En la plaza 16 de Julio de Obrajes —más paceña, imposible—, justo en la acera que está en frente de la iglesia del Señor de la Exaltación, un muro de pinos de una cuadra resguarda el hogar del Embajador de Italia. Es fácil darse cuenta de que allí se habla el idioma de Dante, pues entre los techos cubiertos de tejas que se ven desde la calle Díaz Villamil flamea la bandera verdeblanquirroja.
La construcción, que data de principios del siglo XX, está muy bien conservada y luce su belleza a un lado del inmenso jardín que alguna vez tenía incluso una piscina, de cuyo recuerdo queda una casita en la que se refugiaban los bañistas.
Luigi De Chiara, el embajador, y su esposa Idoia Uribarri, de origen español, son los ocupantes desde hace dos años y medio. Les ha tocado hacer varias reparaciones internas y externas, pues el hecho de disponer de una vivienda patrimonial implica un mantenimiento constante, según explica la pareja. Algo difícil de solventar ahora, en tiempos de crisis europea, pero que al mismo tiempo obliga a ser creativos y buscar alianzas, como la que lograron con una empresa local.
El resultado es que tanto el inmueble como el jardín lucen inmaculados, como si no supieran de problemas económicos ni nada.
La propiedad, “una de las más hermosas villas en La Paz”, a decir de Philipp Schauer, el embajador de Alemania que se ha dedicado a investigar la historia de obras arquitectónicas en la urbe (ver recuadro), se erige en un terreno que en 1888 pertenecía a Fermín Cusicanqui. Este hombre, que había nacido en 1840, era del linaje de los caciques de Calacoto (región altiplánica de la provincia Pacajes de La Paz).
Descendientes de Túpac Inca Yupanqui, los Cusicanqui eran parte de la nobleza que los españoles reconocieron, como explica la historiadora Laura Escobari de Querejazu —también una Cusicanqui— , autora del libro De Caciques nobles a ciudadanos paceños. Historia, genealogía y tradición de los Cusicanqui, s. XVI-XXI.
Fermín Cusicanqui, ya ciudadano de la República de Bolivia, era “socio de varias empresas comerciales, poseía varias propiedades en La Paz, haciendas y minas, era socio de un banco y cofundador del Club de La Paz”, enumera Schauer. Y Nueva Economía, en un artículo sobre el empresariado paceño, escribió en 2010 que don Fermín fue, junto a Justo Pastor Cusicanqui, uno de los primeros empresarios del transporte que tuvo La Paz. “Estos emprendedores, en las recuas de sus mulas, en 1860 hacían posible el comercio desde La Paz hasta Oruro y Cochabamba y viceversa. Venían del sur con sal y llevaban coca a las minas. A ellos les siguieron los que se dedicaron al negocio de rentar carretas jaladas por mulas y llamas que, aún ante la llegada del ferrocarril, se mantenían vigentes disputando la demanda del transporte”.
Una primera construcción en el terreno de Obrajes fue demolida en 1912 y la segunda, aún hoy en pie, fue elevada en 1921. Al morir Cusicanqui, en 1924, la casa no pasó a manos de ninguno de sus seis herederos, pues la había vendido a Jorge Saenz Cordón, un magnate de la construcción que en principio la usó para pasar el fin de semana y luego se instaló en ella.
En la década del 40, el bien pasó a manos de los italianos Pedro y Nicolás Linale, comerciantes que habían llegado a Bolivia junto con el checoslovaco Federico Weiss y que se dedicaron a importar carros de lujo (Austin, por ejemplo), motocicletas, las máquinas de escribir Olivetti, armas y hasta locomotoras. Su tienda-taller, aporta más datos el Embajador de Alemania, estaba en la avenida Montes y Uruguay.
Luego de la Revolución de 1952, la casa pasó a ser residencia de la Embajada de Perú y en los años 60, de Italia, país que finalmente adquirió la propiedad.
La actual posesión extraterritorial italiana ocupa solamente una parte de lo que fue el predio Cusicanqui que llegaba, hacia el oeste, hasta el Choqueyapu. Hoy, la avenida Costanera y el terreno donde se ha construido el hospital de la Caja Petrolera lo separan de aquel río.
De todas maneras, el predio es enorme. Sólo la casa ocupa 400 m2 y hay otra edificación posterior que, como ha sabido el embajador De Chiara, los Linale utilizaban para exponer las máquinas que vendían. Están también los cuatro niveles de jardín con pinos, alguna palmera y flores ornamentales, incluido un conjunto de cactus y setos.
La vivienda, de cuyo diseñador no se tiene datos, es de dos plantas. Dos curiosidades han llamado la atención de sus ocupantes actuales. La primera es una capilla en la parte superior, que De Chiara utiliza para dibujar, una afición que se le ha desarrollado desde que está en La Paz. En dicha capilla se aprecian unos vitrales que son obra de Antonio Morán Gismondi, uno de los artistas de la familia vinculada con la fotografía en Bolivia. Obras suyas están también en edificios privados y públicos como el Palacio de Gobierno y la Subalcaldía de la zona Sur en La Paz; la Casa de la Libertad en Sucre, la Escuela de Comando y Estado Mayor Militar en Cochabamba.
La segunda curiosidad es un escondite para dos personas de pie que se halla en el cuarto cuerpo del librero que está en el ala derecha de la planta baja.
En un país políticamente turbulento, como muestra la historia de Bolivia en el siglo XX —en cuyos inicios, como se ha dicho, Cusicanqui encargó la construcción—, un escondite no estaba demás.
Recuenta Schauer que en 1930, Saenz Cordón convocó a una reunión de alto nivel con hombres de negocios, “con la intención de desarticular un inminente golpe de estado/revolución en contra del presidente Hernando Siles Reyes”, quien había logrado evitar una guerra con el Paraguay, pese a la presión de la gente.
No lo consiguieron. A fines de ese año, otra reunión, con todos los partidos del momento, principalmente liberales (Saavedra, Salamanca y Bustamante, entre ellos), decidió dar su respaldo a la candidatura de Daniel Salamanca. Éste, efectivamente, terminó sentado en la silla presidencial y llevó al país a la Guerra del Chaco.
Pero, basta de historia. El presente encuentra a los De Chiara muy a gusto en la vivienda y en un sector de Obrajes que mantiene un entorno arquitectónico coherente. Por ejemplo, la casa del presidente Bautista Saavedra (de fines del siglo XIX y principios del XX) está en una esquina frente a la residencia. Lo lamentable es que ya asoman edificios de varios pisos que amenazan con quebrar la armonía.
Los esposos De Chiara son de gustos contemporáneos, reconocen. En tal sentido, si bien admiran la calidad de los muebles importados de Italia en algún momento del siglo XX, y que son parte de los enseres de la residencia, no son los que ellos eligirían. Han ido adecuando los espacios a sus necesidades y comodidad, pero en general conservan con respeto el legado de anteriores ocupantes.
Donde sí han puesto su sello —especialmente la señora De Chiara— es en la decoración con obras de arte que traen consigo y otras que han ido adquiriendo en Bolivia. Obras de los nacionales Ricardo Pérez Alcalá, Gustavo del Río y León Saavedra Geuer, por citar algunas, dialogan con las del italiano Chirico (el Dalí italiano) o los españoles César Delgado y Roberto Reula, entre otros. Una escultura del último de los citados —una pequeña figura varonil al desnudo— hace contrapeso con una pintura de similar motivo del paceño César Jordán.
Grabados de Piranesi y lámparas de Murano, herencia de los predecesores, completan el marco de una casa paceña que los italianos cuidan con esmero.