¡Aquí es Bolivia! El viacrucis para llegar a casa
Una crónica sobre las peripecias que ocurren al viajar por tierra en Boliva.
Uno de los anhelos más grandes de toda persona que vive fuera de su país, es mi caso con Bolivia, es visitar a su familia, especialmente durante las fiestas de fin de año. Sin embargo, este tan esperado viaje suele convertirse en un verdadero viacrucis, no solo por la complejidad del traslado, sino también por el reencuentro con una sociedad marcada por sus problemas persistentes.
Bolivia es un país con una amplia diáspora: una quinta parte de su población está dispersa en diferentes países del mundo. Argentina, Brasil, Chile, España y Estados Unidos son los principales destinos que concentran la mayor parte de esta población migrante.
La característica fundamental de una diáspora es la dispersión de su gente en otros países, sin que pierdan el vínculo con su lugar de origen. En el caso de Bolivia, este compromiso se manifiesta de manera tangible a través del envío de remesas económicas, que constituyen una de las fuentes de ingresos más importantes para el país. Además, el vínculo se mantiene mediante el ejercicio del voto en el extranjero, siendo que países como Argentina o Brasil albergan más ciudadanos bolivianos que departamentos bolivianos como Pando.
Este lazo también se expresa en los retornos temporales, especialmente en las fiestas de fin de año, cuando los migrantes visitan a sus familiares. No obstante, este regreso implica enfrentarse nuevamente a los problemas estructurales que aquejan a la sociedad boliviana. Al mismo tiempo, también es una oportunidad para observar cómo los bolivianos y bolivianas logran convivir, resistir y enfrentar estas dificultades.
En el caso de los migrantes bolivianos en Brasil, especialmente en la ciudad de São Paulo, la mayoría trabaja en el sector textil, en pequeños talleres de costura. Estas personas realizan trabajos a destajo para grandes empresas brasileñas, bajo un modelo de maquila que genera enormes ganancias para las empresas a costa de jornadas laborales extenuantes. Muchos bolivianos y bolivianas se ven obligados a trabajar disciplinadamente en estas condiciones para alcanzar un objetivo común: mejorar su situación económica o, en muchos casos, pagar deudas bancarias contraídas en Bolivia.

En medio de esta realidad, las fiestas de fin de año representan una esperanza: la posibilidad de descansar del arduo trabajo y disfrutar de algunos días con familiares y amigos. La mayoría de los bolivianos y bolivianas que residen en São Paulo, en estas condiciones, son originarios de la ciudad de El Alto.
El trayecto de São Paulo a El Alto o La Paz puede realizarse por vía aérea o terrestre. Sin embargo, la falta de recursos económicos y la especulación en los precios de los pasajes hacen que este viaje sea una odisea. En temporada alta, los boletos aéreos, que normalmente cuestan alrededor de 1.800 reales, pueden llegar a costar entre 4.000 y 5.000 reales o más, debido al monopolio ejercido por una sola aerolínea. Esta alza exorbitante obliga a muchos migrantes a optar por la ruta terrestre, lo que implica tres, cuatro o más días de viaje.
Por su parte, los pasajes en bus, que usualmente cuestan 250 reales, también aumentan considerablemente durante esta época, alcanzando precios de 400, 500 o incluso 600 reales. En algunos casos, es posible encontrar boletos más económicos en buses que no parten desde las terminales oficiales, sino desde puntos ubicados en las calles aledañas a la calle Coimbra, conocida como «la calle de los bolivianos».
La calle Coimbra, que en la década de 1990 vio surgir los primeros restaurantes bolivianos, ha evolucionado hasta convertirse en un espacio que recuerda a la calle Franco Valle de la Ceja de El Alto. Allí se encuentran restaurantes, bares, peluquerías, consultorios dentales, tiendas y pollerías, entre otros negocios, que han dado forma a un pequeño enclave boliviano en São Paulo.
El viaje desde São Paulo hasta Bolivia implica aproximadamente 20 horas hasta la frontera. Algunos viajeros prefieren bajar en la terminal de Corumbá, en el lado brasileño, y tomar un taxi hasta la frontera; otros optan por llegar directamente a la terminal de Puerto Quijarro, ya en territorio boliviano, y retornar a la frontera en taxi para hacer los trámites migratorios. Sin embargo, muchos evitan volver a la frontera para completar el registro, entrando y saliendo del país sin ningún tipo de documentación formal.
Entre esos viajeros está Juan, quien realiza este recorrido luego de 18 años. «Estoy volviendo para despedirme de mis padres», comenta. Una decepción amorosa en su juventud lo llevó a emigrar a Brasil, donde vivió en las calles durante dos años, hasta que un migrante coreano lo ayudó ofreciéndole trabajo como asistente en su taller de costura. Allí aprendió el oficio y conoció a su actual pareja, con quien formó una familia numerosa de siete hijos.
Después de un largo trayecto, Juan llega de Puerto Quijarro a Santa Cruz a las 4:00 de la mañana y espera a que la terminal abra para comprar un pasaje hacia La Paz. Exhausto, solo desea llegar lo antes posible. Se acerca a una ventanilla para consultar los precios y horarios, pero todos los buses salen en la tarde. Escucha a alguien gritar: «¡A La Paz para las once!». Se aproxima al vendedor, quien le ofrece un pasaje por 250 bolivianos, asegurándole que el bus es moderno, con aire acondicionado, televisión y baño.
Decide comprar el pasaje y utiliza el tiempo de espera para comer una sopa de charque que lo reconforta, además de darse una ducha. También adquiere una manta hecha en Brasil, recordando que al llegar a La Paz el frío será intenso. Con shorts y sandalias, sabe que debe prepararse para las bajas temperaturas.
Finalmente, sube al bus de la empresa Concordia. Aunque en apariencia es «moderno», con tres filas de asientos y ventanas selladas para el aire acondicionado, este último no funciona. Los pasajeros se quejan y el conductor promete resolver el problema, deteniéndose media hora después para intentarlo.

El viaje continúa y, aunque el aire acondicionado comienza a funcionar, pronto aparecen nuevas molestias: primero gotas que caen sobre los pasajeros, luego verdaderos chorros de agua. El ayudante del conductor intenta solucionar la situación con un «trapito», pero los reclamos aumentan. Tras detenerse para comprar hojas de coca, los pasajeros aprovechan para exigir al conductor que solicite otro bus. Después de una discusión, el conductor cede.
Una hora más tarde, llegan dos representantes de la empresa, quienes informan que un nuevo bus está en camino e intentan calmar a los viajeros, diciendo que «estas cosas suceden». Juan, visiblemente molesto, responde: «Estas cosas suceden cuando se hacen las cosas mal». Añade que en Brasil estas situaciones no pasan, a lo que una funcionaria de Concordia, con cierto orgullo, replica: «¡Aquí es Bolivia!».
Mientras esperan, las actividades continúan en el lugar. Se observa a jovencitas trabajando con la famosa y muy consumida «coca machucada», que también es popular entre los migrantes bolivianos en São Paulo. Con mazos, golpean las hojas de coca mezcladas con saborizantes, aplastándolas incluso con el pecho y las nalgas, riendo cuando notan que las están observando.
Tras tres largas horas, el nuevo bus llega. Este, al menos, está limpio, el aire acondicionado funciona y no hay filtraciones de agua. Incluso tiene un televisor que reproduce una película protagonizada por Sylvester Stallone.
Un pasajero se queda sin asiento. El chofer, confundido, se acerca hasta la última fila del bus mientras habla por teléfono, intentando resolver el problema. Allí encuentra a una mujer venezolana con su hija. Ella explica que compró los pasajes por 300 bolivianos cada uno, pero no recibió ningún boleto físico. «Me vendieron los pasajes y ni siquiera me entregaron nada», le dice al conductor, visiblemente angustiada.
Tras unos minutos de discusión, la mujer se ve obligada a ceder su asiento y acomodarse en el suelo. Así viajará durante el resto del trayecto. Desde su asiento, el conductor llama por celular a alguien, gritando: «¡Por qué me vendes sin entregar pasaje! ¡Que sea la última vez! ¡Yo soy el que tiene que resolver los problemas!».
El viaje continúa con pocas paradas. En una ocasión, el chofer detiene el bus argumentando que necesita comer. Explica que cuando la empresa lo llamó para conducir, estaba a punto de descansar. Los pasajeros, cansados y resignados, se miran entre ellos sin decir nada.
Ya de madrugada, el bus frena de repente. Se escucha una discusión entre el conductor y el chofer de un tráiler. Con un marcado acento camba, el conductor grita: «¡Bájate, carajo!». Sin embargo, el otro chofer no responde y el viaje prosigue sin mayor incidente.
Finalmente, el bus llega a El Alto. Los pasajeros comienzan a prepararse para descender, pero el conductor anuncia que no hará paradas fuera de la terminal. «Maestro, necesitamos bajar», insiste uno de los pasajeros. «No hay paradas, solo en la terminal», responde el conductor con indiferencia. Otro pasajero, molesto, recrimina: «¡Antes paraban donde sea!».
Los pasajeros intercambian comentarios, uno de ellos pregunta: «¿Tienes los videos de cuando estábamos esperando el bus?». «Sí, los tengo», responde otro. «Pásamelos, vamos a denunciar a esta empresa», ambos concuerdan.
El bus baja por la autopista hasta La Paz y para justo debajo del puente Perú. «Hasta aquí nomás es», grita el chofer. «Pero me están esperando en la terminal», dice una pasajera. El chofer no dice nada y mira su celular como si no escuchara. Los pocos pasajeros que quedaron se bajan y, en fila india, resignados, caminan con sus maletas hasta la terminal, tal vez recordando la afirmación de la funcionaria de la empresa Concordia: «¡Aquí es Bolivia!».
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