Los santos del clásico
Imagen: Archivo La Razón
Ricardo Bajo
Imagen: Archivo La Razón
Un stronguista se santigua antes de comenzar el super-clásico boliviano. Un bolivarista hace lo propio. Los dos están sentados juntos. Y cantan: “celebremos con grata armonía / de valientes y libres la unión”. Más parece una cábala, un conjuro. Lo hacen tres veces. ¿Estarán pidiendo tres goles antes que fortuna? ¿A quién se lo piden?
He visto a muchos ateos santiguarse cuando el avión comienza a carretear; y a otros muchos rezar cuando la nave se viene a pique o se mueve demasiado. Cuando los miro, yo también pido un deseo: que San Triverio (¡qué lindo nombre para un santo!) esté iluminado esta tarde. No lo estará.
El Siles está repleto; la ciudad está mágicamente detenida/suspendida. En la cancha, en un clásico, el yo que reina en la vida y en las redes sociales (universos paralelos) se aparta y deja espacio al nosotros. No entiendo como el otro nosotros (el bolivarista) pueda desear que a su equipo le vaya mal esta tarde para que Míster Claure despida por Twitter a San José. (Nota mental uno: ¿ese es el santo de los celestes? Parecerá que sí).
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Los que visten hoy en Miraflores con tus mismos colores son los tuyos. Los que rezan antes del pitazo inicial son tu tribu. Hemos perdido la confianza en la política (en la politiquería, en realidad), en los medios (mentirosos) y las encuestas, en los curas y en las farmacias. (Nota mental dos: ¿se han preguntado porque hay tanta farmacia y tanta óptica? Estamos enfermos y ciegos. Solo nos queda el fútbol para sentirnos pueblo).
Esta tarde somos nosotros contra ellos; nosotros los yescas (sin banca) versus los que idolatran a un millonario al frente de una empresa textil que roba diseños, de un rico que habla en primera persona en sus redes sociales.
Ellos nos meten debajo del arco, de inicio; porque nosotros nos dejamos, porque vamos a jugar a ser el tigre que agazapado te (contra)mata. Nos vamos a equivocar, desorientados; con un portugués mezquino. Ellos van a hacer todo bien (con un joven mesías apellidado Uzeda); nosotros, todo mal (con San Michael Ortega reemplazado incomprensiblemente en el descanso).
Esta tarde de clásico somos niños y niñas otra vez, prestos a hacer locuras: dejar la Preferencia e irte a la Curva Sur, por ejemplo. Nos olvidaremos por un rato que el fútbol está podrido; que huele a corrupción y esclavitud moderna; que nuestros ídolos ganan mil dólares en un día mientras tu regateas en el mercado Rodríguez por una yapa de quirquiña.
El fútbol nos gusta porque vuelve creyentes a los ateos, porque en la cancha somos mucho más que dos; somos once. Somos nosotros, son ellos. Todos nos persignamos, todos soñamos con tres goles.
(23/07/2023)