Campeón por donde se lo mire
Del racimo de favoritos previos, Francia fue el único equipo que no decepcionó.

Campeón debido a innumerables razones. Campeón invicto. Dinamarca puede vanagloriarse de ser el único rival al que en Rusia el flamante monarca no logró doblegar.
Campeón de la ductilidad. Porque supo jugar con o sin pelota. Porque adaptó su versatilidad a las características de cada adversario. Porque planificó cada actuación (y la llevó a cabo, lo más importante) achicando los atributos del oponente y ensalzando, en tiempo y lugar, los propios.
Al campeón no se lo discute. Frase vieja, pero no carente de vigencia. Y en este caso ninguna objeción corresponde, porque a despecho de su juventud se plantó —sólido, explosivo, juicioso— como si la experiencia de Didier Deschamps, capitán del plantel dueño del título en 1998, hoy conductor técnico, bastara.
Del racimo de favoritos previos fue el único que no decepcionó. Se levantó de la dura experiencia que implicó la Eurocopa de hace un par de años (perdida en casa, ante Portugal) para aprender muy bien la lección. Es posible madurar sin acumular demasiada edad.
Ayer, en Moscú, dejó que Croacia tuviera iniciativa y balón. Mientras tanto, aplicó fortaleza mental. En lo técnico —y sin demasiados aspavientos— redujo la influencia de Luka Modric sobre la base de apropiada marca zonal. Entonces, Ivan Rakitic quedó obligado a tomar la posta; no constituyó un relevo inadecuado, pero tampoco equivalente.
Y en la Copa del esférico quieto dicho factor no podía ausentarse de la final. Antoine Griezmann fabricó una falta, el árbitro Pitana le creyó, y el tiro libre elevado al corazón del área lo desvió Mario Mandzukic. En la primera aproximación gala el premio de la ventaja era realidad.
Sin embargo, los de Zlatko Dalic —fieles a su ADN futbolístico— no acusaron el golpe. Continuaron transitando terreno contrario y diez minutos más tarde Ivan Perisic igualó con un tremendo zurdazo.
Quedó atrás el primer Mundial del VAR y el instrumento tecnológico (al que poco se recurrió en cuartos y semifinal) reapareció en el estadio Luzhnikí y dio lugar, tras mano de Perisic y prolongada comparecencia del árbitro argentino ante el monitor, al remate penal que Griezmann convirtió en pro de retomar la autoridad de ‘Les Bleus’ en el marcador.
La lógica ansiedad de los balcánicos, luego de la pausa, quedó patente en una ocasión de Rebic que Lloris conjuró certificando reflejos, pero enfrente Mbappé obligó a que Subasic rechazara con las piernas al achicar el ángulo de disparo.
El cotejo tenía ese día ida y vuelta que hasta permitía una insólita invasión de extraños al campo…
Francia sabía que la amonestación que N’Golo Kanté mereció en el periodo inicial era una bomba de tiempo. La dinámica y fragor del juego lo exponían a una inminente tarjeta roja. Deschamps reemplazó, sin la mínima seña de escándalo, a uno de sus bastiones y no pasó nada. O sí pasó: ingresó Steven N’Zonzi y aportó mayor fluidez para el mejor pasaje del equipo en todo el cotejo. Un tramo de ensueño, que desembocó en los tantos de Paul Pogba (hasta ahí de escasa productividad) y Kylian Mbappé (no podía irse del torneo sin festejo propio en el domingo estelar).
Lo anterior representó un golpe de nocaut para la aspiración croata, solo aminorada en razón a la anécdota del tanto que Mandzukic convirtió luego del inaudito error de Hugo Lloris.
El bicampeonato franco pasaba a ser cuestión de pocos minutos.
Croacia mostraba al planeta esa expresión, campante, de lucha pertinaz, sabedor de que la testarudez, en el buen sentido de la expresión, ya no impediría la consagración del talento y simetría. De la explosividad y armonía. De la inteligencia y espontaneidad. Del bloque compacto y las individualidades destellantes. Del dominador de todas las facetas del juego en cada línea. Del mejor de los treinta y dos. Del nuevo propietario, y así será durante cuatro años y medio, del globo futbolero. Enhorabuena: ¡Félicitations!