Multipolaridad y fragmentación
El futuro es conflictivo, distópico, incierto
Las placas tectónicas del mundo están en movimiento y va emergiendo un nuevo orden posterior al del momento unipolar.
El punto sobre la i
La llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos el 20 enero de 2017, dejaba en claro que había cosas que estaban cambiando, no sólo en la potencia del norte, sino en el mundo. El millonario del jopo rubio se las arregló para derrotar en el camino tanto a demócratas y republicanos de viejo cuño, proponiendo una política centrada en asuntos domésticos y que se aleje de conflictos en otras latitudes.
Previamente, el 23 de junio de 2016, en el Reino Unido pasaba lo inimaginable: ganaba el Brexit, la salida bretona de la Unión Europea, en un referéndum cuyas consecuencias continúan dividiendo a esa sociedad cada vez más.
Las placas tectónicas en las que se asentaba el orden mundial del momento unipolar ya mostraban en ese entonces evidentes señales de desgaste. La llegada de la pandemia del Covid- 19 en un principio hizo que estas cuestiones pasen a un segundo plano. Sin embargo, luego acabaría por confirmar que las aguas ya no seguían el viejo curso establecido luego de la caída del muro de Berlín. Las guerras en Ucrania y Oriente Medio están acelerando la comprensión del tamaño colosal de los cambios en marcha. El orbe dominado por una única superpotencia se ha diluido y lo que va quedando es un escenario fragmentado y en reordenamiento, en la medida en que nuevos bloques de países, con un nuevo conjunto de acuerdos e instituciones, va surgiendo.
El profesor estadounidense de relaciones internacionales, John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, sostiene que “la caída del orden internacional liberal horroriza a las élites occidentales que lo construyeron y que se han beneficiado de él de muchas maneras. Estas élites creen fervientemente que este orden fue y sigue siendo una fuerza importante para promover la paz y la prosperidad en todo el mundo. Muchos de ellos culpan al presidente Donald Trump por su desaparición. Después de todo, expresó desprecio por el orden liberal cuando hizo campaña para presidente en 2016. Sin embargo, sería un error pensar que el orden internacional liberal está en problemas únicamente por la retórica o las políticas de Trump. De hecho, están en juego problemas más fundamentales, que explican por qué Trump pudo desafiar con éxito un orden que goza de apoyo casi universal entre las élites de la política exterior de Occidente”.
Liberalismo
Ahora bien, es necesario ir precisando qué es el orden liberal. Siguiendo con Mearsheimer, “Estados Unidos ha liderado dos órdenes diferentes desde la Segunda Guerra Mundial. El orden de la Guerra Fría, al que a veces se hace referencia erróneamente como ‘orden internacional liberal’, no era ni liberal ni internacional. Era un orden acotado que se limitaba principalmente a Occidente y era realista en todas sus dimensiones clave. Tenía ciertas características que también eran consistentes con un orden liberal, pero esos atributos se basaban en una lógica realista. El orden posterior a la Guerra Fría liderado por Estados Unidos, por otro lado, es liberal e internacional y, por lo tanto, difiere en aspectos fundamentales del orden acotado que Estados Unidos dominó durante la Guerra Fría”.
Aquí entra Francis Fukuyama. En su libro El Fin de la Historia y el Último Hombre (1992), este politólogo estadounidense postula que, la caída del comunismo y la disolución de la Unión Soviética marcaron el fin de las grandes ideologías políticas y el triunfo definitivo de la democracia liberal como el sistema político más deseable y efectivo. Entonces, Estados Unidos, al erigirse como la única superpotencia dominante tiene la oportunidad única de moldear el orden internacional de acuerdo con sus valores e intereses.
Fukuyama argumenta también que el individuo liberal democrático, al satisfacer sus necesidades materiales y políticas básicas, carece de grandes aspiraciones trascendentales y se conforma con una vida cómoda pero relativamente superficial. Esto plantea desafíos en términos de cómo mantener la vitalidad y la creatividad en sociedades que pueden volverse complacientes y conformistas.
A partir de entonces, lo que queda es acomodarse a vivir bajo los cánones de la democracia liberal y a procurar expandir este orden a aquellos países que aún no tienen la “suerte” de haberlo adoptado ya. Este es, de manera muy sintética, el planteamiento medular que subyace en el mito del orden liberal dominado por Estados Unidos después de 1989.
George Herbert Bush ilustraba esto en 1990 cuando decía que “no hay sustituto para el liderazgo estadounidense”. Ese año, el 11 de septiembre, vaya casualidad, expuso su visión ante una sesión conjunta del Congreso norteamericano. Acababa de regresar de una reunión con su par soviético, Mikhail Gorbachov, y la guerra en Kuwait había comenzado un mes antes.
“Es evidente que un dictador ya no puede contar con la confrontación Este-Oeste para obstaculizar la acción concertada de las Naciones Unidas contra la agresión. Ha comenzado una nueva asociación de naciones. Nos encontramos hoy en un momento único y extraordinario. La crisis en el Golfo Pérsico, por grave que sea, también ofrece una rara oportunidad de avanzar hacia un período histórico de cooperación. De estos tiempos turbulentos puede surgir un nuevo orden mundial: una nueva era”, dijo Bush padre in illo tempore.
Ahora bien, Mearsheimer define un orden mundial como un conjunto organizado de instituciones internacionales que ayudan a gobernar las interacciones entre los estados que lo conforman. “Pero cuando el sistema es unipolar, la ideología política del polo único también importa. Los órdenes internacionales liberales sólo pueden surgir en sistemas unipolares donde el Estado líder es una democracia liberal”, precisa el profesor de la Universidad de Chicago.
En su criterio, “el orden internacional liberal posterior a la Guerra Fría estaba condenado al colapso, porque las políticas clave en las que se basaba eran profundamente defectuosas. Difundir la democracia liberal en todo el mundo, que es de suma importancia para construir tal orden, no sólo es extremadamente difícil, sino que a menudo envenena las relaciones con otros países y a veces conduce a guerras desastrosas. El nacionalismo dentro del Estado objetivo es el principal obstáculo para la promoción de la democracia, pero la política de equilibrio de poder también funciona como una importante fuerza de bloqueo. Además, la tendencia del orden liberal a privilegiar las instituciones internacionales por encima de las consideraciones internas, así como su profundo compromiso con las fronteras porosas, si no abiertas, ha tenido efectos políticos tóxicos dentro de los propios estados liberales líderes, incluido el unipolar estadounidense. Esas políticas chocan con el nacionalismo en cuestiones clave como la soberanía y la identidad nacional. Dado que el nacionalismo es la ideología política más poderosa del planeta, invariablemente triunfa sobre el liberalismo siempre que ambos chocan, socavando así el orden en su núcleo”.
Actualidad
La guerra en Ucrania está poniendo a prueba a Occidente. Más allá de que muchos analistas consideran que se trata en realidad de una confrontación intermediada (proxy war) entre Estados Unidos y Rusia, son los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y los ucranianos los que están teniendo que lidiar con las consecuencias negativas. En el fondo está China, cuyas relaciones con el gobierno de Vladimir Putin no han hecho otra cosa que fortalecerse.
Las sanciones contra Rusia, principalmente por parte de la Unión Europea y Estados Unidos, no han tenido los resultados esperados. Todo lo contrario, son los países europeos los que tuvieron que verse privados de acceder al gas ruso, al que reemplazaron por el suministrado desde Estados Unidos. Esto está afectando directamente a economías como la alemana, que esta semana confirmó que pasa a estar en recesión.
Más aun, la guerra está poniendo a prueba qué tan posible es realizar la presunción liberal del momento unipolar, de expandir su hegemonía a otros países.
“Es muy importante entender que lo que pasó es que el momento unipolar quedó en el espejo retrovisor. Se fue. Ahora estamos en un mundo multipolar en el que pasamos de una gran potencia a tres grandes potencias: Estados Unidos. China y Rusia. Ahora consideramos a Rusia una gran potencia porque Vladimir Putin, desde que asumió el poder en 2000, ha resucitado a los rusos de entre los muertos. La mayoría de ustedes saben que en la década de 1990 Rusia básicamente había muerto. Putin los resucitó. Entonces, Rusia es una gran potencia y China es una gran potencia y, por supuesto, el Tío Sam es una gran potencia”, afirma Mearsheimer.
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Prosigue señalando que “la hiperglobalización, que buscaba minimizar las barreras al comercio y la inversión globales, resultó en la pérdida de empleos, la caída de los salarios y una creciente desigualdad de ingresos en todo el mundo liberal. También hizo que el sistema financiero internacional fuera menos estable, lo que provocó crisis financieras recurrentes. Esos problemas luego se transformaron en problemas políticos, erosionando aún más el apoyo al orden liberal”.
“Una economía hiperglobalizada socava el orden de otra manera: ayuda a que países distintos del unipolar se vuelvan más poderosos, lo que puede socavar la unipolaridad y poner fin al orden liberal. Esto es lo que está sucediendo con el ascenso de China, que, junto con el resurgimiento del poder ruso, ha puesto fin a la era unipolar.
El mundo multipolar emergente consistirá en un orden internacional basado en el realismo, que desempeñará un papel importante en la gestión de la economía mundial, el control de armas y el manejo de problemas de bienes comunes globales como el cambio climático. Además de este nuevo orden internacional, Estados Unidos y China liderarán órdenes acotados que competirán entre sí tanto en el ámbito económico como en el militar”, concluye el profesor de relaciones internacionales.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político