Moana 2
El destacado crítico de cine, Pedro Susz, escribe sobre la última aventura de la princesa isleña.
Al parecer, los resultados taquilleros conseguidos en 2016 por la versión original de la aventura dibujada y musicalizada de la heroína de origen polinesio que le da título a la película sorprendieron a la productora Disney, al haber ingresado a sus arcas 665 millones de dólares, lo cual supuso una impensada ganancia del 400 % en relación con lo invertido en la producción.
Desde entonces, la posibilidad de una secuela anduvo dando vueltas, hasta que, dos años atrás, se resolvió reflotar la historia a través de una serie de televisión destinada a exhibirse en Disney+ (Disney Plus), la plataforma de streaming puesta en el aire por la empresa del tío Walt en el ínterin. Su destino cambió por razones nunca explicadas, si bien puede atribuirse a la falta de proyectos fílmicos potencialmente llamativos, sobre todo desde el punto de vista de su rentabilidad, que se tenían engavetados.
Así, con un apresuramiento y una impersonalidad puesta en evidencia por Moana 2, de principio a fin, en su descuidado y superficial armado dramático, el material pensado para dar pie a cierto número de entregas sucesivas acabó siendo convertido en un largometraje, comparativamente breve con la duración promedio de los productos fabricados en el presente para la pantalla grande. En definitiva, la narración insume cerca de 100 minutos, sin dejar en ningún momento de parecer un incongruente rejunte de anécdotas a medio hacer. Esto puede sospecharse debido a no haber retrabajado el guion televisivo ni retejido la trama, por ende, de cara al segmento del ecosistema comunicacional hacia el cual finalmente se decidió enrumbar esta secuela.
Moana, su historia
El original exhibía un marcado interés por adentrarse en la cultura y la cosmovisión de los habitantes de Oceanía, ahora últimamente a menudo erróneamente denominada Australasia, continente insular compuesto por 14 países sin fronteras comunes o que son islas, y reducido, en las escasas informaciones difundidas por los medios, a una suerte de exótico paraíso turístico merced a sus atractivas playas, desfiladeros y cascadas, escenarios una y mil veces fotografiados para despertar el apetito de los eventuales viajeros, incitados a tomarse algunos días disfrutando de sus encantos. Pero las aludidas características del escenario elegido para ambientar Moana determinan naturalmente que las relaciones de su población con el inmenso océano tengan un peso especial en los imaginarios colectivos.
Tal vez por ello, se incorporó al trío a cargo de la dirección de Moana 2 a Dana Ledoux Miller, originaria de Samoa, uno de los países de dicho continente.
La secuela comienza a carretear cuando, tres años después de su viaje precedente, Moana, quien deja trascender la trama, luego de varias excursiones solitarias por el océano Pacífico, acaba de enterarse, a través del mensaje de sus ancestros, de una ya antigua maldición de Nalo, dios de las tormentas, quien dispuso aislar las islas y a sus habitantes, impidiendo que puedan mantener las relaciones que fueron alguna vez el nutriente esencial de sus culturas.
Especialmente afectada resultó Motufetu, isla mítica y suerte de eje en torno a la cual se articulaban todas las demás, pero que acabó sumergida con todos sus moradores de la tribu Motui, sin haber podido ser encontrada por tres generaciones sucesivas.
Argumento de Moana 2
Entonces, la protagonista, quien continúa hablando con la voz de la muy expresiva actriz y cantante Auli’i Cravalho, resuelve volver a zarpar, emprendiendo una suerte de renovada peregrinación en procura de dar con las raíces de su civilización. Se despide de su madre Sina y su padre Tui, lanzándose a la aventura acompañada de sus entrañables mascotas, el cerdito Pua y el gallo Hei Hei, así como de un flamante grupo de dudosos marineros: el gruñón granjero Kele, la arquitecta Loto y el avispado guerrero Moni, furibundo admirador del legendario corpulento y petulante semidiós Maui, otra vez con la voz de Dwayne Johnson, quien, al transcurrir el relato, será rescatado de la cárcel donde lo mantiene prisionero la villana bruja Matangi, conocida como “señora murciélago”, volviendo a entrecruzarse así el destino de los dos personajes centrales del original.
Forma asimismo parte de la expedición Simea, la pequeña y en demasía azucarada hermana de Moana, quien cobrará un protagonismo importante buscando concitar la atracción de la platea y pasar a ser el gancho central de la campaña de mercadeo apuntada a los niños de la película y todos los otros productos (juguetes, figuras adhesivas y un largo etcétera) que, de seguro, irán saliendo al mercado.
En el trayecto, como otra de las referencias al capítulo precedente, vuelven asimismo a producirse varios iniciales encontronazos con los Kakamora, pequeños forajidos con forma de coco algo parecidos a los Minions. Sin embargo, en esta oportunidad, acabarán haciéndose cómplices de la caótica aventura.
Dirección
Mencioné antes de pasada al trío a cargo de la dirección de Moana 2. Pues, en efecto, a los dos guionistas y tres autores de la historia se sumaron un número igual de realizadores(as). Sin embargo, al parecer, semejante cantidad de responsables en el armado de la película derivó en una mera acumulación de ideas sueltas o, como reza el adagio popular, “muchas manos en un plato causan mucho arrebato”.
Incluso acaban invisibilizados, en la indigerible mixtura de anécdotas y situaciones sueltas abordadas por una trama inexistente en el sentido preciso del término, los aportes de la ya mencionada realizadora samoana Ledoux Miller, reclutada, supongo, para formar parte del terceto responsable de orquestar la puesta en imagen, presuntamente debido a su conocimiento al detalle de las también colacionadas referencias culturales propias de la particular interacción cotidiana de los habitantes de las islas de Oceanía con ese omnipresente mar que las rodea, ya sea, según el momento del transcurso histórico, distanciándolas o relacionándolas.
Sin duda, si la versión original de 2016 atrajo tanto a los espectadores y obtuvo unánimes críticas positivas, ello se debió a que eludía el recurrente recurso de Disney consistente en trasladar a la pantalla los más que conocidos cuentos de hadas publicados en el viejo continente, centrando, por el contrario, su novedosa mirada en la cosmogonía polinesia que, penosamente, en Moana 2 acaba diluida en los desperdigados avatares de un viaje sin rumbo.
Un periplo
El reiterativo sube y baja del relato, saltando de un episodio al siguiente sin relación con el anterior, mientras se multiplican los gigantescos monstruos, espectros, divinidades y duendes con los cuales va tropezando la protagonista en su periplo hacia la nada, no solo conspira contra la continuidad de la puesta en imagen, sino que, adicionalmente, levanta un infranqueable muro a la factibilidad de que el espectador consiga establecer el más mínimo enlace emocional con alguno de esos seres vagantes en el vacío, asomando de pronto y desapareciendo casi de inmediato.
No bien comienza el viaje en busca de la sumergida Motufetu, el caos se apodera de la narración, brincando de un escenario a otro y de un ingrediente dramático, dejado a medias, a otro distinto que correrá la misma suerte. Es como si los tres encargados de la realización hubiesen conspirado poniéndose de acuerdo en parir la peor película posible. O simplemente se limitaron a seleccionar los trozos preferidos de cada uno, sacados de la historia bocetada para la serie televisiva que no fue, pegándolos al azar, sin afán alguno por armar un largometraje consistente, con el debido acabado de un resultado en condiciones de provocar la inmersión del espectador en los sucesos narrados.
Tratándose de un musical, asimismo se presume que las melodías ameritaban cuando menos tener un nivel relativamente equiparable al de las composiciones aportadas al original por Lin-Manuel Miranda. Pues no. Daría la impresión de que Mark Mancina, señalado en los créditos como el encargado del rubro esta vez, se limitó a consultar un manual en el cual se define el género como un relato donde alternan el drama, la aventura y canciones, a resultas de lo cual optó por insertar a la fuerza en la trama una composición extravagante cada 10 minutos, sin importar si cada uno de tales insertos adiciona el enésimo desvío desconcertante a la inconsistencia del acabado. Y algo similar acontece con los apuntes humorísticos, igualmente sosos.
Personajes
La multiplicación de quebradizos personajes secundarios, sin identidad ni justificación dramática, es otro de los síntomas de la apresurada decisión de convertir una serie para la pantalla chica en una hechura destinada a las salas. Así, uno termina preguntándose qué diablos hacen a bordo de un pequeño bote ese irritable granjero Kele o Pua, el puerco, al igual que buena parte de otras apariciones, semejando intromisiones entrepapeladas de algún otro libreto.
En cuanto a la animación, la secuela mantiene el atractivo visual de lo que ahora pasaría a ser la precuela de una postiza saga, o incluso lo acentúa merced al presupuesto asignado por Disney a la producción. Sin embargo, cualquiera de los grandes estudios cuenta con los recursos suficientes para invertir en las tecnologías utilizadas en la materia y, en consecuencia, el empaque formal en sí mismo no amerita mayores loas, pudiendo ser, como es en la realización comentada, apenas el lujoso envoltorio del paquete cuyo contenido —la historia, la contextura de los personajes, la ingeniosidad de las aventuras y la simbiosis entre la música y aquellas— distan una enormidad de estar a la altura. Por lo demás, en todos esos aspectos, Moana 2 se halla muy por debajo de su menos costosa antecesora.
No deja de ser llamativo que Nalo, el bellaco mayor causante de la tragedia que Moana intentará enmendar, no aparezca en ninguna secuencia, siendo visualmente metaforizado por los amenazantes rayos y las oscuras nubes rondantes en todos los sitios por donde Moana y Maui deambulan. Pero la incógnita es respondida por una escena insertada en los créditos finales, la cual tiene sabor a una amenaza, pues anuncia un próximo tercer viaje de la heroína; vale decir, deja abierta la puerta a estrujar de nuevo las expectativas sembradas por el recuerdo del original.
En conclusión, resulta inútil esperar alguna maravilla cinematográfica. Solo hay lugar para temer otra muy publicitada manipulación de la nostalgia con fines pura y exclusivamente numéricos, es decir, lucrativos, aparte de mantener vigente a una empresa ayuna de proyectos originales atractivos.
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