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El 2023 en nueve nombres propios

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 31 de diciembre de 2023 / 12:34

Brillaron, asombraron, repercutieron. O quedaron en deuda. Son los personajes que marcaron el año. 

* Messi. El 7 de junio, en entrevista con los diarios Sport y Mundo Deportivo, de Barcelona, Leo sorprendió al planeta fútbol: anunció dejaba Europa para radicarse en Estados Unidos y jugar en el Inter Miami, en rigor el peor equipo de la MLS. Su gusto por la ciudad y la calidad de vida que le ofrecía la urbe más latina de EE.UU. lo convencieron.

Debutó el 21 de julio y al minuto 94, con un tiro libre celestial le dio el triunfo al Inter por 2-1 sobre el Cruz Azul.

Generó una revolución automática, nunca vista en el fútbol y en el deporte del país del norte. Con 12 millones de espectadores, fue el partido de soccer más visto en la historia de la televisión norteamericana.

Todo lo que siguió fue de cine. Estadios repletos, récords de ingresos, atracción de ricos y famosos. La revista Time le dedicó su tapa y lo designó “El Atleta del Año”. Obligó a millones a mirar los partidos de la Major League.

* Cristiano Ronaldo. El 22 de enero debutó en el Al Nasrr de Arabia Saudita y su decisión arrastró a otras cuarenta figuras de clubes europeos.

El arribo del portugués y la ignota pero fortalecida liga saudita fueron el arponazo para que la FIFA decidiera adjudicar el Mundial 2034 a Arabia Saudita, que estaba con la sangre en el ojo porque su casi invisible vecinito, Qatar, logró montar un Mundial espectacular el año pasado. Cristiano fue con su profesionalismo y anotó 54 goles en 2023, entre club y selección. Tocando los 39 años, es un milagro.

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Tambaleó la pirámide

* Haaland. En su primera temporada en Inglaterra, el Androide ganó el triplete con el Manchester City: Liga, Copa y Champions, anotando la espasmódica cifra de 52 goles en 53 partidos. Y, de propina, 9 asistencias. Una máquina del gol, de todas las formas. Esto le puede agenciar el 15 de enero el premio The Best 2023 de la FIFA. Es el principal candidato. No obstante, comenzaron las críticas hacia él “porque no aparece en los partidos decisivos o en los clásicos”. Es cierto, en los momentos clave no llegaron sus goles, aunque puede ser una casualidad, si algo no tiene Haaland es miedo. Donde no ha estado bien es con su equipo nacional. Noruega no clasificó al Mundial de Catar (fueron 13 europeos) y ahora quedó eliminado de la próxima Eurocopa (24 equipos). Noruega no es potencia, pero tampoco es Andorra o Malta. Un verdadero supercrack mete a su selección entre los primeros 24 de Europa. Y no está sólo, lo acompañan dos valores importantes como Odegaard (Arsenal) y Sorloth (Villarreal).

* Bellingham. El mejor fichaje del verano europeo. Costó 103 millones de euros más 29 en variables, pero, como sucede con los buenos-buenos, ya nadie habla de su precio. No lo ficharon como goleador, pero lleva 17 anotaciones en 21 partidos (0,81 de media).

En el Borussia Dortmund había marcado 24 en 132 juegos (0,18). Esto refleja dos tópicos: 1) creció como jugador, 2) le encontraron el puesto. Tiene técnica, habilidad, relampagueante velocidad, arma juego y define. Completo. Todo con apenas 20 años. Puede ser la estrella de la próxima década, el eclipse de sol de Mbappé (otro más).

El Real Madrid, esa maquinaria de promoción, lo exagera con su clásico rótulo de “mejor del mundo”. Aún no lo es, aunque tiene todo para serlo en breve. Otra extraordinaria incorporación del club madrileño, como siempre, el que mejor compra.

* Cano. El notable goleador y campeón de la Libertadores. Fuerte, bravo, oportuno, directo. Nunca para la pelota, siempre la empalma como viene y sorprende a los arqueros.

Supercandidato a ganar el premio al Futbolista de América 2023 que otorga el diario El País, de Montevideo. Lo suyo es un caso por demás extraño: después de fracasar consecutivamente en Lanús, Chacarita y Colón, se convirtió en Colombia en un artillero temible.

Y, ya maduro (mañana cumple 36 años), encontró la consagración total en el difícil fútbol brasileño. Marcó 43 tantos en dos temporadas en Vasco da Gama y 84 en otras dos en Fluminense. Impresionante es poco. Y le queda cuerda, luce espléndido físicamente.

* Guardiola. Es gracioso, aún tiene detractores. Son tan lindos… En sus 14 temporadas en Primera División lleva 37 títulos ganados, entre ellos, once ligas en España, Alemania e Inglaterra.

Ya no es extraordinario, es insólito. Es el único técnico al que se le cuentan las estadísticas al revés: tres veces no fue campeón. Pero los títulos son la parte insignificante de Pep: el juego es la punta de su iceberg.

Se impone enloqueciendo a sus rivales. “¿Por qué no gana la Champions sin Messi…?”, rebuznaban. Ahí está: Copa, Liga y Champions con el City. Su partido cumbre, la semifinal de ida con el Madrid: 4 a 0 con show de bola. “Claro, porque tiene todas las estrellas…”, ladran. Ninguna estrella, sí buen o muy buen material. El tema es el estilo. El mejor DT de la historia de este deporte.

* Bielsa. Si algún dispositivo pudiera medir la felicidad, Uruguay sería hoy el país más satisfecho de América. Mucho tiene que ver en ello un director técnico de fútbol: Marcelo Bielsa.

Así como el estadio de Newell´s lleva su nombre, como el recuerdo imborrable que dejó en Chile, así como en Leeds lucen dos gigantescos murales con su efigie, y la emoción que genera en todos los países donde dirige, no sería extraño que un día en Montevideo le dediquen un busto. Es lo que despierta el rosarino.

Los técnicos uruguayos, tan apegados a jugar a la retranca, se molestaron cuando la asociación contrató a Bielsa, una suerte de Anticristo: ofensivo, extranjero y encima argentino, algo intolerable. El Chengue Morales, con sinceridad brutal, cerró la grieta: “Bielsa nos tapó la boca a todos”. Armó una selección joven, fresca, que lucha y ataca sin parar. Les ganó a Brasil y a Argentina. Tiene contenta a una nación entera.

* Julián Álvarez. Es un talismán: donde va, salen campeón de todo. En River, con Argentina, en el Manchester City. Con 23 años ya necesita una vitrina amplia en su casa. Ha ganado 15 títulos, entre ellos Libertadores, Champions, Copa América, Mundial, Premier, el campeonato argentino… Y evoluciona en cada partido.

En River era un chico e iba al banco. Entraba y demostraba. Le marcó seis goles a Alianza Lima en una sola noche por la Copa. Llegó a la Selección como el jugador número 26, empezó a tener minutos y terminó como titular y convirtiendo 4 goles en Catar.

Llegó al City como apuesta a largo plazo, enseguida comenzó a sumar goles y asistencias. Ya es titular indiscutido para Guardiola y se hace cargo de córners y tiros libres, refinó la pegada, echó físico, presiona a todo el equipo rival, crea juego…

* Moisés Caicedo. Saltó a la fama por el precio récord de su pase: 146 millones de dólares. Una cifra alocada por un volante de marca que además no pisa el área. Sin remate y sin cabezazo. Lleva 20 partidos, 0 gol y 0 asistencia en el Chelsea. “Enormemente sobrevalorado”, dice la prensa inglesa. Un jugador de fuerza, sin creación de juego, que pasa constantemente la bola hacia atrás o a los costados en corto recorrido.

No trasciende. Incluso se equivocó de club: el Liverpool pujó fuerte por él, también pagaba el disparate que pedía el Brighton, pero Caicedo lo rechazó. El Liverpool va puntero de la Premier, Chelsea navega en la mitad de la tabla sin posibilidades de título. Mala suya.

(31/12/2023)

Ocho sobre diez es récord mundial

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 19 de marzo de 2025 / 22:18

Mundial, quiénes no, y cuál deberá pasar por el purgatorio del repechaje. Puede que entre viernes y martes ya se conozca el primer clasificado, esto es: si el líder de las posiciones -Argentina- logra sumar tres puntos, ante Uruguay o ante Brasil (ardua tarea sin Messi y sin Lautaro Martínez). Hoy quedará establecido, también, un increíble récord mundial: con el debut de Oscar Ibáñez como DT de Perú, habrá 8 técnicos argentinos entre las 10 selecciones sudamericanas: el 80%. En toda la historia del fútbol no hubo un caso similar en competencias internacionales.

Y cinco de ellos están en óptimas condiciones de clasificar: Scaloni (Argentina), Marcelo Bielsa (Uruguay), Sebastián Beccacece (Ecuador), Néstor Lorenzo (Colombia) y Gustavo Alfaro (Paraguay). A su vez Fernando Batista (Venezuela) y Ricardo Gareca (Chile) la siguen luchando. Ibáñez, en cambio, toma a Perú último y con remotas posibilidades. No parece lejano el día que Brasil contrate también un argentino para su selección. En Uruguay lo veían como algo imposible, pero ahí está Bielsa.

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Esto, en selecciones, en clubes hay decenas de entrenadores gauchos diseminados por toda América. También por el resto del mundo. ¿Por qué tanta demanda por contratarlos…? Desde siempre es una mano de obra muy buscada. Se los tiene como buenos conductores de grupos, de verbo fluido, saben entrarle al jugador, están actualizados, se meten en la piel del país al que llegan y, en general, se valora su conocimiento del juego. Pero, por encima de todo: son apasionados, comen fútbol las 24 horas.

Los exponentes más reconocidos de este Premundial, sin duda son Lionel Scaloni (un hallazgo increíble), Néstor Lorenzo, que dio un vuelco total a la Selección Colombia; Gustavo Alfaro, quien ya podría postularse a presidente de Paraguay, y Marcelo Bielsa, que ha logrado cambiar la mentalidad conservadora del fútbol uruguayo.

Volviendo al desarrollo propiamente de esta clasificatoria, vemos lo que podríamos definir como una anomalía. Si Argentina venciera a Uruguay lograría el boleto al Mundial y luego le quedarían cinco encuentros en los que no se jugaría nada, en todo caso el prestigio. Scaloni hasta podría licenciar jugadores, a pesar de tener que enfrentar a rivales que se juegan el pellejo, como Chile y Venezuela. Esto obedece al aumento de participantes mundialistas de 32 a 48. En consecuencia, hay muchos clasificados: el 60% de los que participan. Y ese porcentaje podría trepar al 70 si el del repechaje gana un cupo también. Es decir, tantas plazas mundialistas quitan fogosidad al tramo final de la Eliminatoria. Pero, bueno, ya está determinado así y es utópico pensar que se vuelva hacia atrás.

En estos cuatro meses de receso prácticamente nada ha cambiado en lo futbolístico entre los participantes, salvo que Perú le dio salida al uruguayo Jorge Fossati y lo sustituyó por el mencionado Ibáñez. Fossati no logró darle un salto de calidad a la Blanquirroja. Tres derrotas, dos empates y una sola victoria (curiosamente sobre Uruguay, que llegaba golpeado por el escándalo Suárez-Bielsa). Sobre todo, no logró levantar juego, Perú. Ahora lo reemplaza otro exarquero. ¿Será récord también…?

Lo que cambian son los tiempos. La Vinotinto que enfrentará a Ecuador mañana en Quito presenta una nómina con 34 futbolistas, de los cuales sólo dos actúan en el fútbol local, y ambos están entre los suplentes. Treinta y dos están en Europa, Estados Unidos, Brasil, España, Argentina… Antiguamente, que Venezuela tuviera un solo elemento actuando en el extranjero hubiese sido motivo de curiosidad. Este aspecto, por sí solo, lo torna un adversario de cuidado. Aparte, recordemos que los últimos duelos entre ambos, con los mismos jugadores, fueron un 0-0 en Maturín por Eliminatoria y el triunfo venezolano 2-1 en Estados Unidos por Copa América. De modo que, pese a que los futbolistas ecuatorianos están casi todos en un momento notable, Venezuela es rival de respeto. Vale puntualizar también que, aunque Ecuador lo aventaja en el historial de enfrentamientos (en Eliminatorias es 9 victorias a 5), Venezuela ha sabido ganar. Y si contamos Copa América y otros, la brecha se reduce: 15 a 12.

Pero la TRI es amplia favorita. Conste que, de no mediar aquella sanción de los tres puntos por el caso Byron Castillo, estaría segunda pisándole los talones a Argentina. Lo curioso es que siendo Liga de Quito bicampeón 23-24 del fútbol ecuatoriano y anfitrión del partido Ecuador-Venezuela, no tenga ningún jugador de sus filas convocado. ¿Llenará el público liguista la Casa Blanca…?

Brasil, que se ha enderezado en el último tramo -2 triunfos y 2 empates- recibe a Colombia con varios puntos altos en su formación, sobre todo el ataque: Raphinha, Rodrygo y Vinicius, que atraviesan un momento estelar en Europa, especialmente los dos primeros. Lo mismo que Bruno Guimarães y Joelinton, flamantes campeones con el Newcastle, ambos de fantástico rendimiento. Y su arquero Alisson en el Liverpool, ídem. En 15 duelos eliminatorios, Brasil le ganó 7 a Colombia, otros 7 fueron empates y el anterior, en Barranquilla, lo ganó Colombia 2-1 con doblete de Luis Díaz. Colombia nunca pudo vencer en la patria de Pelé. Sin embargo, sigue arriba y tratará de romper el embrujo.

“Vamos a jugar una final, que se define por detalles”, anticipó Gustavo Alfaro, refiriéndose al trascendental Paraguay-Chile, en Asunción. Desde que él asumió, la Albirroja disputó seis, ganó tres y empató tres. Invicto y con la moral en la estratósfera. Pero Chile se ha juramentado jugar estos seis cotejos que le faltan con el alma. Retoma con bríos nuevos. Si saca once puntos de dieciocho, se prende. No es imposible. En el historial entre ambos, Paraguay gana estrechamente 10 a 9 en Eliminatorias, pero en la general lidera Chile 31 a 29. Son probablemente los dos rivales más parejos del continente. Todo puede suceder ahí.

Argentina va al país más adverso del continente para sí, donde encuentra mayor animadversión: Uruguay. Y no sólo eso, también un rival temible. Que lo espera siempre con el cuchillo entre los dientes. La Celeste tiene todo para ganar: jugadores, técnico, motivación y garra. Por si fuera poco, la Albiceleste va sin su estandarte, Lionel Messi. Una pena porque estaba en un nivel brillante en el Inter Miami. Es el clásico más antiguo de América y el de mayor número de enfrentamientos en el mundo: 200. Comenzó en 1902. Apasionante. En el historial, hay 8 éxitos argentinos por 4 uruguayos. Pero en la general, sumando Mundiales, Copa América y amistosos, Argentina lleva buena ventaja: 93 a 59. Son parejos, aunque ya en el primer choque, en La Bombonera, se impuso Uruguay 2 a 0 jugando en alto nivel. Imposible saber cómo plantearán el juego Bielsa y Scaloni. Los dos son de atacarse, puede ser un espectáculo notable.

Bolivia va a Lima con toda la fe del mundo, y arriba en el cómputo ante Perú: 9 victorias a 7. Las estadísticas dicen 8 a 8, pero se le cuenta a Perú como triunfo aquella derrota por 2-0 en el Siles (goles de Pablo Escobar y Ronald Raldes) que luego ganó en escritorio. En la cancha prevaleció la Verde.

La historia no juega, pero juega… Los historiales no están relacionados con el presente, pero el que manda en las estadísticas juega confiado.

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Once goles y un adiós

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 16 de marzo de 2025 / 23:42

“El Tenor de Aragua, Darío Castillo, estremecerá con su voz los cimientos de la maestranza cuando antes del ‘partir plaza’ sea el encargado de cantar las gloriosas notas del himno nacional”, decía el anuncio de una corrida en la plaza de toros de Maracay, Venezuela. Y salía a la arena un sujeto corpachón, voluminoso, que con voz de ultratumba entonaba Gloria al Bravo Pueblo. Nadie, de los miles de presentes, sabía que ese hombre de voz portentosa que abría la fiesta taurina varias décadas atrás había protagonizado un desdichado suceso en la Copa Libertadores. Ese cantor de enorme humanidad había sido arquero profesional. Lo fue fugazmente, pero entró en los libros.

Hay una foto borrosa del 15 de marzo de 1970. Esa foto de aquella noche inclemente muestra muchos paraguas negros en las despobladas tribunas del estadio Centenario de Montevideo. Los hinchas que se animaron a la mojadura -apenas 6.000- asistieron a un récord que lleva 55 años y difícilmente se repita. Ese lluvioso domingo montevideano Peñarol goleó 11 a 2 al Valencia de Venezuela y marcó la mayor goleada de la historia de la Copa. Incluso es el resultado más abultado en 66 ediciones del torneo. El arquero que recibió los once goles se convertiría años después en El Tenor de Aragua, conocido intérprete de música folclórica y española en su país.

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El Valencia Fútbol Club, desaparecido hace años, había sido subcampeón venezolano detrás del Deportivo Galicia y en esa edición les tocaba enfrentar a los uruguayos, que hasta ahí eran dominadores de la Libertadores junto a los argentinos. Nacional tenía 9 jugadores y Peñarol 8 en la Selección Uruguaya, que tres meses después harían un gran papel en el Mundial de México. Fueron cuartos detrás de Brasil, Italia y Alemania. Esto habla del poderío notable del fútbol celeste en ese entonces. En contrapartida, Venezuela era futbolísticamente el Benjamín de Sudamérica, no había una identidad nacional, sus equipos, salvo excepciones, estaban compuestos por mayoría de españoles, brasileños y argentinos de segundo orden que iban a hacerse unos pesos. Los clubes nacían y desparecían cuatro o cinco años después. Reinaba el béisbol en la patria de Bolívar.

La desproporción de fuerzas era abismal, iban al matadero. Y pasó lo que podía pasar. Tres días antes, en el mismo Centenario, Valencia cayó ajustadamente ante Nacional por 1 a 0, en actuación más que meritoria, incluso con un gol de penal de Atilio Anchetta. En el arco venezolano había una garantía: el Pulpo Colmenares, golero insigne del fútbol Vinotinto, que era incluso de la Selección. Pulpo porque había tardes en que parecía tener varios brazos, las agarraba todas. Pero ocurrió un imprevisto: el juez austríaco-peruano Erwin Hiegger cobró una falta muy protestada por los muchachos del Valencia y, mientras Hiegger estaba dado vuelta contando los pasos, el Pulpo, de rabia, quiso patear la pelota lejos con tanta mala suerte que le pegó en la espalda a Hiegger. Éste se dio vuelta y preguntó: “¿Quién fue…?” Los de Nacional señalaron con el dedo a Colmenares y se fue expulsado. Pescaíto Gómez, posiblemente el técnico más gracioso que dio el fútbol mundial, hizo un cambio obligado: sacó a Zezinho, delantero, y puso a Darío Castillo. Que no recibió goles, pero sufrió un infortunio al final: se quebró un dedo.

Tres días después tocaba Peñarol y Colmenares suspendido… Quedaba un sólo arquero y con el dedo roto: Castillo, que además era un novato y no atajaba nunca. Para peor, noche lluviosa, barro y la luz amarillenta y mortecina de aquellos tiempos que no beneficiaba a los arqueros. A los treinta segundos, una rauda corrida por izquierda del puntero Julio Losada, centro combado, cabezazo de Spencer y Peñarol 1 a 0 arriba. Todavía se estaban acomodando y ya perdían. Nervios, inseguridad, culpa, dolor en el dedo, todo se le amontonaba en la cabeza al futuro Tenor de Aragua.

En aquellas Libertadores eran comunes las goleadas vergonzantes, había países no tan desarrollados futbolísticamente. Se daban resultados de cinco y seis goles. Pero hasta ahí, pasa. Once goles es un mazazo, una impiedad. El mismo hincha del vencedor sale del estadio casi contrariado, festeja más un 1 a 0 que un 11 a 2. “Para Peñarol fue una risa”, tituló su columna Juan Ángel Miraglia, cronista de la uruguaya revista Deportes. Sí, era tragicómico. “Un score de básquetbol”, comentó La Mañana. “Peñarol fue un despiadado verdugo”, puntualizó el desaparecido El Día. Y BP Color acertó un pleno: lo describió como “Un triunfo sensacional y una goleada para la historia”.

Por lo general, cuando un equipo llega a cinco o seis, pone el pie sobre el freno, Peñarol siguió a fondo, Tenía que ganar para clasificar a la fase siguiente, pero no corría peligro. A aquel grito inicial de Spencer le siguieron tres de Pedro Rocha, dos de Losada, otros dos de Ermindo Onega. Acabaron el fusilamiento Nilo Acuña, Waldemar Cáceres y el mismo Spencer. El Pulpo Colmenares, en la platea, se agarraba la cabeza. Peñarol tenía antecedentes crueles: en 1963 había vencido al Everest ecuatoriano 9 a 1.

Tras la carnicería, el vestuario venezolano era un cementerio. El silencio se cortaba con tijera. Darío Castillo, el infortunado arquerito que tuvo que ir a buscarla once veces adentro, confesaba muchos años después que fue la noche más dolorosa de su vida. “El primer balón que tomé ya no me sentí bien. Luego llegaron los goles, uno detrás de otro, y me desmoralicé, al punto que los balones que iban para afuera yo los metía en mi arco. Esa delantera de Peñarol era endemoniada… eran unos bárbaros, unos diablos… Y la presión del público, el estadio Centenario, el dolor en mi dedo que me había fracturado en el partido anterior, los goles, ninguno de mis compañeros se quiso parar en el arco, y seguían los goles… Fue un partido muy difícil… Esta historia me marcó para siempre… Recuerdo que sólo un niño uruguayo, cuando terminó el partido, vino a saludarme y darme ánimo y me acompañó hasta el camerino”. Poco después, Castillo se alejó del fútbol y se dedicó al canto.

 Después de ese partido la selección le llevó a Peñarol 8 jugadores para el Mundial de México y aun así llegó a la final de la Copa, jugando con los suplentes y los extranjeros. Dirigido por el inolvidable Oswaldo Brandao, el cuadro aurinegro se midió en dos contiendas casi bélicas con el Estudiantes de Osvaldo Zubeldía. Fueron refriegas en que las piernas de todos parecían cuchillas. En La Plata se impuso Estudiantes 1-0 con un sensacional gol de palomita de Daniel Romeo; en Montevideo terminó 0 a 0. Zubeldía, siempre zorro, llevó con la delegación a un boxeador consagrado, el Tano José Menno, platense, fana de Estudiantes y campeón argentino y sudamericano mediopesado, que también incursionó como peso completo. El Tano peleó con Ringo Bonavena y fue sparring de Monzón. Zubeldía sabía cómo lo iban a esperar. Cuando llegaron con el bus al Centenario empezaron las agresiones apenas abrir la puerta. Menno fue el primero en bajar y tuvo que abrirse paso a fuerza de piñazos. No obstante, el propio Tano le bajó unos decibeles al tema, dijo que fue como hincha y para colaborar: «Estudiantes me llevó para defender a sus jugadores, pero la gente de Peñarol había mandado seis o siete boxeadores negros. Vinieron todos juntos. Jamás me pegaron tanto en mi vida».

Otra época.

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Sin Mbappé, el paraíso

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 12 de marzo de 2025 / 23:27

El frenético festejo final entre hinchas, jugadores, auxiliares y cuerpo técnico refleja el momento del PSG. No se trata sólo de una clasificación a cuartos en Europa. Hay alegría, unión y carácter. Y, sobre todo, hay equipo, juego, funcionamiento.

Es la satisfacción, por fin, de estar en el camino correcto. Por eso la felicidad general. Le costó años quitarse el pringoso traje de pecho frío que le impuso la comunidad futbolística internacional.

De club lleno de figuras que no alcanza objetivos importantes. De equipo pijama. Catorce años exactos, desde que el fondo catarí asumió el control accionario e inyectó los recursos para volverse grande (lo logró) e intentar coronarse a nivel continental (está en eso).

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Logró el reconocimiento general este martes nada menos que ante el Liverpool. Y en Anfield. Un Liverpool que es líder y ya casi campeón de la Premier. Además, ganador con holgura de la primera fase de la Champions. Y sextuple campeón de Europa. Necesitaba un rival pesado y copero el Paris Saint Germain para dar vuelta esa imagen que lo torturaba. Y fue a lo grande.

Por penales, pero jugando un fútbol que enorgulleció a sus hinchas y le granjeó el respeto de todos. Después de virtualmente pasarlo por encima en París, entrándole por todos lados (y perder de manera increíble 1 a 0 por la fabulosa labor del arquero Alisson), fue a Inglaterra a buscar el resultado que necesitaba. Y lo consiguió con fútbol y personalidad. Devolvió el 1-0 y avanzó a cuartos de final tras el alargue y los penales. El dramatismo le agregó euforia a la alegría.

No obstante el resultado, lo que impresionó fue su juego, su personalidad, su temple, en un reducto casi sagrado del fútbol, donde han derrapado tantos. “Ahora somos un equipo de verdad”, sintetizó con orgullo su técnico, Luis Enrique, en la rueda de prensa posterior. Es lo que se advierte. Pareció un mensaje por elevación a Mbappé, a quien el asturiano lo masticaba, pero no lo tragaba. Ya lo había lanzado la temporada anterior, cuando se marchó Mbappé: “Seremos mejor el año que viene”, dijo. Quería esto que ha logrado: que todos jueguen para todos, no para una estrella.

“Lo fácil era pensar que, sin Kylian, el PSG se iba a diluir sin remedio. Pero la realidad es tozuda”, escribió Javier Giraldo, de Sport, de Barcelona. Exacto, es al revés. Juega mejor. “Es el equipo más fuerte que hemos enfrentado, no sólo en esta temporada, sino en los últimos tres años”, comentó Virgil Van Dijk, dándole un reconocimiento fuerte.

¿Tiene mejor plantel que en el curso anterior…? No, similar. Por el contrario, hizo menos incorporaciones que en años precedentes, aunque fichó bien. Willian Pacho ha sido un acierto magnífico, le da seguridad defensiva y juego aéreo. Désiré Doué, cuando ingresa, es un soplo de frescura en el medio, tiene técnica y puede convertirse en pieza importante.

El portugués João Neves aporta movilidad, manejo y llega al área. Y el impronunciable georgiano Kvaratskhelia agrega gambeta y desequilibrio en ataque. Pero nada extraordinario. Simplemente, juega mejor, con armonía, llega a fondo con los laterales, con Vitinha, transformado en el Modric del PSG, con el mencionado João Neves y, por supuesto, con los tres de arriba.

Eso. Y Luis Enrique, claro. Un sujeto que no tiene miedo a nada. Manda a sus equipos al frente contra todos y en cualquier estadio. Domina, ataca, sale a ganar. Sin pelotazos. Y se nota un compromiso total del plantel. El día del 0-1 de local ante el Liverpool fue una maravilla, una orquesta de cámara. Nasser Al-Khelaïfi está feliz con Luis Enrique y ya le ha ofrecido renovar contrato por, mínimo, dos años más. Y el entrenador aceptaría. ¿Dónde estará mejor que en la Ciudad Luz, centro del mundo…?

El tiempo, juez esclarecido, dará su veredicto: la fortuna, que no una decisión elaborada, le hizo enorme favor al Paris Saint Germain: que se marchara Mbappé. Terminaron los conflictos y, sobre todo, ¡qué bien juega el PSG sin él…! El club, el equipo y el técnico se liberaron. Ahora juegan todos para el PSG, no para dársela a un individuo y que este engrose sus números personales. Mbappé es la versión 2.0 de Cristiano Ronaldo: todos deben jugar para él porque sino se enoja. Todos a jugar para el de menos sabiduría y visión futbolística. Antes, la fórmula era el pelotazo al espacio para que Kylian corriera y disparara. Ahora es un colectivo y funciona que es un encanto. Toque y toque, pero con profundidad. Luis Enrique es en cierto modo de la escuela de Guardiola, aunque con más picante, de transiciones rápidas y con ataque más frontal, más declarado. Barcolá, sustituto de Mbappé, es una bendición, gambetea, desequilibra, hace y sirve goles, posee velocidad y una cierta desfachatez sudamericana. Dembelé se liberó y es una metralla, nunca había alcanzado este nivel. Y ya no es obligatorio darle a nadie los pases, los penales, los tiros libres, la capitanía, las llaves del vestuario. Ahora son once y nadie se siente presionado por tener que pasársela a Mbappé en cada jugada. El corresponsal en París del diario AS, en un primer momento, tituló “Tras Mbappé, un huracán”, hablando de lo que ha mejorado el juego del PSG. Desde luego, le hicieron cambiar el título rápido. Ahora Kiki juega en el Madrid y hay que protegerlo.

En la 2023-2024, con Mbappé en París, Dembelé marcó 6 goles en 42 partidos (0,14 por juego). En esta 2024-2025, sin Kylian, lleva 29 goles en 36 cotejos (0,81). Casi seis veces más. Tanto ha levantado que es serio candidato al Balón de Oro, según los medios europeos. Hasta julio último, esto hubiese sonado a ciencia ficción. Claro, dependerá de cómo le vaya al PSG, que aspira a los tres títulos que disputa. Ya lo había anticipado Luis Enrique: “Sigo pensando que (sin Kylian) somos mejores en ataque y en defensa, Los números están ahí”.

Casi un calco de lo que acontece ahora con Dembelé sucedió en el Real Madrid con Benzema. Llegó al Bernabéu en 2009 al mismo tiempo que Cristiano Ronaldo. En las primeras 9 temporadas juntos, el francés pasó casi inadvertido, jugando de lugarteniente, a servirle pases y goles a CR7. Cuando se fue Cristiano, apareció Karim en toda su dimensión de crack. Dejó de ser el Sancho Panza del otro y se convirtió en un delantero sensacional, en fino conductor del Madrid. Creció extraordinariamente su cuota goleadora, pasando de un promedio de 0,47 a 0,69. Incluso ganó el Balón de Oro. Antes tenía que jugar para el portugués, siendo él técnicamente superior. Pasó de 22, 28, 19, 12 anotaciones por estación a 30, 27, 30, 44, 31. Y hasta aumentando sus asistencias.

El PSG y el Barcelona son los dos equipos que mejor juegan en esta Champions, pueden no llegar a puerto, pero entusiasman a su gente. Y a los neutrales, porque no hay mejor programa que ver jugar bien al fútbol, cualquiera sea el escudo. En el caso del PSG, hasta el Liverpool era sólo un equipo francés, ahora sacó pasaporte europeo.

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Frazier-Ali, la lucha inmortal

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 9 de marzo de 2025 / 21:50

Se hablaba en los bares, en las peluquerías, en las redacciones de diarios, en las oficinas, talleres, clubes, en todas partes y en el mundo entero. No había celulares ni Internet ni ninguno de los adelantos tecnológicos actuales. No fueron necesarios.

Tal vez nunca un suceso deportivo trepó a este nivel de expectativa. ¿Pudo un combate de boxeo ser más importante que una final del Mundial de fútbol…? De hecho, creemos que sí. Posiblemente la final Inglaterra 4 – Alemania 2 de 1966 no alcanzó la repercusión del combate Ali-Frazier. Este se palpitó desde varios meses antes y la discusión se extendió por años.

El 8 de marzo de 1971 el planeta quedó congelado esperando el desenlace de un episodio cumbre del deporte. Se lo vendió como ”La Pelea del Siglo”, pero sobrepasó largamente el rótulo promocional: fue el choque de todos los tiempos. Todos nos pegamos al televisor.

Se unieron diversas circunstancias. El box vivía un tiempo de oro, Estados Unidos producía docenas de fenómenos del ring y la categoría pesado había parido dos atletas colosales: Muhammad Ali, quizás el artista más hermoso, arrogante y genial que haya visto un escenario deportivo de cualquier índole.

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También el más provocador y lenguaraz. Y Joe Frazier, un oso hambriento, valiente y superentrenado, callado, correcto y capaz de aguantar treinta rounds lanzando golpes brutales. Un metro 91 y 107 kilos Ali, 1,82 y 104 kilos Frazier; 29 años el primero, 27 el segundo. Ambos en el apogeo. Fue como si se enfrentaran en una final Pelé y Maradona con el universo latiendo excitado para ver cuál es más grande.

No obstante, el duelo excedió lo pugilístico. Tuvo un trasfondo social y racial, aunque los dos eran de raza negra y tenían origen humilde. Ali, hasta 1964 Cassius Clay, se convirtió en paladín de la lucha antiestablishment. Había hecho puré a Sonny Liston, un temible exconvicto, y dominaba la escena. Anunciaba con irreverencia en qué asalto demolería a sus contrincantes. Ya los achicaba fuera del ring con sus declaraciones.

Su gracia y su carisma nunca fueron igualados. Pero en 1967 fue llamado a filas para ir a la Guerra de Vietnam y se negó. “No tengo nada contra el Vietcong”, dijo. Y antepuso su religión musulmana. Frente a su desobediencia civil, se expuso a un juicio por desertor, le quitaron el título mundial y la licencia para combatir. Encarnó el movimiento antibélico y se arriesgó a una pena grave. Pero en 1970 fue autorizado a volver a los cuadriláteros en algunos estados. Frazier, menos lúcido ante la prensa, era el candidato de los blancos. Ambos eran invictos y campeones del mundo, Muhammad despojado.

En el pesaje y en las ruedas de prensa previas Ali ridiculizó a Joe, lo que este nunca perdonó hasta su muerte. “En el ring será distinto”, pensaba Frazier. Un ocasional empresario -Jerry Perenchio- supo ver la veta de oro y aceptó pagarles 2,5 millones de dólares a cada uno, una cifra esquizofrénica para la época. Pelé no percibía al año ni el 10% de esa suma en el Santos. Los otros promotores decían que estaba loco, no había forma de recuperar tanto dinero, además estaban los gastos de promoción y montaje. “Me enteré de que este tipo, Jerry Perenchio, ofrecía 5 millones de dólares a los púgiles -contaba el famoso Bob Arum- y me reí. Era una broma. Pensé que era un payaso de Hollywood. Lo descarté. No podía ser”.

Pero Perenchio, aún sin dinero, tenía el negocio en mente. Consiguió un socio millonario, Jack Kent Cooke, propietario de los Lakers, y lo convenció de invertir. Se hizo con el contrato. Antiguamente los ingresos se reducían a la taquilla en el estadio y a los 5 dólares que se cobraba en los cines por ver el duelo en pantalla gigante. Perenchio prohibió la transmisión de la pelea en radio y en televisión para Estados Unidos -sí para el resto del mundo- y puso un precio alocado para los cines: 25 dólares. El día del boxeo era el sábado, pero Frazier-Ali fue un lunes, que era el día más flojo de los cines. Resultado: los aficionados se peleaban por las entradas y, por otro lado, el Madison Square Garden de Nueva York explotó: 20.455 personas, con el ring side a 150 dólares y el gallinero a 20. La transmisión al exterior fue por circuito cerrado a 50 países con una audiencia estimada en 300 millones, un récord para cualquier evento televisivo en ese momento.

Perenchio, hombre del espectáculo, llevó a una decena de artistas invitados como Frank Sinatra, y la promoción previa, con Ali humillando a Frazier hizo el resto. Fue un negocio colosal.
Luego hubo una confrontación épica. La técnica nunca superada de Ali frente al ímpetu y la fuerza descomunal de Smokin Joe, como se lo apodaba. Había que tener mucho coraje para entrar a un cuadrilátero con Frazier. Y aguantarle quince períodos de tres minutos. El mundo se dividió. Los periodistas y fotógrafos de El Gráfico hicieron una polla a ver quién ganaba, en todos lados era así. Se dio la lucha esperada: Frazier al ataque, buscando el cuerpo a cuerpo para descargar sus zurdazos terribles al hígado y también a la cabeza; el genio tratando de guardar distancia para sus golpes de cirujano, siempre al rostro. Tan preciso que ya en el cuarto capítulo el rincón de Joe comenzó a trabajar sobre su ojo izquierdo, entumecido.

Hasta el tercero fue parejo, en el cuarto Joe acertó dos zurdazos boleados a la mandíbula de Ali que levantaron el “uuuuuuhhhhh…” de la platea. Frazier iba como toro y era una metralla lanzando golpes, obligando a Ali a asumir una postura defensiva, pero, aún defendiendo, su talento le permitía conectar manos precisas. El tema pasaba por ver cuánto podría aguantar Frazier semejante ritmo. En el sexto Joe comenzó a sentirse ganador, después de que sus brazos, que parecían árboles, descargaran tupido en la humanidad del bailarín, que ya no bailaba.

La refriega -eso era- mantuvo el tono hasta el final. Clay-Ali siguió con su precisión quirúrgica en los golpes, tiraba diez y metía nueve. Frazier erraba más, pero lanzaba cien e impactaba veinte. Su gancho de zurda, capaz de noquear a un caballo, mandó a la lona a su verdugo oral en el decimoquinto. Ali se levantó, pero la caída terminó de definir a los jurados, que dieron ganador a Frazier por unanimidad. Si en la previa desataban pasiones divididas, tras el fallo hubo más división. “Si lo mandó al hospital…”, protestaban los hinchas de Ali. En realidad, los dos fueron a la guardia después de una lucha feroz.

La pelea de todos los tiempos originó la salida de El Gráfico de El Veco, notable escriba que triunfó en Uruguay, Argentina y Perú. El Veco envió desde el Madison una larguísima nota en la que desconocía el triunfo de Frazier ya desde el título, contundente: “TRES JURADOS DERRIBARON UNA ESTATUA”. En cristiano significaba que le habían robado la pelea. No negaba la fortaleza física y espiritual de Frazier, valoraba su temple y su ataque constante, aunque dejaba entrever el mayor talento boxístico de Cassius Marcellus. Era absolutamente comprensible por la fascinación que ejercía Clay con su boxeo único, la belleza y perfección de sus golpes limpios, netos. En Buenos Aires, el director leyó la nota ya con la revista imprimiéndose y dio la legendaria orden de “paren las máquinas”. Entendía que era un disparate y un desprestigio para El Gráfico negar el triunfo de Frazier. Ya se habían impreso 16.000 ejemplares. Se rehízo el comentario y el nuevo título fue “CAYÓ UNA ESTATUA”. Única vez en casi cien años que la revista tuvo dos versiones en una misma edición.

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La noche del Faraón

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 7 de marzo de 2025 / 00:16

El cronista trata de hurgar en sus recuerdos, en los miles de partidos vistos y le cuesta encontrar otra actuación de un arquero similar a la de Alisson este miércoles por la noche en París. Incluso el adjetivo cuesta. No fue buena ni muy buena, no fue excelente ni brillante sino mucho más que eso. Tal vez descomunal, colosal, monstruosa.  Definió el partido él. Sofascore, demasiado exigente, lo calificó con 9,4 puntos. Se quedó muy corto. ¿Hay 11 para calificar a un jugador…? Si lo hay, esta es la ocasión.

Deberíamos remontarnos a grandísimas tardes de Casillas, de Fillol, de Courtois, de Van der Sar, de Jan Oblak, de Buffon, de Tomaszewski, aquel polaco que atajaba el viento… Recordamos algo parecido de Manuel Neuer en 2011 cuando aún estaba en el Schalke 04 frente al Manchester United.

 Fue fabuloso, parecía jugar un arquero contra un equipo. Ganó el United al final, pero resultó la consagración internacional del meta alemán, que al término de la temporada pasó al Bayern. La memoria nos acerca una noche mágica de Rogerio Ceni ante Peñarol en la final de la Copa Conmebol de 1994, algo épico, que casi no se puede contar. Una tarde del uruguayo Robert Siboldi ante Brasil por Eliminatoria en Maracaná, también difícil de explicar, volaba como pájaro Siboldi.

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«Creo que es una de las mejores actuaciones de un portero que he visto en mi vida”, dijo, asombrado, Peter Schmeichel, el sensacional portero danés del Manchester United en los ’90, que cambió los guantes por el micrófono. Y Jamie Carragher, aquel áspero defensa que jugó una vida en el Liverpool, hoy también comentarista, en este caso de CBS Sports, señaló que la actuación de Alisson en el Parque de los Príncipes de París “será recordada durante años».

 Tal cual. Y si finalmente el Liverpool gana esta Champions se dimensionará aún más.

Como señaló el técnico español Luis Enrique, “fue el mejor partido del Paris Saint Germain de esta temporada y de la anterior… El fútbol es injusto muchas veces y lo tienes que aceptar. El partido de hoy no se pierde por detalles. Los detalles se dan cuando los partidos son igualados. El partido se pierde porque el señor Alisson ha hecho cinco paradas increíbles. Ha habido un equipo que ha sido muy superior al otro”. Verdad. Si ganaba 5 a 0 estaba perfecto, pero se estrelló frente al goleiro gaúcho, que con un metro 93 y 91 kilos parecía un gato saltando entre la leña.

Tocó 44 pelotas en el partido, resolvió todas con solvencia, descolgando centros, saliendo con los pies, embolsando disparos de afuera, parando dos mano a mano… Nueve de ellas fueron tapadas magistrales. Le bajó la moral a todos los jugadores franceses que, al final, con las manos en la cintura, se miraban desconcertados: “¿Qué más podemos hacer…?

”Hay diferentes escalas cuando un guardameta sobresale: una es tapar bien, otra es salvar a su equipo de la derrota y esta otra, la muestra perfecta de cuando un arquero gana un partido. Porque incluso al minuto 87, con un saque largo y preciso, inició la jugada del gol liverpooliano. La bajó muy bien Darwin Núñez y abrió inteligentemente a la derecha para Elliott, que tiró cruzado y se le escurrió a Donnarumma abajo. Fue un remate colocado, aunque no fuerte, tuvo manos de lana el italiano (inolvidable aquel gigantesco error suyo en 2022 que revivió al Real Madrid, que estaba muerto y luego pasó a ser campeón). Ahí se vio la decisiva diferencia de arqueros. La estadística -para esto sí sirve- marca que el PSG remató 27 veces al arco y Liverpool 2. Y ganó el equipo inglés 1 a 0. Pero, atención, como jugó uno y otro la serie está abierta. Si repiten actuaciones podría pasar airoso el PSG. Y si Luis Enrique no es el técnico más valiente del mundo que nos digan quién. Seguro mandará a su equipo al frente.

Alisson Ramsés Becker tapó como un faraón. Y fue sincero al final del juego: “Es la mejor actuación de mi vida”. Fuimos afortunados de elegir ese choque. 

El martes, el PSV Eindhoven, el equipo de la empresa Philips, la de las lámparas, cayó de local 7 a 1 ante el Arsenal. Goleada fea, deshonrosa, más para un club que fue campeón de Europa (1988). El Arsenal viajó a Holanda lleno de bajas. No pudieron estar Bukayo Saka, Kai Havertz y Gabriel Martinelli, la delantera titular, más Gabriel Jesús. Y un quinto, Sterling, fue al banco. Pese a ello le marcó 7 goles y definió la llave. La revancha en Londres será una especie de amistoso con público.

La noticia es que el miércoles, el técnico Peter Bosz seguía en su cargo pese a la catastrófica goleada en contra. Y el 7 a 1 no es todo. Seis días antes, el PSV fue eliminado en semifinales de la Copa de los Países Bajos por el modesto Go Ahead Eagles (Adelante Águilas, en español): cayó 2-1. Tres días después de eso, el mismo Go Ahead Eagles lo derrotó 3 a 2 por la Liga y lo hundió a un lejano segundo puesto detrás del Ajax. Lo increíble es que el PSV encabezaba las posiciones con un punto sobre el Ajax, pero en las últimas cuatro fechas logró apenas 3 puntos y el Ajax 12, con lo cual lo pasó y le sacó 8 de diferencia. Que Bosz continúe en el banco del PSV es un milagro de estabilidad. Una semana de terror. Y es de imaginar la rabia de la Juventus, que fue eliminada de la Champions por este PSV.

Dos delanteros argentinos brillaron en la jornada de Liga de Campeones de Europa. Julián Álvarez, autor de un gol hermosísimo al Real Madrid para el empate parcial del Atlético. El ex River lleva 22 goles y 5 asistencias en su primer curso con los colchoneros. Y falta mucha temporada. A su vez, Lautaro Martínez marcó en el triunfo del Inter sobre el Feyenoord y se convirtió en el máximo artillero histórico del club nerazzurro en la Copa de Europa. Pasó al recordado Sandro Mazzola. Los dos, Lautaro, que llegó a 145 goles con el club milanés, y Julián, está en un momento dulce, casi mágico. Y seguro serán titulares ante Uruguay el día 20 por la Eliminatoria.

Esto tiene, a su vez, un efecto colateral. Lionel Scaloni, DT de Argentina, convocó por primera vez a Santiago Castro, un centrodelantero de 20 años hábil, bravo y goleador, muy fuerte de la cabeza, surgido en Vélez Sarsfield, que lo vendió por apenas 13.200.000 euros al Bologna. Es la superfigura del club de la Emilia-Romaña. Le hizo un gol al Milan y otro al Inter. Santi jugó en todas las selecciones juveniles argentinas y en todas ha anotado goles. El tema es que, por sus antepasados italianos, el entrenador italiano Luciano Spalletti lo ha llamado para tentarlo con la camiseta azzurra, como ya ha ocurrido en 2023 con Mateo Retegui, delantero de Boca y de Tigre, que hoy es titular en la selección tetracampeona del mundo.

Castro, ya cotizado en 25 millones y muy pronto en ochenta o cien, es quien debe decidir. Retegui no era tenido en cuenta por Scaloni y aceptó la invitación italiana, Castro seguramente tendrá analizará que, como delanteros de punta en Argentina están Lautaro y Julián, que aún son jóvenes y no le dejarán lugar tan fácil ni en corto tiempo. El peligro para Argentina es que Santiago acepte la oferta de Spalletti y deje para siempre la Albiceleste.

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