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Dança à Deriva (parte III): el arte de conversar con el otro

/ 4 de enero de 2025 / 21:14

La tercera crónica y reflexión sobre el festival de danza contemporánea que se desarrolló en San Pablo, Brasil.

¡Qué difícil es mantener una conversación real! Los artistas invitados a Dança à Deriva, se dijo, pasábamos 24 horas del día juntos y, todas las tardes, teníamos que hablar de las obras del día anterior. Con alguna excepción, la sensación con la que yo me quedaba era la siguiente: después de las presentaciones, en grupos más íntimos y en momentos de distensión con una cerveza en mano, todos daban sus impresiones reales de las obras. Mientras que ya en los conversatorios reales, con la grabadora apuntándote y los/las hacedores enfrente, la situación era otra: nos palmeábamos las espaldas y nos decíamos que todos los artistas del mundo son maravillosos, originales, válidos, necesarios…

Además, casi no había público externo, éramos nosotros mirándonos a nosotros. ¿Por qué? Solange Borelli lo dijo un par de veces: a ella no le interesa el público porque nosotros –los invitados– somos más que suficientes para llenar la sala. Muchos de los artistas parecían concordar en esa visión contra el público o de desinterés ante él (cosa que nunca me había pasado en Bolivia, ¿será que porque no tenemos fondos gubernamentales nos interesa que alguien pague entradas para ver teatro?). Pero yo intuyo además otra cosa: alguien externo, que vaya a ver esas obras, en general, saldría renegando. Ni siquiera nosotros –gente del mundo del arte– iríamos al festival luego de la segunda o tercera noche.

Y es que son muy pocas las obras (yo diría que un tercio de las presentadas) que pensaron en sus espectadores. Señal de eso es que, incluso existiendo el espacio del conversatorio, muy pocos creadores ponían sobre la mesa la pregunta explícita de: «¿Qué no funciona en mi obra?». Pregunta clave teniendo artistas de 11 países diferentes, tantas opiniones sobre la mesa… Es un síntoma de un mal mayor: los artistas (¿especialmente los de la danza?) no saben conversar. Por suerte, hay excepciones en este encuentro y con esta última, que a mi parecer tiene mucho que enseñarnos, cierro esta serie de textos.

Amor es mirarse al espejo y no romperlo (Argentina)

Hay muy poco teatro en el festival –solo dos obras, esta y «La caja de las voces», del elenco guatemalteco Apartamento 302– y a veces se siente injusto comparar una obra de danza con una de teatro. Sin embargo, como ya vimos en los textos anteriores, esa posibilidad de conectar con el público no es exclusiva de ningún arte escénico; se trata de una conciencia y de un trabajo.

Esa conciencia y ese trabajo son muy explícitos en «Amor es mirarse al espejo y no romperlo», obra dirigida por Camilo Araya y Ailén Boursiac, con diseño escenográfico de Boursiac y Agustín Sánchez Labrador, e interpretada por Araceli Genovesio. Ellos la tienen clara y juegan con las posibilidades de ese diálogo. La primera escena, clave siempre de toda obra, nos lo dice con cierta violencia: Araceli, o bueno, alguno de sus personajes (porque será varios a lo largo de la obra, persona plural, casi rizomática) nos espera con una escopeta. Nos apunta uno a uno. Así nos avisa de algo: esta obra está dirigida a ti, quizás sea violenta, pero será precisa, como un disparo entre ceja y ceja, dará en el blanco, a toda costa. ¿Cuál es ese blanco? El cuerpo gordo, pero no solo el de ella, ahí en escena, sino el cuerpo gordo ese que todos tenemos en tanto que nos hemos rechazado, hemos hecho dietas, nos hemos obsesionado con vernos de una determinada manera. Quiere que nos duela no aceptarnos y no aceptar al otro y que nos riamos también de eso, porque solo en la risa algo se transforma.

Esto solo se logra al hacer ese su cuerpo único, algo universal. Para ello, la actriz construye cientos de voces, miles. Ella encarna al 2006, a una sociópata, a una chistosilla, y, la peor de todas, la intelectual… Solo así, habitando ese su cuerpo con tanta potencia, despersonalizándose como el mago que desaparece ante tus ojos y haciendo aparecer otra cosa o en otro lugar, o –este término les gustaba mucho en el encuentro– dislocando el ser o no ser, nos incluía a nosotros, los espectadores. Esto se potenciaba a partir de 3 mecanismos:

1. Las referencias históricas. El primer mecanismo es muy latinoamericano, pero es aquí usado con sutileza y precisión: el año 2006, que es el año en el que los jeans «chupados» (como decíamos en Bolivia) se pusieron de moda, jodiendo la vida de «la gorda», también fue el año de las izquierdas (subió Evo Morales al poder, murió Pinochet y ganó Michelle Bachelet, entre otros en todo el continente…). Lo dice un personaje espantoso, vestido como loco entre jeans; escupe esta su defensa de ser un gran año entre babas que muestran también el gran manejo corporal de la actriz. El entrecruce entre lo personal y lo histórico pone en crisis a ambos ejes con gran inteligencia: ¿Acaso no son opuestos los jeans chupados, donde no entran las gordas, con los discursos de izquierda? ¿Cómo pueden suceder al mismo tiempo ambos sucesos? ¿Será porque, a decir de Brecht, la guerra implica la paz o será porque aquí hay una crítica a lo histórico desde lo personal? No me animo a dar una respuesta.

2. La interpelación directa al espectador. La intérprete juega a hacernos preguntas o a usar imágenes que ya conocemos que nos fuerzan a buscar en nuestros propios archivos personales. Por ejemplo, a unos argentinos que había en la sala, les pregunta si se imaginan a qué bar se fueron sus amigos en Bariloche –mientras ella sufría de fiebre por haber hecho «poto-cross» (diríamos en Bolivia) en la nieve sin ropa para la nieve porque no existía en su talla–; ellos responden y ella les dice que no, que deben ser muy viejos. También saca a un sacerdote-pastor evangélico-gurú hippie posmoderno, que nos da una dieta para lograr el equilibrio entre la mente, el cuerpo y el espíritu. Las interpelaciones nos hacen reír y nos llevan a un mundo de exageración que, aunque funciona como espejo, nos llena de goce y fiesta.

3. El archivo personal y la exposición del yo. Brillantemente, de fondo, irán apareciendo videos de esa rara y divertida Araceli. En ellos no solo se evidencia lo autobiográfico del asunto o lo real de la situación (en uno de los videos, de casualidad, alguien le grita «gorda»), sino que sirven para generar una empatía que Araceli va tejiendo con habilidad, cual Aracne en sus telas, para dejarnos a todos fritos. Por eso, la obra acaba con ella, desnuda, sin luz más que una linternita de luz negra; con ella ilumina su cuerpo donde, con tinta fosforescente, se han repasado sus estrías. Esa exposición del yo ante el otro, ese gesto de decir: «sí, soy vulnerable», nos recuerda que justamente solo podemos amarnos en esa vulnerabilidad y que solo ahí las cosas cambian.

Entre ladrillos haciendo sendas, pollos de hule uniendo las voces de lo social y estrías que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad y nuestra capacidad de amar, se acabó el Dança à Deriva y, con sus luces y sombras, algo de mí se quedó en ese intenso encuentro de 10 días. Un encuentro, sin duda, que necesita repensarse, quizás con otras nociones de curaduría o con una programación menos extensa. Sin embargo, un encuentro que es necesario y que esperemos siga cumpliendo muchos más años de vida. Y es que la deriva para mí es eso: el cambio constante ante el abismo.

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Dança à Deriva (parte I): el arte de colocar ladrillos

El encuentro en São Paulo, Brasil, celebra su decimoprimera edición como un espacio de artivismo de izquierda que propone otro mundo posible.

/ 14 de diciembre de 2024 / 23:16

Entre el 22 de noviembre y el 1 de diciembre del presente año, pude asistir al encuentro de «danza, performance y artivismo», Dança à Deriva, en la ciudad de São Paulo (Brasil). Este encuentro se halla en su decimoprimera versión, esto —en el mundo de las artes donde una vez un maestro me dijo que un año de un elenco teatral es equivalente a diez— lo enmarca como una institución. Las características de esta institución son las de poseer un discurso, que la creadora y gestora del encuentro, Solange Borelli (que se sustenta en el apoyo de sus colegas Sylvia, Luis, Nelson, Yara y una larga lista de personas que hicieron esto posible), recalca siempre como alineado políticamente con la izquierda. ¿Qué quiere decir esto?

No se refiere a que apoyen a Evo o a Maduro, sino que creen en otra sociedad posible y tratan de demostrar esa posibilidad en todas sus decisiones. Por ejemplo, el lugar en el que se alojó a más de 40 artistas de los 11 países asistentes (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela) es más que particular. Se trata de «Nave Colectiva», un espacio gigantesco para albergar actividades que caminen de la mano, que compartan posición, con Midia Ninja —un medio de comunicación alternativo que tomó un rol importante en las protestas contra la corrupción en 2013 en Brasil, donde los propios civiles grababan con la cámara del celular y daban información más precisa y veloz que los medios tradicionales— y por «Fora do Eixo» —una red de colectivos culturales que cuenta con su propia moneda de intercambio de servicios y acciona en todo Brasil—.

El lugar para Dança à Deriva

La «Nave» tiene sala de cine, comedores, espacios comunes que a veces son también usados como salas de ensayo o escenarios, oficinas (donde funciona una parte de Midia Ninja), tiene un proyecto de plantación de marihuana para apoyar a niños con epilepsia…, en fin, el espacio es tan grande que te puedes perder por horas en él. Este espacio, que mantiene un diálogo de tú a tú, como señaló uno de sus fundadores, con Lula, está marcado por símbolos políticos claros: la Wiphala te recibe, sus murales te asombran y una advertencia hace las veces de tapete de entrada al segundo piso: «Fascistas não passarão». Otros espacios que visitamos como el «Armazém do Campo», dependiente del MST (Movimiento Sin Tierra), donde almorzábamos cotidianamente, o la «Cozinha Ocupação 9 de Julho», siguen esta visión.

Por todo ello, es evidente que Dança à Deriva también. La misma Solange me lo dice en una conversación privada: no podría permitir, jamás, que alguien que apoye a Bolsonaro asista a su encuentro. La lógica del suceso, donde los artistas comparten 10 días juntos, las 24 horas del día, va en este camino. Y esta acción es en realidad muy loable, pues a diferencia de cualquier otro festival, donde te presentas y te mandan a casa, aquí hay el gesto de promover redes, de establecer diálogos, de establecer vínculos afectivos y efectivos. A nivel de organización no tengo nada que reprocharles y, más bien, agradezco que exista una «utopía» (así la llamaron) que funcione y mueva el mundo cultural latinoamericano. Sin embargo, su curaduría artística, de la que hablaré mucho, también se alinea políticamente. Mi pregunta, guía de esta serie de textos sobre esta experiencia, es: ¿será esta la mejor estrategia en los términos políticos en los que el propio encuentro se plantea?

Por suerte para mí, las propias obras presentadas en este marco me brindan imágenes para pensar al respecto. Antes de empezar a acercarme a ellas, debería aclarar que me acerco como quien escribe una carta de amor, con miedo a defraudar, no solo porque es imposible escribir sobre todas las obras, sino también porque he elegido un tema —peliagudo— y no hablo de quizás fortalezas del evento. Pero elijo el punto débil porque busco hacer que algo resuene, como una provocación, en Dança à Deriva…

Los cerros son de arcilla (Colombia)

La obra Los cerros son de arcilla, del Colectivo Arquetipa (compuesto por las intérpretes y directoras Laura Monje Olaya, Ana María Vélez Urbina, Angie Tatiana Samudio, Rosa Valentina Acosta Osorio y, por el compositor musical, Luis Felipe Acosta Guerrero), transforma en danza contemporánea el documental Chircales (1972), dirigido por Marta Rodríguez y Jorge Silva. Este documental trata de una familia que producía artesanalmente ladrillos. En la obra de estas potentes colombianas, son ellas las que hacen ladrillos y, mediante imágenes poéticas, muestran la violencia de ese entorno, pero —a la vez y sin perderlo nunca— la ternura posible entre ellas cuatro, a pesar de todo…

Ese «a pesar de todo» no es aquí una metáfora. La obra se presentó en el segundo patio de FUNARTE, un exterior magnífico donde los árboles y los zaguanes sirvieron de elegante escenografía. A ello se sumó una intensa lluvia que parecía invocada por ellas y su música. Ante la violencia de la naturaleza, ellas no se detuvieron, sino que más bien mostraron estar comprometidas: pero su compromiso no pasaba por el sacrificio, incluso bajo la lluvia, sino por sus sonrisas, sus miradas cómplices, sus dulces movimientos… Por eso los movimientos iban en esa doble dirección, por un lado, el girar de polleras, que marcaba un tono suave, mientras que por el otro la violencia de ese entorno.

El espectáculo colombiano en Dança à Deriva

La violencia estaba muy bien trabajada, recuerdo con precisión una imagen: dos de las bailarinas caen al piso y, de cuatro patas, tratan de avanzar en direcciones contrarias; las otras dos bailarinas se suben —de pie— encima de sus compañeras. El peso las hace avanzar con mayor lentitud y dificultad, el entorno jala hacia abajo.

Sin embargo, a pesar de todo ello, las imágenes con ladrillos construyen caminos, senderos. Hacia el final de la obra, las bailarinas hacen un camino para una de ellas y buscan ayuda en el público a quien le dan ladrillos para aportar en la construcción de un sendero. El trabajo colaborativo, de colectivo, se pone sobre la mesa para establecer puentes y no muros. De hecho, en ningún momento de la obra estos ladrillos son usados para construir verticalmente…

El final, sin embargo, es triste, pesimista… Ese sendero lleva a la mujer a la fotografía familiar. Muy probablemente aquí hay una dura metáfora donde lo social la ha llevado a cumplir un único rol posible: el de madre, ama de casa. Entonces, el crítico espectador sabrá que esos sin fines de violencia están condenados a repetirse hasta el infinito. Pero para cerrar esta primera parte solo cabe dar un paso atrás… Los ladrillos podrían haberse usado en otras direcciones y ahí, en la posibilidad de diálogo y encuentro, veo yo una potencia.

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La T.F. Style Cía. de Dança hizo temblar a La Paz

El autor sostiene que la presentación de la compañía de baile procedente del Brasil fue la mejor del Numa Fest 2024.

/ 2 de noviembre de 2024 / 22:42

Entre el 25 y el 27 de octubre pasados, la compañía de danza de São Paulo (Brasil), T.F. Style, llegó a La Paz para presentar una variedad de propuestas que, sin duda, hicieron «temblar» a nuestra ciudad. ¿Por qué temblar? Porque creo que ofrecen una gran lección a los artistas escénicos en general sobre la potencia del cuerpo y muestran un enfoque claro que busca transmitir ideas, crisis y sensaciones con fuerza al espectador. Figura, la del espectador, que creo que el 80 % de los bailarines bolivianos a veces olvidan…

Ejemplifiquemos esa potencia con un unipersonal que, para mí, fue la mejor obra presentada, ya que, en no más de 15 minutos, nos dejó a todos con la boca abierta y la mente a mil por hora. Se trata de Homo, interpretada por Pasha Gorbachev en el Teatro Nuna el día 27. Desde su título, la propuesta muestra esa potencia de la que hablaba: la potencia de significar. Homo hace referencia, por lo menos, a tres cosas: homo, como en Homo sapiens, humano; homo, como en homosexual o en homofobia; y homo, que en su origen significa “igual”. El título mismo es una invitación al espectador a pensar, a jugar con los significados posibles ante este significante que, en sus tres variantes, es el eje de esta obra.

T.F. Style Cía.

La propuesta muestra aún más inteligencia en la puesta en escena como tal. En ruso, en portugués y con una sola palabra en inglés (pussy), discursos de ¿políticos, figuras públicas, voces en general? constituyen la banda sonora del 90 % de esta obra. Incluso sin entender las palabras exactas de esos discursos, el eje común es evidente: la homofobia. Escuchamos a un hombre diciendo que Dios no creó a Adán y a Adán para multiplicarse y poblar el mundo; escuchamos una sucesión de voces mencionando la palabra homosexualidad con una connotación negativa, como si de una enfermedad, pecado o ilegalidad se tratase… Ante estos discursos, uno podría pensar que el bailarín sucumbe y no puede más. Pero la propuesta es lo opuesto al victimismo: es una victoria festiva y gozosa frente a esos discursos, un recordatorio de que es “igual” en tanto puede generar significados. Esto se evidencia en dos gestos: el cuerpo ante esos discursos y el cuerpo después de ellos.

Ante los discursos, entonces, el extraordinario cuerpo del bailarín se burla. Habla un sacerdote (supongo) y el bailarín se convierte en Jesús crucificado (o en San Sebastián) y nos bendice. La violencia de los sonidos no solo le marca el ritmo, sino que atraviesa su cuerpo y se convierte en una irónica respuesta. Así, ante el político es una metralleta, ante el conservador es estatua, ante el escándalo es diva (disculpen mi imprecisión, pues el cuerpo era mucho más y quizás otras cosas). No se trata de una lógica de oposición o contrarios, sino de parodia, de volverse lo mismo, pero con la cadera un poco más ladeada…

La propuesta de T.F. Style

Esta lógica gozosa y victoriosa se confirma en ese 10 % final de la obra, donde el intérprete estalla de goce mientras suena Padam Padam de Kylie Minogue y, con un juego de luces blancas que se apagan al ritmo de la música, el bailarín nos muestra su destreza, festeja, enloquece, se rebela y se revela. El corte entre los discursos políticos y la canción es drástico, ocurre de golpe, y eso impacta aún más en el espectador: de pronto se nos viene la fiesta encima y entendemos que no estamos ante una víctima, que él ha ganado ante todos, que él los ha transformado a todos.

La obra de T.F. Style inicia y termina con Gorbachev en posición neutra, en el centro del escenario. Esa postura marca, al inicio, la entrada al mundo imaginario y, al final, la salida. Pero algo se ha transformado en lo real una vez que entramos y salimos: lo vemos en la mirada del intérprete que, al inicio, era totalmente neutra –inocente– y que regresa a la realidad con una sonrisa e incluso con un toque de locura, listo para enfrentarlo todo. Ante esa mirada, el espectador, La Paz, no tuvo más opción que temblar y, quizás, repensarse…

Termino hablando, esencialmente, de un tema aparte. La función en el Nuna, si bien no estaba vacía, no contó con más de 40 o 50 personas, y fue, sin duda, la mejor propuesta escénica del Nuna Fest (dejando los conciertos de lado y hablando de teatro y danza) y del Danzénica de este año. ¿Qué pasó? El público tiene miedo de experimentar, y eso es negativo para el movimiento nacional. “Si no es mi amigo o si no es Teatro de Los Andes, no vamos”, deben decirse a sí mismos, y se pierden algo que puede ser mucho mejor que lo “ya conocido”. ¿Cuándo superaremos estos viejos hábitos?

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El Ring de las maravillas

La obra dirigida por Jorge Calero es una de las elegidas por el XXXIII Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo

Por Camilo Gil Ostria

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:09

La tercera semana de agosto la ciudad se llenó de arte: de danza, de teatro, de estrenos. La Paz vuelve a tener cierta movida cultural que alegra incluso en tiempos de crisis. ¡Qué nacionalistas anti-coloniales, se guardaron sus obras para agosto, el mes patrio!

En ese contexto, El Ring de las Maravillas —una de las piezas elegidas para presentarse en el XXXIII Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo— es quizás el mejor estreno de este 2024. La obra, brillantemente protagonizada por Ale Quiroz y Cintia Cortez, bajo la dirección de Jorge Calero, cuenta un futuro distópico, donde el teatro ha dejado de existir más que bajo la forma del Cachascán, el falso enfrentamiento de cholitas que, en medio, montan entremeses de Cervantes. La autoría (ficcional) de la obra la toma una tal Marianella, clon de Raúl Salmón, autor que hoy debe estar feliz de ser recordado con tanto tino.

La estructura de la obra es la del fragmento y la de la espiralidad, pues este futuro solo puede imaginarse como recordando el pasado, como algo ya vivido: esto que parece metáfora, en la obra es muy concreto, ya que se clonan a nuestros grandes escritores del siglo XX para que vuelvan a hacer de las suyas en el futuro. Pero el gran secreto de esta obra es que cada palabra habla solamente del presente, este gran nudo de tiempos que fueron, que podrían haber sido y que podría ser. El ring de las maravillas, entonces, se torna crítico y aunque muchos de los textos podrían tomarse como “políticamente incorrectos”, salen desde la confusión ante este, nuestro tiempo, que como el mestizo —esos seres fragmentados que somos, hijos de miles y todos al mismo tiempo y que por eso parecemos condenados a la insatisfacción (algo así ya se había dicho en La Chaskañawi, citada en la obra)—, es mezcla de mil verdades y mentiras.

En ese camino, la obra toma como centro y eje la figura de la chola: “¿es ético que yo, que en la vida real no visto pollera, lo haga en el teatro?”, se pregunta (más o menos) Alejandra. ¿Lo hace por anti-imperialista, por anti-colonial (porque es más fácil ser anti que con) o por ganar algún fondo estatal o municipal?, como ella misma señala. No lo sabemos, un poco de todo, y todas las modas de las Barbies al puente de plata que podríamos haber hecho de aquí a España serán puestas en la mesa de operaciones. Y es que ante las obras de nuestro tiempo, muchas parecen caer en el indigenismo y otros ismos por ganarse un fondo. El humor de la obra se ríe de esto con valentía, pero no se olvida tampoco reírse de sí misma y de lo mal armados que estos fragmentos estarían.

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Y es que hay varios pedazos que juegan a lo onírico, pero no por ello pierden la belleza estética y conceptual de la obra. Por ejemplo, hay un muerto en ring: entra con máscara de moreno y saco de cascabeles, mientras una de ellas cuenta su historia: la de la sangre que chorreaba. El muerto mira nomás, se mueve al son lento del moreno, sin bailar, pero su historia nos hace bailar a nosotros, los espectadores, que, confundidos, nos vemos obligados a entrar al campo de la interpretación. ¿Será el moreno metáfora de lo masculino que no existe en este futuro donde la clon de Cervantes o de Salmón nacen mujeres? ¿Será este un recordatorio de que aunque todo es ficción, la ficción habla sobre lo Real, sobre Tanatos?

Cargada de mil sentidos y de mil vacíos, varios señalados por la propia obra (como la duda de si la República de Santa Cruz seguirá siendo parte de “lo que queda de Bolivia”); cargada de mil referencias al mundo literario y teatral, a las grandes mujeres de pollera o sin pollera, o de ese dios de la comedia que se pone pollera quién sabe por qué….

La obra enfrenta con cabalidad grandes desafíos y las dos actrices, como buenas cholitas luchadoras, salen ilesas y dejan al público queriendo mucho más. No puedo evitar pensar que, si Raúl Salmón estaría hoy vivo, concordaría con que esta es la mejor versión de Hijo de chola de los últimos años, la precisa para nuestro tiempo, y estaría orgulloso de estas sus clones que, pasando con habilidad de un tono cómico a un tono melancólico, recordaron tan bien nuestro futuro…

Hubo muchos estrenos en agosto. ¡Que nos dure y que seamos todos del Grupo de terrorismo para que vuelva (se mantenga, no se vaya) el teatro!

P.S. Me sueño que la obra se vuelve performance anarquista: se presenta en oficinas estatales donde la Ale Quiroz, disfrazada en Infierno Verde, hace volar escritorios y funcionarios mientras les grita con amor sus verdades. La Cintia, disfrazada de la virgen o el ángel o como se llame, la espera en un auto ultramoderno para hacerse bola de los policías que, tan flojos (ya sea en el 2024 o el 2064), apenas las persiguen entre amenazas…

Taller de crítica teatral en el Festival Bertolt Brecht

El XXVI Festival de Teatro Bertolt Brecht de Cochabamba presentará su “Tercer Taller del Ciclo de Talleres”. La primera parte estará dedicada a la Crítica de Teatro, dictado por Xavier Jordán del 2 al 6 de septiembre. La segunda parte, El crítico/espectador ante la obra, estará dictada por Camilo Gil Ostria del 9 al 13 de septiembre. Ambos se realizarán vía zoom.

El taller de Gil Ostria, autor de la crítica de estas páginas, ofrecerá un “Ejercicio de análisis conjunto de Princesas”, como explica: “Esto será un taller, justamente, porque implicará partir del vacío juntos: aceptar que para hacer crítica no existe un solo método o receta.

Para ello, es necesario alejarnos de nociones como la ‘crítica constructiva’ o la mera opinión, ambas meras simplificaciones históricas. Juntos, entonces, puliremos la escritura estructurada y nos acercaremos al ejercicio de análisis sin que nadie ocupe el lugar único de la Verdad. Para ello, dos textos serán nuestros provocadores: Princesas (obra dramática y montaje escénico de El Masticadero) y Mitologías (el libro de 1957 de Roland Barthes, donde el escritor analiza mitos que, como en la obra de Eid, son lugares comunes de una sociedad). Así, balanceándonos ante al abismo, como críticos/espectadores viviremos la experiencia única e irrepetible de escribir sobre un hecho escénico”.

Consultas al 67413473.

Inscripciones: https://dev-qa.la-razon.com//forms.gle/ExEUFA6uebKkFwh4A.

Texto y fotos: Camilo Gil Ostria

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Una promesa cumplida: Obras selectas de Claudia Eid Asbún

El tomo reùne 9 piezas de la dramaturga escritas entre 2005 y 2022, además un estudio introductorio de Katy Bustillos

Por Camilo Gil Ostria

/ 14 de abril de 2024 / 06:06

Hace ya más de un año, el 17 de marzo del 2023, se presentó el Proyecto Intersecciones compuesto por un equipo potente liderado por Katy Bustillos y compuesto por Toto Torres, Ramiro Mendoza y mi persona, Camilo Gil Ostria. El año fue largo e Intersecciones, aunque silenciosamente, hizo mucho en dos campos de acción: el editorial y el de formación para la investigación. En el primer campo, publicó obras en folletos sueltos, tras una convocatoria abierta. Estos giraron por España, México, Perú, Chile, Argentina y el interior del país. En el segundo campo organizó talleres coordinando con la Carrera de Literatura, la Escuela de Espectadores y el FITAZ. Estos talleres dieron pautas sobre investigación y pensamiento alrededor del cuerpo, las artes escénicas y la dramaturgia.

Sin embargo, una promesa que hicimos allá, ese 17 de marzo, necesitaba mucho más tiempo para cumplirse: la publicación de libros de dramaturgia nacional que iniciaría con un volumen dedicado a la obra de la dramaturga radicada en Cochabamba, Claudia Eid Asbún. Esa promesa por fin, un año y dos meses después, se puede hacer realidad y es que esta necesitaba tiempo para hacerse bien en honor a la autora y su obra, ambas complejas y de una relevancia innegable en nuestro panorama.

Sobre la autora

Y es que la autora no es cualquiera: empezar con ella no es una arbitrariedad. Si no la conoces es porque no has estado muy pendiente del mundo del teatro, pues ella inició en 1996 su carrera teatral y pasó por manos de grandes de nuestro teatro (Francisquini, Aramburo…) y también, tras ganar una beca de la Casa de las Américas, pasó talleres de dramaturgia en los que se formó con Sanchis Sinisterra, Rafael Spregelburd, Emilio García Wehbi, Juan Mayorga, Arístides Vargas… Hoy todos ellos son referentes de la dramaturgia en español. En sus respectivos países, todos ellos alabados y publicados: ¡qué mal se trata a los dramaturgos en Bolivia!

Entre nuestros autores hoy es difícil encontrar un trabajo más consistente que el de Eid. Con seriedad, digo, pues a pesar de que a uno pueda o no gustarle el cierto tono “feminista” con que Eid encara el arte, es evidente que en muchas de sus obras logra un ritmo, una estética, un lenguaje que rebasa o problematiza cualquier moral: sobrepasa el feminismo, el biografismo, los géneros establecidos y por establecerse.

Mujer de ñeq’e, funda el 2005 su propia compañía de teatro independiente en Cochabamba: El Masticadero. Su nombre lo dice todo, un espacio para masticar: a la sociedad, a los discursos que nos rodean, a las ideas que tenemos sobre el teatro y la dramaturgia. También mastica a una infinidad de dramaturgos que ella ha leído muy bien (como Shakespeare, común denominador de varios de sus trabajos). Así, con cierto tono incierto, amoral, ella transforma todo lo que desea con su mirada lúcida y particular: a veces, habrá que decirlo, para convertirlo en escupitajo. Formada como comunicadora social y con cierto camino en los campos del periodismo, su teatro se nutre de la vida real para poner en crisis lo que damos por natural: así con cada obra nos invita a una fiesta, a un banquete, y también a una protesta (a veces no tan pacífica) y en ella nos regodeamos ante el deseo de una sociedad diferente.

Sobre la edición

La edición tampoco es una cosa cualquiera: está especialmente diseñada tanto para el público no especializado como para los lectores académicos. El tomo lleva como antesala un estudio introductorio de la mano de Katy Bustillos, dramaturga y estudiosa del teatro nacional que pinta un panorama desde 1991 y posiciona a Eid en él como una voz potente. Y es que el volumen consta de nueve obras que nos muestran las permanencias y transformaciones de Eid entre 2005 a 2022. Entre ellas, que siempre unen crítica ácida con comedia, con movimientos lúdicos e invenciones formales, se pueden leer algunas que quizás al atento lector ya le suenan como: Desaparecidos, La partida de Petra, Princesas (especialmente transcrita por la autora para esta colección, pues la obra original carecía de texto), Elefante, La casa…

Todas ellas evidencian ante el lector que está ante una de las dramaturgas que se volvió referente de muchas otras escrituras posteriores (la de la propia Bustillos, por ejemplo). Ya que Eid es una de las primeras en introducir, dentro de una estructura dramatúrgica, el campo calculado, medido, de la improvisación a partir de premisas fijas; es decir, acerca al teatro lo que el arte contemporáneo ha llamado performance.

Es por ello que la edición, que estuvo a mi cargo, no podía quedarse con una simple corrección de erratas y signos de puntuación: se han tratado de anotar a pie de página los intertextos que la autora retoma de la sociedad o de la literatura, como se han editado de manera colaborativa los textos aclarando acotaciones y didascalias. Todo ello hace que esta cuidadosa edición sea quizás una de las pocas (sino es que es la primera) ediciones especializadas y anotadas en teatro contemporáneo. Esperemos, la primera de una colección que solo podrá sostenerse con el apoyo del público.

Claudia Eid Asbún nació el 26 de abril de 1976 en Santa Cruz de la Sierra. Vive y trabaja en Cochabamba.
Claudia Eid Asbún nació el 26 de abril de 1976 en Santa Cruz de la Sierra. Vive y trabaja en Cochabamba.

El objetivo

En el siglo XX era usual que los críticos bolivianos afirmen que la literatura de nuestro país era inexistente o de nula calidad. La misma afirmación se repite con los críticos de teatro boliviano. Más allá de su buena o mala voluntad hacia este arte nuestro, creo que habría que justificarlos diciendo que, aunque quizás el teatro es el género que más se escribe en el país, es el que sin duda alguna menos se publica. Y al ser un fenómeno efímero, tenían cierta razón esos críticos que al no haber visto obras y al no haber sido publicadas, quizás, jamás se enteraron de su existencia.

En este sentido, esta selección de obras (que planea repetirse con otros autores de nuestra dramaturgia nacional) busca eliminar ese justificativo para el público especializado y no especializado. Decir, desde ahora, que no tenemos teatro o que la totalidad del mismo es de mala calidad, debería ser un comentario descartado como se descartan los comentarios desubicados de algunos familiares en la mesa navideña… ¡Feliz publicación la nuestra entonces y feliz la obra de Claudia Eid que pasa hoy a la eternidad!

Sobre el evento

En el marco del Fitaz, el día viernes 17 de mayo, en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, después de la obra Príncipe, dirigida por la propia Claudia Eid y protagonizada por Ariel Hurtado, se presentará el libro oficialmente. La obra tendrá lugar a las 19.30, y generará ya un ambiente de teatro crítico y festivo, pues para muestra valga un botón, que el espectador quedará mudo y reirá incómodo ante la potencia ácida de ese personaje, basado en el Hamlet de Shakespeare, que dice: “Soy la bestia inválida, a un costado del camino, la bestia que vio pasar guerreros que no cuestionan entregar su vida por tener patria”.

Tras ver la obra, entonces, nos iremos al salón de honor a brindar por la ocasión y, por supuesto, pedirle autógrafos a esta grande dramaturga. No es necesario, pero, esperar tanto para apoyarnos: desde el lunes 8 de abril se habilitó su preventa, que tendrá un costo de 80 bolivianos, que permiten al comprador ahorrarse el 20% del total (después de ese 17 de mayo el libro costará 100) y ayudar al Proyecto a sostenerse. Compras y consultas al 73731524.

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Texto: Camilo Gil Ostria

Fotos: Jorge Perico, Oswado Lima, Hallanda Andretto, Douglas Rodrigo Rada y Ulises Cabrera

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‘Sin aliento’, las capas de una contemporánea mina

La nueva obra de Katy Bustillos presenta la figura del minero para reflexionar sobre la masculinidad

Por Camilo Gil Ostria

/ 10 de diciembre de 2023 / 07:00

Allá en eso que es otra vida, en la década de los 70 y ante las dictaduras militares, la figura del minero deviene la figura de un héroe para la sociología y la literatura de nuestro país. Ya en Sergio Almaraz es explícito: el minero como un margen de la sociedad, pero que desde el margen puede resistirlo todo y oponerse a la violencia del Estado. Esa visión, heroica y romántica, es puesta en crisis en Sin aliento, la última obra escrita por Katy Bustillos y llevada a la escena los días 25 y 26 de noviembre en la Cinemateca Boliviana por un equipo brillante de jóvenes hacedores (Jorge Barrón, Daniel Prieto, Sergio López, Israel Alberto, Nebaí Ríos, Camila Perales, Daniel Bustillos y Valeria Illanes).

La puesta en crisis es visible de entrada: la mina no será aquí un lugar polvoriento y sucio, un lugar demacrado (como en Wajtacha, otra obra contemporánea sobre mineros, de El Búnker). Por el contrario, se eligió el blanco, lo pulcro, para representar esta mina contemporánea: se marca desde el inicio entonces que estamos ante un espacio simbólico. La mina es aquí un símbolo fálico que poco a poco se ahueca, se vacía, y pronostica su acabose. Quizás por eso Jorge, interpretado por Jorge Barrón, será un minero que no encaja con el estereotipo setentero: no es varonil, no quiere hijos, no entra a la mina a partir de un accidente que tuvo… Es un no-minero. Todo de blanco, Jorge es el único actor en escena, pero no por ello está solo: este hijo sin pulmones, también ahuecado, esta masculinidad en crisis, es una excusa para hacer que miles de lenguajes surjan y que, sin duda, quiten el aliento.

Pero esta obra está hecha por capas y solo la primera capa es la que se queda en el campo de lo obvio: del feminismo contemporáneo, la ecología postmoderna y la reflexión sobre la masculinidad. El espectador mismo se siente atravesado de esas capas porque el trabajo sonoro te va metiendo poco a poco, a partir de las vibraciones de las graderías y la potencia de notas bien elegidas, te obligan a saberte en crisis al igual que esos personajes. (Antes de seguir, un paréntesis o, quizás debería decir, una capa extra: Nebaí Ríos ya ha probado su valor en la escena boliviana, sus composiciones sonoras son las de mejor calidad que se escuchan en nuestros escenarios y tenemos mucho que agradecerle, en algún momento se debería hacer una nota solamente sobre su trabajo).

Decíamos, entonces, que el teatro acá va más allá del teatro. Pues el falo ha sido profundamente pensado y no solo está en todos nosotros: está sin estar, pues aquí se trata de tíos y no de padres, de desviaciones del poder. Así es significativo un intertexto que Bustillos a propósito mete en la obra: como en Princesas, de quizás la más importante dramaturga boliviana contemporánea, Claudia Eid, se le harán preguntas a Jorge que ya sin ser Jorge personaje deviene Jorge actor o sujeto. Significativo porque, como en Princesas, se trata de un personaje que es “Bianca y es un hombre”, es decir, que puede ser doble, que el vacío se vuelve gozoso, potencia no solamente de ver caer el falo (quizás caída imposible o no deseada, incluso en esta obra donde se relaciona a la catástrofe ambiental), sino una caída individual: ahí donde el sujeto puede ser más de uno al mismo tiempo, puede entrar y salir del falo. Así no es casual que estos textos sean dichos mientras Jorge infla a unos sujetos, también, falos simbólicos que él potencia a la vez que mata. Se une el goce del gesto masturbatorio con el dolor del estallar, dar y quitar aire.

Fiesta de luces, de sonidos, de voces que (gracias al uso de un micrófono y unas computadoras) produce ecos y repeticiones, las capas están aquí en todos lados: incluso en el código actoral que a veces parecerá sobreactuado, pero sin molestar del todo. Pero todo ello brinda hermoso sentido al final de la obra: del techo cae una tela blanca sobre Jorge: sí, es la mina que se desploma, pero no a la manera de Los 33, sino que Jorge sigue hablando y no, tampoco ha perdido el cuerpo del todo, se ha vuelto (él lo dice haciendo eco de las palabras de Deleuze y Guattari) un Cuerpo sin Órganos. Ha encontrado camino de aire, ha podido respirar sin pulmones. La caída de la mina lo vuelve uno solo con la misma mina, el falo no se ha deshecho, solo ha sido desviado. La imagen es vivaz productora de sentidos: la tela es falda y Jorge hace ahora de su madre, la tela es tierra y él hace de Bolivia, la tela es…

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Acabo con un comentario extra, otra capa, sobre los muchos apoyos que recibió esta obra: SONANDES, El Gallinero, el Desnivel, el programa ARTEscénicas + digitalidad, todo en gran parte gracias al Goethe Institut. Esta obra, como su escenografía, llena de hilos que sostienen la tela hasta el final, ha tejido una telaraña a su alrededor. Esa es la única forma de hacer realmente. Bustillos trata de rodearse y trabajar en colectivo: ese es otro de sus dones y de su saber astuto. Esto debería suceder más a menudo porque solo así, como Jorge, el teatro boliviano volverá a respirar plenamente, incluso sin pulmones…

La obra se presentó en la Cinemateca Boliviana el 25 y 26 de noviembre.

Texto: Camilo Gil Ostria

Fotos: Ana Piroska

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