De la política de las identidades a la tribalización en Bolivia
El politólogo Carlos Saavedra analiza cómo juega en Bolivia la articuación de grupos en clave identitaria para la disputa por el poder.
En el Siglo XXI, la política de las identidades ha emergido como una de las dinámicas sociales y políticas más influyentes a nivel global. Este fenómeno, que inicialmente busca dar voz a grupos históricamente marginados, se ha convertido en un motor de transformación cultural y política, pero también en un catalizador de conflictos y divisiones. Esta forma de hacer política se entiende como la reivindicación de derechos, reconocimiento y justicia por parte de grupos basados en características compartidas como etnia, género, orientación sexual, religión o cultura. Estos movimientos nacen de la necesidad de cuestionar estructuras de poder tradicionales y de ampliar los límites de la democracia hacia una mayor inclusión.
En sus inicios, la política de las identidades se presenta como una demanda legítima. Su propósito es interpelar a las mayorías y a los sistemas establecidos para lograr una ampliación de derechos y un reconocimiento pleno de la diversidad humana. Sin embargo, este movimiento no se desarrolla en un vacío. Conforme los grupos marginados ganan visibilidad y representación, otros sectores perciben estas reivindicaciones como una amenaza a su posición o privilegio, generando respuestas reactivas que también se articulan en torno a las identidades. Estas reacciones, a menudo cargadas de resentimiento, cuestionan el alcance y la legitimidad de las demandas iniciales, promoviendo una narrativa de exclusión hacia los grupos que inicialmente buscaban inclusión.
Las identidades y su reverso
Este ciclo reactivo transforma la política de las identidades en una dinámica de fragmentación. En lugar de construir puentes y fomentar la cohesión social, se generan divisiones profundas que consolidan a los distintos grupos en «tribus» sociales y políticas. Este tribalismo se caracteriza por la sacralización de las diferencias, donde la identidad del grupo se convierte en una herramienta de exclusión y confrontación. Los espacios de diálogo disminuyen, y el discurso político se radicaliza, alimentando una lógica de «nosotros contra ellos».
La fragmentación derivada de la política de las identidades tiene implicaciones globales. En países como Estados Unidos, este fenómeno ha dado lugar a movimientos como el wokeísmo, pero que también generan tensiones al ser percibidos como excesivamente restrictivos o dogmáticos. En Europa, la inmigración y la crisis de refugiados han reavivado discursos identitarios tanto en favor de la inclusión como en defensa de una «identidad nacional». En América Latina, donde las sociedades son marcadamente diversas y desiguales, la política de las identidades adquiere características únicas que amplifican su impacto y complejidad.
Identidades y polarización
Comprender este fenómeno es esencial en un mundo interconectado y polarizado. La política de las identidades no solo redefine los ejes tradicionales de izquierda y derecha, sino que también desafía las bases de la democracia liberal. En lugar de centrarse en propuestas colectivas, los actores políticos se ven cada vez más inclinados a movilizar a sus bases en torno a narrativas identitarias, dejando de lado el bienestar común. Esto erosiona los cimientos del diálogo y el consenso necesarios para abordar los desafíos contemporáneos, como la desigualdad, el cambio climático y las crisis migratorias.
Bolivia es un país marcado por su diversidad cultural y su pasado colonial, con toda una larga historia de exclusiones, ofrece un caso de estudio revelador sobre cómo la política de las identidades puede tanto empoderar como fragmentar a una sociedad. El politólogo Carlos Saavedra analiza las especificidades de este fenómeno en el país, brindando una visión crítica y profunda sobre su evolución y sus consecuencias.
Identidades y tribalización
Política de las identidades en Bolivia
“La idea de identidad siempre ha sido central para la conformación de núcleos políticos”, explicó Saavedra. Desde la época colonial, cuando las identidades originarias fueron subsumidas bajo un orden occidental, hasta la fundación del Estado Plurinacional en 2009, las luchas identitarias han moldeado el escenario político boliviano. Según Saavedra, “El colonialismo es, en esencia, la construcción de un orden simbólico, cultural y político que buscó dominar y eliminar las identidades originarias. Esa lógica de imposición cultural ha sido una constante histórica”.
El politólogo destaca que, en la historia de Bolivia, siempre existió una pugna entre las identidades hegemónicas y las originarias. “La transición de colonia a república no significó una victoria de las identidades culturales ancestrales. Fue un cambio de poder de una identidad mestiza sobre la corona española”, señaló. Además, puntualizó que la Revolución Nacional de 1952 generó avances en la inclusión, pero también se subsumió en lógicas de alianza de clases que no lograron empoderar completamente a los sectores populares indígenas.
Cabe recordar que, luego de la Revolución Nacional, el modelo de líder en el poder durante las décadas de 1960 y 1970 fue el caudillo militar. Eso pasó en el contexto de la Guerra Fría y el Plan Cóndor. Ahí estuvieron, entre otros, René Barrientos y Hugo Bánzer. En el ciclo neoliberal o de la democracia pactada, después de 1982, el referente pasó a ser el tecnócrata. Gonzalo Sánchez de Lozada, Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga encarnan esa noción. Con el MAS y el advenimiento de la poítica identitaria, el caudillismo pasó a resignificarse y tomó la forma del líder guerrero grupal. Eso es lo que representan Evo Morales y también Luis Fernando Camacho. Es lo que igualmente aspiran a representar hoy Branko Marinkovic y otros.
Al despuntar el Siglo XXI, el Movimiento al Socialismo (MAS) representó un punto de inflexión al posicionar la identidad popular e indígena como eje central del discurso político. La consigna de “como indios nos han dominado, como indios nos vamos a liberar” marcó una nueva etapa en la política boliviana. Este enfoque logró articular demandas históricas de sectores excluidos y consolidó un proyecto político que desafió con éxito la hegemonía cultural señorial.
Lo plurinacional
“La construcción del Estado Plurinacional es uno de los momentos más significativos de interpelación a las lógicas coloniales, no solo en Bolivia, sino en toda América Latina”, afirma Saavedra. No obstante, “aunque el MAS logró avances en la inclusión y visibilización de identidades marginadas, falló en acompañar estas transformaciones con una revolución cultural permanente”, sostiene.
Para el politólogo, esto generó una desconexión con las nuevas generaciones. “La narrativa del MAS no supo adaptarse a los cambios sociales y culturales de una juventud que tiene otras aspiraciones y formas de organización”, agrega.
Otro punto crítico que Saavedra destaca fue la instrumentalización de las identidades en las pugnas internas del MAS. Hoy el arcismo utiliza argumentos identitarios contra el evismo y viceversa. “Esto refleja cómo las identidades, en lugar de ser unificadoras, se han convertido en armas de confrontación”, explica. Según Saavedra, esta fragmentación ha debilitado la capacidad del MAS para sostener su hegemonía política y cultural.
El politólogo también señala que las clases populares e indígenas continúan enfrentando desafíos significativos. “A pesar de los avances logrados, las estructuras de poder coloniales siguen presentes. La construcción de un proyecto verdaderamente inclusivo requiere una interpelación constante y profunda a estas lógicas”, asevera.
De la inclusión a la fragmentación
“Lo que inicialmente era un movimiento de interpelación al colonialismo se ha convertido en una tribalización caníbal”, lamentó Saavedra, refiriéndose a la fragmentación dentro del MAS y en el panorama político general. El analista observa que, en el tiempo, “el MAS se divorció de un segmento electoral clave, compuesto por jóvenes que ahora buscan aspiraciones fuera del modelo plurinacional”.
Saavedra explica que este distanciamiento también refleja un problema más profundo: la desconexión entre los logros materiales del MAS y su capacidad para construir una narrativa cultural coherente. “Aunque las cifras económicas muestran mejoras, esto no se tradujo en una hegemonía cultural que pudiera sostener esos avances. La clase media emergente, producto de estas transformaciones, se encuentra profundamente desideologizada”.
Las divisiones internas dentro del MAS son otro síntoma de esta fragmentación. Hoy el arcismo utiliza argumentos identitarios contra el evismo, y viceversa. Esta pugna en el oficialismo ha transformado a las identidades en armas de confrontación, incluso dentro del espacio propio del MAS. Este tipo de enfrentamientos también ha repercutido en la percepción que tienen los sectores populares sobre el partido de gobierno. “Hay una creciente desconexión entre las bases sociales y las élites partidarias, que está fragmentando aún más el panorama político”, señala Saavedra.
Un panorama complejo
El politólogo también nota cómo esta fragmentación tiene paralelos con otros contextos globales. “Lo que estamos viendo en Bolivia no es diferente de lo que sucede en otras partes del mundo. La política de las identidades ha derivado en una tribalización que dificulta la construcción de proyectos comunes y refuerza las divisiones”, observa.
Saavedra advierte que “la fragmentación no solo amenaza al MAS, sino a toda la estructura política del país. Necesitamos liderazgos que puedan superar estas divisiones y construir puentes entre los distintos sectores”. Para él, esto implica también una revisión crítica de las estrategias partidarias. “El uso de argumentos identitarios como herramienta de ataque interno está debilitando aún más la capacidad de articulación”.
Identidades y tribalización en las oposiciones
El fenómeno de la política de las identidades y su evolución hacia la tribalización también ha dejado huella en las fuerzas opositoras. “En la oposición vemos un concurso por quién es el más antimasista”, indica Saavedra. Esta lógica ha llevado a que las distintas corrientes opositoras no logren articular un proyecto unificado, limitándose a reforzar igualmente sus bastiones identitarios.
El politólogo destacó casos como el de Creemos, que se ha fracturado en varias facciones. Las pugnas internas dentro de Creemos son un reflejo de cómo la política tribalizada se manifiesta incluso entre aquellos que comparten un mismo objetivo: oponerse al MAS. De manera similar, Comunidad Ciudadana enfrenta divisiones que dificultan su cohesión como fuerza política. “La falta de una narrativa común ha debilitado a la oposición, permitiendo que sus disputas internas sean aprovechadas por el MAS”, asevera el politólogo.
Para Saavedra, la tribalización en las oposiciones al MAS también se manifiesta en el discurso político. “Los actores opositores recurren a narrativas identitarias que apelan a núcleos duros, pero estas estrategias no logran trascender a otros sectores del electorado”. Este enfoque ha limitado la capacidad de las fuerzas opositoras para construir coaliciones amplias y generar propuestas que respondan a las necesidades del conjunto de la sociedad boliviana.
Dinámicas identitarias
El politólogo advierte que esta dinámica tiene consecuencias profundas para el panorama electoral. “Cuando la oposición se enfoca exclusivamente en sus propias tribus, pierde la oportunidad de plantear un proyecto de país que pueda atraer a un electorado más diverso”, afirma. Este fenómeno también refuerza la polarización política, consolidando un escenario donde las alternativas intermedias son cada vez menos viables.
Saavedra subrayó la necesidad de repensar las estrategias de las oposiciones. “Si las fuerzas opositoras no logran superar sus divisiones internas y articular una narrativa inclusiva, corren el riesgo de perpetuar la fragmentación que tanto critican en el MAS”, sostiene.
“La política de las identidades puede ser una herramienta poderosa para la movilización, pero también es un arma de doble filo. Bolivia necesita liderazgos que entiendan esta dualidad y trabajen para unir, en lugar de dividir”, sentencia Saavedra.
Tribalización y deshumanización
Uno de los conceptos más preocupantes que Saavedra aborda es el de la “tribalización caníbal”. “La política se ha convertido en una batalla por la destrucción del otro. Lo ‘anti’ funciona mejor que cualquier propuesta positiva. Esta es una lógica perversa que está deshumanizando al adversario político”, asevera.
El politólogo cita ejemplos de cómo las narrativas polarizantes han exacerbado las divisiones en Bolivia. “El discurso de confrontación extrema, tanto dentro del MAS como en la oposición, está eliminando cualquier posibilidad de construir un sentido común”, indica.
Saavedra también destaca los paralelismos entre Bolivia y otros países. Este fenómeno no es exclusivo de Bolivia. En Estados Unidos, la política identitaria exacerbada dio lugar al wokeísmo y sus reacciones. “En Argentina, la polarización extrema ha redefinido el panorama electoral. Bolivia está siguiendo patrones similares”, observa.
Según el politólogo, la clave está en trascender estas divisiones. “La historia de Bolivia demuestra que somos resilientes en momentos de crisis. Este es el momento de cerrar heridas históricas y construir un proyecto inclusivo que integre a todos los sectores”.
Desafíos hacia las elecciones
El panorama electoral para 2025 se presenta complicado. “Nos dirigimos hacia una ultra polarización, donde los extremos dominarán y las posiciones intermedias serán subsumidas”, prevé Saavedra. Esto plantea retos significativos para todos los actores políticos.
Según Saavedra, las estrategias electorales jugarán un rol central. “Líderes como Trump y Milei han demostrado que, aunque los bastiones identitarios son importantes, no bastan para ganar elecciones. Bolivia necesita liderazgos que puedan tender puentes y hablar con todos los sectores”, afirma.
En última instancia, Saavedra hace un llamado a la reflexión colectiva. “La política de las identidades está fragmentando profundamente a Bolivia. Lo que necesitamos ahora es encontrar espacios de convergencia para construir un futuro que integre nuestras diferencias, porque solo así podremos superar los retos que enfrentamos como sociedad”.