¿Qué estadística o qué análisis táctico pueden explicar un partido cuando éste se rompe y se torna loco, ingobernable para los entrenadores como el Manchester City 2 – Real Madrid 3 del martes…? No hay. Ahí es cuando el papel donde está dibujado el 4-3-3 o el 3-5-2 se hace un bollo y va a parar al canasto.
Cuando el dato de pases en el primer tercio de campo o en la zona 14 no tiene ninguna validez. Los jugadores no son muñequitos manejados desde afuera. Son humanos y se ven envueltos por el torbellino de la emoción, del ida y vuelta y ya no razonan tácticamente, juegan.
Van y vienen a mil y en esa fuerza centrífuga aciertan o se equivocan y el resultado puede terminar siendo 3 a 2, 5 a 4 o lo que fuera. Y eso es lo que encanta al público, levanta a los telespectadores y diferencia a este deporte de todos los demás: es un volcán de pasión.
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Y si en esa batidora está involucrado el Real Madrid, el frenesí es aún mayor. Es un club que da todo por la victoria en cualquier partido y bajo toda circunstancia.
Es habitual verlo jugar mal, que no tenga un planteo eficiente, que falle en defensa o incluso que lo estén pasando por encima, parece un equipo de potrero con grandes luminarias; pero posee un tesoro que nadie más lo tiene y es que nunca está entregado: va siempre al frente. Y al que llega le hacen sentir que ahí hay que ir para adelante hasta el último aliento. El jugador lo percibe o se lo hacen percibir.
Ese es el gran legado de Di Stéfano. Imprimió al club su carácter feroz, indomable y vencedor. Es como dice José Santamaría: «En su vocabulario no entraba la palabra empate». Por eso uno va al museo del Real Madrid y es todo Di Stéfano por acá, Di Stéfano por allá. Él inventó ese fenómeno ganador.
Cuando llegó allí ya tenía 27 años y el Madrid sólo había ganado 2 ligas (1932 y 1933), pero en su primera temporada -1953/54- fue campeón y goleador. Los clubes dominantes eran Barcelona y Athletic de Bilbao, Alfredo cambió todo: conquistó 8 ligas, 5 Copas de Europa, 1 Copa del Rey, 1 Intercontinental y 2 Copa Latina, que entonces era importante. Y fue cinco veces Pichichi…
Ese espíritu de león que le imprimió no cambió más. Esto nos lo refirió Alfredo en persona: venía de estar tres meses en el Barcelona, que nunca terminaba de arreglar los papeles de su fichaje y estaba harto de que mañana, que pasado… Bajó del tren en Madrid y lo llevaron a conocer el viejo Bernabéu, entonces llamado Chamartín. «Qué hermoso estadio, me quiero quedar», le dijo al amigo que lo guiaba. Este le respondió: «Pero mirá que este club no gana nunca». Ahí le salió la fiera que tenía adentro: «No importa, un club que tiene este estadio es un grande». Y mirando a Sara, su mujer, decidió: «Acá nos quedamos». Fueron palabras bíblicas. Desde 1953 a hoy es el club más vencedor del mundo, con docenas de remontadas memorables.
Como esta de Manchester, en la que perdía 2 a 1 y era dominado hasta el minuto 86 y se llevó la victoria en el 92. Lo ha hecho tantas veces… Es el tipo de triunfo que convence a un club, a sus jugadores e hinchas, de que está para campeón. Un éxito que vale doble si consideramos que viajó a Inglaterra con un solo central -Asencio- y cinco defensas lesionados: Alaba, Rüdiger, Militão, Carvajal y Lucas Vázquez. Improvisando a Valverde de lateral y a Tchouameni de zaguero. Pero el que entra asume el compromiso y disimula ausencias.
Ganaba bien el City con un gol de Haaland tras una preciosa combinación aérea Gvardiol-Haaland-Gvardiol-Haaland con buena culminación del noruego, infinitamente mejor definidor que Mbappé. El francés fue casi intrascendente en el juego y muy errático frente al arco, empató de casualidad: intentó rematar un centro, le pegó mal, con la tibia, pero la bola se enroscó, sorprendió al arquero Ederson y se metió: 1 a 1. Gol de pantorrilla.
Luego devino un penal claro de Ceballos a Foden y Haaland lo ejecutó magnífico, fuerte, rasante y pegado a un palo, inatajable para el magnífico Courtois. A propósito del penal, extraordinario arbitraje del francés Clément Turpin, tal vez el mejor silbato del mundo, hoy. Siempre sereno y con un altísimo grado de acierto. Cuando el réferi sabe tanto del juego como de reglamento se le facilita todo.
Los dos mejores entrenadores del mundo, hoy, son acusados de ineptos. A Carlo Ancelotti le dicen que no sabe de táctica, que se guía por corazonadas, que es un bonachón que se lleva bien con sus jugadores, les da confianza y ya. Nada tan erróneo. Ha estado en los clubes más grandes del planeta y acumula 31 títulos. Tiene el récord de Champions ganadas y exprime lo mejor de cada jugador. Sus equipos siempre muestran una moral de hierro y eso lo transmite el técnico al grupo, no al revés. No hay equipos valientes con técnicos timoratos.
Y a Guardiola -el más grande de la historia- se lo acusa de que le dan una Ferrari y la choca. Pero el mérito extraordinario de Pep es otro: a un club que vivió un siglo y cuarto en media tabla o descendiendo (tiene once descensos, entre ellos uno a tercera categoría) lo convirtió en un clásico del Real Madrid. No hay mejor partido posible en los últimos tiempos que un City-Madrid. Siempre que se enfrentan concitan la atención mundial. Y cuando el Madrid sale victorioso lo celebra como un título mundial. Así de grande es Guardiola.
Pero que sea el mejor no conlleva ser perfecto. “Dicen que los fantasmas no existen. Claro que existen si las personas se esfuerzan para ello. Di Stefano está vivo. Está vivo en esa cosa marcial que comparte con los madrileños, en la rabia cotidiana de Florentino, en ese Asencio que es un salvaje”, sostiene Diego Torres, periodista de El País, de Madrid. “Luego está este partido que yo creo que lo pierde Guardiola -sigue-. Él está convencido desde hace meses de ‘defenderse con el balón’, de que no puede ir a presionar con todo a campo contrario como lo hacía, que debe manejar la pelota en su campo esperando a que los rivales le salgan y no yendo a buscarlos como antes…. Más allá de la baja de Rodri, acá hay un cambio ideológico que veo como un retroceso. Ahora que la mitad de Europa quiere jugar como Guardiola, Guardiola quiere jugar a dormir los partidos. Los durmió contra el Liverpool, el United, el PSG, el Arsenal… e hizo el ridículo. Ahora salió a dormírselo al Madrid y llevó las cosas al terreno que mejor le convenía al Madrid, que fue a Manchester con un solo defensa central, un niño además. El City metió el 1-0 y se dedicó a quemar tiempo tocando la pelotita en horizontal y así, en lugar de llevar el partido al terreno donde el Madrid era más débil, en su defensa, se expuso a los accidentes, y cada pérdida de balón se producía a 30 metros del área del City. Guardiola volvió a traicionar sus ideas con futbolistas preparados para la aventura no para la especulación. Y dio otro paso más hacia su autodestrucción”, finalizó.
Es posible, sucede con casi todos los técnicos: les agarra un ataque de dirección técnica y quieren demostrar que están por encima de todo y de todos. E inventan cosas raras.
Los tacticistas se arrancan los pelos con el Real Madrid, es inclasificable, no entra en ninguna disquisición táctica, pero siempre sale a flote, y gana. Estando ordenado, gana, desordenado es más peligroso todavía. Y sigue aumentando su leyenda.