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Los periodistas sabemos menos

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 9 de diciembre de 2024 / 00:03

“Yo soy técnico y ustedes periodistas, no pueden opinar como entrenadores porque no lo son”. La frase, potente, directa, la expresó Ricardo Gareca ante los reporteros chilenos que le discutían cuestiones tácticas en conferencia de prensa el 9 de octubre pasado.

Chile iba último en la Eliminatoria y los colegas se sintieron con derecho a darle una breve cátedra sobre la función. A un profesional que fue dieciocho años futbolista de grandes equipos (Boca, River, América de Cali, Selección Argentina) y que lleva treinta dirigiendo, con éxito, en clubes y selecciones. Y le rebatían individuos que no pasaron del nivel de la canchita de la esquina.

No significa que Gareca no pueda estar equivocado y el cronista remarcarlo. De ahí a ponerse tácticamente en la misma línea hay un océano. Siguió el Flaco “ubicando” a los muchachos… “No me molestan las opiniones, pero si hay alguien capacitado somos los que estamos en el fútbol. Ustedes no son técnicos, no saben lo que es serlo… Pueden opinar, y yo respeto esa opinión, pero nunca van a saber desde este lugar porque no son profesionales como los que nos dedicamos a esto».

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En tono tranquilo siguió su monólogo: «No lo tomen como un acto de soberbia, hay que ser director técnico para hablar con propiedad. Todo es materia opinable… Pero yo no puedo debatir con ustedes, porque no son directores técnicos… No saben lo que es estar en un vestuario con jugadores que de pronto son figuras, millonarios, y uno tiene que tomar decisiones.

Ustedes no las pueden tomar porque no han estudiado la carrera de técnico, o no los han contratado o no han tenido un proceso de dirección técnica… Es lo mismo que yo me quiera poner a opinar de medicina, no puedo. Puedo decir, simplemente: ‘¿Por qué no tomás un Paracetamol…?’, pero hasta ahí».

Hace unos días, en la rueda de prensa previa al choque ante el Liverpool, los colegas españoles se pasaron de sabihondos y Carlos Ancelotti los frenó: “Oigo mucho, pero no hay que olvidarse que tengo 1.300 partidos dirigidos, con sus 1.300 alineaciones y casi 4.000 cambios. Nadie, aquí, me puede dar consejos”.

Juan Domingo Rocchia fue un gran jugador de Racing y Ferro, líder en el campo, bravo para meter la pierna, marcó 101 goles siendo zaguero. Un día, como era referente de Ferro y cesaron al DT, lo designaron interinamente al mando del equipo. Le temblaron las piernas. “No es fácil pararse frente a treinta jugadores y decirles qué deben hacer”, confesó con humildad. Establecer una táctica, preparar, arengar, demostrar que uno sabe más que sus dirigidos. Al minuto, si lo que está diciendo el conductor no es demasiado coherente, los muchachos se empiezan a codear y a susurrar: “Huuummm… ¿escuchaste eso?”

En 2022, poco antes de morir, otro Flaco, Menotti, se refirió al tema en una entrevista:

-Hay mucha imprudencia en la opinión. Se agrede, se ofende sin saber. “Se equivocó en el cambio”. ¿Cómo va a decir eso…? El cambio que hizo lo perjudicó, punto. Escucho a otro decir “el penal yo lo hubiera pateado así”. No, vos nunca vas a patear un penal. Nunca vas a saber lo que se siente entrar a la cancha de Boca con esa camiseta. Analizá lo que viste. Antes los periodistas eran muy respetuosos. Ahora hay una soberbia que no condice con la condición de periodista.

Hay una jactancia, cierto, una fuerte inclinación periodística por ejercer magisterio, por querer saber más que el técnico y que los protagonistas en general. ¿Para qué…? El periodista debe evaluar el espectáculo como evento global. Lo emocional sobre todo, porque este deporte es un hecho esencialmente emocional. El “dibujo táctico”, 4-3-3 ó 4-4-2 es un tópico menor que el hincha lo pasa de largo, casi no le interesa. Consume el comentario como un cuento. “¿Fuiste a la final entre Mineiro y Botafogo…? Contame, ¿cómo fue…?”. Nadie pregunta si Botafogo salió con línea de cuatro o de cinco. Eso lo van a comentar entre dos entrenadores amigos.

Desde luego, si el periodista no analiza, transmite mal. Y si transmite mal, desinforma, desvirtúa, dos de los peores defectos de la profesión. Para hacerlo bien hay que estar informado, ver mucho fútbol, instruirse, charlar con gente del ambiente. Hay quienes exageran y hacen el curso de entrenador, pero bueno, saber nunca es malo. Hasta ahí, bien. Sin embargo, llevar el comentario al plano de la ciencia táctica es excesivo. Y no corresponde. Opinamos, damos nuestro parecer. De ahí a creer que sabemos más que Lorenzo o Scaloni o que podríamos hacerlo mejor que ellos es un disparate.

Comentar el espectáculo, las sensaciones que dejó, si fue bueno o malo, quién jugó mejor y mereció ganar, cuáles fueron las figuras, las incidencias determinantes del juego, las acciones polémicas, el arbitraje, qué le pasa a Mbappé, por dónde se dio el quiebre del partido. Ejemplo: en la final de la Libertadores un jugador de Botafogo fue expulsado a los 29 segundos de iniciado el duelo, con lo cual esa incidencia pasa a ser el eje central del análisis. Una gran jugada… El gol de James a Uruguay en el Mundial 2014 ocupó la columna entera sobre el partido. ¿Para qué profanarla con tacticismos o acotaciones adicionales…? ¿A alguien le importa si aquella tarde Uruguay se paró con un 5-3-2…? Otro tanto acontece con las estadísticas, interesantes, desde luego, y muy atractivas para deportes norteamericanos pasivos como el béisbol, no tanto para el fútbol, cuyo encanto es la intensidad, el sentido artístico de una maniobra, el vuelco de un resultado donde uno ganaba 3-0 y perdió 4 a 3. Existe una tendencia creciente a manejarse por estadísticas, pero la estadística es como un condimento, le da un toquecito a la comida, pero no es la comida.

Tiene razón Gareca, lo periodistas no podemos ponernos a su altura en conocimiento del juego, de lo que siente un futbolista y lo que es un vestuario. Sabemos menos. Los periodistas de economía refutan permanentemente a los ministros del área por las medidas que toman. Los periodistas no son economistas, son opinólogos, no están al frente del ministerio. Y las veces que han sido designados en una cartera de economía -que ha sucedido- fracasaron.

Lo que no puede el técnico o el futbolista es caer en el simplismo y desacreditar: “¿Qué puede decir éste, si nunca jugó a la pelota…?” No hace falta. Y no es preciso ser director de cine para comentar una película. Tampoco por respeto perder el rigor.

También está instalada en los protagonistas la idea “del negocio” de la prensa. Si dicen que un partido es bueno es porque “conviene al negocio”. Si se critica a alguien significa que ese alguien “no es negocio” para el periódico, el canal o la radio. Una ridiculez olímpica. El éxito de un medio no está relacionado con que gane o pierda Boca. Es subestimar demasiado la capacidad organizativa y estratégica de grandes conglomerados empresariales. Es como si en España se hundiera la Cadena Ser porque el Real Madrid no sale campeón. Los dueños de los medios muchas veces no están ni enterados de cómo va el campeonato.

En medio siglo de periodismo profesional nunca vino un jefe a decir “dale manija a tal equipo que necesitamos vender”. A ninguna mente centrada se le ocurriría una tontera semejante. Tan absurda como aquella antigua creencia de que los jugadores “van para atrás”. Folclore puro.

(8/12/2024)

Peregrinos de una fe redonda

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 23 de enero de 2025 / 00:01

La señora pasa por la sala donde esposo e hijo miran por TV un ordinario partido de esos que auguran un 0 a 0, carente de emociones. Pese a ello, están absortos en el juego. Y aprovecha para deslizar: “¡Qué aburridos! ¿Cómo pueden perder dos horas mirando eso…?”

Ellas tienen su parte de razón: hay cierto masoquismo en nuestras almas futboleras y una tolerancia al tedio incomprensible para otros. Hasta del peor partido del fútbol italiano esperamos el milagro de la jugada sublime, el gol inolvidable, la salvada angustiosa, el cabezazo matador.

Somos peregrinos de una fe irrenunciable: la de la pelota.

Podemos pasar diez años de partidos malos y tolerarlos. Nos inspira el espíritu del garimpeiro, que malvive años escarbando las entrañas del Amazonas buscando la veta de oro que lo justifique todo, que reivindique su miseria, su obstinación.

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Somos garimpeiros del fútbol. Atravesamos copas, cruzamos torneos, penetramos Eliminatorias, escalamos Mundiales, casi perecemos en supercopas, en ligas holandesas o belgas, sobrevivimos a días, semanas, meses de hastío futbolero, todo por descubrir un filón que nos haga felices.

De pronto advertimos un brillo bajo la capa de barro. Lavamos la piedra con ansiedad y aparece este Benfica 4 – Barcelona 5 del martes, el lingote por el que esperamos tanto, la maravilla que reivindica tanta ilusión.

Conste que no somos simpatizantes de ninguno, pero había que elegir, estábamos entre Liverpool-Lille, Atlético de Madrid-Bayer Leverkusen y Benfica-Barcelona. Era como tirar la moneda y optamos por el último. Por los catalanes. En Champions, Barcelona puede ser Dios o el demonio. O baila o lo bailan, golea o lo remachan.

Pero cuando el Barça juega bien nos reconcilia con el fútbol. Es algo distinto, por su vocación ofensiva, su compromiso estético, su indeclinable obsesión por jugar bien. Por eso le seguimos apostando. Y acertamos. No es que haya sido un espectáculo excepcional, sí cumplió con los preceptos para calificarlo de emocionante, que eso es el fútbol: emoción. Fue vibrante, tuvo 9 goles, hubo remontada, rarezas, tres penales, triunfo en el minuto 96 y con un gol fantástico de Raphinha tras una acción dramática… Una lluvia persistente durante todo el juego le dio cierto aire épico al desenlace.

Primero: con la victoria, Barcelona clasificó automáticamente a octavos de final, aún faltando una fecha. Esto lo exime de jugar los dos partidos del repechaje, nueva instancia de esta remozada Liga de Campeones de Europa.

Benfica, en cambio, la tiene difícil: va en la última a Turín contra la Juventus, si pierde puede quedar afuera. No obstante, los portugueses se hacen menos problema que otros si no ganan pues su modelo de gestión pasa por descubrir talentos jóvenes de otros países, darles formación europea y luego venderlos diez veces más caros de lo pagado.

Eso hacen los tres grandes, Benfica, Porto y Sporting de Lisboa. Naturalmente, persiguen la gloria deportiva si se puede dentro de lo que es su estilo de negocio: vender jugadores. Y técnicos. Por dejar ir a Ruben Amorim, el Sporting le cobró 10 millones de euros al Manchester United. Nadie maneja el mercado como los portugueses, que tienen montada la organización más lucrativa del mundo.

¿Fue una maravilla el equipo de Hansi Flick…? Para nada. Al punto que dejó preocupados a los periodistas de Cataluña. “Fue un partido loco, loco, loco… Pasaron (los jugadores del Barcelona) de cometer demasiados errores individuales y mostrar una preocupante falta de concentración a exponer una excelente actitud en los últimos minutos del encuentro”, analizó Joan Vehils, director del diario deportivo Sport, de la ciudad de Gaudí. Y Thierry Henry, exdelantero azulgrana y hoy comentarista de Sky Sports, fue lacónico: “Si yo fuera Flick, no estaría muy feliz (aún ganando)”.

Es que, ya a los 30 minutos, Benfica ganaba 3-1 con triplete del griego Vangelis Pavlidis, un 9 oportuno y buen finalizador que hizo su carrera en Alemania y Holanda. Los fallos defensivos barcelonistas eran propios de amateurs. Dejaban enormes espacios atrás y las desinteligencias entre defensores las pagaban a precio vil.

En el segundo gol, ante un pase en profundidad, Balde llegó al balón sin problemas, pero el arquero Szczęsny salió atolondradamente y atropelló a su propio compañero; resultado, la bola le quedó a Pavlidis y este la empujó con el arco vacío. Luego, Ronald Araujo marcaría un gol en contra, con lo cual se puso 4-2 arriba el cuadro lisboeta. Parecía un equipo de barrio defendiendo el Barça y se pensó en una goleada catastrófica (de las muchas que ha sufrido en Champions por el mismo motivo).

No obstante, seguía tozudamente su búsqueda ofensiva. A los 78’ descontó Lewandowski con un segundo penal (ya había convertido uno): 4-3. Así se llegó al minuto 86, en que un precioso centro de Pedri le permitió a Eric García cabecear a placer y estampar el 4 a 4. Empatar ya era un milagro para lo mal que había defendido el equipo culé, pero habría más. El juez holandés Danny Makkelie marcó 4 minuto de tiempo añadido, que parecieron pocos para todo lo que ocurrió. Pero lo extendió. Al llegarse al 96’, una jugada de alto riesgo en el área del Barça, todo Benfica pidió penal a Barreiro, el juez dijo siga, pelotazo largo para Rapinha que con velocidad y sangre fría dominó, hizo pasar de largo a Carreras y definió a lo crack. Insólito, increíble, alucinante 5 a 4. 

A colación: Raphinha flota en una nube de felicidad, lleva 30 partidos, 22 goles y 10 asistencias en lo que va de temporada. Y falta mucho. “Estoy en el mejor momento de mi carrera”, reconoció. Antes del quinto había marcado otro, curiosísimo, de cabeza. Son números de Balón de Oro, pero intuimos que no tiene ninguna chance de ganarlo frente a cualquier jugador del Real Madrid. Raphinha tiene perfil bajo, no es mediático ni tiene todo un club y su prensa impulsándolo. Lo mismo que Salah, que volvió a convertir ante el Lille un tanto espectacular. El egipcio reúne 22 goles y 17 asistencias en 31 juegos, una animalada. Aparte, el Liverpool es puntero en Inglaterra y en Europa. Pero deberá hacer el doble o el triple que Bellingham, Vinicius o Mbappé si quiere tener alguna posibilidad.

El fútbol se reinventa siempre y ofrece platos como este de Benfica-Barcelona. Ha sobrevivido al pesimismo, a las críticas, a los árbitros (una auténtica proeza), a los técnicos especuladores, a los exjugadores resentidos, a los periodistas quejosos y a varias plagas más. Una lucha titánica y desigual, pero, aún así, ha vencido: es el deporte favorito del mundo.

Ramón Martínez, vicepresidente de fútbol del Real Madrid, nos decía hace unos años: “Sucede algo notable, esta noche jugamos frente al Athletic de Bilbao, un partido común de campeonato, en día jueves y a la diez de la noche, muy tarde; se televisa en directo a toda España y sin embargo no queda una sola entrada. Pero es que no hay ni para comprar, ni de cortesía, ni de ninguna otra clase. Nadie en el club tiene una, ni el presidente”.

Las 87.000 plazas del Bernabéu agotadas. En la cuarta fecha de la Liga. ¡Y el Madrid venía de tres derrotas consecutivas…! Esto es moneda corriente. Por episodios como este Benfica 4 – Barcelona 5.

(23/01/2025)

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Los títulos no explican todo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 19 de enero de 2025 / 21:13

No llegan a diez. Hubo cientos de futbolistas excepcionales a lo ancho de la historia (¿por qué siempre a lo largo…?) y sólo 9 han ganado los tres títulos más codiciados: el Mundial, la Champions y el Balón de Oro.

Colectivos los dos primeros, individual el último. Ser campeón mundial es un sello que se lleva hasta el otro mundo. Es taaaaannnn difícil serlo que, aunque pasen cincuenta años, los presentarán en toda reunión o evento como “el señor tal, campeón mundial…” La Champions, a su vez, barniza de glamour y prestigio, y el Balón de Oro es un título de nobleza para toda la vida.

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Uno dice “Ruud Gullit, Balón de Oro 1987”, “Hristo Stoichkov, Balón de Oro 1994”… Casi deberían incluirlo en sus tarjetas de presentación. Cada vez que el liberiano George Weah es citado en una noticia se privilegia su condición de Balón de Oro 1995 antes que de presidente de su país. Y con frecuencia esto ni se menciona.

Son tres honores inigualables en el universo fútbol. Y apenas nueve predestinados han recibido ese beso de la gloria: dos alemanes, Franz Beckenbauer y Gerd Müller; tres brasileños, Rivaldo, Ronaldinho y Kaká; un inglés, Bobby Charlton; un italiano, Paolo Rossi; un francés, Zinedine Zidane; y un argentino, Lionel Messi.

Que Maradona, Pelé y Di Stéfano no integren esta selectísima galería parece una locura, casi blasfemo, aunque tiene una sencilla explicación: todos los jugadores tienen una carrera diferente. Pelé, por ejemplo, no jugó en el Viejo Continente, caso contrario podría haber levantado alguna Copa de Europa. En el apogeo de Maradona se otorgaba el Balón de Oro sólo a futbolistas de nacionalidad europea, por eso en 1986, cuando Diego deslumbró al planeta entero, el premio recayó en el ruso Igor Belanov, que estaba futbolísticamente a millones de años luz del Pibe de Oro. Di Stéfano inventó un club llamado Real Madrid, le imprimió su carácter indomable, pero siempre estuvo a contramano de la suerte en materia de selección, tanto con Argentina como con España. Fue campeón de Copa América, le faltó la del Mundo.

Para los títulos grupales se requiere no sólo del talento propio sino de una combinación de factores: pasar por un buen momento, integrar un equipo ganador, tener un técnico capaz, que no haya lesionados o suspendidos, que toque una ruta accesible… Y esa pizca de suerte indispensable. En el último instante de la final de 1978 entre Argentina y Holanda empataban 1 a 1. Una bola larga superó al marcador albiceleste Jorge Olguín, entró por detrás como una ráfaga Rensenbrink y, sin pararla, a la carrera, mandó un zurdazo que equivalía a una corona del mundo: si entraba, campeón Holanda. Fillol estaba vencido. Se detuvo el corazón de millones de argentinos… Pegó en el palo. Fueron al tiempo extra y ganó Argentina 3 a 1. Kempes no hubiese sido héroe, Rensenbrink sería un personaje nacional en su país, hoy nadie lo recuerda. Todo hubiese sido diferente.

Que Zico, Falcao, Sócrates, Junior, Toninho Cerezo no fueran campeones del mundo en aquel inolvidable Brasil de Telé Santana es casi increíble, era una orquesta que irradiaba un fútbol musical, precioso. Sin embargo, se topó con una Italia fantástica, seguramente la mejor de toda la historia, la de 1982. Defendía y atacaba con extraordinaria eficacia. Y con un Paolo Rossi que esa tarde tenía el teléfono de Dios. Tres estocadas de muerte le aplicó Paolo a Brasil y esa historia mundialista cambió abruptamente su capítulo final.

Los títulos, como los goles, son importantísimos, aunque no explican todo. Sí ayudan a dimensionar la grandeza de un deportista. Por esos vericuetos del destino se escapa para muchos el momento cumbre: la foto del festejo con la copa. Di Stéfano, Puskas, Gento, Kubala, Gianni Rivera, Sívori, Eusebio, Spencer, George Best, Zico, Teófilo Cubillas, Cruyff, Maldini, Baggio, Falcao, Sócrates, Junior, Platini, Gullit, Van Basten, Michael Laudrup, Rummenigge, Hugo Sánchez, el Pibe Valderrama, Batistuta, Butragueño, Cantona, Ryan Giggs, Dennis Bergkamp, Ibrahimovic, Beckham, Rooney, Neymar, Luis Suárez, Cristiano Ronaldo, Modric, Hazard, Lewandowski, Benzema, Harry Kane y decenas de notables más no obtuvieron el laurel mundialista y fueron o son sensacionales intérpretes del fútbol. Que Puskas, Cruyff o Zico no sean campeones del mundo… ¡Increíble!

Messi es el futbolista con más coronaciones en la historia -46- y el segundo con más goles -850-, no obstante, lo más resaltante de su bagaje es su juego, sus gambetas, sus pases geniales y sus asistencias. Si no hubiese acumulado tantos laureles tendríamos el mismo concepto de él. Maradona ganó sólo 12 campeonatos, pero ¿cómo atreverse a poner a Leo o a cualquier otro por encima de Diego sólo por sus trofeos…? Diego fue la épica total, la habilidad suprema unida a la valentía máxima.

Hay mil imponderables y circunstancias que confluyen para alcanzar el éxito. Y una muy importante: la calidad de los compañeros. Messi intentó por todos los medios que Neymar no abandonara el Barcelona, sabía que con él ganarían más cosas. Lo acaba de confesar Ney en una entrevista exclusiva que le hizo Romario: “No me fui del Barca pensando en ser el mejor del mundo. En mi última semana allí, Messi me preguntó: ‘¿Te vas porque querés ser el mejor del mundo? Te haré el mejor del mundo’, pero no se trataba de eso. Económicamente, (PSG) era mejor de lo que tenía en Barcelona y había brasileños jugando en París, estaba Thiago Silva, a Dani Alves recién lo habían firmado, Marquinhos, Lucas Moura, todos eran mis amigos. Quería arriesgarme”. Su partida fue un desastre para el Barça, que se debilitó notoriamente.

Ronaldo Nazario, Romario, Ibrahimovic, Van Nistelrooy, Michael Ballack, Eric Cantona, Batistuta, Kempes, Lothar Matthäus, Michael Owen, Roberto Baggio, Cannavaro, Totti no abrazaron la Copa de Europa, les faltó esa foto pese a sus campañas brillantes. Y otros, geniales, no recibieron el Balón de Oro. En varios casos, por injustas elecciones.

Lo más increíble de este rubro se llama Harry Kane. En 14 temporadas lleva 431 goles, siempre en el máximo nivel posible: Premier League, Selección de Inglaterra, Bayern Munich, máximo artillero histórico del Tottenham y de su selección y nunca pudo gritar campeón. De nada, ni de una copa menor. Una fatalidad. Fue al Bayern, que venía de coronarse en once Bundesligas consecutivas y quedó tercero. Ni siquiera una Copa de Alemania. Aún así, lo recordaremos como un delantero fantástico, de gol y clase, armador de juego, asistidor, jugador de equipo, gran capitán, siempre positivo.

Y su antípoda es Julián Álvarez, un caso único en la historia de este deporte, un buen elemento que a los 23 años ya había reunido 16 consagraciones, lo máximo a que puede aspirar un futbolista: campeón mundial y dos veces ganador de Copa América con Argentina, cinco torneos logrados con River, entre ellos Copa Libertadores y campeonato nacional, dos Premier League, Copa Inglesa y Champions con el Manchester City, además de otros certámenes menores. Y ahora se encamina a conquistar la Liga española con el Atlético de Madrid. Más que un fenómeno es un talismán. Lleva 112 goles totales, no demasiado. ¿Es Julián Álvarez más que Harry Kane…? No lo creemos.

Sólo aquellos 9 recibieron el guiño del destino. Mérito extraordinario, aunque los títulos no explican todo.

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Flick, tacticista y paternalista

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 16 de enero de 2025 / 00:13

Sin buenos jugadores, no hay táctica que valga. Carlo Ancelotti lo sabe mejor que nadie. Prueba irrefutable es su Real Madrid: es el actual campeón de España y de Europa, tiene el plantel más cotizado del mundo, pero pidió refuerzos urgentes a Florentino Pérez, para antes del 31 de enero, cuando cierra el mercado invernal.

Quiere, mínimo, un central de categoría y un lateral derecho contrastado (interesa Alexander Arnold, del Liverpool). Si puede alguno más, impecable. Seguramente Carletto se considera a sí mismo un entrenador competente, pero quiere más garantías en el campo.

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Está claro, entonces: esto no es ajedrez, nadie puede jugar con fichas ni con muñequitos de metegol y ser campeón del mundo. Pero ahora, más que nunca, está comprobado que sin un buen técnico no hay proceso que prospere, aún con una nómina brillante. Cantidades de clubes y selecciones fracasaron teniendo excelentes futbolistas, aunque sin un conductor capaz de guiarlos al éxito. Porque no logró conjuntarlos, porque no tenía la táctica adecuada, por no conformar un equipo o bien por no ser capaz de armonizar el grupo humano.

Un plantel de jugadores correctos bien conducidos puede igualar o superar a otro de mejores individualidades, pero mal dirigidos. Sobre todo, en la actualidad, donde la preparación física ha alcanzado un punto tal vez máximo: ya no se puede correr más rápido o con mayor intensidad llevando una pelota. Y sólo con el factor físico cualquier equipo complica a su adversario. “Si a un equipo malo lo dejamos jugar, lo convertimos en bueno; si a uno bueno lo apretamos a fondo lo reducimos a discreto o malo”, les decía a sus dirigidos don Raúl Pino, lúcido estratega chileno de los ’70 a los ’90, que dirigió a la Selección Boliviana y varios clubes.

En el Mundial de 1930 ni se sabía quiénes eran los entrenadores de las selecciones; entonces no revestían ninguna importancia. Los equipos eran armados por los delegados al torneo, o bien estos designaban al capitán y este formaba el cuadro; de táctica ni se hablaba, apenas algunos lineamientos generales como “hay que atacarlos”, o bien “salgamos a esperar a ver cómo se desarrolla el partido”. El llamado “entrenador” era una especie de hermano mayor que daba unas afectuosas palmadas antes de entrar al campo y profería alguna frase animosa como “vamos que hoy ganamos”. Nos lo contó Francisco Varallo, delantero argentino en aquella primera Copa Jules Rimet: “Figuraba como técnico Francisco Olázar, pero él no se metía para nada, ahí los que mandaban eran Monti, Paternoster, Nolo Ferreyra… Eran los mayores y daban las indicaciones, jugá por derecha, hacé esto o aquello…”

Recién muchos años después el entrenador fue perfilando su gravitación, hasta convertirse en director técnico, luego en estratega y, en los últimos tiempos, en conductor de grupos, esto último tan esencial en este tiempo que nadie se arriesga con un profesional que tenga “problemas de vestuario”. Ya no existe duda alguna sobre la importancia capital del DT. Nadie quiere equivocarse porque después todo el proyecto queda en sus manos. Él deberá encontrar los jugadores más capaces, la mejor táctica y llevar las riendas con buen ambiente y firmeza.

La elección del técnico ha pasado a ser la decisión trascendental de cualquier institución. En ello se basa casi toda la razón del éxito en el fútbol actual. Y el mapa de la felicidad apunta hoy a Barcelona. La hinchada azulgrana ha encontrado, por fin, al mesías: Hansi Flick. No es que sea un descubrimiento, el alemán es el iluminado entrenador que llevó al Bayern Munich al sextete en 2020 habiendo tomado al equipo tras una dolorosa goleada de 1-5 ante el Eintracht Frankfurt. Destituyeron a Nico Kovac y lo subieron como interino. Arrasó. Ganó todo, le dieron la Selección Alemana para el Mundial 2022 y fracasó: se volvieron a casa en primera rueda. Insólitamente, estaba desocupado, lo fue a buscar el Barça y reapareció el Flick sorprendente.

Aún sumergido en deudas y cimbronazos institucionales, el barcelonismo sonríe, ve un presente luminoso y un futuro inmediato espectacular por la nueva camada que componen Gavi, Pedri, Cubarsí, Fermín, Casadó, Balde y, sobre todo, Lamine Yamal, el chico de 17 que es ya la gran estrella del fútbol español. “No sé si Lamine podrá igualar a Messi, pero puede marcar una época, como Messi”, dijo anteayer el exmadridista Guti en El Chiringuito. Y a ellos hay que sumarles a Dani Olmo, Ronald Araujo, el momento estelar de Raphinha y la veterana sabiduría de Lewandowski.

Pero todo encaja porque está Flick, un sujeto sencillo, afable, de perfil bajo, que muestra un presente ilusionante: acaba de ganar la Supercopa de España al Real Madrid, es segundo del Liverpool en Champions, con todas las chances en Copa del Rey y tercero a 6 unidades del Atlético en Liga, pero con toda la segunda rueda por delante. Tres torneos en el horizonte, si pega uno o dos más en su primera temporada será fantástico.

Tiene un magnífico plantel, mucha juventud y ya ha logrado el funcionamiento: lo dicen los números, verdaderamente impactantes: 21 victorias sobre 29 cotejos, con 88 goles marcados (3,03 por partido) y 74,71% de rendimiento. Y el juego, ¿no…? Los dos clásicos recientes ante el club blanco le dieron un espaldarazo extraordinario a la reputación de Flick. Cuatro a cero en Madrid y 5 a 2 en Arabia Saudita, ambos con baile y resultado corto, pudieron ser más escandalosos. “Superpaliza” y “Superbaño” titularon respectivamente As y Marca, los dos diarios ultramadridistas, admitiendo la realidad. Las acciones de Hans-Dieter treparon hasta la estratósfera. Los mismos medios madrileños hablaron de que le dio un repaso táctico a Ancelotti.

Flick borró de un plumazo el clásico estilo del Barça de posesión, pases y más pases: juega directo, sale rápido del fondo, transición breve y ataque. Y aprovecha una delantera letal con Lamine, Lewa y Raphinha. El equipo genera muchísimo caudal en ataque y entre sus logros individuales está, sobre todo, Raphinha, embalado en un 2024-2025 notable con 20 goles y 10 asistencias, además de generar mucho desequilibrio para la diagonal de Lamine o el desmarque de Lewandowski. Flick archivó el ADN Barça y nadie dijo ni mu.

Cuando todo está polarizado entre técnicos tacticistas o paternalistas, Flick rompe el molde: es ambas cosas. Y también exigente. Otro de los jóvenes de La Masía, Pau Víctor, dio una pista sobre el DT oriundo de Heidelberg: “Es muy estricto con la puntualidad, si dice a las 11 en el campo y llegas tres segundos después, para él has llegado tarde». El arquero Iñaki Peña y el lateral Koundé llegaron con retraso a una charla técnica y quedaron fuera de la convocatoria. Pero nadie se molesta, los jugadores están felices con el amable rigor del comandante, siempre sonriente.

Otro punto a favor es que llegó en medio de grandes turbulencias institucionales del club azulgrana, pero él, a lo suyo, nunca menciona el tema en las ruedas de prensa ni se queja de nada, se mantiene al margen. Si lo que un club de este porte busca es un entrenador de prestigio, trabajador, exitoso y con liderazgo positivo, el FC Barcelona acertó la lotería del fútbol.

(15/01/2025)

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La ideología llegó al fútbol

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 13 de enero de 2025 / 00:04

¿Tendrá lugar el Sudamericano Sub-20 en Venezuela…? El torneo, que otorga cuatro cupos al Mundial de la categoría, debe comenzar en diez días, aunque los equipos llegan cuatro o cinco antes.

Las tensiones sociales en el país de Rómulo Gallegos, la situación política que emana hacia el resto del mundo y los enconos particulares con naciones del continente (ningún presidente de América del Sur asistió a la jura del nuevo mandato de Nicolás Maduro y una mayoría desconoció los resultados electorales que lo ungieron) han generado que tanto Argentina como Uruguay pidieran a la Conmebol el traslado de la sede del Sub-20 a otro país.

Esto, además, porque un ciudadano argentino que iba a visitar a su familia fue detenido al intentar ingresar en la frontera Cúcuta-San Cristóbal y luego acusado de terrorismo.

Hay un antecedente: Perú se ausentó del Sudamericano Sub-20 jugado en 1981 en Ecuador pues en ese mismo momento ambos países estaban inmersos en un enfrentamiento armado en una zona fronteriza llamada Falso Paquisha. De resultas, hubo 33 muertos. No obstante, es una situación inédita que, por razones políticas -o eminentemente ideológicas- una o más selecciones no acudan a un torneo o soliciten cambio de sede. Ojalá no suceda, sería triste.

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¡Basta de extranjerismos…!

Con nuestras diferencias vecinales y regionales, siempre hemos mantenido una identidad común los sudamericanos. Pero a nivel mundial no es nuevo, las guerras y la política han golpeado al fútbol a lo largo de la historia. Debido a la guerra con Ucrania, Rusia ha sido impedido de disputar los Mundiales 2022 y 2026. Eritrea, por su parte, desistió de jugar la Eliminatoria africana por la posible deserción de sus jugadores en los partidos de visitante. Es un régimen hermético donde hay servicio militar obligatorio desde los 17 años hasta los 50.

El primer coletazo fue en 1916. Aún no existían los Mundiales (comenzaron en 1930), el único torneo ecuménico de fútbol era el de los Juegos Olímpicos. Tocaba disputarlo en las Olimpíadas de 1916 en Berlín (nada menos), pero estas fueron anuladas a causa de la Primera Guerra Mundial, de la que justamente Alemania fue su propiciador.

Bolivia y Paraguay habían disputado en Uruguay el primer Mundial, sin embargo, en 1934 ni tiempo tuvieron de pensar en asistir a la segunda edición, en Italia: estaban trenzados en la terrible Guerra del Chaco (1932-1935). No sólo no competían sus selecciones, tampoco había torneo nacional. Más que eso, el tradicional club The Strongest aportó al ejército boliviano un batallón completo de 600 combatientes compuesto por sus jugadores del primer equipo, dirigentes y socios, lo cual es reconocido como una gesta nacional.

España ya había demostrado ser una fuerza considerable en los Olímpicos de 1920 (fue subcampeón), pero no pudo participar del Mundial de Francia 1938 por estar en plena guerra civil, una de las contiendas internas más graves de la humanidad. Tampoco acudió Austria, ya clasificada, por haber sido anexada por Alemania.

La atroz Segunda Guerra Mundial arrastró en su curso de muerte y destrucción las Copas del Mundo que debieron disputarse en 1942 y 1946, canceladas para siempre. El torneo regresó recién en 1950 en Brasil. La FIFA celebró que se realizara en Sudamérica y no en Europa, que aún intentaba reponerse de los estragos bélicos. Brasil vivía en paz y en moderado progreso. Preparó para la competencia el grandioso Maracaná y la ausencia de Argentina le permitía pensar con cierta seguridad en coronarse, pero apareció la gloriosa Celeste uruguaya y le arrebató el sueño. Costó reinstaurar la magna competición: sólo 13 equipos se presentaron en Brasil. Alemania y Japón, las potencias del Eje, estuvieron imposibilitados de intervenir. Ambos estaban en ruinas. Aparte de ello, la FIFA los había excluido como miembros en castigo por el desastre causado.

Firmada la paz, en noviembre de 1945 volvió el fútbol en Europa con un amistoso entre Suiza e Italia en Zurich. Las autoridades de la FIFA aprovecharon la ocasión para retomar sus reuniones. No lo hacían desde 1941. «La máxima cordialidad ha presidido esta última reunión en la que considero se ha hecho buen trabajo. No ignoran ustedes que Alemania y Japón han sido eliminados de la FIFA y la decisión sobre Italia queda subordinada a la política que, a su respecto, adoptarán las Naciones Unidas”, declaró su presidente, Jules Rimet, al retorno a Francia. A Italia sí se le permitió acudir a Brasil, porque era el último campeón y porque Ottorino Barassi, presidente de la federación italiana, había guardado celosamente el trofeo en su casa, en una caja de zapatos, para que no lo arrebataran los militares alemanes.

Pocos meses después, en Luxemburgo, se celebró el 45° congreso de la matriz del fútbol y las conclusiones del álgido tema las contaba de nuevo Rimet: “Habiendo comprobado el Comité que tanto en Alemania como probablemente en el Japón ya no existen organizaciones Nacionales capaces de poder asegurar las relaciones del fútbol de estos dos países con el de las demás naciones, decidió provisionalmente que no era posible ninguna relación deportiva entre las Asociaciones el afiliadas a la FIFA y sus clubs de una parte, y Alemania y Japón con sus clubs, de la otra”. Alemania, aún dividida, retornaría en el Mundial de Suiza 1954 para ganarlo, en lo que se denominó “El milagro de Berna”.

En las décadas de 1950 y 1960 muchos países de Asia y África no tomaron parte de las justas mundialistas, estaban metidos de lleno en sus guerras de independencia. Eran incluso colonias, allí nacieron como naciones libres y luego se afiliaron a la FIFA.

El único país que estando en guerra disputó un Mundial fue Irak, que acudió a México ’86 mientras sostenía su larguísima contienda con Irán. Y, más curioso, que fuera ésa su única incursión mundialista. En 1994 le fue prohibido a Yugoslavia concursar en Estados Unidos ’94. Aún existía como entidad política la Federación Yugoslava, compuesta por Serbia y Montenegro. Pero, dado que Serbia desató la Guerra de los Balcanes, fue excluida de la Eurocopa 1992 y no se le permitió ser parte de la Eliminatoria del Mundial ’94.

No obstante, el país más perjudicado de todos por las guerras en relación a los Mundiales fue Argentina, que no tenía problemas con nadie. Su llamada Época de Oro transcurrió en los años ’40 y comienzos de los ’50. Al no haber torneos en 1942 y 1946, el gran público internacional se perdió de ver a aquellos fenómenos como José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Antonio Sastre, Vicente de la Mata, Tucho Méndez, René Pontoni, Rinaldo Martino y decenas más.

La Copa América era un torneo de élite, quien lo ganaba era potencia universal, como lo había demostrado Uruguay en 1924 y 1928. Y Argentina había conquistado la corona en 1941, 1945, 1946 y 1947. Pero un suceso adicional sería la demostración de su poderío. San Lorenzo de Almagro, brillante campeón argentino de 1946, fue invitado a realizar una gira por Europa.

Deslumbró de tal manera que en España se dijo que el fútbol se dividía “en un antes y un después de San Lorenzo”. El Ciclón goleó 10 a 4 a la Selección de Portugal y 7-5 y 6-1 a la de España. Parecía tenis, pero era fútbol. Y se trataba apenas de una expresión de club del fútbol albiceleste. Fue el equipo que enamoró al Papa Francisco.

(12/01/2025)

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¡Basta de extranjerismos…!

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 10 de enero de 2025 / 00:02

Podemos mirar el horizonte; también verlo, observarlo, admirarlo, otearlo, contemplarlo, avizorarlo, inspeccionarlo, escudriñarlo, escrutarlo, explorarlo, examinarlo, avistarlo, ojearlo, atisbarlo, advertirlo. Todas acciones similares, aunque con connotaciones ligeramente diferentes. Pueden distinguirse con nitidez una de otra gracias a las infinitas posibilidades que nos proporciona el castellano, nuestra lengua, la más portentosa herencia que España nos legó.

¡Somos tan afortunados! Toda Latinoamérica es una cómoda autopista idiomática por la cual transitamos a gran velocidad. Es la maravilla de nuestra lengua, que nos une. Se encuentran un mexicano, dos japoneses, un angoleño, un haitiano y un colombiano en Moscú, ¿qué hacen? Se dispersan, menos el mexicano y el colombiano; ellos se ponen a conversar, van a tomar algo, comienzan a planear juntos una salida. Se reconfortan uno al otro, empiezan a sentirse mejor. Sólo porque hablan el mismo idioma.

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La clavó al ángulo…

De Alaska a Tierra del Fuego, son veinte países conectados culturalmente por esa herramienta tan galana llamada también español. Incluido Estados Unidos, donde habitan hoy alrededor de 65 millones de hispanohablantes.

Esta facilidad de comunicación se fortalecerá en los próximos cincuenta años hasta límites insospechados. El español ya es un idioma global, y crece en porcentajes superiores a otras lenguas, avanza, se multiplica por los migrantes, se prestigia por nuestros literatos. Esto reportará enormes beneficios a Latinoamérica. Ya somos 600 millones en el mundo que hablamos la lengua de Cervantes. Es cierto también que el porcentaje de natalidad en América Latina es más alto que, por ejemplo, el de Europa.

El castellano es lengua oficial de organismos como las Naciones Unidas, la Unión Europea, la Unión Africana, naturalmente la OEA y entidades multinacionales como la FIFA o diversos foros culturales. Hoy es el tercer idioma más importante del mundo detrás del inglés y el francés (el chino, el ruso, el indio son cinco centavos aparte, hay más hablantes, pero en un sólo país y por su extensa población). Un estudio de la revista Science revela que, para el decenio del 2050, será la segunda lengua más hablada, superando al inglés, que está en baja.

Sin embargo, la acechan diversos peligros. 1) La pobreza del lenguaje en los medios, especialmente la televisión (capaz de hacer estragos irreparables). 2) Su capacidad ociosa. El diccionario compila 94.000 palabras según el flamante diccionario de la Real Academia Española, en tanto una estimación dice que la gente común no usa más de 1.000. Con eso le alcanza. 3) Uno preocupante: la extranjerización del idioma.

Una ola de cursilería lamentable llama a demasiadas cosas por su nombre en inglés. Gimnasio es “gym”, preparador físico exclusivo es “personal trainer”, acentuado como ”pérsonal”. Congelador es “freezer”, disco compacto es “CiDi”, la elección de actores o trabajadores es “casting”, el estacionamiento “parking”, las personas sin techo son “homeless”, los mensajes por correo electrónico “mails”, los agentes inmobiliarios pasaron a ser “brokers” y los bienes raíces “real estate”… En las tiendas ponen “sale” (por oferta) y “off” (por descuento). En las reuniones, en lugar de un recreo o un alto se propone un “break”. Hay cientos de ejemplos.

Computación e Internet son igualmente un campo minado de anglicismos como “mouse”, “pad”, “hardware”, “link”, “desktop”, “laptop”, “enter”, “web”… Sucede que prácticamente todos los inventos y descubrimientos científicos y tecnológicos, las nuevas formas de comunicación y de hacer negocios, provienen del mundo anglosajón, y, si no son de allí, son presentadas de todos modos en inglés. Allá les dan nombre y, en muchos casos, no hay un correlato en español para la palabra nueva de lo que fue creado. No tenemos la capacidad de generar una traducción o somos indolentes.

En el tenis están el “drive”, el “top spin”, el “ace”, el “umpire”, la “net”, el “slice”, el “drop”, en el golf hay “birdie”, “green”, “eagle”, “bogey” y una lluvia de vocablos cuya pronunciación parece otorgar refinamiento, estilo, conocimiento del tema.

En muchos países está impuesto en los colegios decirle a la señorita “miss” y al profesor “mister”. Sin hilar tan fino, en Ecuador, Sucre fue sustituido en los billetes por Franklin. En las redes sociales manda el “postear” en lugar de publicar. Y todos nos tomamos una “selfie” en algún momento.

Lo peor es que esta invasión lingüística es innecesaria, pues hay términos en castellano para cada caso. Y no está orientada desde los Estados Unidos con fines de penetración cultural, no hace falta, los latinoamericanos se invaden solos. Se autocolonializan con placer casi sensual. Lo decimos en fútbol de los delanteros pataduras: se marcan solos.

El Nóbel de la afectación tonta era un programa denominado “The wedding planner” (el planeador de bodas). La primera reflexión al verlo fue: será norteamericano. No, estaba conducido por argentinos en un canal argentino: Utilísima.

Hay, naturalmente, extranjerismos que se imponen y pasan a formar parte de la cultura propia. Es el caso de “wing” en el fútbol. En la Argentina está muy arraigado desde hace unos 120 años y es casi absurdo pedirle a un hincha que diga “alero”, incluso el más aceptado “puntero”. Pero son excepciones muy puntuales.

En fútbol está de moda decir “data” al dato, ”hat-trick” al triplete y ahora se ha agregado un anglicismo más: el “sold out”, para referir que se jugó a estadio lleno, en lugar de decir, justamente, estadio lleno. Un periodista avisa que Bermúdez no está habilitado para jugar porque aún no llegó el “transfer”; o sea, la trasferencia. MVP (Most Valuable Player) en lugar de Jugador Más Valioso. No hacen ninguna falta pues hay un correlato perfecto en cada caso. Por suerte, presión le ha ganado el duelo a “pressing”, que se utilizó por décadas.

Gambeta es genial, pero los británicos no la usan porque ya tienen dribbling, y está bien, ellos siguen con eso. Lastimosamente, Champions le ha ganado por goleada a Liga de Campeones, es más corto, más rápido. En eso, el inglés nos aventaja, es simple y breve, tiene la ventaja de la concisión, que facilita el decir: gift, tweet, sprint, pad, teen, shot…

Pasó en el ’82. Falleció Grace Kelly; la revista “Hola”, de España, tituló en tapa: “Ha muerto Gracia de Mónaco”. Sonaba bastante gracioso. En ese momento pensamos ¿por qué no ponerle Grace, como se la conocía mundialmente? En la patria de Vicente Blasco Ibáñez castellanizan, defienden su patrimonio cultural. Es la explicación de por qué un país que soportó 781 años de ocupación mora, un día logró liberarse. Y mantener inmaculada su identidad, sus costumbres, sus tradiciones, su idioma.

El castellano crece, pero a los empujones, y a pesar de los latinos. Convengamos: nadie puede ordenarle al pueblo cómo hablar. Y, por cierto, las lenguas son dinámicas, permeables, abiertas. No obstante, es nuestra obligación defenderlo de la mediocridad, de la indolencia y de la cursilería, tres enemigos devastadores, pertinaces.

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