Esta segunda entrega tardó un poco porque había que esperar la llegada a la presidencia de Donald Trump. Estaba cantado que Trump, a su arribo a la Casa Blanca, habría de patear el tablero de la política internacional y, como advertimos en la anterior entrega (1), la mano venía pesada. Lo que nadie sospechó es que llegaba con muchas más cartas que las tantas ofrecidas en la campaña y que despacharía decenas de órdenes ejecutivas desde el primer día (300 en los primeros 10).
Esto es lo que amerita el subtítulo, porque el muy venido a menos imperio norteamericano -a 80 años de la Segunda Guerra Mundial, de donde emergió dueño del mundo- está agotado, desindustrializado, a punto de perder la carrera tecnológica y, sobre todo, que la desdolarización de la economía mundial acabe con su poder absoluto. La crisis de la hegemonía norteamericana se forjó en los últimos 25 años como consecuencia de entender la geopolítica como el control de las zonas estratégicas mediante las guerras, sin medir los multimillonarios gastos que ahora tienen a su economía quebrada o los desastrosos resultados finales de las aventuras bélicas. El resto de la debacle viene con la reacción de los archienemigos, Rusia y China, que, obligados a unirse por la errática política norteamericana y la guerra en Ucrania, contraatacan globalmente desde la economía, la tecnología y el desarrollo de un mundo multipolar.
Imperio
El resultado de las nostalgias imperiales -el imperio contraataca- es este arranque frenético y por tantos frentes del nuevo gobierno Trump que, empezando por las cuestiones domésticas, la inmigración ilegal, las zonas o territorios ajenos que quiere bajo su dominio o la nominación de los mares (Golfo de México), ha puesto a medio planeta en apronte. Arrancó por la pieza más fácil y a la mano: la eliminación de cualquier repartición de gobierno que tuviera que ver con equidad, inclusión y diversidad, borrando cualquier rastro institucional relacionado con los derechos civiles de las diversidades («la ideología de género») y que exprese esa cultura «woke», sinónimo de izquierda y progresismo. Paradójicamente, la cultura política norteamericana que rehízo la convivencia norteamericana a partir de la lucha por los derechos civiles -el «I have a dream» de Martin Luther King- desde los años cincuenta del siglo pasado, con enormes logros frente al lastre colonial del racismo, la discriminación, etc.
Pero esta introducción solo fue la diana. Las acciones implacables desatan la cacería de los inmigrantes ilegales -especialmente mexicanos, colombianos, guatemaltecos, salvadoreños, brasileños, etc.- en varios estados y que, orientada a su barra supremacista blanca, produce un enorme eco mediático, alimenta el ego presidencial y busca mostrar fuerza y determinación. A los inmigrantes se los atrapa como a delincuentes en redadas, se los lleva esposados de pies y manos y son subidos a los aviones con la cabeza gacha para ser deportados a sus países de origen. El país que rechaza la recepción de los deportados -caso Colombia, el pasado domingo- es inmediatamente amenazado con la subida del 25% en los aranceles a las exportaciones. En paralelo, porque no hay tiempo que perder, sigue en pie la cuestión del Canal de Panamá, aunque algo bajaron los decibeles y el secretario de Estado empieza, luego de décadas, su primer periplo internacional por Panamá y Centroamérica. Trump, ante un requerimiento periodístico sobre cómo recuperar la administración del Canal, dijo sin dejar margen de duda que no excluía ninguna vía: podía negociarse, comprarse o, finalmente, invadir militarmente el Istmo. El único país del grupo de los «elegidos» que tiene un paréntesis en las amenazas es Venezuela. El gobierno norteamericano ha enviado a un delegado especial para conversar sobre la repatriación de inmigrantes venezolanos -cerca de 600 mil personas con un estatus de protección temporal establecido por el gobierno de Biden y que el nuevo gobierno ha derogado- y otros temas como el petrolero. Visita ante la cual el presidente Maduro respondió que está de acuerdo con una agenda abierta. Este hecho descolocó a los comentaristas comedidos, pero explica por qué Edmundo González, el autoproclamado presidente, no fue recibido en Mar-a-Lago, como tantos otros.
Hostilidades
En este revuelto escenario hemisférico, pero todavía en el continente y, en específico, Norteamérica, los tres países del subcontinente -Estados Unidos, Canadá y México- tienen en puertas una confrontación a tres bandas, un tratado de libre comercio de por medio y fecha para el inicio de hostilidades (1° de febrero). La disputa combina el déficit comercial estadounidense (unos 200 mil millones de dólares, sobre todo con México) con la problemática de las dos fronteras por las que ingresan a Estados Unidos inmigrantes ilegales y el feroz fentanilo. El arma arrojadiza son los aranceles que, para empezar (así lo dijo Trump), suben a partir de febrero al 25% para las exportaciones de Canadá y México. En el trasfondo está la sombra y las factorías de China -el gran enemigo y el país de los Yodas-, tanto porque sus corporaciones producen en México los vehículos y las partes que luego se exportan al vecino, como porque se le acusa de ser el origen del fentanilo.
Al otro lado del Atlántico, también se agitan las aguas. La presión sobre Dinamarca para que ceda, venda o lo que sea la isla de Groenlandia y quede bajo control norteamericano se acrecienta. La trascendencia del asunto es que se trata de la isla más grande del planeta y que, consecuencia del cambio climático, prontamente se convertirá en paso marítimo de un ágil comercio transhemisférico entre Eurasia -esencialmente China y Rusia- y Occidente. Tres razones alega el gobierno norteamericano para hacer esta exigencia, al margen del derecho internacional: (1) La seguridad de Estados Unidos, porque en caso de un enfrentamiento militar mundial, la isla tiene un enorme valor estratégico; de hecho, desde la Segunda Guerra Mundial hay en la isla una base aérea norteamericana. El segundo argumento, menos defensivo y más colonial: la enorme riqueza de minerales que contiene la isla, especialmente de tierras raras. Y finalmente, que los cerca de 57 mil habitantes indígenas inuit de la isla estarían de acuerdo en ser parte de la Unión.
Acción y reacción
Es una cuestión física: a una acción sigue una reacción y, mientras más fuerte sea la primera, es posible que la segunda sea todavía mayor. Esto es lo que el gobierno de Trump empieza a recoger copiosamente y que, en algunos casos, surjan algunas fuera de cualquier previsión. En lo doméstico, lo primero es que el enorme movimiento pro-diversidades, equidad, inclusión y defensa de los migrantes se organiza para defenderse y, de hecho, ha logrado la suspensión judicial de una orden ejecutiva que, saltándose la Constitución, busca negar el derecho a la nacionalidad de los hijos de migrantes nacidos en Estados Unidos. Fuera de cualquier cálculo, dos gobernadores entran de lleno en la defensa de la convivencia intercultural y los migrantes. El gobernador de Virginia llegó a pedir, en una alocución pública, a los supremacistas blancos que abandonen el estado con el cual no comparten las ideas de tolerancia e inclusión: «váyanse con su odio». De forma todavía más radical, el gobernador de California, el estado más grande y rico de la Unión, ha amenazado con independizarse si acaso persiste la política antimigrante. La presidenta mexicana Sheinbaum se ha apresurado a manifestar su complacencia por el retorno de California a México. Pero lo más extraordinario y contundente parece ser el boicot de los millones de inmigrantes latinos -«si no nos respetan, no les damos nuestro dinero»- que han dejado de comprar en las grandes cadenas como Walmart, Target, Starbucks -que apoyaron la campaña de Trump- y de realizar los trabajos en los cuales son la única mano de obra disponible. La convocatoria es para el Paro migrante, este 3 de febrero: «No compramos, no trabajamos». Millones (se dice más de 65) de latinos no mandarán sus hijos a las escuelas, no comprarán en las cadenas (sí en los pequeños negocios comunitarios), no verán televisión y no concurrirán a sus trabajos. En fin, golpearán donde más duele, la economía.
En la respuesta a las deportaciones directas e indignas, destaca la del presidente colombiano, Gustavo Petro, que fue contundente: «de esta forma y en esas condiciones no recibimos a nuestros connacionales», y los aviones gringos no pudieron aterrizar en Bogotá. Luego se negoció diplomáticamente y el gobierno norteamericano debió tragarse sus aranceles, las suspensiones en la extensión de visas, etc. Por su parte, el gobierno colombiano está invitando a retornar a sus connacionales indocumentados lo antes posible. También se hizo evidente la firme posición de la presidenta hondureña, Xiomara Castro, que se puso al frente y, en rechazo a las deportaciones, amenaza con el cierre de la base militar norteamericana estacionada por décadas y por la cual no se paga un dólar por alquiler o cualquier otro concepto. Venezuela, todavía al margen, negocia sobre la base de los intereses de las transnacionales petroleras que tienen refinerías en Texas para procesar el pesado crudo venezolano. Otros países, los pequeños centroamericanos, acostumbrados al dictamen imperial, reciben callados a sus connacionales.
Norteamérica
En cuanto a México y Canadá, todo está por verse porque le toca mover ficha al gobierno norteamericano. Por lo pronto, vale la templanza y prudencia de la presidenta mexicana, aunque adelantó que moneda se paga con moneda. Donde los ánimos están caldeados es en Canadá, que primero reclamaban que no se los confunda con México y ahora se han puesto beligerantes -han aludido a la participación de su ejército en la Segunda Guerra Mundial- e incluso a un candidato a presidente se le ha escapado un «fuck you» dirigido al vecino sureño.
En el frente europeo, la cuestión de Groenlandia aumenta de temperatura por el claro y terminante rechazo de Dinamarca. En estos días, su Primera Ministra, en un día, pasó revista a los principales aliados: Alemania, Francia y la sede de la OTAN, Bruselas. La alicaída y genuflexa Europa ha respondido que defenderá a sus aliados y que se harán planes de defensa militar.
MAGA
Sin embargo, el mayor golpe al esquema y la propuesta «America First» o «Make America Great Again» -que representa un discurso nacionalista ultraproteccionista, nada de libertad de mercado u otras antiguallas, antiglobalista y negacionista de los derechos- vino de donde menos se esperaba. Desde la economía, pero de la vinculada a la tecnología, por lo cual se muestra mucho más devastador. Hace pocos días Trump, en la línea de las grandes inversiones, ofreció una récord de 500 mil millones en el campo de la inteligencia artificial, lo que claramente iba para las grandes tecnológicas. Bueno, al día siguiente saltó al ruedo un yoda chino, Deep Seek-V3. Un novedoso chatbot de código abierto y que costó unas monedas comparadas con lo que costó o pide Gemini, de Google, o ChatGPT. Su brutal impacto en el mercado bursátil provocó la mayor pérdida de valor de la historia de la bolsa: solo Nvidia perdió unos 600 mil millones, sin contar a Microsoft o Meta.
Para no perder el hilo de la saga, ¿qué tiene esto que acabamos de leer con la democracia? Nada, este es el punto, esta es la mala hora. La civilización ha puesto en cuestión su modo de reproducción y la economía se convierte en el campo de la principal disputa política. Nos toca reinventar otro mundo más humano, más consustanciado con la naturaleza y la suerte del planeta y, definitivamente, urgido de buscar otros referentes culturales y lenguajes que no tengan de referencia al oro, al dólar, a cualquier moneda y a los bancos. Salud.