La mala hora de la democracia (1)
El autor reflexiona sobre las democracias en crisis, que vienen acumulando creciente desilusión social y mantienen vínculos umbilicales con la corrupción.
Año electoral: aumentará la tendencia boliviana a caminar mirando el piso o el pasado, sin percibir que estamos en un mundo globalizado y a punto de perder el equilibrio por efecto de la crisis económica, las guerras y unas democracias cada día más cuestionadas. En especial, al lado occidental del planeta, con las notables excepciones de Corea del Sur y Georgia (este europeo). Necesitamos ver la Aldea Global y ubicarnos en el mundo contemporáneo que se está transformando sin que quede claro hacia dónde va. El año arranca trepidante y la democracia a remolque, si no en hilachas.
Con un cuarto del siglo corrido, poco de joven, casi nada de esperanzas —salvo la sonda Parker que se acercó al Sol extraordinariamente y nos ayudará a predecir mejor al astro del que depende nuestra vida—, rebalsa de desgracias humanas y ambientales, polarizaciones políticas, desinformación y guerras. Lo primero: el retorno de Donald Trump, quien, fiel a su estilo y antes de posesionarse, lanza una andanada a medio planeta. A Panamá le plantea la devolución de la administración del Canal porque, supuestamente, estafa con las tarifas de tránsito a los barcos norteamericanos. Obviamente, parte de la estrategia es presionar con el cruce de migrantes por el Darién (la mata atlántica panameña) camino a la frontera de México.
A la discreta Dinamarca le dice que “Estados Unidos de América considera que la propiedad y el control de Groenlandia son una necesidad absoluta”, ofreciendo comprarla. Aquí, sin duda alguna, una idea de su anterior mandato que tiene que ver con la inminente apertura comercial del Ártico, donde Rusia y China van muy por delante. Al borde de la chanza, degrada al vapuleado Trudeau, primer ministro canadiense, a gobernador del 51.º estado norteamericano, al que de entrada le pasa factura por su apurada visita a Mar-a-Lago. En fin, no habría que subestimar esas ideas estrafalarias que pretenden mirar al mundo como un tablero de ajedrez. La mano viene cargada y no a favor de la democracia, aunque sí de los negocios.
Democracia y conflictos
En nuestro barrio surandino, la confrontación discursiva alrededor del Estado y el mercado, o cualquier cosa —la negación de los derechos, los indígenas o las minorías, los temas preferidos—, sirve para dar la “batalla cultural” que polariza y aumenta las grietas, la confusión y todo lo necesario antes que un debate democrático abierto y constructivo. La nueva derecha, no la tradicional liberal (a la que, en España, Vox llama “derechita cobarde”), que es un recalentado de viejas ideas y prejuicios medio religiosos y monárquicos, empieza a mostrar los colmillos, y no pintan libertad precisamente. A pesar de la polvareda y el encubrimiento de los mass media, la corrupción profunda asoma, y está en el fondo del reclamo conservador.
Tres casos sirven para intentar desarrollar una mirada más amplia del mundo que nos circunda.
El más sonoro y estrambótico: Argentina. La detención en la frontera paraguaya del senador peronista Edgardo Kueider con una mochila de miles de dólares —luego de seis viajes previos y el intento de su asistente de comprar cinco departamentos en Asunción sin siquiera visitarlos— destapa la corrupción libertaria. Este exsenador —linchado sumariamente en el Senado por 2/3, en medio de la pulseada entre el presidente y la vicepresidenta— planteó 40 objeciones al proyecto de la Ley de Bases que envió el gobierno de Milei para ejecutar su plan de gobierno. Unas objeciones que, el entonces senador, negó ágilmente en la votación, y con su voto positivo permitió el empate (36/36) que habilitó el desempate de la vicepresidenta Villarruel, quien, obviamente, aprobó la ley. Una ley que, en el curioso —por decir lo menos— sistema constitucional argentino, sirve para habilitar los DNU (decretos de necesidad y urgencia), que ponen al Ejecutivo por encima de las leyes mientras el Legislativo no los rechace. El “todo vale” que estamos viendo incluye los envíos de oro desde el Banco Central a Inglaterra.
Nuevos caudillismos
Milei, a su retorno de Italia y ante el hecho consumado de la expulsión, armó un escándalo pidiendo invalidar la sesión senatorial con el argumento de que la vicepresidenta Villarruel la presidió en su ausencia y que no podía hacerlo porque en ese momento estaba como presidenta de la República. La cuestión se despejó cuando el acta del escribano de la Casa de Gobierno mostró que la vicepresidenta fue notificada a las 19 horas del día de la sesión, cuando esta ya había concluido, aclarando que presidió la Cámara en plena facultad. El enojo del presidente fue que se hubiera expulsado al senador cuando el acuerdo político del día anterior a la votación con el PRO —partido de Macri— era solo la suspensión. Claro, que Kueider sea un corrupto desprolijo no quiere decir que no se lo proteja y, sobre todo, que no se prevenga frente a la investigación judicial que podría obligar al encausado a declarar sobre la compra de su voto para intentar salvarse de alguna manera. Aunque, por lo pronto, esté arrestado en un complejo de lujo en Asunción.
La preocupación es enorme. En paralelo, corren las investigaciones de la jueza Arroyo Salgado sobre los negocios offshore de Cristian Ritondo, jefe de la bancada de diputados del PRO, por millones de dólares en negocios inmobiliarios en Miami y no declarados. Y, más grave aún, estas investigaciones implican al mismo personaje y a la exgobernadora María Eugenia Vidal, quienes, desde el gobierno de la provincia, habrían protegido al narcotráfico, fuente del dinero posteriormente lavado. En fin, la libertad empieza a mostrar que el discursito de la casta y otras lindezas contra el Estado ocultan a la verdadera élite, que saquea lo público de manera más descarnada y sin las obsolescencias peronistas de la justicia social.
El caso peruano
Más cerca, Perú, donde la corrupción política es «cholísima», dirían allá, lejos de la estridencia milonguera argentina y con una regularidad cercana a tradición. La corrupción en la Presidencia de la República tiene el récord —quizás mundial— de que sus últimos seis presidentes están procesados, condenados, encarcelados; alguno se suicidó antes de enfrentar la ignominia de la cárcel, y la saga no se interrumpe. No hace mucho, la Fiscalía allanó la vivienda de la presidenta Dina Boluarte buscando unos relojes Rolex coquetamente exhibidos, pero no declarados. Sin embargo, esto es menor. Lo que sucedió en el Congreso de la República tiene ribetes de república bananera del siglo pasado y permite sospechar un nivel de corrupción todavía mayor.
Resulta que la “Oficina Legal y Constitucional del Congreso de la República”, una dependencia del más alto nivel institucional y técnico que dictamina sobre la viabilidad y juridicidad de los proyectos de ley, funcionaba como una agencia de prostitución que cambiaba votos legislativos por servicios sexuales a los legisladores. Tan graves serán los pormenores y las implicaciones —había un espacio legislativo especialmente acondicionado y filmaciones, como corresponde a este nivel de servicios— que una mujer joven, inmediata al jefe, fue acribillada (con 40 balazos) junto a un chofer de taxi en vía pública, en un ataque de sicarios que claramente buscó acallar su testimonio.
Democracia y corrupción
La corrupción política está orquestada desde el Congreso, cuyo principal leitmotiv es la corrupción, porque de legitimidad democrática no tiene nada. Para que el sistema funcione, la alianza Congreso-Gobierno ha sometido al Poder Judicial y al Ministerio Público mediante un conjunto de leyes que modifican y acomodan competencias y procedimientos judiciales, incluso por encima de la Constitución, para controlar la labor jurisdiccional y protegerse. Con esta capacidad institucional instalada, encarcelaron al presidente constitucional Castillo y sortearon las movilizaciones y reclamos sociales que pedían nuevas elecciones, a pesar de las decenas de muertes en Ayacucho. Mientras tanto, sigue la fiesta: el poder ha pactado que las próximas elecciones se cumplan como si nada hubiese sucedido, y al año nos preocuparemos.
Pasemos a Chile, que, a pesar de su estabilidad y prosperidad, no ha podido mejorar la movilidad social y sigue con la Constitución pinochetista, conservadora y poco afín a la democracia. El primer intento de reforma lo hizo el actual gobierno, que, luego de una debatida asamblea constituyente, sufrió en el referéndum un rechazo aplastante. Posteriormente, la derecha, con criterios políticos absolutamente contrarios, intentó lo mismo y, otra vez, el soberano rechazo. El fiasco del sistema político quedó ahí, pero la novedad la trajo el caso del abogado penalista Luis Hermosilla, también llamado “audios”, porque se develó mediante una grabación realizada por una abogada espantada por el nivel delictivo alcanzado en el tráfico de influencias que manejaba Hermosilla.
Institucionalidad debilitada
Este penalista, hombre cercano al círculo de poder del expresidente Sebastián Piñera y de su principal hombre de confianza, el ministro de Gobierno, Andrés Chadwick, operaba un sistema de corrupción al más alto nivel, vinculado a la administración de justicia y las finanzas públicas. En el esquema participaban, según correspondiera y siempre con servicios remunerados, ministros de la Corte Suprema, ministros de Gobierno, el Ministerio Público, la Policía de Investigaciones, Impuestos, una universidad privada, entre otros.
La corrupción perseguida, según reza el expediente —corrupción política, soborno, tráfico de influencias, lavado de activos y evasión tributaria—, tuvo de base el extendido tejido político de la derecha que, aunque rota en gobierno con la Concertación, nunca dejó el poder desde 1973 (medio siglo). La trama de la corruptela, sintetizada por el propio Hermosilla refiriéndose al audio, tiene una advertencia: “Acá está metido medio Chile”. Lo que debe estar fuera de duda, porque la potente memoria del celular de Hermosilla, hombre prolijo que registraba todo, fue vaciada en casi un millón de páginas.
La mala hora de la democracia
El tráfico de influencias que operaba el abogado, en términos de diseño, no era muy complejo, pero sí altamente eficaz. Cobraba y pagaba millones para resolver denuncias, procesos o juicios a favor de los allegados al poder económico y político, utilizando contactos y autoridades necesarias. Lo central tenía que ver con cuestiones de impuestos (facturas falsas, seguros, fondos privados, por ejemplo), procesos penales, información privilegiada para beneficiar a sus defendidos, fallos judiciales, direccionamiento de investigaciones policiales, etcétera.
Aun viendo de una forma esquemática, la democracia vive una mala hora. Paul Krugman, en su última columna —tras 25 años— en The New York Times, decía que, a principios de siglo, se sentía optimismo y que las encuestas sobre el gobierno reportaban satisfacción. Pero hoy el ambiente es de resentimiento e ira social contra las élites y al interior de las élites porque no se sienten suficientemente reconocidas. Luego del asesinato de un CEO en Nueva York y el amplio respaldo en redes hacia el victimario, diríamos que ya no solo estamos ante un enojo social.
Crisis en las democracias
Este es el punto: la democracia, sobre todo en Occidente, está en crisis. No cumple con las expectativas que la gente tiene al momento de comprometer su voto, pero, sobre todo, porque sabe que su funcionamiento está umbilicalmente vinculado a la corrupción política. Esto cierra el círculo vicioso que la tiene en vilo, porque así se hace menos representativa y carece de la legitimidad sin la cual es casi imposible gobernar.
El refrán dice: “mal de muchos, consuelo de tontos”. Obviamente, sería tonto sacar esta conclusión del repaso, porque la lección es doble: una, los bolivianos no somos todo lo peor que se nos quiere hacer creer —la tradicional autodenigración— porque, como puede verse solo en los alrededores, quedamos atrás; y, dos, es imprescindible asumir esta crisis de la democracia de una forma más seria y preocuparnos por reformarla, empezando por la Constitución.
Salimos de un ciclo, y pensar que solo se trata de ir por todo lo contrario muestra que hemos aprendido poco y que no entendemos que hay un problema de fondo en nuestra democracia. Corregirlo tiene mucho que ver con sentido común, consensos, pragmatismo y un programa de fortalecimiento estatal.
Próximo envío: la crisis de la democracia en Europa y Asia.
Salud y bienvenido 2025.