Los Peloduros del ‘28
Imagen: Oswaldo
Jorge Barraza, columnista de La Razón
Imagen: Oswaldo
Tenían el pelo de alambre, duro como pincho, de esos pelos que cuando caen hacen ruido, la piel cobriza y la sangre quechua. Por sus venas corría la América indígena, originaria. Venían del Norte, de una de las provincias más pobres y expoliadas del país. Compañías inglesas talaron sus inmensos quebrachales y generaron miseria y desertificación. Cuando se fueron sólo quedó el páramo. El hacha se llevó el bosque y los hombres. Fueron devastadas millones de hectáreas de quebracho colorado, la madera más noble y dura de que se tenga conocimiento.
“Ahí vienen los santiagueños…”No era una voz de asombro, más bien de conmiseración y cierta simpatía por aquellos muchachos que seguramente se volverían pronto a casa y con la canasta llena de goles. Bajaron del tren bien trajeados, eso sí, después de casi un día de viaje desde los pagos de Leo Dan hasta Buenos Aires. Eran obreros, lustrabotas, los más afortunados empleados municipales.
TAMBIÉN PUEDE LEER:
¿Sociedades civiles o anónimas…?
Llegaban para jugar el antiguo Campeonato Argentino, el de 1928, que reunía a las selecciones de las provincias. No había televisión, la radio apenas quería empezar. Era una oportunidad única para mostrarse ante el exigente público de la metrópoli. Y para los clubes grandes de descubrir nuevos talentos. Antes no había Adidas ni Nike, tampoco utileros, cada uno bajaba su valijita de cuero marrón, atada con hilo de yute para que no se abriera. Ahí llevaba cada uno su camiseta -la única para todo el torneo- que debía lavar después de cada partido.
El fútbol argentino competía con el uruguayo para ver cuál de los dos era el mejor del mundo. Cuatro meses antes, ambos habían disputado la final de los Juegos Olímpicos en Ámsterdam. Uruguay ya tenía seis copas América en sus vitrinas, Argentina tres. En esas Olimpíadas de Holanda había estado uno de esos morochos santiagueños.
Era Segundo Luna, hábil y velocísimo puntero izquierdo. No había jugado ni un minuto, tapado por Mumo Orsi, apodado El Cometa de Ámsterdam. Mumo fue la figura de esos Juegos; tras ellos pasaría a la Juventus y sería campeón mundial con Italia.
Nadie tenía a los santiagueños como animadores, menos como candidatos. Pero Santiago comenzó goleando 5 a 1 a Salta en la vieja cancha de Vélez. Era una generación maravillosa de la que nadie sospechaba en la cuna del tango. La de los hermanos Luna: Nazareno, Juan, Ramón y Segundo. Un pequeño club de la provincia había aportado su equipo completo: Mitre. Sí se había escuchado algo de Segundo Luna.
El público de Buenos Aires no lo había visto, pero cuando volvían de sus giras por el Interior, los futbolistas porteños mencionaban haber enfrentado a un fantástico “winger”. Era Segundo, a quien todos llamaban “Ita”. Dada su fama en la provincia y porque una tarde había enloquecido a los porteños, El Gráfico le dedicó una de sus célebres tapas en 1926. También había sido miembro del seleccionado nacional que fue campeón del Sudamericano de Lima en 1927, donde marcó tres goles.
Ita trabajaba de sol a sol como carpintero en Santiago. Lo tentaron varios equipos de la capital, pero nunca había querido salir del terruño, donde era ídolo.
En segundo turno, Santiago venció a 3-2 a Rafaela, campeón santafesino. Tres goles de Ramón Luna. Pero, si había una lógica, sería eliminado por el tercer rival: Buenos Aires, integrado por una mayoría de jugadores de Boca, River, San Lorenzo y Huracán. En un duelo volcánico en campo de River, Santiago dio el campanazo: ganó 3 a 2 con dos goles de Segundo “Ita” Luna.
El diario Última Hora publicó: “El negro Luna, el olímpico, se salía de la funda. Por momentos no se sabía si jugaba de winger izquierdo, derecho o centroforward”. En su primer tanto eludió a tres rivales.
La prensa capitalina, no obstante, no gustó del juego de los santiagueños. “Santiago del Estero no es fiel exponente del poderío del balompié en el país, hablando con absoluta imparcialidad”. Pasaba que los provincianos eran rápidos y fibrosos, potentes. No andaban con vueltas, pocas florituras, enseguida buscaban el arco. Dos días después llegó la semifinal ante La Pampa, la patria chica de los Mac Allister. Santiago se impuso 2 a 1 y alcanzó lo impensable: la final. En la recordada cancha de River en La Recoleta, previa al Monumental, derrotó 3 a 1 a Paraná. Segundo Luna fue el goleador del campeonato con 6 anotaciones.
Era la primera vez que el Interior le arrebataba un torneo a Buenos Aires, que era prácticamente la Selección Argentina.Fue tal el impacto de la conquista que el Presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen, felicitó a los campeones. Y hasta fueron agasajados en una gala en el Teatro Colón.
Los clubes de Rosario y Buenos Aires se lanzaron a contratarlos, sobre todo a los hermanos Luna y a los también hermanos Luis y Marcos Díaz. Estos dos y Benjamín Coria recalaron en Chacarita. Central se sirvió tres: Teófilo Juárez, Ramón y Nazareno Luna. Nazareno sería campeón con River en 1932, Juárez también jugó en River y tuvo un paso por el Atlético de Madrid. Newell’s se quedó, finalmente, con la joya: Segundo Luna.
El recibimiento en Santiago fue la locura: una multitud se agolpó en la estación del ferrocarril y los campeones fueron paseados en autos descapotables adornados con flores. El ingenio popular los bautizó como Los Peloduros del ’28. Así se eternizaron.
Es una de las gestas más bellas del fútbol provinciano y de los tiempos románticos de la pelota, cuando los futbolistas eran seres terrenales y verificables. El miércoles último, 96 años después de aquellos memorables muchachos de pelo renegrido, Central Córdoba de Santiago del Estero venció a Vélez 1 a 0 en la final de la Copa Argentina y volvió a poner a la provincia en el primer plano nacional. El país entero se alegró, no por Vélez, desde luego, sino por la conquista del fútbol autóctono, de tierra adentro.
Matías Godoy, un extremo santafesino, quiso tirar un centro y el esférico se metió en un ángulo. Desde ese momento, millones anhelaron que el partido terminara ahí, por Santiago del Estero, conocida como “Madre de ciudades” pues desde allí, en tiempos de la Conquista, los españoles lanzaron expediciones que fundaron, sucesivamente, las ciudades de San Miguel de Tucumán (1565), Córdoba (1573), Salta (1582), La Rioja (1591), San Salvador de Jujuy (1593) y Catamarca (1683).
Central Córdoba ganó 1 a 0 y, como los campeones de 1928, el retorno a su tierra fue una apoteósis. Miles de hinchas hicieron una caravana interminable. El “Ferroviario” ya había dado un batacazo en 1967. Después de muchos reclamos y cabildeos la AFA cedió: se había logrado políticamente una apertura para integrar todo el fútbol nacional y los clubes chacareros, que estaban segregados, entraron a competir con los de Buenos Aires y Rosario. Una alegría, democráticamente hablando.
El comienzo, sin embargo, fue duro, Boca, River, Independiente los goleaban por 7 u 8 goles. No estaban preparados todavía. No obstante, el 15 de octubre de aquel año, Central Córdoba venció a Boca 2 a 1 en plena Bombonera, con Roma, Marzolini, Rattin, todos. Resultado catástrofe.Por primera vez un club de la provincia estará en la Copa Libertadores y cada partido será una fiesta, con seguridad. Pero ninguna historia de la pelota, en Santiago, puede empezar sin la evocación de aquellos heroicos Peloduros.