Ser hijo de espía es una pesadilla muy dura
El intercambio de agentes reabre heridas de la Guerra Fría.

Robert Meeropol tenía seis años cuando sus padres fueron ejecutados por entregar, supuestamente, el secreto de la bomba atómica a la entonces Unión Soviética, una experiencia que revive estos días al pensar en los niños de los espías canjeados con Moscú.
Entre las 10 personas que el jueves se declararon culpables en Nueva York de ser «agentes ilegales» de Rusia, hay cuatro matrimonios que suman ocho hijos, cuyas edades van desde uno hasta los 38 años.
Entre ellos están Lisa y Katie Murphy, dos niñas de siete y once años a las que sus vecinos de Nueva Jersey, estado contiguo a Nueva York, describen como «adorables» y a quienes les encanta jugar con sus bicicletas azules y pelearse tirándose agua.
Al igual que Meeropol, apellido de adopción de uno de los dos hijos de Ethel y Julius Rosenberg, que fallecieron en 1953 y se convirtieron en los únicos estadounidenses ejecutados por espiar para la Unión Soviética, su apacible mundo se ha visto alterado de la noche a la mañana.
Recuerdos. Robert Meerepol, el hijo más joven del matrimonio Rosenberg, tenía tres años cuando sus padres fueron arrestados y seis cuando murieron, una experiencia traumática que cambió su vida.
Las imágenes de ese momento vuelven a desfilar ahora por su mente tras el arresto y deportación de 10 personas que espiaban para Moscú, todos rusos menos una peruana.
«Cuando me enteré de que uno de los niños tiene tres años, exactamente la edad que tenía yo cuando detuvieron a mis padres, me conmoví», dijo a EFE Meeropol, que dirige ahora una fundación dedicada a ayudar a los hijos de disidentes y padres hostigados por sus ideas progresistas.
Meeropol era demasiado joven para entender lo que pasaba pero sí recuerda el desasosiego que sentía entonces.
«Me sentía rodeado por una nube de ansiedad a la que no podía ponerle nombre», explicó consternado el hijo de los Rosenberg.