golpes contra esas bolsas instaladas en ese gimnasio que queda cercano a la feria que se instala cada jueves y domingo, la cual es considerada la más grande de Sudamérica. “Para quienes empiezan, pueden conseguir allí sus implementos. Nosotros les indicamos dónde pueden obtener los protectores bucales y otros accesorios. Los interesados que quieran venir a practicar boxeo nos pueden encontrar en las Redes y serán siempre bienvenidos”, dice Zegales. Con los brazos en alto.
Las raíces del pugilismo
El boxeo se remonta al año 6000 a. C. en la zona de la actual Etiopía, desde donde se difundió primero a la antigua civilización egipcia y luego a las civilizaciones mesopotámicas. El boxeo moderno nace a principios del siglo XVIII en Inglaterra; en esta época se comienzan a practicar peleas a puño desnudo, pero ya adoptando la posición de guardia y ciertas técnicas en cuanto a los golpes que serán los precursores de lo que hoy en día se ve representado en los combates pugilísticos modernos. En 1681 ya aparece en una gaceta de Londres la reseña de una pelea, si bien parece tratarse de un acto aislado que no se puede considerar como origen de este deporte. En ella se dice: “Ayer se celebró un combate de boxeo ante el duque de Albermarle entre su repostero y su carnicero; ganando este último el premio”. El noble arte, en un primer momento ligado a las clases altas, pronto degenera al hacerse popular y atraer a las masas, y comienzan a pactarse peleas —ilegales— por dinero. En ellas está permitido prácticamente todo excepto las patadas, los golpes por debajo de la cintura y golpes una vez que el adversario está en el suelo. Los mejores boxeadores de la historia son aquellos que han ganado más cantidad de peleas, que han vencido en más oportunidades por nocaut o que han conquistado títulos en varias categorías.
Nacido como Cassius Clay en Kentucky, Estados Unidos, Muhammad Alí es considerado el mejor boxeador de todos los tiempos gracias a sus logros y campeonatos. Mike Tyson fue el púgil más joven en ganar un título mundial de los pesos pesados: tenía solo 20 años. Floyd Mayweather Jr ha practicado el deporte de forma oficial por 22 años y ostenta el récord de ser uno de los pocos púgiles en no perder ninguna pelea de las 50 disputadas en su carrera. El cuarto de la lista es de origen mexicano, considerado el más importante de su país. Durante sus 25 años de carrera, Julio César Chávez ganó títulos mundiales en tres categorías diferentes. Por último, Rocky Marciano es el quinto en la lista. De nombre Rocco Francis Marchegiano, de ascendencia italiana, nacido en Estados Unidos, comenzó a boxear en el ejército en 1944.
Por otro lado, en 1880, un puñado de mujeres se plantó por primera vez en un cuadrilátero de boxeo. Pero poco después fueron relegadas a participar exclusivamente en espectáculos circenses y debieron librar una ardua batalla hasta conseguir, en la década de 1990, una participación en peleas reales reconocidas por la disciplina del boxeo. En la actualidad, quien destaca es Alejandra Marina Oliveras, una boxeadora y activista social y política argentina. Como profesional del boxeo obtuvo seis coronas mundiales que incluyen las de peso supergallo de la WBC, de peso pluma de la WBA y de peso ligero de la WBC. A lo largo de su carrera acumuló 33 victorias, tres derrotas y dos empates.
Doña Luisa y Leonel Fransezze demuestran que las redes sociales son una poderosa herramienta para representar la identidad boliviana en el mundo digital y triunfar.
Ambos escribieron desde la noche oscura e inagotable alcohol. Vivieron épocas distintas y sus narraciones expusieron la marginalidad paceña desde sus antros y derredores, una cruda realidad que cada uno trazó a un estilo y que seguramente obedeció a su extracción y sus maneras de ver la vida: Voyerismo y praxis en carne propia; una suerte de contención que nunca existió —no podría— más que en la mente de aquellos que aún evocan sus perturbadoras impresiones. Jaime y Víctor Hugo, cronistas del lumpen a la sombra.
Jaime Saenz (8 de octubre de 1921–16 de agosto de 1986) fue poeta, escritor, novelista, ensayista, dibujante, periodista y catedrático universitario. De cuna acomodada en una sociedad clasista y racista, vivió huyendo de aquellas ataduras para sumergirse en la ciudad marginal, retratando sus escondrijos y sus personajes extremos en casi toda su obra. Su libro de vida dice que, de excelente educación, sus privilegios le permitieron migrar a Alemania hacia 1938, donde se cultivó con la filosofía de Arthur Schopenhauer, Martin Heidegger y los escritos de William Blake y Franz Kafka, además de asimilar la música de Richard Wagner. Se trataba de un hombre muy ilustrado. En 1955 publicó El escalpelo y le siguieron obras como Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960) y Visitante profundo (1964), entre otras.
Víctor Hugo Viscarra (2 de enero de 1958 – 24 de mayo de 2006) fue un escritor y cuentista de baja calaña representante del denominado realismo sucio. Su infancia no fue una bendición, como él mismo se encargó de aclarar en sus entrevistas y sus obras, las mismas que reflejan su vida leal con la marginación, el alcohol, las drogas y el crimen, con el que empezó a lidiar desde adolescente. No tuvo privilegios, al contrario, vivió con el lumpen al que hizo reconocido gracias a sus crueles relatos. Tampoco se circunscribió en la literatura formal, lo cual le significó el rechazo de los círculos de intelectuales. Sus libros son Coba: lenguaje secreto del hampa boliviano (1981), Relatos de Víctor Hugo (1996), Alcoholatum y otros drinks – Crónicas para gatos y pelagatos (2001), Borracho estaba pero me acuerdo (2002), Avisos necrológicos (2005), Ch’aqui fulero – Los cuadernos perdidos de Víctor Hugo Viscarra (2007).
Pese a las similitudes en sus propósitos narrativos, al fotografiar mundos suburbanos, no son considerados de la misma rama retórica, tanto por sus fans como por los críticos y observadores literarios, a la suma de reivindicar una enorme distancia entre uno y otro, la cual equivale a un antagonismo que ellos nunca sintieron, pero que sin dudas habita entre las tertulias de sus apasionados. Alguna vez, el extinto poeta y periodista literario Rubén Vargas aseguró que no existe comparación entre ambos pues Viscarra, a diferencia de su admirado Saenz, no podía ser considerado un escritor, sino más bien un cronista de carácter antropológico al narrar principalmente sobre sus vivencias. En contraparte, la crítica de arte y gestora cultural Mabel Franco apuntó que, aunque peleado con la ficción literaria, el hecho de que haya escrito sobre una realidad vivida no le quita los dotes de narrador-escritor, con la virtud de haber llevado esas memorias a un texto impreso.
Alegatos
Sobre las distancias entre ambos hombres, el escritor cochabambino Claudio Ferrufino-Coqueugniot, radicado en Denver (EEUU), afirmó que “en muda oposición a los intelectuales que mitifican y, aparentemente, idolatran la vida de los miserables (en clara alusión a la búsqueda de Saenz), Viscarra relata su malaventura personal sin pelos sobre la lengua. (…) o de aquellos que mal la imitan para luego ir a esconderse detrás de la comodidad de sus casas. (…) No podrían los exégetas de Saenz hablar de la seductora vida de los mendigos ante un autor que desnuda su trágica vida con aguda memoria” (El Malpensante, septiembre 2003).
El barbado Saenz es internacionalmente reconocido; sus obras fueron traducidas a varios idiomas y es sin duda la inspiración neta para todos aquellos que aspiran a ser literatos en la Bolivia de mediados de siglo XX para adelante. Demás está decir que sus libros fueron objeto de estudio y análisis y su prosa encumbrada por iluminada. “Su reputación como poeta venía del brazo de su vida tumultuosa que escandalizaba tanto a la gente a su alrededor, incluyendo a su familia, como a la clase letrada paceña. En especial su alcoholismo, su manía por vivir de noche y deambular por los barrios populares y semi-marginales de la ciudad, lo convirtieron en personaje extravagante ante los ojos de los escritores e intelectuales más tradicionales de la época, así como de la gente que lo frecuentaba. Esto creó la fama de Saenz ‘marginal’ y rechazado por la sociedad”, escribió Leonardo García Pabón en su estudio Postcriptum: Apuntes sobre el universo literario de Jaime Saenz, una más entre otras tantas tesis sobre el enigmático escritor.
Saenz fue aquel que beatificó laderas como Llojeta, su santuario de inspiración. “Era docente universitario, coqueteó con el oficio del periodismo y estuvo vinculado a grupos sociales desfavorecidos. No escapaba a los flashes del estrellato, pero no vivía en una burbuja, él conocía a la ciudad que vivía lejos de esos privilegios. Así, una de las mejores fotografías de la popular ciudad de La Paz que tenemos, es su libro Imágenes paceñas. Ahí, desde el aparapita hasta el afilador de cuchillos están retratados… y ni qué decir de las casonas y recovecos de la ciudad. Y si hablamos de personajes, con Felipe Delgado los reconocemos a la perfección, los cuales van por los caminos entrecruzados de la vida y la muerte en Churubamba en los años ‘30”, dijo el escritor Erick Ortega, autor del libro Cuarto mandamiento (Editorial 3600, 2022).
Viscarra, por su parte, canonizó los basurales y la inmundicia. El también periodista Ortega, refiere que “hay que realmente escarbar para pillar una foto decente de él. Le gustaba estar al margen de los reflectores. Recuerdo que cierta noche debía asistir a la presentación de su libro en un salón elegante, pero él, a la misma hora, estaba bebiendo en uno de sus bares. Gracias a él reconocemos a la ciudad de La Paz que está escondida bajo la alfombra de la cotidianidad. Y ni qué hablar de la riqueza de su obra en varios sentidos; por ejemplo, su libro Coba: Lenguaje secreto del hampa boliviano nos ofrece la riqueza del lenguaje y sus variaciones desde una celda. Él sabía de lo que escribía, pues en sus libros y en la vida es un personaje más que pasa la noche a la intemperie en un mundo”.
El editor y escritor Willy Camacho, quien compiló toda la obra de Viscarra en el libro La del estribo en 2018, que también fue publicado por Editorial 3600, dijo que Saenz fue por sobre todo un poeta que se puso al servicio de la narrativa. “Se lo considera un explorador de los márgenes; él asumió la pose de escritor maldito en vida y tenía toda un aura al respecto, desde su estética hasta lo que escribía. Saenz es mucho más literario que Viscarra, pero también racista en sus descripciones sobre el aparapita, por ejemplo. Ahí hay ciertos rasgos de superioridad de clase”.
Viscarra no fue reconocido desde un inicio. Su libro sobre el argot delincuencial boliviano le brindó cierta correspondencia, tras haber colaborado con la institución policial a la que odiaba. Pero continuó con sus descripciones marginales que llamaron la atención de algunos editores como Manuel Vargas, de Correveidile, quien no solo lo alojaba en casa, sino también le entregaba las herramientas para poder inscribirlas en un papel, pues el redactor callejero carecía de aquellas bondades materiales. Hacia fines de milenio pasado, un periódico chileno descubrió la vida y obra de Víctor Hugo y lo rebautizó como el Bukowski boliviano o Viscarrowski. Así, su nombre empezó a trascender fronteras.
La Chupa
En Argentina, el poeta y escritor indígena David Chulque, uno de los primeros descubridores de Víctor Hugo en aquel país, explicó a principios de 2000 que “la escritura de Viscarra no posee las estéticas que exigen las academias, por el contrario, es directo, simple y visceral. Leerlo es como estar sentado con él, en una cantina, tomando una cerveza fresca mientras lo escuchás”.
En similar tonada, el escritor peruano Manuel Raya, admirador del fatídico alcohólico Charles Bukowski, explicó que en cuanto conoció la biografía del marginal paceño se interesó en su obra, la cual había llegado con algunos ejemplares hasta su tierra. “Su vida se parecía a la de Bukowski. Mejor dicho, el alcohol era el común denominador. La marginalidad en la que vivió Viscarra fue una constante lucha para él. Es casi inimaginable pensar que un vagabundo o un tipo que pernocta en las calles pueda escribir unas líneas tan bellas, tan tristes, profundas, llenas de mucha fuerza y fiereza a la vez. Víctor Hugo compartió un mensaje, el mensaje de su experiencia de vida. ‘No hagan lo mismo que hice yo’. Eso es lo que yo descifro como lector. Tal vez en eso se parece a Bukowski, ya que este tiene escrito en su lápida su mensaje: ‘dont’ try’ (No lo intentes)”.
Por otro lado, y en disonancia con la mirada que se tiene sobre ambos, la Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela 2019, la chuquisaqueña Soledad Domínguez, dijo que tanto Saenz como Viscarra “son escritores de La Paz y al resto del país no nos conmueven tanto porque son miradas paceñas y desde esa perspectiva, han logrado imponerlos en toda Bolivia. Yo creo que hay otros grandes escritores, quizá mejores que ambos, pero no reconocidos. Eso sí, lo que sí me parece muy interesante, es que Víctor Hugo se pasaba por las nalgas a las élites intelectuales, y el hecho de que haya creado una literatura que es muy propia”.
La noche
En el desaparecido Bocaisapo de La Paz, pub-bar-antro de los años 90, solían reunirse escritores, bohemios y periodistas de la época, en imparables sesiones de chismes y alcohol. Una de aquellas noches reunió al poeta Humberto Quino con otros, y en ese trance de ofuscación entre todos los asistentes, ingresó al recinto un hombre con pinta de proscrito y heridas en el rostro, que empezó a recitar unos poemas a cambio de monedas y tragos que le invitaban desde las mesas para que se callara. Alguien preguntó a Quino que quién era ese personaje. “Un borracho cargoso”, dijo el vate declarado seguidor de Saenz. Aquel desconocido había sido Víctor Hugo que, así como llegó, volvió sobre sus pasos a su encuentro con la noche.
En el ambiente letrado por otro lado, hay muchos que piensan que se ha sobredimensionado la figura de Víctor Hugo, que cualquier comparación con Jaime resultaría ridícula. “Pero no nos olvidemos que ambos son una construcción”, admite, crudo, el también escritor y gestor cultural Alexis Camacho. “Saenz estaba nomás ligado a círculos de poder y representaba a esa clase pudiente que estaba muy alejada de la realidad de un hombre de la periferia”. Según recuerda algunos comentarios en aquellas charlas bohemias, Saenz era un hombre que se sentía muy identificado con la ideología nazi, inclinación que habría asumido tras su estadía en Alemania, lo cual lo alejaba casi por lógica, de los entornos que él reivindicaba. Y lo mismo con Viscarra. ¿Es posible que un hombre acabado por el alcohol haya tenido la fuerza y lucides para concebir semejantes retratos, viviendo aún en la calle? En esos murmullos del Bocaisapo fue donde empezó a correr el mito de que existía la afanosa mano de un editor en los escritos de Víctor Hugo, que él se limitaba tan solo a contar sus historias. Una leyenda difícil de consumir y casi imposible de confirmar. “Lo cierto es que necesitábamos un escritor bohemio como Saenz y a uno que venga del lumpen”, explicó Alexis Camacho.
Para Ortega, en cambio, no es necesaria toda esta escaramuza sobre un supuesto antagonismo que jamás existió, por más que Viscarra se haya referido a Saenz como “un jailoncito que vivía en Sopocachi” (un potentado que vivía en un barrio de ricos, más o menos). “No sé si necesariamente se puede entender los mundos de Víctor Hugo Viscarra y Jaime Saenz desde sus lectores. No considero que habría que enfrentarlos; al contrario, pienso que las coincidencias los unen. A riesgo de caer en la fosa común del periodismo, es como comparar a Messi y Ronaldo. A Saenz y Viscarra no hay que enfrentarlos, pero sí podemos apreciarlos desde sus libros”.
Salud por eso.
Palabra de Jaime
“La pasión es muy importante, es un componente del fanatismo y el fanatismo es muy importante, porque si no eres apasionado… Al mismo tiempo tienes que ser frío por ser apasionado, porque de otro modo te come la pasión, te anegas en la pasión, pero si eres frío entonces puedes llegar a algo”. Entrevista con el crítico Luis H. Antezana.
Palabra de Víctor Hugo
“He tenido mis universidades: celdas, callejones clandestinos, casas abandonadas, puertas de calle, alojamientos… viviendo con mi gente, que es ¡mí submundo!, mío solito. Me he criado en la basura, y he conocido muchos basureros y desde ahí escribo. Soy un antropólogo porque alguien tiene que reventarse por mi gente”. Entrevista en el periódico chileno La Nación.
Fue una noticia que sacudió las melenas que ya no existen. Aquel ‘power-trío’ de fines de los 60, Climax, fue una banda que marcó historia y aún hoy conserva su ‘chapa’ de mito viviente en el ambiente rockero de La Paz.
Por ello, las generaciones de fans siempre aguardan la gran noticia del retorno, que se hará realidad hoy en el nuevo boliche del arte de La Paz, Stone House o Casa de Piedra (c. Ecuador, 1982), que brindará una alfombra de gala para el retorno de la nueva versión de aquel grupo primogénito del rock hecho por estos lares.
New Climax es el nombre del nuevo grupo refundado con integrantes de otro pilar del rock local, Loving Darks. Este cuarteto involucra hoy en sus lides, además de Córdova y Eguino, a Raúl Saavedra (bajo) y André Ratay (teclados), además del cantante Ángelo Jové. “Volveremos a tocar los clásicos de los años 70 y 80 con los que crecimos. Desde The Doors hasta Deep Purple”, explica Córdova.
Eguino dice que, después de algunas temporadas alejadas del rock, producto de la pandemia por el COVID-19, esta será una buena oportunidad para retomar el buen rock de fines del siglo XX. “Vemos que hay un vacío, las nuevas generaciones desconocen la historia y producción de aquellos grupos que forjaron esta historia. Nosotros volveremos a interpretar mucha de aquella música que cambió al mundo y esperamos volver a sacar un nuevo material”.
HISTORIA.
Climax, formada por los paceñísimos Álvaro Córdova (batería), José Pepe Eguino (guitarra), y Javier Saldías (bajo), sin duda, los instrumentistas más avezados de la época, significó una excelente y prometedora aparición para el movimiento rockero nacional.
El power-trío era una clara muestra de que el rock boliviano estaba evolucionando y había tomado, con esta agrupación, una senda legítima.
La historia del grupo se remonta a enero de 1968, año en que José Pepe Eguino y Javier Saldías abandonaban The Black Birds, pues confirmaban un viejo anhelo: viajar hacia Estados Unidos para apreciar, desde el mismo lugar de los hechos, los nuevos aires que había tomado el género del rock. Llevaron consigo a un amigo fanático de la batería, Álvaro Córdova, quien también se había desvinculado de su grupo Las Tortugas con la firme idea de hacer carrera en el gigante del Norte.
En la costa oeste de aquel país, se había gestado un movimiento cultural desde mediados de década conocido como “flower- power”, una expresión masiva organizada por jóvenes, “los niños de las flores”, quienes reclamaban “paz, amor y libertad” en los años de la Guerra de Vietnam. Aquella manifestación daría vida a la denominada Nación Woodstock fundada por los hippies, cuya ideología de “Haz el amor y no la guerra’ se transmitía como una onda expansiva por el mundo de Occidente.
Fue en San Francisco, California, donde se habían dado las condiciones para la difusión de un estilo de rock experimental, el cual fuera bautizado como “de vanguardia” o “sicodélico”. Jefferson Airplane, Grateful Dead, The Mamas and The Papas, y más subterráneamente Frank Zappa, serían los gestores de un movimiento que se fue desinflando con el fin de la década, pero que de todos modos hizo parte del proceso en la evolución del rock hasta estos días.
El trío Eguino-Saldías-Córdova se radicó por espacio de 10 meses en Denver, Colorado, desde donde tuvieron acceso a todo tipo de conciertos e información. Fueron privilegiados espectadores en actuaciones de Jimi Hendrix-Experience, Cream y The Doors, y aquel nuevo estilo les abriría la mente hacia la experimentación.
Bajo aquella influencia y tras concluir que abrirse espacio entre los músicos estadounidenses sería una tarea prácticamente imposible, el trío Eguino-Saldías- Córdova alistó sus maletas para el retorno a fines de 1968.
Nuevamente en La Paz, la llegada de los músicos empezó a generar gran expectativa, aún sin saber si iban a dar vida a una nueva formación, pues la fama que cargaban a cuestas despertaba suficiente curiosidad por apreciar todo lo que habían asimilado durante su estadía en los Estados Unidos. Y de hecho, el grupo, una vez formalizada su propuesta, no defraudó. Autodenominados como Climax, el estado purificador al que aspiraban llegar mediante la música, los Eguino-Saldías-Córdova intentaron personificar la versatilidad de Clapton-Bruce-Baker (Cream), pero con estilo propio.
Lea también: Shakira recibe una “calurosa” bienvenida de la congresista republicana María Salazar
Las primeras presentaciones se realizaron en el Cine Teatro Monje Campero de El Prado, en el Teatro Al Aire Libre y en los terrenos del Coliseo Cerrado de la calle México, con una receptividad avasallante. Los interminables solos de guitarra de Eguino, la incansable a la vez de melódica base de Javier y la aceleradísima percusión de Córdova, quien como un adelantado de su tiempo tocaba con dos baterías, lado a lado, fueron la fórmula alquímica que catapultó a Climax como el power-trío nacional.
En vista de su explosiva performance fueron invitados por un sello para registrar su primera producción que incluiría, como una condicionante de la época, versiones de himnos del rock mundial. Born to be wild, de Steppenwolf, Sunshine of your love y Tales of the Brave Ulises, de Cream, y Fire de Jimi Hendrix Experience, fueron los más coreados en sus presentaciones al vivo. Climax, con aquel bagaje, se distanció años luz de la propuesta de la Nueva Ola de sus bandas colegas.
En una de aquellas actuaciones realizadas en el Círculo de Oficiales del Ejército, tuvieron la visita en camerino de un hombre cuya contextura física llamaba la atención. Se trataba de un regordete “marine” estadounidense de servicio en el país llamado Bob Hopkins, quien pidió colaborar con el trío tocando su armónica.
La química fue instantánea, los músicos bolivianos habían quedado tan impresionados por la forma de tocar del norteamericano, que junto a él se lanzaron a la composición del material de su segundo EP. Hacia 1970, vería la luz el nuevo lanzamiento del ahora cuarteto con las canciones El abrigo café de piel de gallina, (original de Otis Rush) cantada por Hopkins, y las primeras composiciones The Seeker y Ritmo de la vida.
Pese al retraso en su salida a la venta, aquel disco se agotó por completo, abriendo el camino para mejores condiciones en la grabación de las futuras producciones del grupo. Pero luego de algunas presentaciones por ciudades del interior del país, la carrera de Climax entró en un breve receso. El primero en marcharse había sido Hopkins y le siguió Pepe Eguino. Hacia 1971, los otros dos miembros fundadores llaman a Nicolás Suárez en los teclados y Félix Chávez en la guitarra, formación con la que viajan a Buenos Aires, Argentina, para algunas presentaciones.
Al retorno, los músicos bifurcaron sus carreras por Estados Unidos y Argentina. En este último país, Saldías y Córdova integrarían el grupo Mahatma con el guitarrista argentino Jorge Montes.
RETORNO.
Tras algunas idas y venidas, finalmente en 1974 el trío original confirma su reunión, que tendrá como producto Gusano Mecánico, título de aquel Long Play con composiciones propias en su totalidad. Se trataba de un disco conceptual con canciones como Pachacutec (Rey de Oro), Transfusión de luz y Cristales soñadores, entre otros títulos.
La excesiva confianza en el producto final les permitió un detallado proceso de post producción, que se tradujo en un álbum de tapa doble con un grabado del artista plástico MC Esher, en el que se distinguía un laberinto surrealista de escaleras en clara alusión a la mecanización del hombre en sociedad, como sugería el nombre del disco.
El LP, como su predecesor, también se agotó y hoy es una reliquia muy apetecida por coleccionistas. Lamentablemente, aquel material no iba a ser muy promocionado, pues al trío no le quedaría mucha vida pese a una breve experimentación con el jazz-rock. Hacia fines de 1975, el eterno baterista emigrante hacía maletas una vez más, dejando colgados a los otros dos músicos.
Tiempo más tarde, Córdova retornaría en 1977 y daría vida, nuevamente, junto a Saldías y Eguino bajo el nombre de Años Luz.
Con los años, y ante retornos intempestivos de Córdova, Climax volvió a presentarse en festivales de música, como el organizado por FM Contemporánea, ex Radio Chuquisaca, en 1992.
A fines de 2002, tras casi 10 años de ausencia, el baterista retornó de modo definitivo a La Paz, y en abril de 2003 brindaron un concierto inolvidable en el Teatro Municipal de La Paz, donde recibieron un Diploma al Mérito por su carrera.
Marqueces siglo XXI, el mito urbano narra que se trataba de un grupo de motociclistas que arriba de sus monturas de metal infundían terror en las adoquinadas calles paceñas de los años 70.
Influenciados por la película Buscando mi destino y agrupaciones foráneas como los Hell’s Angels, los hermanos Márquez, Javier, Freddy y Miriam, dieron vida a Los Marqueces.
Pandilla que marcó parte de la historia de los últimos años del siglo XX.
Fueron acusados de agresiones, extrema violencia, de haber tomado la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) para perseguir a comunistas y, entre otras cosas, de apoyar a la dictadura de Hugo Banzer Suárez.
Todo ello desencadenó una ola de represalias como su casi linchamiento en puertas de su domicilio en 1970 en el barrio de Miraflores y la muerte de Miriam, con tan solo 18 años.
En un confuso episodio en una fiesta carnavalera en 1972. Pertenecer a Los Marqueces por esos días no era digna tarjeta de presentación.
Cuando estos muchachos recorrían las arterias de las calles paceñas, los adolescentes salían a su encuentro solo para admirarlos.
Eran chicos impresionados por esas poses extravagantes y semblantes desafiantes, envueltos en jean, cuero y gafas oscuras, además de llevar el cabello largo.
Y querían ser como ellos.
Pero aquellos no gozaban de buena fama, así que cuando los fans hacían conocer sus deseos de pertenecer a la afamada congregación, sufrían la censura de familiares y cercanos.
Y es que hablar de Los Marqueces en los círculos conservadores paceños de los 70 y principios de los 80 estaba prohibido.
Pero estos muchachos seguidores, entre asentimientos y condenas, terminaron saliéndose con las suyas, aunque virando por completo los designios de quienes los habían inspirado.
New generation
Hacia el año 1984, en tiempos del descalabro hiperinflacionario de la Unidad Democrática y Popular (UDP), entre otras novedades de la ciudad destacaba un recién inaugurado Centro Comercial.
Santa Anita, en frente de la plaza Alonso de Mendoza, donde se reunían grupos de jóvenes de la zona Norte paceña.
Entre ellos se encontraba Marco Antonio Rodríguez, uno de los fundadores de esta historia, hoy considerada heredad de la hoyada.
Él tendría 14 años cuando empezó a reconocer las andanzas del grupo de los Márquez y compañía y, como muchos de sus amigos, quería ser parte del mito. Sin embargo, se topaba con un pequeño gran problema: era muy joven para hacerlo, aunque terco para desechar la idea.
“Por esas cosas de la vida, conocí a Alberto ‘Beto’ Márquez, el medio hermano menor de la familia que era más o menos de mi edad”.
Fue él quien me introdujo en esa nueva tendencia entre jóvenes que vestían ropa de cuero y escuchaban música rock.
Juntos, nos propusimos formar una suerte de filial entre quienes admirábamos al grupo de su hermano mayor”, recuerda.
El inicio fue problemático. Además de recibir el rechazo y repudio de sus padres frente a sus disparatadas intenciones, también sufrió la negativa del líder máximo del grupo.
“Freddy no quería saber nada en un principio. Y fue frustrante porque nosotros les teníamos admiración y hasta un poco de temor”.
Estos chicos, avezados, habían sido los autores de innumerables grafitis en las paredes citadinas con la palabra “Marqueces”, motivo por el que fueron citados por Freddy para aclarar el tema.
“Nos convocó y nos dio una gran ‘puteada’, fue impresionante para nosotros”.
“Nos dijo que, si íbamos a formar un grupo, que no le pongamos el mismo nombre. Pero pese a las advertencias, nosotros continuamos”, explica Marco.
“Y de a poco, Freddy nos fue aceptando”.
Conocidos en aquel inicio como Marqueces de la Alonso, el grupo fundado el 20 de octubre de 1984 llegó a sumar cerca de 50 miembros.
Que mudaron su punto de encuentro del Santa Anita hacia la plaza Alexander, a metros de una comisaría de la Policía Nacional.
“Los policías ya nos conocían, siempre nos recomendaban que no hagamos macanas y que nos vayamos nomás a nuestras casas”, dice el líder de la segunda generación de Marqueces.
Sus principales actividades se repartían entre celebraciones estudiantiles y conciertos de rock.
Muy alejadas de cometidos delincuenciales como muchos pensaban, aclara el presidente del colectivo.
“Nos dedicábamos a ir a fiestas, siempre nos invitaban colegios como el Inglés Católico, Lourdes, Rosa Gattorno. Muchas chicas querían como paje a uno de nosotros”, ríe Marco.
“También asistíamos a conciertos rockeros; estaban de moda grupos como Stratus, Collage, Luz de América, y donde nos encontrábamos con otros grupos”.
“Peleas hemos tenido como todo aquel que vive su adolescencia con mucha pasión”.
Pero no andábamos buscando pleitos, aunque era una época con presencia de muchos grupos juveniles”.
El paso del tiempo
“Los Movack, Los Niños, Los Flash o Los Locos eran algunos de los grupos de esos años”.
Era como una moda y, si bien había ciertas rencillas por el tema de territorio, estaban muy lejos de dedicarse a la delincuencia”.
“Pasaron los años, muchos han estudiado y formaron sus hogares”, cuenta Víctor “Ducky” Durán, también miembro de la agrupación y de su directorio.
“Hoy nos vemos con algunos miembros de los otros grupos y nos saludamos de manera muy cordial, los años han pasado y hemos crecido”, añade “Ducky”.
Ese paso del tiempo del que habla refiere a la postura que de a poco fue asumiendo la agrupación rebautizada como Familia Marqueces el 20 de octubre de 1995.
Pues varios de los Marqueces de la Alonso se casaron con algunas de sus integrantes, tuvieron hijos, algunos nietos, y las cosas fueron cambiando con ese pasar de años.
“Las mujeres fueron incluidas en el grupo de una manera más formal, ya no éramos solo hombres en busca de fiestas y conciertos”, dice “Ducky”.
“Y como sucede con todas las familias, empezamos a reunirnos para celebrar cumpleaños, matrimonios, bautizos”.
“También fuimos sumando un sinfín de actividades como encuentros deportivos, visitas a la virgencita de Copacabana, que es nuestra patrona”.
“Labores de beneficencia y hasta misas de salud, que se han intensificado con la pandemia por el coronavirus”, explica Marco.
Esta gran familia es muy devota. Además de oficializar sus peregrinaciones por Semana Santa a Copacabana de manera anual.
Sus miembros también han institucionalizado un preste que se realiza cada 20 de octubre, desde hace 20 años.
En honor a su figura reconocida como “Patrona de los Marqueces”.
Este papel de promotores de tareas cívicas también definió que, a fines de 2019, previo a la pandemia.
El grupo decidiría crear su directiva en elecciones democráticas para varias carteras, con el objetivo de clarificar sus tareas.
Las actividades más importantes tienen que ver con sus labores sociales y de beneficencia, como la realización de “chocolatadas” para niños de la calle en fechas como el Día del Niño o Navidad, entre otras.
“Es increíble cómo un chiquito puede sonreír con un regalo y un buen desayuno, para mí, esas actividades de fin de año son las que más gratitud me traen”, dice “Ducky”, emocionado.
Marco acota: “En cuanto a nuestras obras sociales, solemos hacer colectas para ayudar a muchos de nuestros miembros en estado de necesidad o también a gente ajena al grupo que ha sufrido alguna desgracia”.
Otra de estas actividades refiere a las disciplinas deportivas.
El grupo cuenta con dos equipos de fútbol en competición, uno de ellos representado por los hijos de la Familia Marqueces en el campeonato de la liga Obrajes.
Y otro formado por los miembros cincuentones en el campeonato que se juega en Km 7 con los colores rojo y negro.
“El equipo lo integran amigos que no necesariamente pertenecen a la familia, no somos un grupo cerrado y aquel que quiera jugar en nuestro equipo tiene las puertas abiertas”.
“Pero tiene que jugar bien”, ríe y explica Marco, sobre el cuadro que en principio se llamaba Alonso de Mendoza.
Asimismo, la agrupación también empezó a heredar parte del patrimonio de los motoqueros iniciales al frente de Freddy Márquez.
La idea es levantar un museo —ya cuentan con un terreno en Achocalla— que reconstruya el pasado motoquero y su perfil actual.
Entre esas prendas, figura una bandera de franjas roja-blanca-negra con una Cruz de Hierro. Entonces, la pregunta es inevitable: ¿Alguna ideología extrema dentro de la Familia?
“Nosotros no tenemos ninguna ideología ni militancia política. Sabemos muy bien lo que representaba la simbología con tendencia de derecha entre los primeros Marqueces.
Pero nosotros queremos descartar cualquier acercamiento. Por mayoría, hemos decidido que no tenemos nada que ver con nacionalismos ni neonazismos.
En nuestra familia hay gente de derecha, de izquierda; somos libres en nuestras decisiones y no mezclamos las cosas.
La Cruz de Hierro nos identifica en cuanto a la simpatía que siempre nos generaron Los Marqueces y que siempre nos ha unido”, dice rotundo el presidente Marco Rodríguez.
La Familia Marqueces planea tramitar su personería jurídica e invita a los interesados a visitar su página por si quisieran integrarse.
Recién festejaron su preste anual y aún los aguardan las fiestas de fin de año para cerrar una gestión de actividades cívicas y solidarias.
Actos que los alejan por completo de aquel rugir de motores que causaban espanto.
Doña Luisa y Leonel Fransezze demuestran que las redes sociales son una poderosa herramienta para representar la identidad boliviana en el mundo digital y triunfar.