‘Niñas no madres’
En un Estado laico como el boliviano, tales expresiones religiosas que vulneran derechos debieran ser objeto de sanción.
Una reciente investigación del diario español El País en cinco países de la región revela “las nuevas tácticas antiaborto de la ultraderecha en América”. Entre ellas están el ofrecimiento de albergues para embarazadas y promesas falsas de adopción. Es bastante parecido a lo que se está haciendo con la niña de 11 años a la que, luego de una violación, se quiere obligar a ser madre.
Pese a que una sentencia constitucional vigente determina que no es punible la interrupción del embarazo en casos de delito de violación y a fin de evitar un peligro para la vida de la mujer embarazada, las iglesias y algunos funcionarios públicos en Santa Cruz están operando para obligar a una menor de 11 años (sí, 11 años) a proseguir con un embarazo y ser “niña madre”. Después de haber sido víctima de violación por su abuelastro, la quieren condenar a ser víctima de sus fundamentalismos.
Para empezar, es deplorable que el caso esté siendo ventilado públicamente y en los medios de comunicación cuando desde el principio debió protegerse la privacidad y la integridad de la víctima. Los responsables de proteger los derechos de la niña y el personal médico a cargo debieron garantizar la interrupción de ese embarazo, producto de una violación, sin convertirlo en tema de presión o “debate”. La víctima manifestó su voluntad en ese sentido. Y nadie más debiera entrometerse en su decisión.
Lamentablemente, ahora el futuro de la niña violada por un delincuente 50 años mayor que ella, que debía velar por su cuidado, está siendo discutido en el espacio público-mediático, como si la garantía de derechos fuera objeto de “posicionamientos”. Y encima el director de la Defensoría de la Niñez de Santa Cruz, Rashid Guardia, dice con desparpajo que “asume la decisión (de forzar la continuación de un embarazo de alto riesgo) con toda responsabilidad”. Así es mejor no tener defensor.
Es especialmente condenable la intervención de la Arquidiócesis cruceña, y de las iglesias en general, que con arreglo a sus prejuicios y creencias ejercen presión sobre el entorno de la niña para evitar la interrupción del embarazo. En el extremo de la manipulación, la Iglesia Católica ofreció acogida y atención a la “niña mamá y a la criaturita (sic) que tiene en su vientre”. En un Estado laico como el boliviano, tales expresiones religiosas que vulneran derechos debieran ser objeto de sanción.
Más allá de valiosos pronunciamientos en resguardo de la menor por parte de la Defensoría del Pueblo, organizaciones de mujeres e incluso el ministro de Gobierno, destaca la claridad del Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM), que califica como tortura el embarazo infantil forzado. Lo que corresponde en este caso, sin más publicidad ni amedrentamientos, es garantizar el acceso inmediato a un aborto seguro, y cuidar la integridad de la víctima.