El Punto sobre la i
El fin de semana pasado se realizaron las elecciones parlamentarias europeas, donde los partidos de la denominada extrema derecha obtuvieron importantes resultados a su favor. La presencia de estas fuerzas políticas y la tendencia que las sustenta no es nueva, ya vienen gravitando y creciendo desde la primera década del presente siglo. Lo que se ha registrado es su consolidación como actores de primer orden y que disputan con potencia el sentido común dominante.
Tal fue el remezón ocasionado por el avance de estas derechas, que inmediatamente renunció el primer ministro de Bélgica, Alexander de Croo, y el presidente francés, Emmanuel Macron, disolvió el congreso de su país para llamar a elecciones adelantadas en el Legislativo.
También hubo reveses para los partidos centristas en Alemania. El canciller Olaf Scholz vio cómo su Partido Socialdemócrata se vio obligado a ocupar el tercer lugar detrás de Alternativa para Alemania (AfD). En total, los partidos de derecha en Alemania obtuvieron más del 45% de los votos, dejando también las cosas bastante agitadas por esos cielos.
En el panorama más grande, los partidos de extrema derecha consolidaron y ampliaron su influencia en el Parlamento Europeo, aunque no tanto como temían inicialmente los centristas en el poder. Obtuvieron un tercio de los escaños en total, aunque los partidos centristas mantuvieron la mayoría.
Estas derechas no están organizadas en un frente sólido y así, no cohesionadas, su poder se diluye. Muchos de sus representantes, incluidos miembros de AfD)y el partido Fidesz del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, no están hasta ahora afiliados a ninguna de las agrupaciones políticas más amplias en el Parlamento Europeo.
Con todo, si bien el centrismo político todavía se mantiene y resiste en Europa, la pregunta más importante en la coyuntura es si el Partido Popular Europeo (PPE), de centroderecha, el grupo más grande, eventualmente estará dispuesto a abrirse a las derechas más extremas en busca de apoyo político o eventualmente como socios de coalición. Esto es algo que los partidos centristas han rechazado anteriormente, aunque esta dinámica ya es visible en lugares como los Países Bajos. Hacer esto necesariamente implicará conciliar agendas.
DERECHAS
Así las cosas, ¿de qué se tratan estas derechas extremas? Lo primero a tener en cuenta es que estas fuerzas vienen evolucionando desde lo que fueron décadas atrás. “Los partidos de extrema derecha se han vuelto más moderados a lo largo de los años, mientras que los votantes se han radicalizado más.
En sus temas centrales, como la inmigración y la política antisistema, los partidos de extrema derecha son tan radicales como siempre y, según investigaciones, los votantes no confían menos en sus políticos y parlamentos que hace tres décadas, ni están menos satisfechos con el funcionamiento de la democracia y sus actitudes hacia la inmigración se han mantenido relativamente sin cambios. Lo que ha cambiado no son sus ideologías, sino que los partidos y los votantes se han visto empujados a abrazarse unos a otros”, explica Matthijs Rooduijn, politólogo y académico de la universidad de Amsterdam.
Prosigue señalando que “el efecto bola de nieve es una metáfora útil para comprender el creciente éxito de la extrema derecha. Es el resultado de una multitud de acontecimientos políticos, sociales, económicos y culturales que juntos han creado su impulso”.
“La globalización contribuyó al ‘realineamiento’ (nuevos posicionamientos entre votantes y partidos). Aquellos que se beneficiaron de las fronteras abiertas de Europa –los ‘ganadores de la globalización’ altamente educados– contrastaron marcadamente con aquellos que se sintieron amenazados económica y culturalmente por estos cambios. La inmigración se convirtió en un tema clave en las campañas electorales y los debates públicos, atrayendo más atención hacia los partidos de extrema derecha”.
En el fondo, hay una querella económica bastante similar a la que interpreta Donald Trump en Estados Unidos. El planteamiento de estas derechas gira en torno a que, mientras las grandes compañías se han beneficiado y se siguen beneficiando de la globalización, esto se ha producido a costa del debilitamiento de las condiciones económicas y de trabajo en los países de la eurozona.
De esto se desprenden dos elementos fundamentales. Primero, que estas derechas son nacionalistas y apelan a las masas empobrecidas para prosperar políticamente. Segundo, estos nacionalismos son críticos con la forma en que Bruselas está conduciendo las políticas de la Unión Europea. Debido a esto, estas fuerzas son también denominadas euroescépticas.
Más aun, las voces que hablan desde estos grupos, ven la guerra en Ucrania con una mirada distinta a la de los medios dominantes. Critican, por ejemplo, que luego del sabotaje en el gasoducto Nord Stream, el combustible ruso haya dejado de fluir a Europa, afectando negativamente la producción industrial, principalmente en países como Alemania.
Esto contrasta con la posición de los denominados centristas, a quienes critican por apoyar las narrativas y decisiones que llegan desde Washington, más que a priorizar sus respectivas economías.
Éstos constituyen el gran otro político para las derechas nacionalistas y a los que se refieren como “otanistas”, entre otras cosas.
Cabe aquí recordar que el mensaje central de Trump, de hacer otra vez grande a Estados Unidos, estaba también acompañada de la posición de alejar a su país de guerras al otro lado del mundo. Claramente el expresidente no estaba interesado en una política de expandir la OTAN en Europa del Este, una iniciativa que retomó Joe Biden. Lo que tienen en común el trumpismo con las derechas europeas en cuestión es su apelación a repotenciar las economías locales, más que a ir en una cruzada mundial a favor de una determinada forma de entender la democracia. Es por esto que diversos analistas también se refieren a estas corrientes como iliberales.
No es casual entonces que a los liderazgos más belicistas y orientados a seguir los dictados de Washington les haya ido mal en estas últimas elecciones. Macron ilustra cabalmente el punto.
Entonces, si bien hay mucho de extremo y también de neonazismo en estas derechas, hay además otras cosas y otros elementos que las hacen atractivas para el electorado.
CAMBIOS
Volviendo con el politólogo Rooduijn, él observa que “en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los partidos de extrema derecha todavía estaban fuertemente asociados con el fascismo y el nazismo. Para volverse aceptables, estos partidos tenían que ganar legitimidad democrática. Lo hicieron adoptando el populismo como parte clave de su discurso. El populismo afirma que la voluntad del pueblo debe guiar las decisiones democráticas y que las elites corrompen este proceso. Centrarse en el populismo en lugar del fascismo proporcionó a los partidos de extrema derecha una reputación democrática y les ayudó a ganar legitimidad”.
“Los partidos de extrema derecha también intentaron modernizar su imagen rompiendo vínculos con elementos más extremos. Por ejemplo, en 2011, Marine Le Pen se embarcó en una estrategia de desdemonización para desintoxicar la reputación extremista de su partido. Expulsó a políticos extremistas, denunció el fascismo y el antisemitismo e incluso expulsó del partido a su padre, más extremista. En 2018, el partido Frente Nacional pasó a llamarse Rassemblement National. El objetivo era atraer a más votantes enfatizando que el partido se había convertido en una versión más moderada de sí mismo”.
Pero, ¿realmente se volvieron más moderados estos partidos de derecha? La respuesta no es unívoca. El periodista italiano, Federico Fubini precisa que “algunos de estos partidos apenas han disfrazado agendas racistas, mientras que otros han logrado establecerse una reputación conservadora respetable. Meloni ha sido más favorable a Occidente en su política exterior y aparentemente pragmática en sus asuntos internos del día a día. Su estrategia de moderación ha tenido tanto éxito que Le Pen, en Francia, ahora la está emulando abiertamente. El AfD, por el contrario, ha redoblado su apuesta por el extremismo”.
Si bien es cierto que el declive económico de Europa es el gran contexto para entender la emergencia de estos nacionalismos de derecha, no necesariamente lo explican del todo. La participación europea en el Producto Interno Bruto mundial en 1980 era del 28,6%, incluso por encima de Estados unidos (25,4%). En 2024 la cifra es del 17,3%.
Para peor, hoy hay concflictos bélicos, lo que acelera los cambios y modifica sustancialmente el escenario. “Con la guerra en Ucrania, la agitación en Oriente Medio y la perspectiva del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, se están debilitando los pilares de la estabilidad europea. Al sentir un cambio radical, los votantes están recurriendo a partidos que tradicionalmente no se identifican con el sistema. El temor a que el orden posterior a 1989 se esté desmoronando ha llevado a los votantes a preguntarse ‘¿estamos realmente en el lado correcto de la historia, como nos dijeron? ¿Nos mintieron?’”, reflexiona Fubini.
Añade que “los cambios geopolíticos recientes han erosionado la legitimidad percibida del sistema. El ataque de Rusia a Ucrania dejó en claro que Europa es sólo parcialmente soberana”.
Puestas las cosas en esas coordenadas, se puede entender que estas derechas nacionalistas buscan, de algún modo, volver a imaginar el rol de sus países en un mundo cambiante y crecientemente multipolar; en una suerte de tránsito entre los fantasmas del pasado y las incertidumbres del futuro. Por su lado, el centrismo europeo deriva en la apuesta conservadora por mantenerse en un status quo cada vez más diluido y ajeno. En la defensa del viejo orden de cosas, los liderazgos más tradicionales acaban defendiendo la hegemonía estadounidense, lo que remata justamente a favor de la querella de los nacionalismos de derecha, que hoy pululan y toman asiento en la mesa central del salón europeo.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político