Wednesday 19 Mar 2025 | Actualizado a 18:48 PM

Enviado especial

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 9 de julio de 2024 / 20:07

“Estoy en el aeropuerto de Kansas, hago conexión en Las Vegas para llegar a Fort Lauderdale a las 9 de la noche porque el próximo partido de Perú es en Miami y estaré cerca. Esto es muy agotador, dormí en el aeropuerto y hace diez horas estoy acá”, contaba Fernando Jiménez, director de Todo Sport, de Lima, cuando lo llamamos por WhatsApp hace dos semanas.

Fernando es uno de los pocos kamikazes que se arriesgó a ir a Estados Unidos a cubrir está Copa América esparcida por catorce ciudades en un gigantesco país de 9.147.593 km2. Faltó darle un partido a Alaska y otro a Hawái. Los periodistas, o sea los encargados de difundir el torneo, se quejan de desatención, desamparo, desorganización, falta de comodidades mínimas para desarrollar su trabajo. Las selecciones tampoco están muy contentas de viajar miles y miles de kilómetros.

Es el anticoncepto de torneo, como si los Juegos Olímpicos se anunciaran en París, pero el atletismo tuviera sede en Moscú, las regatas en Suecia, la natación en España y las pesas en Turquía. No hay carácter aglutinador.

Las grandes cadenas esquivaron el bulto. ESPN eligió la Eurocopa antes que la Copa América y mandó todas sus estrellas a Alemania, con Mariano Closs y Diego Latorre a la cabeza. Caracol y RCN, dos enormes conglomerados periodísticos, toda la vida acompañando a la Selección Colombia, compraron los derechos, pero no enviaron un equipo, relator y comentarista cubrieron las alternativas desde estudios en Bogotá como hicieron casi todos los canales latinoamericanos.

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Va un reportero, el que está en las puertas del estadio y le hace notas a los hinchas que van llegando enfundados en su camiseta. La logística en Estados Unidos es imposible y cara. La inversión no tenía retorno, hubiese sido todo a pérdida. En cambio, en Alemania las distancias son cortas y les permite a los periodistas ir a todos los estadios y pintar el espectáculo.

Vuelve Fernando Jiménez: “Para que tengas una idea, el partido de Perú y Canadá, en Kansas, terminó a las 7 de la tarde, hasta escribir, las ocho, hasta salir, las nueve, un calor infernal de 39 grados, pedimos un Uber que demoró unos quince minutos, nos fuimos a un parque a hacer un poco de tiempo y llegamos al aeropuerto a las diez y media de la noche. Vacío totalmente el aeropuerto. Dormimos como pudimos ahí en bancos porque el vuelo salía 9,40 de la mañana para Las Vegas, una hora de vuelo en un avión pequeño. No hay tantos vuelos. Esperar allí unas tres horas y trasbordar para Fort Lauderdale, donde llegamos 8 y 30 de la noche. A cuarenta minutos de allí, en Miami, iba a jugar Perú con Argentina. Así es todo en esta Copa. No te permite nada, es un agotamiento total. Yo vi los tres partidos de Perú y nada más, ni Eurocopa ni otros de Copa América, estoy en blanco. Y en los hoteles, llegas y quieres ver un partido y no lo pasan en la televisión abierta ni en el cable, debes comprarlo aparte”.

El enviado especial como se estiló siempre, que llega a un torneo, acompaña a los equipos, hace entrevistas y cuenta lo que ve desde adentro para trasladarlo al público de su país, aquí no existe, no tiene la menor posibilidad física ni económica de hacerlo. Perdería todo su tiempo en viajes sin mayor sentido. La Copa es una suerte de conejillo de indias del Mundial, que es el premio gordo. Estados Unidos albergará 78 de los 104 encuentros del Mundial 2026. “Acá hay muchos aspectos que no están bien en el torneo y es difícil solucionarlos porque no hay una cultura futbolística ni siquiera mínima en la ciudadanía. Los que no son latinos no saben ni lo que es el offside. Pienso que la FIFA va a arreglar algunas cosas porque tiene mayor autoridad y trae un ejército de gente. Como el tema de las canchas. Se ufanan de poder cambiar el piso sintético por el de césped en un día, pero luego los panes se levantan. Hay infinidad de cosas como esas para resolver y mejorar”, dice Sergio Levinsky, periodista argentino que también asistió a la Copa y lamenta haberlo hecho.

Estados Unidos es un país maravilloso, no tiene la cupa de ser tan vasto. Y lo bueno es que siempre está dispuesto a montar un torneo cuando las demás naciones no tienen posibilidades de organizarlo. Sólo hay que llevar al trapecista, el domador y los leones. Tiene la infraestructura lista y, por la peculiaridad de albergar 65 millones de inmigrantes latinoamericanos, puede llenar los escenarios. Pone la casa y se queda con la recaudación que dejan los invitados, pero de la parrilla y el asado que se encarguen otros. Ese no es su problema, no organiza estos torneos ni los pide, se los ofrecen, aunque este le vino de perlas como preparativo del Mundial de Clubes 2025 y del de selecciones 2026. El negocio grande lo hacen los dueños de los equipos de fútbol americano, que por lo general son propietarios de los estadios. No se puede jugar en la calle, hay que ir al pie de ellos y se llevan la tajada gruesa.  

No hay clima de Copa porque la Copa es un evento más entre miles en Estados Unidos. El señor que vive enfrente del estadio en Houston o en Kansas no sabe por qué están las luces prendidas ni qué hace toda esa gente allí. Tal vez piense que es un recital de rock. Distinto a cuando se juega en Sudamérica, que es una fiesta popular y el país entero está inmerso. Los organizadores venden los derechos de televisación, una empresa envía las imágenes al mundo y ahí, más o menos, termina todo. Es un torneo de televisión. Pero dados los volúmenes de dinero que genera en Estados Unidos es posible que no vuelva a Sudamérica.

“Los pasajes no son caros si los sacás con anticipación, pero ocurre que la Conmebol te avisa un día antes si estás acreditado”, dicen los cronistas, que son pocos en relación a otras copas anteriores. Lo mismo los fotógrafos. “En una semifinal o final de los Mundiales somos entre 600 y 800 fotógrafos en campo y otros 300 en tribuna, acá no pasamos de cuarenta porque es muy difícil todo y finalmente no vienen”, dice Rafael Crisóstomo, ex del Washington Post. “No hay un centro de prensa general. En los estadios ponen una mesita con un mantelito y un voluntario detrás. Y unas mesas para trabajar. Hasta el más humilde centro de prensa de nuestros países es un lujo al lado de esto”, cuentan los colegas sudamericanos.

La prensa ha ofrendado al fútbol cientos de miles de millones de páginas de diarios y revistas, miles de millones de horas de radio y televisión, han fabricado la popularidad que este deporte tiene. Y lo han llevado a ser un negocio colosal, tan grande como el petróleo, el turismo, las finanzas. La organización del fútbol le ha soltado la mano, la ha abandonado.

Once goles y un adiós

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 16 de marzo de 2025 / 23:42

“El Tenor de Aragua, Darío Castillo, estremecerá con su voz los cimientos de la maestranza cuando antes del ‘partir plaza’ sea el encargado de cantar las gloriosas notas del himno nacional”, decía el anuncio de una corrida en la plaza de toros de Maracay, Venezuela. Y salía a la arena un sujeto corpachón, voluminoso, que con voz de ultratumba entonaba Gloria al Bravo Pueblo. Nadie, de los miles de presentes, sabía que ese hombre de voz portentosa que abría la fiesta taurina varias décadas atrás había protagonizado un desdichado suceso en la Copa Libertadores. Ese cantor de enorme humanidad había sido arquero profesional. Lo fue fugazmente, pero entró en los libros.

Hay una foto borrosa del 15 de marzo de 1970. Esa foto de aquella noche inclemente muestra muchos paraguas negros en las despobladas tribunas del estadio Centenario de Montevideo. Los hinchas que se animaron a la mojadura -apenas 6.000- asistieron a un récord que lleva 55 años y difícilmente se repita. Ese lluvioso domingo montevideano Peñarol goleó 11 a 2 al Valencia de Venezuela y marcó la mayor goleada de la historia de la Copa. Incluso es el resultado más abultado en 66 ediciones del torneo. El arquero que recibió los once goles se convertiría años después en El Tenor de Aragua, conocido intérprete de música folclórica y española en su país.

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El Valencia Fútbol Club, desaparecido hace años, había sido subcampeón venezolano detrás del Deportivo Galicia y en esa edición les tocaba enfrentar a los uruguayos, que hasta ahí eran dominadores de la Libertadores junto a los argentinos. Nacional tenía 9 jugadores y Peñarol 8 en la Selección Uruguaya, que tres meses después harían un gran papel en el Mundial de México. Fueron cuartos detrás de Brasil, Italia y Alemania. Esto habla del poderío notable del fútbol celeste en ese entonces. En contrapartida, Venezuela era futbolísticamente el Benjamín de Sudamérica, no había una identidad nacional, sus equipos, salvo excepciones, estaban compuestos por mayoría de españoles, brasileños y argentinos de segundo orden que iban a hacerse unos pesos. Los clubes nacían y desparecían cuatro o cinco años después. Reinaba el béisbol en la patria de Bolívar.

La desproporción de fuerzas era abismal, iban al matadero. Y pasó lo que podía pasar. Tres días antes, en el mismo Centenario, Valencia cayó ajustadamente ante Nacional por 1 a 0, en actuación más que meritoria, incluso con un gol de penal de Atilio Anchetta. En el arco venezolano había una garantía: el Pulpo Colmenares, golero insigne del fútbol Vinotinto, que era incluso de la Selección. Pulpo porque había tardes en que parecía tener varios brazos, las agarraba todas. Pero ocurrió un imprevisto: el juez austríaco-peruano Erwin Hiegger cobró una falta muy protestada por los muchachos del Valencia y, mientras Hiegger estaba dado vuelta contando los pasos, el Pulpo, de rabia, quiso patear la pelota lejos con tanta mala suerte que le pegó en la espalda a Hiegger. Éste se dio vuelta y preguntó: “¿Quién fue…?” Los de Nacional señalaron con el dedo a Colmenares y se fue expulsado. Pescaíto Gómez, posiblemente el técnico más gracioso que dio el fútbol mundial, hizo un cambio obligado: sacó a Zezinho, delantero, y puso a Darío Castillo. Que no recibió goles, pero sufrió un infortunio al final: se quebró un dedo.

Tres días después tocaba Peñarol y Colmenares suspendido… Quedaba un sólo arquero y con el dedo roto: Castillo, que además era un novato y no atajaba nunca. Para peor, noche lluviosa, barro y la luz amarillenta y mortecina de aquellos tiempos que no beneficiaba a los arqueros. A los treinta segundos, una rauda corrida por izquierda del puntero Julio Losada, centro combado, cabezazo de Spencer y Peñarol 1 a 0 arriba. Todavía se estaban acomodando y ya perdían. Nervios, inseguridad, culpa, dolor en el dedo, todo se le amontonaba en la cabeza al futuro Tenor de Aragua.

En aquellas Libertadores eran comunes las goleadas vergonzantes, había países no tan desarrollados futbolísticamente. Se daban resultados de cinco y seis goles. Pero hasta ahí, pasa. Once goles es un mazazo, una impiedad. El mismo hincha del vencedor sale del estadio casi contrariado, festeja más un 1 a 0 que un 11 a 2. “Para Peñarol fue una risa”, tituló su columna Juan Ángel Miraglia, cronista de la uruguaya revista Deportes. Sí, era tragicómico. “Un score de básquetbol”, comentó La Mañana. “Peñarol fue un despiadado verdugo”, puntualizó el desaparecido El Día. Y BP Color acertó un pleno: lo describió como “Un triunfo sensacional y una goleada para la historia”.

Por lo general, cuando un equipo llega a cinco o seis, pone el pie sobre el freno, Peñarol siguió a fondo, Tenía que ganar para clasificar a la fase siguiente, pero no corría peligro. A aquel grito inicial de Spencer le siguieron tres de Pedro Rocha, dos de Losada, otros dos de Ermindo Onega. Acabaron el fusilamiento Nilo Acuña, Waldemar Cáceres y el mismo Spencer. El Pulpo Colmenares, en la platea, se agarraba la cabeza. Peñarol tenía antecedentes crueles: en 1963 había vencido al Everest ecuatoriano 9 a 1.

Tras la carnicería, el vestuario venezolano era un cementerio. El silencio se cortaba con tijera. Darío Castillo, el infortunado arquerito que tuvo que ir a buscarla once veces adentro, confesaba muchos años después que fue la noche más dolorosa de su vida. “El primer balón que tomé ya no me sentí bien. Luego llegaron los goles, uno detrás de otro, y me desmoralicé, al punto que los balones que iban para afuera yo los metía en mi arco. Esa delantera de Peñarol era endemoniada… eran unos bárbaros, unos diablos… Y la presión del público, el estadio Centenario, el dolor en mi dedo que me había fracturado en el partido anterior, los goles, ninguno de mis compañeros se quiso parar en el arco, y seguían los goles… Fue un partido muy difícil… Esta historia me marcó para siempre… Recuerdo que sólo un niño uruguayo, cuando terminó el partido, vino a saludarme y darme ánimo y me acompañó hasta el camerino”. Poco después, Castillo se alejó del fútbol y se dedicó al canto.

 Después de ese partido la selección le llevó a Peñarol 8 jugadores para el Mundial de México y aun así llegó a la final de la Copa, jugando con los suplentes y los extranjeros. Dirigido por el inolvidable Oswaldo Brandao, el cuadro aurinegro se midió en dos contiendas casi bélicas con el Estudiantes de Osvaldo Zubeldía. Fueron refriegas en que las piernas de todos parecían cuchillas. En La Plata se impuso Estudiantes 1-0 con un sensacional gol de palomita de Daniel Romeo; en Montevideo terminó 0 a 0. Zubeldía, siempre zorro, llevó con la delegación a un boxeador consagrado, el Tano José Menno, platense, fana de Estudiantes y campeón argentino y sudamericano mediopesado, que también incursionó como peso completo. El Tano peleó con Ringo Bonavena y fue sparring de Monzón. Zubeldía sabía cómo lo iban a esperar. Cuando llegaron con el bus al Centenario empezaron las agresiones apenas abrir la puerta. Menno fue el primero en bajar y tuvo que abrirse paso a fuerza de piñazos. No obstante, el propio Tano le bajó unos decibeles al tema, dijo que fue como hincha y para colaborar: «Estudiantes me llevó para defender a sus jugadores, pero la gente de Peñarol había mandado seis o siete boxeadores negros. Vinieron todos juntos. Jamás me pegaron tanto en mi vida».

Otra época.

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Sin Mbappé, el paraíso

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 12 de marzo de 2025 / 23:27

El frenético festejo final entre hinchas, jugadores, auxiliares y cuerpo técnico refleja el momento del PSG. No se trata sólo de una clasificación a cuartos en Europa. Hay alegría, unión y carácter. Y, sobre todo, hay equipo, juego, funcionamiento.

Es la satisfacción, por fin, de estar en el camino correcto. Por eso la felicidad general. Le costó años quitarse el pringoso traje de pecho frío que le impuso la comunidad futbolística internacional.

De club lleno de figuras que no alcanza objetivos importantes. De equipo pijama. Catorce años exactos, desde que el fondo catarí asumió el control accionario e inyectó los recursos para volverse grande (lo logró) e intentar coronarse a nivel continental (está en eso).

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Logró el reconocimiento general este martes nada menos que ante el Liverpool. Y en Anfield. Un Liverpool que es líder y ya casi campeón de la Premier. Además, ganador con holgura de la primera fase de la Champions. Y sextuple campeón de Europa. Necesitaba un rival pesado y copero el Paris Saint Germain para dar vuelta esa imagen que lo torturaba. Y fue a lo grande.

Por penales, pero jugando un fútbol que enorgulleció a sus hinchas y le granjeó el respeto de todos. Después de virtualmente pasarlo por encima en París, entrándole por todos lados (y perder de manera increíble 1 a 0 por la fabulosa labor del arquero Alisson), fue a Inglaterra a buscar el resultado que necesitaba. Y lo consiguió con fútbol y personalidad. Devolvió el 1-0 y avanzó a cuartos de final tras el alargue y los penales. El dramatismo le agregó euforia a la alegría.

No obstante el resultado, lo que impresionó fue su juego, su personalidad, su temple, en un reducto casi sagrado del fútbol, donde han derrapado tantos. “Ahora somos un equipo de verdad”, sintetizó con orgullo su técnico, Luis Enrique, en la rueda de prensa posterior. Es lo que se advierte. Pareció un mensaje por elevación a Mbappé, a quien el asturiano lo masticaba, pero no lo tragaba. Ya lo había lanzado la temporada anterior, cuando se marchó Mbappé: “Seremos mejor el año que viene”, dijo. Quería esto que ha logrado: que todos jueguen para todos, no para una estrella.

“Lo fácil era pensar que, sin Kylian, el PSG se iba a diluir sin remedio. Pero la realidad es tozuda”, escribió Javier Giraldo, de Sport, de Barcelona. Exacto, es al revés. Juega mejor. “Es el equipo más fuerte que hemos enfrentado, no sólo en esta temporada, sino en los últimos tres años”, comentó Virgil Van Dijk, dándole un reconocimiento fuerte.

¿Tiene mejor plantel que en el curso anterior…? No, similar. Por el contrario, hizo menos incorporaciones que en años precedentes, aunque fichó bien. Willian Pacho ha sido un acierto magnífico, le da seguridad defensiva y juego aéreo. Désiré Doué, cuando ingresa, es un soplo de frescura en el medio, tiene técnica y puede convertirse en pieza importante.

El portugués João Neves aporta movilidad, manejo y llega al área. Y el impronunciable georgiano Kvaratskhelia agrega gambeta y desequilibrio en ataque. Pero nada extraordinario. Simplemente, juega mejor, con armonía, llega a fondo con los laterales, con Vitinha, transformado en el Modric del PSG, con el mencionado João Neves y, por supuesto, con los tres de arriba.

Eso. Y Luis Enrique, claro. Un sujeto que no tiene miedo a nada. Manda a sus equipos al frente contra todos y en cualquier estadio. Domina, ataca, sale a ganar. Sin pelotazos. Y se nota un compromiso total del plantel. El día del 0-1 de local ante el Liverpool fue una maravilla, una orquesta de cámara. Nasser Al-Khelaïfi está feliz con Luis Enrique y ya le ha ofrecido renovar contrato por, mínimo, dos años más. Y el entrenador aceptaría. ¿Dónde estará mejor que en la Ciudad Luz, centro del mundo…?

El tiempo, juez esclarecido, dará su veredicto: la fortuna, que no una decisión elaborada, le hizo enorme favor al Paris Saint Germain: que se marchara Mbappé. Terminaron los conflictos y, sobre todo, ¡qué bien juega el PSG sin él…! El club, el equipo y el técnico se liberaron. Ahora juegan todos para el PSG, no para dársela a un individuo y que este engrose sus números personales. Mbappé es la versión 2.0 de Cristiano Ronaldo: todos deben jugar para él porque sino se enoja. Todos a jugar para el de menos sabiduría y visión futbolística. Antes, la fórmula era el pelotazo al espacio para que Kylian corriera y disparara. Ahora es un colectivo y funciona que es un encanto. Toque y toque, pero con profundidad. Luis Enrique es en cierto modo de la escuela de Guardiola, aunque con más picante, de transiciones rápidas y con ataque más frontal, más declarado. Barcolá, sustituto de Mbappé, es una bendición, gambetea, desequilibra, hace y sirve goles, posee velocidad y una cierta desfachatez sudamericana. Dembelé se liberó y es una metralla, nunca había alcanzado este nivel. Y ya no es obligatorio darle a nadie los pases, los penales, los tiros libres, la capitanía, las llaves del vestuario. Ahora son once y nadie se siente presionado por tener que pasársela a Mbappé en cada jugada. El corresponsal en París del diario AS, en un primer momento, tituló “Tras Mbappé, un huracán”, hablando de lo que ha mejorado el juego del PSG. Desde luego, le hicieron cambiar el título rápido. Ahora Kiki juega en el Madrid y hay que protegerlo.

En la 2023-2024, con Mbappé en París, Dembelé marcó 6 goles en 42 partidos (0,14 por juego). En esta 2024-2025, sin Kylian, lleva 29 goles en 36 cotejos (0,81). Casi seis veces más. Tanto ha levantado que es serio candidato al Balón de Oro, según los medios europeos. Hasta julio último, esto hubiese sonado a ciencia ficción. Claro, dependerá de cómo le vaya al PSG, que aspira a los tres títulos que disputa. Ya lo había anticipado Luis Enrique: “Sigo pensando que (sin Kylian) somos mejores en ataque y en defensa, Los números están ahí”.

Casi un calco de lo que acontece ahora con Dembelé sucedió en el Real Madrid con Benzema. Llegó al Bernabéu en 2009 al mismo tiempo que Cristiano Ronaldo. En las primeras 9 temporadas juntos, el francés pasó casi inadvertido, jugando de lugarteniente, a servirle pases y goles a CR7. Cuando se fue Cristiano, apareció Karim en toda su dimensión de crack. Dejó de ser el Sancho Panza del otro y se convirtió en un delantero sensacional, en fino conductor del Madrid. Creció extraordinariamente su cuota goleadora, pasando de un promedio de 0,47 a 0,69. Incluso ganó el Balón de Oro. Antes tenía que jugar para el portugués, siendo él técnicamente superior. Pasó de 22, 28, 19, 12 anotaciones por estación a 30, 27, 30, 44, 31. Y hasta aumentando sus asistencias.

El PSG y el Barcelona son los dos equipos que mejor juegan en esta Champions, pueden no llegar a puerto, pero entusiasman a su gente. Y a los neutrales, porque no hay mejor programa que ver jugar bien al fútbol, cualquiera sea el escudo. En el caso del PSG, hasta el Liverpool era sólo un equipo francés, ahora sacó pasaporte europeo.

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Frazier-Ali, la lucha inmortal

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 9 de marzo de 2025 / 21:50

Se hablaba en los bares, en las peluquerías, en las redacciones de diarios, en las oficinas, talleres, clubes, en todas partes y en el mundo entero. No había celulares ni Internet ni ninguno de los adelantos tecnológicos actuales. No fueron necesarios.

Tal vez nunca un suceso deportivo trepó a este nivel de expectativa. ¿Pudo un combate de boxeo ser más importante que una final del Mundial de fútbol…? De hecho, creemos que sí. Posiblemente la final Inglaterra 4 – Alemania 2 de 1966 no alcanzó la repercusión del combate Ali-Frazier. Este se palpitó desde varios meses antes y la discusión se extendió por años.

El 8 de marzo de 1971 el planeta quedó congelado esperando el desenlace de un episodio cumbre del deporte. Se lo vendió como ”La Pelea del Siglo”, pero sobrepasó largamente el rótulo promocional: fue el choque de todos los tiempos. Todos nos pegamos al televisor.

Se unieron diversas circunstancias. El box vivía un tiempo de oro, Estados Unidos producía docenas de fenómenos del ring y la categoría pesado había parido dos atletas colosales: Muhammad Ali, quizás el artista más hermoso, arrogante y genial que haya visto un escenario deportivo de cualquier índole.

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También el más provocador y lenguaraz. Y Joe Frazier, un oso hambriento, valiente y superentrenado, callado, correcto y capaz de aguantar treinta rounds lanzando golpes brutales. Un metro 91 y 107 kilos Ali, 1,82 y 104 kilos Frazier; 29 años el primero, 27 el segundo. Ambos en el apogeo. Fue como si se enfrentaran en una final Pelé y Maradona con el universo latiendo excitado para ver cuál es más grande.

No obstante, el duelo excedió lo pugilístico. Tuvo un trasfondo social y racial, aunque los dos eran de raza negra y tenían origen humilde. Ali, hasta 1964 Cassius Clay, se convirtió en paladín de la lucha antiestablishment. Había hecho puré a Sonny Liston, un temible exconvicto, y dominaba la escena. Anunciaba con irreverencia en qué asalto demolería a sus contrincantes. Ya los achicaba fuera del ring con sus declaraciones.

Su gracia y su carisma nunca fueron igualados. Pero en 1967 fue llamado a filas para ir a la Guerra de Vietnam y se negó. “No tengo nada contra el Vietcong”, dijo. Y antepuso su religión musulmana. Frente a su desobediencia civil, se expuso a un juicio por desertor, le quitaron el título mundial y la licencia para combatir. Encarnó el movimiento antibélico y se arriesgó a una pena grave. Pero en 1970 fue autorizado a volver a los cuadriláteros en algunos estados. Frazier, menos lúcido ante la prensa, era el candidato de los blancos. Ambos eran invictos y campeones del mundo, Muhammad despojado.

En el pesaje y en las ruedas de prensa previas Ali ridiculizó a Joe, lo que este nunca perdonó hasta su muerte. “En el ring será distinto”, pensaba Frazier. Un ocasional empresario -Jerry Perenchio- supo ver la veta de oro y aceptó pagarles 2,5 millones de dólares a cada uno, una cifra esquizofrénica para la época. Pelé no percibía al año ni el 10% de esa suma en el Santos. Los otros promotores decían que estaba loco, no había forma de recuperar tanto dinero, además estaban los gastos de promoción y montaje. “Me enteré de que este tipo, Jerry Perenchio, ofrecía 5 millones de dólares a los púgiles -contaba el famoso Bob Arum- y me reí. Era una broma. Pensé que era un payaso de Hollywood. Lo descarté. No podía ser”.

Pero Perenchio, aún sin dinero, tenía el negocio en mente. Consiguió un socio millonario, Jack Kent Cooke, propietario de los Lakers, y lo convenció de invertir. Se hizo con el contrato. Antiguamente los ingresos se reducían a la taquilla en el estadio y a los 5 dólares que se cobraba en los cines por ver el duelo en pantalla gigante. Perenchio prohibió la transmisión de la pelea en radio y en televisión para Estados Unidos -sí para el resto del mundo- y puso un precio alocado para los cines: 25 dólares. El día del boxeo era el sábado, pero Frazier-Ali fue un lunes, que era el día más flojo de los cines. Resultado: los aficionados se peleaban por las entradas y, por otro lado, el Madison Square Garden de Nueva York explotó: 20.455 personas, con el ring side a 150 dólares y el gallinero a 20. La transmisión al exterior fue por circuito cerrado a 50 países con una audiencia estimada en 300 millones, un récord para cualquier evento televisivo en ese momento.

Perenchio, hombre del espectáculo, llevó a una decena de artistas invitados como Frank Sinatra, y la promoción previa, con Ali humillando a Frazier hizo el resto. Fue un negocio colosal.
Luego hubo una confrontación épica. La técnica nunca superada de Ali frente al ímpetu y la fuerza descomunal de Smokin Joe, como se lo apodaba. Había que tener mucho coraje para entrar a un cuadrilátero con Frazier. Y aguantarle quince períodos de tres minutos. El mundo se dividió. Los periodistas y fotógrafos de El Gráfico hicieron una polla a ver quién ganaba, en todos lados era así. Se dio la lucha esperada: Frazier al ataque, buscando el cuerpo a cuerpo para descargar sus zurdazos terribles al hígado y también a la cabeza; el genio tratando de guardar distancia para sus golpes de cirujano, siempre al rostro. Tan preciso que ya en el cuarto capítulo el rincón de Joe comenzó a trabajar sobre su ojo izquierdo, entumecido.

Hasta el tercero fue parejo, en el cuarto Joe acertó dos zurdazos boleados a la mandíbula de Ali que levantaron el “uuuuuuhhhhh…” de la platea. Frazier iba como toro y era una metralla lanzando golpes, obligando a Ali a asumir una postura defensiva, pero, aún defendiendo, su talento le permitía conectar manos precisas. El tema pasaba por ver cuánto podría aguantar Frazier semejante ritmo. En el sexto Joe comenzó a sentirse ganador, después de que sus brazos, que parecían árboles, descargaran tupido en la humanidad del bailarín, que ya no bailaba.

La refriega -eso era- mantuvo el tono hasta el final. Clay-Ali siguió con su precisión quirúrgica en los golpes, tiraba diez y metía nueve. Frazier erraba más, pero lanzaba cien e impactaba veinte. Su gancho de zurda, capaz de noquear a un caballo, mandó a la lona a su verdugo oral en el decimoquinto. Ali se levantó, pero la caída terminó de definir a los jurados, que dieron ganador a Frazier por unanimidad. Si en la previa desataban pasiones divididas, tras el fallo hubo más división. “Si lo mandó al hospital…”, protestaban los hinchas de Ali. En realidad, los dos fueron a la guardia después de una lucha feroz.

La pelea de todos los tiempos originó la salida de El Gráfico de El Veco, notable escriba que triunfó en Uruguay, Argentina y Perú. El Veco envió desde el Madison una larguísima nota en la que desconocía el triunfo de Frazier ya desde el título, contundente: “TRES JURADOS DERRIBARON UNA ESTATUA”. En cristiano significaba que le habían robado la pelea. No negaba la fortaleza física y espiritual de Frazier, valoraba su temple y su ataque constante, aunque dejaba entrever el mayor talento boxístico de Cassius Marcellus. Era absolutamente comprensible por la fascinación que ejercía Clay con su boxeo único, la belleza y perfección de sus golpes limpios, netos. En Buenos Aires, el director leyó la nota ya con la revista imprimiéndose y dio la legendaria orden de “paren las máquinas”. Entendía que era un disparate y un desprestigio para El Gráfico negar el triunfo de Frazier. Ya se habían impreso 16.000 ejemplares. Se rehízo el comentario y el nuevo título fue “CAYÓ UNA ESTATUA”. Única vez en casi cien años que la revista tuvo dos versiones en una misma edición.

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La noche del Faraón

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 7 de marzo de 2025 / 00:16

El cronista trata de hurgar en sus recuerdos, en los miles de partidos vistos y le cuesta encontrar otra actuación de un arquero similar a la de Alisson este miércoles por la noche en París. Incluso el adjetivo cuesta. No fue buena ni muy buena, no fue excelente ni brillante sino mucho más que eso. Tal vez descomunal, colosal, monstruosa.  Definió el partido él. Sofascore, demasiado exigente, lo calificó con 9,4 puntos. Se quedó muy corto. ¿Hay 11 para calificar a un jugador…? Si lo hay, esta es la ocasión.

Deberíamos remontarnos a grandísimas tardes de Casillas, de Fillol, de Courtois, de Van der Sar, de Jan Oblak, de Buffon, de Tomaszewski, aquel polaco que atajaba el viento… Recordamos algo parecido de Manuel Neuer en 2011 cuando aún estaba en el Schalke 04 frente al Manchester United.

 Fue fabuloso, parecía jugar un arquero contra un equipo. Ganó el United al final, pero resultó la consagración internacional del meta alemán, que al término de la temporada pasó al Bayern. La memoria nos acerca una noche mágica de Rogerio Ceni ante Peñarol en la final de la Copa Conmebol de 1994, algo épico, que casi no se puede contar. Una tarde del uruguayo Robert Siboldi ante Brasil por Eliminatoria en Maracaná, también difícil de explicar, volaba como pájaro Siboldi.

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«Creo que es una de las mejores actuaciones de un portero que he visto en mi vida”, dijo, asombrado, Peter Schmeichel, el sensacional portero danés del Manchester United en los ’90, que cambió los guantes por el micrófono. Y Jamie Carragher, aquel áspero defensa que jugó una vida en el Liverpool, hoy también comentarista, en este caso de CBS Sports, señaló que la actuación de Alisson en el Parque de los Príncipes de París “será recordada durante años».

 Tal cual. Y si finalmente el Liverpool gana esta Champions se dimensionará aún más.

Como señaló el técnico español Luis Enrique, “fue el mejor partido del Paris Saint Germain de esta temporada y de la anterior… El fútbol es injusto muchas veces y lo tienes que aceptar. El partido de hoy no se pierde por detalles. Los detalles se dan cuando los partidos son igualados. El partido se pierde porque el señor Alisson ha hecho cinco paradas increíbles. Ha habido un equipo que ha sido muy superior al otro”. Verdad. Si ganaba 5 a 0 estaba perfecto, pero se estrelló frente al goleiro gaúcho, que con un metro 93 y 91 kilos parecía un gato saltando entre la leña.

Tocó 44 pelotas en el partido, resolvió todas con solvencia, descolgando centros, saliendo con los pies, embolsando disparos de afuera, parando dos mano a mano… Nueve de ellas fueron tapadas magistrales. Le bajó la moral a todos los jugadores franceses que, al final, con las manos en la cintura, se miraban desconcertados: “¿Qué más podemos hacer…?

”Hay diferentes escalas cuando un guardameta sobresale: una es tapar bien, otra es salvar a su equipo de la derrota y esta otra, la muestra perfecta de cuando un arquero gana un partido. Porque incluso al minuto 87, con un saque largo y preciso, inició la jugada del gol liverpooliano. La bajó muy bien Darwin Núñez y abrió inteligentemente a la derecha para Elliott, que tiró cruzado y se le escurrió a Donnarumma abajo. Fue un remate colocado, aunque no fuerte, tuvo manos de lana el italiano (inolvidable aquel gigantesco error suyo en 2022 que revivió al Real Madrid, que estaba muerto y luego pasó a ser campeón). Ahí se vio la decisiva diferencia de arqueros. La estadística -para esto sí sirve- marca que el PSG remató 27 veces al arco y Liverpool 2. Y ganó el equipo inglés 1 a 0. Pero, atención, como jugó uno y otro la serie está abierta. Si repiten actuaciones podría pasar airoso el PSG. Y si Luis Enrique no es el técnico más valiente del mundo que nos digan quién. Seguro mandará a su equipo al frente.

Alisson Ramsés Becker tapó como un faraón. Y fue sincero al final del juego: “Es la mejor actuación de mi vida”. Fuimos afortunados de elegir ese choque. 

El martes, el PSV Eindhoven, el equipo de la empresa Philips, la de las lámparas, cayó de local 7 a 1 ante el Arsenal. Goleada fea, deshonrosa, más para un club que fue campeón de Europa (1988). El Arsenal viajó a Holanda lleno de bajas. No pudieron estar Bukayo Saka, Kai Havertz y Gabriel Martinelli, la delantera titular, más Gabriel Jesús. Y un quinto, Sterling, fue al banco. Pese a ello le marcó 7 goles y definió la llave. La revancha en Londres será una especie de amistoso con público.

La noticia es que el miércoles, el técnico Peter Bosz seguía en su cargo pese a la catastrófica goleada en contra. Y el 7 a 1 no es todo. Seis días antes, el PSV fue eliminado en semifinales de la Copa de los Países Bajos por el modesto Go Ahead Eagles (Adelante Águilas, en español): cayó 2-1. Tres días después de eso, el mismo Go Ahead Eagles lo derrotó 3 a 2 por la Liga y lo hundió a un lejano segundo puesto detrás del Ajax. Lo increíble es que el PSV encabezaba las posiciones con un punto sobre el Ajax, pero en las últimas cuatro fechas logró apenas 3 puntos y el Ajax 12, con lo cual lo pasó y le sacó 8 de diferencia. Que Bosz continúe en el banco del PSV es un milagro de estabilidad. Una semana de terror. Y es de imaginar la rabia de la Juventus, que fue eliminada de la Champions por este PSV.

Dos delanteros argentinos brillaron en la jornada de Liga de Campeones de Europa. Julián Álvarez, autor de un gol hermosísimo al Real Madrid para el empate parcial del Atlético. El ex River lleva 22 goles y 5 asistencias en su primer curso con los colchoneros. Y falta mucha temporada. A su vez, Lautaro Martínez marcó en el triunfo del Inter sobre el Feyenoord y se convirtió en el máximo artillero histórico del club nerazzurro en la Copa de Europa. Pasó al recordado Sandro Mazzola. Los dos, Lautaro, que llegó a 145 goles con el club milanés, y Julián, está en un momento dulce, casi mágico. Y seguro serán titulares ante Uruguay el día 20 por la Eliminatoria.

Esto tiene, a su vez, un efecto colateral. Lionel Scaloni, DT de Argentina, convocó por primera vez a Santiago Castro, un centrodelantero de 20 años hábil, bravo y goleador, muy fuerte de la cabeza, surgido en Vélez Sarsfield, que lo vendió por apenas 13.200.000 euros al Bologna. Es la superfigura del club de la Emilia-Romaña. Le hizo un gol al Milan y otro al Inter. Santi jugó en todas las selecciones juveniles argentinas y en todas ha anotado goles. El tema es que, por sus antepasados italianos, el entrenador italiano Luciano Spalletti lo ha llamado para tentarlo con la camiseta azzurra, como ya ha ocurrido en 2023 con Mateo Retegui, delantero de Boca y de Tigre, que hoy es titular en la selección tetracampeona del mundo.

Castro, ya cotizado en 25 millones y muy pronto en ochenta o cien, es quien debe decidir. Retegui no era tenido en cuenta por Scaloni y aceptó la invitación italiana, Castro seguramente tendrá analizará que, como delanteros de punta en Argentina están Lautaro y Julián, que aún son jóvenes y no le dejarán lugar tan fácil ni en corto tiempo. El peligro para Argentina es que Santiago acepte la oferta de Spalletti y deje para siempre la Albiceleste.

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El auténtico Rey de copas

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 2 de marzo de 2025 / 21:44

Pudo ser un simple agricultor, un anónimo abogado o guitarrista y cantor, sin embargo Francisco Pedro Manuel Sá terminó siendo el máximo ganador de la historia de la Libertadores con seis títulos, 4 en Independiente y 2 en Boca.

Récord que, como el de goles de Alberto Spencer, quizá nunca se supere. Al menos parece imbatible actualmente, en que los equipos se arman y desarman de un año al otro y en que los buenos jugadores emigran rápido.

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Ahora, un 5 a 4 es sospechoso

-Nunca digo que cumplí un sueño al ser campeón de América porque ni siquiera lo soñé. Jamás imaginé que sería futbolista. Vivíamos en el campo, en Corrientes, y el fútbol me parecía una cosa lejana, exclusiva de Buenos Aires. Lo único que llegaba era por radio. Y ni caminos asfaltados había hacia la Capital. Yo jugaba en mi pueblo, en Central Goya, y me fui a Corrientes capital a estudiar derecho. Allí se enteraron, no sé cómo, y me llevaron a Huracán de Corrientes. En 1968 debutamos en los torneos de AFA frente a Banfield, Newell’s, Argentinos Juniors, Chacarita…

-Enseguida el pase a River

-Estuve dos años y jugué poco. Labruna me dio la oportunidad, pero cuando llegó Didí hubo una limpieza muy grande y quedé fuera del plantel. Fuimos descartados 17 jugadores.

Y apareció Independiente, el club de sus amores.

-Mi padre, mi madre, mis dos hermanos y yo éramos hinchas de los Rojos. El gran anhelo de mi papá era que jugara alguna vez en este club. ¡Y mirá todo lo que se dio…! De chico yo veía a aquellos jugadores de Independiente campeones de América que saludaban con los brazos en alto, y después iba a jugar y hacía el mismo saludo, como si fuera uno de ellos. Luego, a fines de 1976, Independiente me dejó libre y firmé para Boca. Allí pasé seis años hermosos y logramos muchos títulos. Ya en el primer año, 1976, fuimos bicampeones argentinos: ganamos Metropolitano y Nacional. Tuve la suerte de ser compañero del más grande armador de juego que dio la Argentina, Bochini, y del mejor de todos los tiempos, Maradona.

-Pancho, un concepto de cada Copa. Empecemos por la de 1972.

-Nos costó mucho esfuerzo la primera. Jugamos la final ante un gran equipo, una sombra del fútbol argentino, porque la base de ese Universitario era también la base de la Selección Peruana que venía de eliminar a Argentina del Mundial del ’70. Un equipo bárbaro, afianzado, 0 a 0 en Lima y acá ganamos 2-1 con dos goles de Maglioni. Universitario fue quizás el mejor equipo de la historia de Perú. Tenía un puntero derecho, Muñante, que era un avión; jugaban Percy Rojas, Cachito Ramírez, Chumpitaz… Pero nosotros también teníamos lo nuestro.

-En 1973 Colo Colo…

-Pensando como los hinchas, queríamos igualar el bicampeonato logrado por Independiente en el ’64 y ’65. Y se dio algo parecido al año anterior, porque el Colo Colo de ese año fue el mejor conjunto chileno de todos los tiempos. En Avellaneda empatamos 1-1 y allá 0-0, lo que forzó un desempate. El partido en Santiago fue de una tensión terrible. Chile vivía una situación difícil, porque fue previo a la caída de Allende. Nos tiraban botellas, nos agredieron feo. Arppi Filho, que dirigió ese partido, decía que fue el más difícil de su vida. Como habíamos empatado acá, creían que nos ganaban seguro. Santoro tuvo una actuación extraordinaria, Raimondo jugó muy bien, nosotros teníamos una mentalidad imbatible, lo sentíamos en ese momento, y a través del tiempo se agiganta. En el tercer partido, en Montevideo, fuimos al alargue. Ahí debutó Bochini y Giachello metió el gol del triunfo, el 2 a 1.

-¿Fue el mejor momento de aquel gran Independiente campeón?

-Sí. Se nos había ido Pastoriza (a Francia), un hombre muy importante para nosotros, más adelante se fue Maglioni, pero ya aparecían Bochini y Bertoni, sangre nueva. Se fue armando un grupo que por media década resultó invencible. En el ‘73 conformamos un equipo poderoso. Jugamos la final Intercontinental ante Juventus en Roma y la ganamos.

-En el ’74 les tocó un São Paulo bravísimo, con Rocha, Forlán, Zé Carlos…

-Muy bravo, pero nosotros ya jugábamos con el viento en la camisa, como dicen los uruguayos, muy confiados en lo nuestro. Perdimos 1-0 en San Pablo, ganamos 2-0 en casa y en el tercer partido, en Santiago, otra vez 1 a 0. Esa noche Gay atajó un penal, era atajador de penales. Jugar contra los brasileños es siempre difícil, aparte San Pablo era el más grande de ellos, al menos en la Libertadores. Queríamos esa copa para igualar el tricampeonato de Estudiantes.

-Y en 1975 llegó el tetra…

-Sí, ante Unión Española. Ahí no hubo tanto sufrimiento, se ganó con claridad y jugando bien. Ya no estaba Garisto para alternar en la zaga y, si había una ausencia, Semenewicz suplía a cualquiera de los centrales. Un gran jugador el Polaco, no debidamente valorado. Pero la genialidad de Bochini opacaba a todos. Seguían Santoro y Pavoni, aunque después de esa copa se desmembró un poco el cuadro, se fue el Zurdo López, me fui yo, Balbuena. Fue mi última Copa en Independiente. Teníamos un equipo fantástico en el ‘75. Superamos el récord de Estudiantes.

Fue feliz en Independiente, aunque nunca olvida su paso por Boca, al que llegó a los 30 años.

-En Boca también formamos un equipo bárbaro, muy fuerte, con mentalidad moderna. A Independiente lo comparan con River, pero yo jugué en los tres y puedo decir que se parece a Boca, son clubes que están hechos para las grandes hazañas, cuando nadie da nada por ellos, aparecen.

-Al segundo año en Boca, otra vez campeón de América.

 -Fue dura esa copa del ’77, tuvimos que jugar contra Peñarol, River… Cruzeiro era un cuadrazo, venía de ser campeón el año anterior. Tenía un pateador fenomenal, Nelinho. Fue una satisfacción salir campeón con Boca después de que Independiente me había dejado libre. La bronca es que jugué todos los partidos y en la primera final me lesioné en el minuto 85. No pude estar en las otras dos.

-¿Y la última?

-Final con el Deportivo Cali; le hicimos un gol tempranero, determinante para el triunfo. Esa final fue más tranquila que otras: 4 a 0. En Boca sabíamos que si metíamos el primer gol no podíamos perder. En dos ediciones recibimos sólo 5 goles en 19 partidos. Pero ya para esta Copa muchos de nosotros estábamos cumpliendo un ciclo.

-Casi se da una séptima corona, en 1979. De nuevo en la final.

-Con Olimpia. Perdimos en Asunción 2-0 y empatamos en La Bombonera 0-0. Ya estaba terminado el ciclo; teníamos muchos lesionados. Yo no jugué contra Olimpia en Paraguay porque me echó el árbitro en la semifinal. No hice absolutamente nada y me echó, hasta hoy me pregunto por qué.

-¿Cómo era la Copa antes comparada con la actual?

-Ni mejor ni peor, diferente. Ganar siempre es difícil, ayer y hoy. Antes, todos los mejores jugadores de Sudamérica estaban acá, no eran transferidos, ahora se van. Jugabas contra Peñarol y era Peñarol. También es cierto que ahora es más limpio, te tiran una botella y se suspende el partido. En aquella final contra Colo Colo, en Chile, nos deben haber tirado quinientas, mil botellas, y siguió. ¿Antes al local le iban a expulsar un jugador? Tenía que ser demasiado grosso, ¿o que le cobraran un penal en contra? Huuummm, difícil. Hoy las canchas son muy buenas, hay mucha seguridad, se ve todo en televisión.

Cada vez que empieza la Copa surge el recuerdo de Pancho Sá: caballero, talismán, zaguero confiable para resistir lo que viniera.

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