Thursday 12 Dec 2024 | Actualizado a 20:30 PM

Salió el fútbol

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 25 de octubre de 2024 / 08:53

‘Salió el gol’, titulamos nuestra columna del domingo. Después de un bajísimo promedio de gol que se venía registrando en la Eliminatoria (1,77), la última jornada deparó 17 tantos en cinco partidos, producto de las goleadas de Argentina (6-0 a Bolivia), Colombia (4-0 a Chile) y Brasil (4-0 a Perú). Fue un resplandor en medio de oscuros y escuetos resultados. Hoy debemos decir que salió el fútbol, tras ver duelos espectaculares por Champions y Libertadores, sobre todo el del Real Madrid 5 – Borussia Dortmund 2 y, aunque menos, el del Atlético Mineiro 3 – River 0. Pero hubo varios así: Barcelona goleó al Bayern Munich 4 a 1 y Botafogo destrozó a Peñarol 5 a 0. Fue abrir un ventanal y que entrara el fútbol a pleno, el que hizo de este deporte el rey del planeta, el que nos enamoró, el fútbol de marca, pero sobre todo de ataque, de ambición, de anhelo de victoria por encima de cualquier elucubración táctica.
Si hay un equipo en el mundo que no presume de táctica es el Madrid. Por eso tantas veces lo dominan y parece vulnerable. Lo suyo son más flechitas en el corazón que en el pizarrón. El cuadro blanco es todo fervor, carácter, apetencia, pasión, ir para adelante. Y tan mal no le va. Así como los amantes del ultradefensivismo (los Mourinho Boys) se irritan con el Manchester City de Guardiola porque toca y ataca, los tacticistas se muerden los codos al ver al equipo de Ancelotti ganar partidos épicos en los que va perdiendo, es dominado, a veces vapuleado, desordenado, pero saca el alma, se sube al caballo, empieza a galopar y pasa por encima de sus rivales. Ancelotti ni debe saber si terminaron jugando 4-3-3 o 2-2-6. Sabe que eran controlados, que perdían 2 a 0, se fueron todos arriba y terminaron haciendo cinco goles en una remontada que no es histórica, ha hecho tan habituales estas remontadas que el mismo Madrid les despintó el cartel de históricas. Incluso acabaron ridiculizando a un Borussia Dortmund que había compuesto un excelente primer tiempo, moviendo bien la pelota, circulándola al pie.
Pasaron tres cosas: primero, el joven técnico Nuri Şahin (36 años, ex Borussia y también Real Madrid) hizo dos cambios que parecieron insólitos: sacó a los dos atacantes, Donyell Malen (holandés) y Jamie Gittens (inglés), autores de los goles, que estaban generando problemas al fondo del Madrid. Sobre todo, el moreno Gittens, valor interesante, de flamantes 20 años. Segundo, el cambio de postura: de jugar desde el medio hacia adelante con armonía y peligrosidad, pasó a meter los once atrás, a cuidar el 2-0 como si faltaran tres minutos, pero restaba un tiempo entero, y 45 minutos frente al Madrid -en el Bernabéu- es una vida. Como le pasa a todo equipo que se mete escandalosamente atrás, termina perdiendo. Y la tercera causa se llama Real Madrid, su ímpetu, su rebeldía, su irrefrenable ADN ganador.
Salió al segundo tiempo como tromba marina y en el momento en que Rudiger anotó el descuento (minuto 60) quedó claro que el Borussia no soportaría la presión. Fue desbordado por aire, mar y tierra, sobre todo desde la izquierda, donde Vinicius hizo destrozos. Fue demasiado para su marcador, el noruego Ryerson, tanto que a los ’76 éste fue sustituido. No sabía dónde estaba parado. Terminó 5-2 para el Madrid y quedó la sensación que si duraba diez minutos más era 10 a 2.
El triplete y la actuación de Vinicius fueron suficientes para darle legitimidad al Balón de Oro que, aseguran, recibirá el lunes. Una actuación estelar que ratifica que la punta izquierda del Madrid es suya. Nadie lo mueve de ahí. Esto, dicho porque Mbappé sigue mostrándose incómodo como nueve o en el otro extremo. Él juega de lo mismo que el brasileño y, fuera de la banda izquierda, no se halla. Fue el más flojito de un equipo que hizo cinco goles. No convirtió, se lo vio impreciso, torpe en grandes lapsos, salvo en el perfecto centro del primer gol.
Seguimos con Vinicius. Parecen dos jugadores: uno el del Real Madrid, otro muy inferior el de la Selección Brasileña. En el Madrid lleva 91 goles en 278 cotejos con una media goleadora de 32,73%; en Brasil suma 5 goles en 35 encuentros, lo que da 14,2%. La influencia en uno y otro lado es muy distinta. Emilio Butragueño, aquel cerebral delantero madridista, hoy director de relaciones institucionales del club, declaró tras el partido: “Vinicius me ha recordado a Pelé”. Pensamos que algún rasgo, un gesto o acción le pudo haber sonado parecido, caso contrario es una exageración. La semana anterior hicimos una pregunta en Twitter sobre qué puesto ocuparía Vinicius entre todos los fenómenos brasileños de la historia, la mayoría respondió: “Ni entre los primeros 50”. Si jugara siempre como el martes cambiaría el concepto.
Por la noche vimos Atlético Mineiro 3 – River Plate 0 en el precioso y flamante Arena do Galo, el primer estadio propio del cuadro de Minas Gerais. En los papeles asomaba como un choque parejo. No lo fue. Y no sólo por el rotundo 3-0 final logrado por el club brasileño sino por el desarrollo, totalmente a favor del local. Lo abrumó a River, lo atribuló en el mediocampo, le ejerció una presión superior a sus capacidades. Nunca lo dejó armarse ni crear una sola jugada de peligro. Y, como réplica, aprovechó al máximo sus oportunidades.
Un partido en el que Gabriel Milito, entrenador del Galo, le torció el brazo a Marcelo Gallardo. El Muñeco le ha ganado 5 veces a Gaby, pero este lo superó con cuatro clubes diferentes: Independiente, Estudiantes, Argentinos Juniors y ahora Mineiro. No obstante, aunque fue una sólida actuación de conjunto, sobresalió nítidamente una individualidad, como aconteció con Vinicius. Se trata de Deyverson, el centrodelantero que recién se incorporó en agosto al equipo albinegro y ya dejó una marca: le hizo los dos goles a Fluminense para eliminarlo y pasar a semifinales y ahora dos goles impresionantes a River que le dan una ventaja muy grande de cara a la revancha en Buenos Aires. El primero, con una gambeta corta y oportunísima a Leandro Armani cuando ya el arquero lo había atorado. El segundo, con un zurdazo cruzado estando muy sesgado, que dio en un palo y tocó red. Por si faltaba algo, dio la asistencia del tercero.

Tremendamente influyente en el triunfo y en lo abultado del mismo. Deyverson ya fue héroe en la Copa. Marcó el gol definitivo que le dio la Copa Libertadores a Palmeiras en 2021. Entró de cambio en el minuto 91 y cuatro más tarde batió a Diego Alves. A los 33 años el longilíneo atacante encuentra el reconocimiento general después de haber trotado mundo. Jugó en Portugal, España y Alemania. Una actuación extraordinaria en un partido vibrante.

El momento de Atlético Mineiro lo explica también que el sábado pasado eliminó a Vasco da Gama y llegó a la final de la Copa do Brasil, la cual disputará contra Flamengo. Los clubes brasileños dan enorme importancia a esta competición porque, además de otorgar un cupo directo a la Libertadores del año siguiente, recompensa con una millonada al campeón.

¿Es remontable un 0 a 3…? Es muy difícil, casi nunca pasa, pero es la ilusión a la que se aferran los hinchas millonarios. La realidad es que River iba invicto en la Copa, pero sin mostrar nada y ante rivales muy frágiles. Cuando le tocó uno fuerte, lo golearon.

El estadio Monumental de River alojará la final el 30 de noviembre: ¿será entre Botafogo-Atlético Mineiro…? ¿O resucita River…?

¿Sociedades civiles o anónimas…?

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 11 de diciembre de 2024 / 23:58

La pregunta del millón de dólares: ¿los hinchas de Botafogo celebraron o se entristecieron con este histórico doblete -Libertadores y Brasileirão- concretado en apenas ocho días…? Llevaba 29 años Botafogo sin ganar el campeonato nacional, y nunca había alzado una Libertadores. El único grande de Brasil que no lo había logrado. Al margen de la cruel estadística, la doble conquista (el 30 de noviembre una, el 8 de diciembre otra), le llegó dos años y ocho meses después de ser privatizada el área de fútbol de la entidad. Para ejemplificar al nuevo Botafogo de Futebol e Regatas: las regatas son del viejo Botafogo, el futebol ahora es de un señor norteamericano llamado John Textor. En sus manos está defender los 120 años de historia y popularidad.

Y la respuesta es sí: los torcedores festejaron como nunca antes la obtención de la Copa más grande de América y el campeonato brasileño. ¿Por qué no hacerlo…? El que ganó es Botafogo, la camiseta era la de rayas blancas y negras, las estrellas se las anotaron a la entidad de Río de Janeiro y hasta Garrincha y Didí hubiesen derramado lágrimas de emoción. Tal vez los hinchas argentinos se hubiesen entristecido porque se oponen dogmáticamente a las sociedades anónimas deportivas, para ellos el club es de los socios, algo así como patria o muerte. “¡El club es de los socios…!”, gritan orgullosos los hinchas.

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Bien. Pero ¿los socios son consultados para algo…? ¿alguien les pregunta a quién contratar como técnico, qué jugadores deben ficharse…? ¿Si mejorar el estadio…? Cuando un club transfiere un futbolista en 222 millones de euros, como pasó con Neymar, ¿el dinero se reparte entre los socios…? No. ¿Se les pregunta qué destino darle a esa suma…? Tampoco. Entonces, ¿de qué presumen los socios…? No son consultados en absoluto, no cuentan, excepto para abonar su cuota societaria. El FC Barcelona recibió esos 222 millones y entró en una locura de fichajes sin sentido que hundieron al club, quedó endeudado gravemente, se alejó de los éxitos deportivos. La deuda actual del Barça asciende a 1.302 millones, que si se suma el monto de la remodelación del Camp Nou trepa a 2.484 millones de euros.

No obstante, sí hubo algunos beneficiados: los agentes e intermediarios. Se pagaron cientos de millones de comisiones por los traspasos. ¿Y los socios…? Bien, gracias por preguntar.

Botafogo llegó al peor momento de su existencia en 2021, con 189 millones de dólares en el debe y el equipo en la Serie B. La misma dirigencia en ese momento creó una SAF, como llaman en Brasil a las Sociedades Anónimas Futbolísticas, una herramienta implantada por el Gobierno para darle la posibilidad a las instituciones de salir de las eternas crisis económicas. Y negoció la venta con John Textor, empresario estadounidense que también controla los clubes Olympique de Lyon y tiene participaciones en el Crystal Palace y el Benfica, entre otros. Textor posee el 90% del paquete accionario del fútbol de Botafogo.

La SAF Botafogo es la primera empresa brasileña en conquistar la Copa Libertadores y la segunda del continente, pues en 2016 la ganó Atlético Nacional de Medellín, propiedad de la Organización Ardila Lülle, la segunda corporación comercial e industrial más grande Colombia. Sólo por la final ante Atlético Mineiro (también privatizado recientemente), O Glorioso recibió un cheque de 23 millones de dólares. Pero se presume que este resonante éxito le reportará más de 100 millones, porque lo clasificó a la Copa Intercontinental (ayer debutó y perdió ante el Pachuca mexicano), al Mundial de Clubes, a la Recopa y a la Libertadores 2025. Sólo el Mundial de Clubes repartirá entre 40 y 50 millones de euros a cada equipo.

Tan increíble suceso en un club que vivía nostálgicamente y vegetaba en un marasmo de deudas y derrotas pone en la mira el tema de si los clubes de fútbol deben seguir como sociedades civiles (con sus sempiternos problemas económicos y de gestión), privatizarse o acometer una fórmula mixta como en Alemania, donde rige la famosa regla del 50+1, en la que el club, por ley, siempre tiene la mayoría accionaria y, por ende, el poder decisorio.

En Argentina, donde mayor resistencia hay al ingreso de capitales privados, el Presidente Milei impulsa la ley de SAD (sociedades anónimas deportivas), igual que en Brasil, para que los clubes que lo deseen tengan el marco legal para concretarlo. La AFA, los clubes, el peronismo-kirchnerismo y, sobre todo, una inmensa mayoría de hinchas, se oponen a rajatabla. Prefieren seguir languideciendo, como hasta ahora.

Estudiantes dio el primer paso. El club, muy bien administrado por Juan Sebastián Verón (hizo uno de los estadios más coquetos del continente), celebró un acuerdo con un empresario norteamericano (otro Textor) que pondrá 150 millones de dólares en una primera etapa, 25 de los cuales se aplicarán a refuerzos para la próxima Libertadores. El club está muy bien, pero aún así busca dar un salto de calidad, crecer internacionalmente, ponerse deportiva y financieramente a la par de River y Boca en el orden nacional. Igualmente, no venderá sus activos sino su marca. “Nadie va a comprar a Estudiantes”, aseguró la Brujita, un presidente exfutbolista que lo ha llevado por buen camino. El Pincha optará por una sociedad mixta, tipo Bayern Munich, detentando la mayoría accionaria.

“Entre el torneo de los campeones del mundo y la Copa Argentina no te alcanza para cubrir los micros de los hinchas… Pero el club es de los socios”, ironizó hace algunos días Juan Sebastián Verón en una red social con emoticones de risa y cansancio o indignación. «El acuerdo está cerrado, pero el anuncio le corresponde a Estudiantes, ya que debe llamar a Asamblea y allí conseguir la aprobación de sus socios», declaró el nexo argentino entre Estudiantes y Foster Gillett. “No vamos a dejar de ser una Asociación Civil, no vamos a poner patrimonio en riesgo para participar de esta sociedad y el manejo del día a día del fútbol va a ser de Estudiantes de La Plata. Es importante que el socio nos escuche, porque en el medio se habla demasiado y te quieren desestabilizar”, explicó Verón. Y concluyó diciendo que “el fútbol va a cambiar y nos tiene que agarrar bien, no de rodillas. Este es el momento”. Hay que adecuarse a los tiempos, evolucionar, los clubes europeos han sacado una ventaja abismal a los sudamericanos.

Uno de los puntos esenciales que exigió Estudiantes es la inversión en infraestructura, algo similar al convenio de Botafogo, que ahora está construyendo un centro de alto rendimiento de 295.000 metros cuadrados, con 19 canchas. El club platense remodelará su Country de City Bell, su ciudad deportiva. Foster Gillett es hijo de George Gillett, expropietario del Liverpool inglés, de los Miami Dolphins y de los célebres Harlem Globettroters.

Volvemos a la reacción de los aficionados: si un club privado de Sudamérica -digamos Colo Colo o Nacional de Medellín- ganara cinco Libertadores en diez años, ¿su público estaría feliz o protestaría con pancartas por el estatus jurídico de la sociedad…? ¿Y si invitamos a los jeques a invertir en este fútbol…? Que tomen diez o veinte equipos, les inyecten millones de dólares y reinventen el fútbol sudamericano.

De última, todo pasa por dos palabras: eficiencia y sabiduría, no por el carácter jurídico.

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Los periodistas sabemos menos

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 9 de diciembre de 2024 / 00:03

“Yo soy técnico y ustedes periodistas, no pueden opinar como entrenadores porque no lo son”. La frase, potente, directa, la expresó Ricardo Gareca ante los reporteros chilenos que le discutían cuestiones tácticas en conferencia de prensa el 9 de octubre pasado.

Chile iba último en la Eliminatoria y los colegas se sintieron con derecho a darle una breve cátedra sobre la función. A un profesional que fue dieciocho años futbolista de grandes equipos (Boca, River, América de Cali, Selección Argentina) y que lleva treinta dirigiendo, con éxito, en clubes y selecciones. Y le rebatían individuos que no pasaron del nivel de la canchita de la esquina.

No significa que Gareca no pueda estar equivocado y el cronista remarcarlo. De ahí a ponerse tácticamente en la misma línea hay un océano. Siguió el Flaco “ubicando” a los muchachos… “No me molestan las opiniones, pero si hay alguien capacitado somos los que estamos en el fútbol. Ustedes no son técnicos, no saben lo que es serlo… Pueden opinar, y yo respeto esa opinión, pero nunca van a saber desde este lugar porque no son profesionales como los que nos dedicamos a esto».

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En tono tranquilo siguió su monólogo: «No lo tomen como un acto de soberbia, hay que ser director técnico para hablar con propiedad. Todo es materia opinable… Pero yo no puedo debatir con ustedes, porque no son directores técnicos… No saben lo que es estar en un vestuario con jugadores que de pronto son figuras, millonarios, y uno tiene que tomar decisiones.

Ustedes no las pueden tomar porque no han estudiado la carrera de técnico, o no los han contratado o no han tenido un proceso de dirección técnica… Es lo mismo que yo me quiera poner a opinar de medicina, no puedo. Puedo decir, simplemente: ‘¿Por qué no tomás un Paracetamol…?’, pero hasta ahí».

Hace unos días, en la rueda de prensa previa al choque ante el Liverpool, los colegas españoles se pasaron de sabihondos y Carlos Ancelotti los frenó: “Oigo mucho, pero no hay que olvidarse que tengo 1.300 partidos dirigidos, con sus 1.300 alineaciones y casi 4.000 cambios. Nadie, aquí, me puede dar consejos”.

Juan Domingo Rocchia fue un gran jugador de Racing y Ferro, líder en el campo, bravo para meter la pierna, marcó 101 goles siendo zaguero. Un día, como era referente de Ferro y cesaron al DT, lo designaron interinamente al mando del equipo. Le temblaron las piernas. “No es fácil pararse frente a treinta jugadores y decirles qué deben hacer”, confesó con humildad. Establecer una táctica, preparar, arengar, demostrar que uno sabe más que sus dirigidos. Al minuto, si lo que está diciendo el conductor no es demasiado coherente, los muchachos se empiezan a codear y a susurrar: “Huuummm… ¿escuchaste eso?”

En 2022, poco antes de morir, otro Flaco, Menotti, se refirió al tema en una entrevista:

-Hay mucha imprudencia en la opinión. Se agrede, se ofende sin saber. “Se equivocó en el cambio”. ¿Cómo va a decir eso…? El cambio que hizo lo perjudicó, punto. Escucho a otro decir “el penal yo lo hubiera pateado así”. No, vos nunca vas a patear un penal. Nunca vas a saber lo que se siente entrar a la cancha de Boca con esa camiseta. Analizá lo que viste. Antes los periodistas eran muy respetuosos. Ahora hay una soberbia que no condice con la condición de periodista.

Hay una jactancia, cierto, una fuerte inclinación periodística por ejercer magisterio, por querer saber más que el técnico y que los protagonistas en general. ¿Para qué…? El periodista debe evaluar el espectáculo como evento global. Lo emocional sobre todo, porque este deporte es un hecho esencialmente emocional. El “dibujo táctico”, 4-3-3 ó 4-4-2 es un tópico menor que el hincha lo pasa de largo, casi no le interesa. Consume el comentario como un cuento. “¿Fuiste a la final entre Mineiro y Botafogo…? Contame, ¿cómo fue…?”. Nadie pregunta si Botafogo salió con línea de cuatro o de cinco. Eso lo van a comentar entre dos entrenadores amigos.

Desde luego, si el periodista no analiza, transmite mal. Y si transmite mal, desinforma, desvirtúa, dos de los peores defectos de la profesión. Para hacerlo bien hay que estar informado, ver mucho fútbol, instruirse, charlar con gente del ambiente. Hay quienes exageran y hacen el curso de entrenador, pero bueno, saber nunca es malo. Hasta ahí, bien. Sin embargo, llevar el comentario al plano de la ciencia táctica es excesivo. Y no corresponde. Opinamos, damos nuestro parecer. De ahí a creer que sabemos más que Lorenzo o Scaloni o que podríamos hacerlo mejor que ellos es un disparate.

Comentar el espectáculo, las sensaciones que dejó, si fue bueno o malo, quién jugó mejor y mereció ganar, cuáles fueron las figuras, las incidencias determinantes del juego, las acciones polémicas, el arbitraje, qué le pasa a Mbappé, por dónde se dio el quiebre del partido. Ejemplo: en la final de la Libertadores un jugador de Botafogo fue expulsado a los 29 segundos de iniciado el duelo, con lo cual esa incidencia pasa a ser el eje central del análisis. Una gran jugada… El gol de James a Uruguay en el Mundial 2014 ocupó la columna entera sobre el partido. ¿Para qué profanarla con tacticismos o acotaciones adicionales…? ¿A alguien le importa si aquella tarde Uruguay se paró con un 5-3-2…? Otro tanto acontece con las estadísticas, interesantes, desde luego, y muy atractivas para deportes norteamericanos pasivos como el béisbol, no tanto para el fútbol, cuyo encanto es la intensidad, el sentido artístico de una maniobra, el vuelco de un resultado donde uno ganaba 3-0 y perdió 4 a 3. Existe una tendencia creciente a manejarse por estadísticas, pero la estadística es como un condimento, le da un toquecito a la comida, pero no es la comida.

Tiene razón Gareca, lo periodistas no podemos ponernos a su altura en conocimiento del juego, de lo que siente un futbolista y lo que es un vestuario. Sabemos menos. Los periodistas de economía refutan permanentemente a los ministros del área por las medidas que toman. Los periodistas no son economistas, son opinólogos, no están al frente del ministerio. Y las veces que han sido designados en una cartera de economía -que ha sucedido- fracasaron.

Lo que no puede el técnico o el futbolista es caer en el simplismo y desacreditar: “¿Qué puede decir éste, si nunca jugó a la pelota…?” No hace falta. Y no es preciso ser director de cine para comentar una película. Tampoco por respeto perder el rigor.

También está instalada en los protagonistas la idea “del negocio” de la prensa. Si dicen que un partido es bueno es porque “conviene al negocio”. Si se critica a alguien significa que ese alguien “no es negocio” para el periódico, el canal o la radio. Una ridiculez olímpica. El éxito de un medio no está relacionado con que gane o pierda Boca. Es subestimar demasiado la capacidad organizativa y estratégica de grandes conglomerados empresariales. Es como si en España se hundiera la Cadena Ser porque el Real Madrid no sale campeón. Los dueños de los medios muchas veces no están ni enterados de cómo va el campeonato.

En medio siglo de periodismo profesional nunca vino un jefe a decir “dale manija a tal equipo que necesitamos vender”. A ninguna mente centrada se le ocurriría una tontera semejante. Tan absurda como aquella antigua creencia de que los jugadores “van para atrás”. Folclore puro.

(8/12/2024)

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Opinión

Hazaña del pipoqueiro

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 4 de diciembre de 2024 / 00:05

Botafogo, equipo pipoqueiro”, se burlaron en Brasil durante más de medio siglo. ¿Qué es pipoqueiro…? Que, cuando lo aprietan, revienta como la pipoca, la palomita de maíz, que juega grandes partidos cuando los partidos no son grandes. Y que arruga en las finales.

“O único time grande que nunca ganhou a Libertadores”, se mofaban sus rivales cariocas, Flamengo, Vasco y Fluminense. Ni su brillante historia era respetada. Cuando Brasil fue campeón mundial en 1958 y 1962 la Seleção era Botafogo reforzado. Garrincha, Didí, Nilton Santos, Zagallo, Amarildo eran el orgullo alvinegro con la verdeamarelha.

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Sin embargo, tras el ocaso de Garrincha se fue apagando el fulgor de sus glorias. Y las nuevas generaciones no recuerdan a aquellos héroes. Miran el hoy nomás. Pasaron décadas y más décadas de desencanto. Hasta que el último día de noviembre de 2024…

La historia del fútbol -copiosa- no recuerda un caso igual: el de una finalísima en que un jugador fuera expulsado a los 29 segundos de juego. En ese instante, Gregore de Magalhães da Silva, Gregore para el fútbol, o el Pitbull para los amigos, le aplicó un planchazo bestial en la cara a Fausto Vera.

Rojo sangre para Vera y rojo tarjeta para Gregore. Una irresponsabilidad jamás vista. Botafogo estuvo 64 años esperando ganar una Libertadores y el Pitbull lo dejó con diez desde el saque. A jugar la final entera de la Libertadores con uno menos frente a Atlético Mineiro.

Más pipoca, pensaron en Brasil. La TV mostraba las caras desoladas, angustiadas, incrédulas de los torcedores botafoguenses en las tribunas de River. “Nos gastamos miles de dólares, hicimos el sacrificio de viajar a Buenos Aires, tenemos la ilusión de nuestras vidas y Gregore nos deja con diez en el arranque…” Ese sería el pensamiento unificado que cruzaría las mentes de los miles de hinchas de la Estrella Solitaria. Y la tristeza de algunos millones más en Río de Janeiro.

La inmensa mayoría de los técnicos del mundo hubiesen hecho automáticamente una modificación clásica: sacar un delantero y poner otro volante de marca en lugar de Gregore para compensar el mediocampo, la cocina del fútbol. En cambio, el entrenador portugués Artur Jorge, en una decisión que lo engrandece, dejó todo como estaba: los dos delanteros, Igor Jesús y Luiz Henrique, y los dos creativos, Savarino y Thiago Almada. “Hemos venido a ganar y seguimos con esa idea”, debió pensar. Y el mensaje implícito llegó a los jugadores, que tomaron con naturalidad la batalla que se les planteaba.

Con semejante ventaja, Atlético Mineiro impuso un predominio, aunque estéril, sin profundidad, apenas amenazando con un par de tiros de lejos del increíble Hulk, que a los 38 le sigue dando. Lánguido Atlético Mineiro, tenía todo para hacer, pero no hacía nada. Y al minuto 35 pasó lo increíble: gol de Botafogo. Una jugada por la izquierda armada entre Thiago Almada, Marlon Freitas y su estrella Luiz Henrique (fichado en 23 millones del Betis), un rebote en Junior Alonso y la bola le cayó preciosa, justita, mansa a la zurda que Luiz Henrique, que le pegó con el alma, con la vida, con su pie izquierdo y con el pie izquierdo de los 4 millones de sufridos botafoguenses. Y la bola entró. Y el equipo disminuido se puso arriba en el tanteador. La incredulidad pasó a ser perplejidad un ratitito después, cuando el arquero Everson le cometió un torpe penal al mismo Luiz Henrique (amenaza con quitarle el puesto a Vinicius en la Selección) y Alex Telles aumentó la cuenta. Inesperado 2-0 y al descanso.

El segundo período presentó a un Mineiro tocado en su orgullo, se adelantó más y presionó por el descuento, pero no cambió la actitud de uno y otro. Tibia de los de Belo Horizonte, firme y batalladora de los cariocas. Apenas iban 2 minutos del segundo tiempo y un centro directo de córner le cayó en la cabeza del goleador chileno Eduardo Vargas, quien con mucha precisión puso el 1-2 y la esperanza del empate. Que nunca llegó. El mismo Vargas tuvo dos situaciones claras para marcar y se le fueron cerca. Entre la blandura del ataque mineiro y la solidez defensiva de Botafogo, se fue consumiendo el tiempo. Cuando el reloj señalaba 96 minutos y 48 segundos Junior Santos, una suerte de Sansón con habilidad, remachó el resultado: 3 a 1 después de una jugada individual para guardarla en una cajita de colores. Ni Julio Verne podía haber imaginado este desenlace. Como Racing en la Sudamericana, Botafogo prestigió la Libertadores.

Hay gente con suerte en la vida, pero como Gregore… Comete un error monumental, lo echan a los 29 segundos, deja a su equipo inerme en una final que esperó 64 años y los diez que quedan lo salvan y además lo hacen campeón. Estaba para exiliarse en algún lugar de la Polinesia, terminó levantando la Copa.

Botafogo es pasto de debate en un momento en que muchos países -Argentina especialmente- discuten si el fútbol debe ir o no hacia las sociedades anónimas en materia de clubes. Después de varios descensos y decenas de frustraciones, el club había acumulado una deuda de 360 millones de dólares, que hacía peligrar su existencia. El propio Botafogo creó una sociedad anónima para manejar su área deportiva resguardando la parte social y la vendió al empresario norteamericano John Textor, quien, después de poner 81 millones para deudas, invirtió otra suma similar en reforzar el equipo. Botafogo logró el ascenso a fines de 2021, Textor se hizo cargo en 2022. Ese año terminó 11°. En 2023, tras liderar casi todo el torneo y llevar 13 puntos de ventaja, se desplomó y finalizó 5°. Perdió un campeonato increíble, aunque alcanzó a clasificar a la fase previa de la Copa. Allí comenzó su camino triunfal este año. Ahora, a falta de dos jornadas para el final, lidera el Brasileirão y puede lograr un doblete histórico. Al mismo tiempo está construyendo el centro de entrenamiento más grande de América, con 19 canchas y 295.000 metros cuadrados. Allí funcionará la fábrica de talentos que Textor (accionista también del Olympique de Lyon y del Crystal Palace), pretende para llevar luego a Europa.

En la ceremonia de premiación, la Conmebol le entregó a Textor un cheque gigante por 23 millones de dólares. Lo mismo que pagó por Luiz Henrique. A eso hay que sumarle todos los premios anteriores, desde segunda fase hasta semifinal. Una fortuna. Y clasificó a la Copa Intercontinental (debutará el próximo miércoles ante el Pachuca) y al Mundial de Clubes. Ahora empieza otra historia. Le sacó brilló al apodo de O Glorioso.

Fue una final preciosa y curiosa. Asistieron 72.000 hinchas (58.957 pagantes), todos brasileños, con clara mayoría de Botafogo, a razón de dos por uno. Funcionó lo de partido único y campo neutral. Un choque que se recordará por haberse jugado completo diez contra once. La fiesta fue total, sin incidentes. Y un equipo que juega 104 minutos con diez es un campeón extraordinario. ¿Pipoqueiro quién…?

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Este Racing llega al alma

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 28 de noviembre de 2024 / 00:12

“No somos millonarios (por River), no somos la mitad más uno (por Boca), no tenemos doscientas copas (por Independiente), pero tenemos la gente, somos distintos a todos”. En una frase simple, Gustavo Costas definió a Racing, retrató el racinguismo, una pasión inexplicable, como dice esa bandera grande que flamea en el Cilindro los días de partido.

No es fácil describir el fuego que anida en los pechos racinguistas, un orgullo con la fuerza de un volcán, no siempre respaldado por los resultados. “Si no sufrimos no somos Racing”, agregó Costas, en alusión a los largos períodos en que la Academia atravesó sequías de títulos.

Bolívar es el único modelo, pero todo el mundo vive cerrado y solo critica ese modelo

Treinta y cinco años estuvo sin ser campeón argentino, entre 1966 y 2001, treinta y seis sin levantar un trofeo internacional, quebrado el sábado último al ganar la Copa Sudamericana. Ello nunca fue óbice para dejar de creer, de alentar. “Racing estrena utilero y llena la cancha”, exageraba el Gallego Títolo, un hincha caracterizado. Pero así es. Difícil encontrar hinchada más querendona. La palabra fidelidad parece quedarle chica.

¿Cuánto tuvo que ver su gente en la formidable conquista de la Copa Sudamericana…? Pocas veces una hinchada empuja tanto. Desde el momento en que se convirtió en finalista se tuvo certeza de que una multitud estaría apoyando en Asunción. ¿Cuántos fueron, 40.000…? Una interminable caravana de autos embanderados desandaron los 1.400 kilómetros entre Buenos Aires y la capital paraguaya. Ya en el estadio atronaron con su aliento, tapando a los torcedores de Cruzeiro, muchos menos.

Pero, si el hincha cumplió desde afuera, el equipo contagió desde adentro. Una simbiosis perfecta, porque el fútbol es un todo. Y el optimismo es el jugador número doce. Fue un Racing arrollador, con fútbol y carácter, con gol y personalidad.

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Contradictoriamente, Cruzeiro dominó las estadísticas: más tiros al arco, más posesión -71% a 29%-, más pases, más córners… En cambio Racing manejó el partido y lo ganó de punta a punta: 3 a 1 y un gol anulado al notable lateral uruguayo Gastón Martirena que no quedó claro que fuera posición adelantada. Nunca se mostró. No con claridad.

A propósito: ¿Cómo Bielsa no llama a Martinera a la Selección Uruguaya…? Cuesta entenderlo. Tiene marca, salida, clase, llegada y personalidad para jugar la bola. Su tasación es de apenas 3 millones de euros. No puede tardar en llegar a Europa. Ante Corinthians tal vez haya marcado el mejor gol de la Copa. Hacía tiempo no veíamos una elaboración de tanta calidad. Y bajo la lluvia. Recuperó en la raya central, hizo pasar de largo a Garro con un caño, a Charles con un enganche, pared preciosa con Almendra y derechazo de primera a un ángulo bajo. Sensacional.

Hay campeones y campeones. Este Racing fue uno brillante, que se recordará por años. Diez victorias en 13 presentaciones, 33 goles marcados, el goleador y máximo asistidor del torneo, Adrián Martínez, con 10 anotaciones y 5 servicios de gol. Y un equipo compacto, ambicioso, ganador. Plantel armado con paciencia de artesano. Un muy buen jugador en cada puesto y cuatro o cinco suplentes de igual categoría. Adrián Martínez y Juan Fernando Quintero son las estrellas visibles del cuadro de Costas, pero hubo varios puntales. Por caso, el arquero Gabriel Arias, que ataja en la Selección Chilena (aunque es argentino); el segundo delantero, Maxi Salas, veloz y potentísimo; los medios Santiago Sosa y Juan Nardoni, los centrales Di Cesare y García Basso, éste último muy conocido en Ecuador.

“El fútbol argentino gana todo, y la pasión que pone la gente es increíble, les da una fuerza tremenda a sus equipos. La hinchada de Racing en la final ejerció una influencia extraordinaria”, se admira Hugo Illera, fantástico periodista colombiano de Win Sports televisión. “La diferencia fue que Racing jugó una final, Cruzeiro un partido”, añadió Hugo.

Pese a la fantástica arremetida de los representantes brasileños en los últimos años (con esta de Botafogo o Atlético Mineiro serán seis coronas consecutivas) Argentina seguirá punteando el historial de la Libertadores con 25 copas contra 24 de Brasil. En Sudamericana son 10 títulos contra 5. Y ahora, con el dólar bajo como está en la patria de Borges, los conjuntos albicelestes pueden lanzarse a incorporar más extranjeros de nivel, para pelearles mejor a los brasileños. Es altamente meritorio que el líder de la tabla histórica de la Copa Sudamericana sea un equipo ecuatoriano (Liga de Quito), y que entre Liga e Independiente del Valle sumen 4 conquistas. Ecuador va tercero en el historial por país, lo que exime de otras palabras en cuanto a su ascenso como medio importante. Esto es algo que parecen no haber entendido los equipos colombianos, que entran a participar, no a ganar las copas.

“Los clubes argentinos se las ingenian siempre para tener equipos competitivos, son los que más jugadores exportan, pero los reemplazan con los mejorcitos de los países vecinos. Racing tiene tres colombianos, dos uruguayos… Y siempre hay chilenos, paraguayos, peruanos”, agrega el excelente colega Marino Millán, de la misma cadena bogotana.

Convincente y contundente, fue tan rotundo lo de Racing que dejó la impresión de que si jugaba la Libertadores también peleaba el título. Y que tranquilamente podría vencer a Atlético Mineiro o Botafogo, finalistas de la Copa grande. Racing incluso puede hacer doblete ganando el campeonato argentino. Está muy cerca del puntero, Vélez.

La 23ª. edición de la Copa Sudamericana redondeó un concepto atractivo, con 392 goles, a una media de 2,48 por juego. Gustó.

Racing ganó 8.775.000 dólares en premios de la Conmebol por esta Sudamericana que va creciendo. A ello deben sumarse los ingresos colaterales. Seis partidos de local, que en cancha de Racing (tiene capacidad para 55.000 personas y pagan todos) deben oscilar en 5 millones más. La clasificación a la Recopa implica otros 1,5 millones, y a la Libertadores 2025 unos cuatro más. Eso sin contar los patrocinios, el mercadeo, los nuevos socios, y otras hierbas como la cotización en alza del plantel. Si se tienen que ir, que dejen algo interesante. En Argentina, la masa societaria de los clubes es similar a la de Alemania, son cientos de miles y pagan su cuota mensual. De modo que los éxitos internacionales significan reconocimiento, prestigio, mucho dinero y, sobre todo, crecimiento.

Los triunfos internacionales, además, refuerzan lo nacional porque dan un cupo más, del que se beneficia otro club, y elevan su campeonato en el ranking de ligas, con lo que se puede pedir mayor retribución a patrocinadores y televisoras.

En el caso de Racing hay un elemento resaltante: mostrarle al continente su popularidad y la conmovedora adhesión de su público. La Guardia Imperial brilló en La Nueva Olla, la casa de Cerro Porteño, pero otra impresionante multitud siguió el juego en el Presidente Perón, en Avellaneda, y al retorno de los campeones miles y miles esperaron en el Obelisco. No era Argentina campeón del mundo, era Racing nomás.

(28/11/2024)

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Hoy es mejor, antes era más lindo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 25 de noviembre de 2024 / 00:18

La Victoria, la Belleza, la Fidelidad… ¿Con cuál de estas tres deidades nos quedaríamos…? La Victoria envejece, la Belleza se va, la Fidelidad es inalterable y siempre nos acompañará. Los amantes del fútbol sueñan con la primera, se enamoran de la segunda, pero finalmente parecen preferir la tercera. Idolatran a aquellas figuras que permanecieron más tiempo en su club por encima de otros cuyo paso quizás fue más fulgurante.

El último enero, la isla de Cerdeña se congregó toda en el adiós a Gigi Riva, el ídolo que nunca se quiso ir del Cagliari pese a los flechazos del Milan, de la Juventus. Y toda Italia le dio honores casi de estado. Premiaban al gran crack nacional, pero más que eso al hombre fiel que se entregó a una sola camiseta, a una sola parcialidad. La lealtad da dividendos, Gigi era millonario de afectos.

En unos días, cuando se enfrenten el Athletic Club de Bilbao y el Real Madrid en San Mamés, Giuseppe Bergomi recibirá del club vasco el prestigioso One Club Award, el premio al “jugador de un solo club”, una distinción honorífica para aquellos futbolistas que desarrollaron toda su carrera en una misma institución.

Antes lo han recibido leyendas como Paolo Maldini, Sepp Maier, Carles Puyol, Billy McNeill, Ryan Giggs o Ricardo Bochini. Con frescos 18 años, Bergomi fue campeón mundial con Italia en 1982, en aquel brillantísimo título que la Azzurra levantó en Madrid tras vencer a Argentina, Brasil, Polonia y Alemania. No obstante, el 4 de diciembre experimentará un orgullo único: homenajearán su fidelidad.

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Seis cupos grabados en piedra

La Copa Mundial premia la aptitud futbolística, el One Club Award distingue valores humanos: la consecuencia, el compromiso. En este caso, con el pueblo interista, que representa muchos millones de italianos.

Un solo título de liga ganó Giuseppe en veinte años de calzarse la maglietta negriazul, pero se quedó siempre, en las tardes felices y en las otras. Eso veneran los hinchas del Inter, su amor por los colores. En Bilbao lo aplaudirán athleticzales y madridistas, pero al volver a Milán lo ovacionará el Meazza, el estadio que lo vio cientos de veces entrar con la cinta de capitán.

“Defender una sola bandera en la vida te hace único: todo el mundo lo reconoce, aunque signifique ganar sólo un campeonato, como me pasó a mí, pero en cierto modo es un orgullo, porque fue el resultado de una lealtad absoluta”, dice Bergomi, hoy, comentarista de Sky TV, a La Gazzetta dello Sport.

Claro, de haber ido a la Juve tal vez hubiese saboreado otras mieles, pero dijo no. “Vino a buscarme Trapattoni. ¿Por qué no viene a Turín?, me preguntó. Porque estoy a gusto en casa, respondí. ‘Bien hecho, bravo…’, me dijo”.Beppe era un chico, 16 años, cuando los tifosi del Inter lo vieron debutar, y todo un hombre al retirarse diecinueve temporadas después. Era un duro marcador de punta, jugó cuatro Mundiales. Sin embargo, quedó eternizado por su idilio con el Inter, que sigue hasta hoy.

El One Club Award tiene tanto predicamento como el Laureus o el Fair Play, tal vez más. Pero le va a costar horrores encontrar nuevos candidatos, los futbolistas actuales son vedettes que cambian mucho de escenario. El dinero domina todo, el representante es el personaje que puso distancia entre el jugador y el club, entre el hincha y su ídolo. “Si no nos dan lo que pedimos me lo llevo”, amenaza. Y cumple.

Ricardo Bochini, un chico humilde de pueblo, llegó a Independiente con 15 años para la octava división. Apenas hablaba. Se quedó toda la vida. La gente le agradece los triunfos, su juego genial, las Copas Libertadores, pero, sobre todo, haberse quedado para siempre. Hoy, el estadio lleva su nombre, la calle donde está enclavado y una de las tribunas principales, también, todo se llama Bochini. Daniel Bertoni, otro ídolo rojo, lo resumió: “Todos decimos que amamos a Independiente, pero todos alguna vez nos fuimos, el Bocha no se fue nunca, están bien los homenajes que le hacen”.Cuando ganaron la

Copa Intercontinental contra la Juventus en Roma, 1 a 0 con gol suyo, fue el día más feliz de su vida. El club les dio a cada uno 200 dólares de premio. No era como ahora. La plata no importaba, valía la gloria. Como Bergomi, estuvo veinte temporadas cambiándose en el mismo vestuario.El marco del fútbol actual, la organización, el reglamento, los arbitrajes, las tácticas, la preparación, la competitividad, y especialmente el contexto global, todo ello es mejor en el presente que en el pasado, en especial, más limpio. Lo que no podrá igualar el hoy es el romanticismo del que estaba envuelto este deporte hace 40, 50, 80 años atrás.

La cáscara de aquel fútbol era sencilla y gustosa. Luego, el dinero en cantidades industriales invadió todas las esferas de la actividad, y donde entra el vil elemento se pierden los valores más bellos de la existencia humana.Ibas a la cancha y sabías de memoria la formación de tu equipo porque los protagonistas pasaban años en el club, no estaban desesperados por irse, tampoco pedían fortunas para renovar contrato. Era fácil convencerlos: “Quedate, la gente te quiere, vamos a armar un plantel para pelear el título…” Hoy no están cerca del público, nadie los ve, no son verificables, parecen hologramas.

Una mínima ceremonia de tres minutos que apenas distraía la atención del público. En el centro del campo, un señor de saco y corbata entregaba al crack una pequeña estatuilla consistente en un balón dorado sobre una basesita de madera que cabía en una mano. El ganador mostraba el premio a las gradas y estas sellaban el momento con un somero aplauso. Y un grupito de fotógrafos (no una nube) a quienes se les permitía acercarse sin restricciones, lo eternizaba. Lo espectacular de la foto era su simpleza, la austeridad del acto. Y quienes lo recibían eran Gianni Rivera, Bobby Charlton, George Best, Beckenbauer… Así era la entrega del Balón de Oro en los ’60, no la gala fastuosa, casi obscena de lujo y muchas veces polémica de ahora.

El celebérrimo Ferenc Puskás cuenta en su libro autobiográfico que, en su niñez, en los partidos de barrio en Budapest, tenían un equipo que hacía maravillas. Se había corrido la voz, jugaban en la calle y se juntaba gente a verlos. Varios ficharon luego por el Kispest, el club de al lado de su casa. La movían tan lindo que “el tío Joszeph”, carnicero de la cuadra, había fijado “un premio extraordinario” si ganaban en los desafíos contra los chicos de otras barriadas: una salchicha para cada uno. Era la época de entreguerras, de auténtica pobreza en muchos países de Europa. Terminaban sudados, raspados, extenuados, se dejaban la piel por esa salchicha.

A sus quince años, Pelé firmó su primer contrato con el Santos por 12 dólares. Eran 6.000 cruzeiros de la época. Nada. Para terminar de convencer al padre, que dudaba, los dirigentes agregaron: “pero también tendrá casa y comida”. La casa era la pensión del club, bajo las tribunas, y la comida se servía en lo de doña Georgina, que trabajaba para el Santos. O Rei compartía pieza con Coutinho, el genio del toque corto. Georgina les cocinaba todo lo que les gustaba. Fue el tiempo más hermoso de su vida. Como Bergomi y Bochini, Edson le dedicó diecinueve años al Santos. Nunca amagó con irse.Existía “el amor a los colores”, un sentimiento intangible pero real, que se traduce en una palabra: RESPETO.

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